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ORACIÓN POR ERNESTO CARDENAL

Por Jaime Quezada


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Sorprendente y gratamente emotivo ver al poeta y sacerdote Ernesto Cardenal oficiando misa como en sus mejores tiempos de Nuestra Señora de Solentiname, aquella comunidad contemplativa (y activa) que fundó en las riberas remotas del Gran Lago de Nicaragua en la década de los sesenta. Ahora, en este inicio de marzo 2019, liberado ya de toda pena canónica “ad divinis”, y superando de milagro una casi fatal crisis de salud, vuelve a leer el Evangelio con voz tan suya nicaragüense y a dar la bendición a sus fieles más fieles y cercanos, que son muchos y todos. Yo, por cierto, en ese todos, uno más agradecido de su magisterio, de su amistad y su admirativa poesía.

Recién no más, mes y medio atrás, en su esplendoroso 20 de enero, me daba las buenas gracias en respuesta a un saludo mío celebratorio de su Cumpleaños noventa y cuatro. Y lo celebró firmando ejemplares de Hijos de las estrellas, su último nuevo cósmico poemario, así como el año anterior lo hacía con su singularísimo Así en el cielo como en la tierra, que era su mismísima resurrección. Eso del cielo y de la tierra venía a ser en Cardenal el universo o pluriverso de su propia misma vida-obra. O mejor, su vida en el Amor. Así su Somos polvo de estrellas, su tan resplandeciente libro que prologué en su Managua de noviembre 2012.  Así su universo poético y cósmico, armonioso como un arpa, en continua expansión. Así, también, sus años hoy colmados de ese amor-sabiduría que lo vivifica: el que madruga para encontrarla será colmado de gozo.

Aun así, se me oscureció el día todo lleno de sol, aquí en el Valle de Elqui, al recibir este febrero la noticia de su gravísima hospitalización, y de la cual solo Dios sabia la hora de encomendar el Espíritu. Se me vino entonces, como zumbido y relámpago, aquella frase invocatoria que el propio Cardenal dijo en este mismísimo Valle, años ha de una feria del libro coquimbana: ¡Oh, Espíritu que creaste este paisaje! A ese Espíritu me invoqué yo, bajo un cielo astronómico de estrellas lejanas y cercanas. ¡Qué hay en una estrella? Nosotros mismos. Y ahora, colmado de gozo, lo veo de vuelta a su Evangelio. Ese mismo Evangelio de Solentiname al cual ha estado siempre vocacionalmente destinado.

El Tambo, Valle de Elqui, 2 de marzo, y 2019.



 

 

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