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El correo del viento o Mirada de los territorios
Sobre el libro de Oscar Barrientos
LOM ediciones, 2022.


Por Jaime Quezada


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Opasnost y Viento como singularísimos temas patagónicos y protagónicos en la narración de un libro reciente —libros del ciudadano: Correo del viento— del magallánico Oscar Barrientos Bradasic. Elementos y geografías nada de extraños, después de todo, en la naturaleza genésica  de un territorio de fin de mundo. El primero —Opasnost—,  una aldea remota como tantas otras en los territorios fines terrae y visitada tan solo cada cierto tiempo por un audaz y acrobático mensajero postal desafiando ventarrones seculares. El otro, este ventarrón secular, que llega, se queda y nunca pasa, y habitante mayor y capataz en el paisaje estremecedor y perenne de la australidad.  Que Viento y Opasnost, parecieran ser así un universo de misterio e imaginación en la realidad del vivir magallánico.

Ese vivir que El correo de viento abre a una pluralidad de escrituras en la brevedad de sus no más de 78 ventosas paginitas-páginas: relato, narración, capítulo de novela, cuento, (¿cuento infantil?), testimonio, autobiografía, ensayo sobre el viento, ¿por qué no estudio ornitológico y hasta investigación inédita mistraliana? Es decir, una literatura no atada a las mañosidades convencionales del narrar, sino al dictado gozoso y revelador de un buen contar vuelto sencillamente escritura en su arte e imaginación y realidad.  Sea lo que sea, el Correo del viento abre al lector admirativamente un relato paralelo e ilustrado de situaciones, cotidianidades  y reflexiones magallánicas nada de ocultas, y que el autor deja flotando a flor y de dentro de cada página. Que siendo libro tan breve, extiende la lectura hasta hacerla pasión de lecturas, válidas o imaginarias, para enriquecimiento gozoso de la lectura misma. 

Imaginaria, digo yo —su mal o su buen lector—, pues Opasnost (lengua extraña,  boreal y no austral, fundada sin duda en el Barrio croata de Punta Arenas), que ni siquiera aparece en la geografía errante ni en los mapas, a no ser en la Rosa de los Vientos de las estancias patagónicas, y a la cual Barrientos le ha dado escudo y blasón de aldea, a distancia etnográficamente de Villa Tehuelches, capital sí del viento en esa larga ruta viajera y turística a Puerto Natales. Viajeros y turistas que mañana, de seguro, andarán preguntando y buscando mapa en mano ese Opasnost. Pero, después de todo, la geografía de lo literario y de lo humano se mantiene en el misterio revelador del contar, enriquecido de vivires y tradiciones idiosincráticas que perduran en el fogón, en el trucar, en el corazón de escarcha saliendo de las cuerdas de una guitarra. Y aun cuando el habitante mayor, de siempre y por siempre, es el Viento, nada aquí de auditivo ni lírico, sino fantasmagórico y feroz, vuelto desolación en un poema de Mistral: el viento hace a mi casa su ronda de sollozos y de alarido y quiebra como un cristal mi grito. Ese viento aullador, que en las páginas del relato llega a la intensidad del estremecimiento, solo dominado por un mensajero postal –Faustino- en su paravelismo sobre las pampas y cielos magallánicos.

Esas pampas magallánicas, o puros bosques milenarios en otros tiempos, en sus árboles lengas y sus árboles ñirres, tendrán su quejumbre en las nada de imaginarias confesiones de Lengocio (lengo-lenga: único y mismo árbol), rey en el relato por arte de hechicería o de virtuosa magia, y que conllevan toda su originaria desnudez de naturaleza arbórea, tan poderosa como el mismísimo viento: “En un comienzo la Patagonia fue la patria del coirón y la extensión infinita. El guanaco paseaba feliz por sus estepas. El carancho sobrevolaba vigilante las extensiones. Los árboles reinábamos junto al viento, y la prosperidad visitaba el corazón de la pampa… Llegaron los hombres de la estancia. Usaban boinas y facones al cinto. Una mañana quemaron todo, querían un suelo apto para pastoreo… Todo lo que alguna vez amé ardía en un fuego desgarrador…” 

¿No son decires y quejumbres semejantes también aquellos versos rotundos y poderosos de una Gabriela Mistral, y vuelvo a ella en su poesía quemante, ardidora y denunciadora de Árbol muerto?: “De su bosque el que ardió solo dejaron de escarnio, su fantasma; su atroz blasfemia y su visión amarga”. 

(Si por esos mismísimos lugares patagónicos anduvo de cierto la Mistral, y cuando aun Opasnost ni siquiera era una villa imaginaria en esa llanura de ampo infinito. Oscar Barrientos reconoce su inmensa devoción y admiración a Gabriela Mistral: “su fuerza arrolladora de  mujer, su mirada de los territorios alejados del centro y, por cierto, su valentía, me parecen tremendamente luminosas. De hecho, hace no tanto, realicé una investigación sobre cierta correspondencia que dejó cuando estuvo en Magallanes”).  

El correo del viento —y entonces— no es un cuento, ni cierta correspondencia voladora, ni menos cuento infantil, a pesar de sus prodigios y encantamientos. Narración, es verdad. Y cuando la verdad es precisamente ese prodigio y ese encantamiento: literatura del buen escribir y literatura del buen fabular.

Así, un Magallanes revivido desde una mirada de aquellos mismos territorios en sus pioneros de ayer y en un Faustino de hoy,  paradigma del viento en su alma de aventura y en su misión mensajera de ese viento; en el zarapito boreal (Numenius borealis), que en bandadas miles migraba de sus Alaskas y sus Canadás, extinguido en los pajonales y pampas australes por mano predadora, pero no de las divagaciones y desvaríos ornitológicos de Mike, el singularísimo habitante cuerdoloco de la aldea, volando también como pájaro-zarapito; en una bienaventurada y nostálgica Rosa de los Vientos, vuelta pájara a su vez,  y guardiana severa del mito, regulando los vendavales como rugido maldiciente sobre Opasnost; en ese árbol-recuerdo que fue, llamado rey Lengocio, viviente en la heredad de un reino poderoso ya sin flora, a pesar de su corona, no de espinas, de calafate.  Y, en fin, en esta infinitud de mundo, las novedades de cosas de este Correo del viento, y de cosas ciertas y maravilladas, tienen sus deslumbradoras ficciones y fascinaciones.

Por lo demás, el mismísimo Oscar Barrientos, en página liminar de fe y brevedad, y no de errata, bien reconoce venir de un territorio “donde la geografía es un capricho del primer día de la creación y los dioses de otro tiempo tienen carta de ciudadanía en el corazón de quienes quieren crear”. ¡Vale!


La Florida (Cordillera), invierno, y 2022.

 

 

 


Christian Formoso, Jaime Quezada, Ernesto Cardenal y Oscar Barrientos.
(Punta Arenas, Magallanes, julio, 2004)




 



 

 

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