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JORGE TEILLIER

(1935 - 1996)

Chile quiere leer
Revista de Libros de El Mercurio, Viernes 3 de junio de 2005

 

 

 

EL POETA DE ESTE MUNDO
(fragmento)

A René-Guy Cadou (1920-1951)..............

Tú sabías que la poesía debe ser usual como el cielo que nos desborda,
que no significa nada si no permite a los hombres acercarse y
............. conocerse.
La poesía debe ser una moneda cotidiana
y debe estar sobre todas las mesas
como el canto de la jarra de vino que ilumina los caminos
............. del domingo.
Sabías que las ciudades son accidentes que no prevalecerán
............. frente a los árboles,
que la poesía no se pregona en las plazas ni se va a vender a
............. los mercados a la moda,
que no se escribe con saliva, con bencina, con muecas,
ni el pobre humor de los que quieren
............. llamar la atención
con bromas de payasos pretenciosos
y que de nada sirven los grandes discursos tartamudos de
los que no tienen nada que decir.
La poesía
es un respirar en paz
para que los demás respiren,
un poema
es un pan fresco,
un cesto de mimbre.
Un poema
debe ser leído por amigos desconocidos
en trenes que siempre se atrasan,
o bajo los castaños de las plazas aldeanas.

 


De Muertes y Maravillas, Editorial Universitaria, 1971 / Los dominios perdidos,
Fondo de Cultura Económica, 1992.


 

algunos de sus poemas

NOTAS SOBRE EL ÚLTIMO VIAJE DEL AUTOR
A SU PUEBLO NATAL

A Stefan Baciu en Hawaii,
Y a Vasile Igna, mi primo desconocido
En Cluj, Transilvania

En el pueblo
donde algunos me conocen
como el poeta cuyo nombre suele aparecer en los
diarios,
paseo por la Calle Comercio
que ahora se llama Avenida Bernardo O'Higgins
(Como en Santiago).

He comulgado con la tierra.
Voy a la Sidrería
Allí están los parroquianos de siempre
y me saludan mis viejos compañeros de curso
que sueñan con ser alcaldes o regidores o
........... comprarse una citroneta.
Ha cerrado el cine. Aún quedan afiches que anuncian películas de
..........sepia.
A lo largo de los cercos las ortigas siguen hablando con su indestructible
..........lenguaje.
En el techo de mi casa se reúne el congreso de
..........los gorriones.
Pienso por primera vez
que no pertenezco a ninguna parte,
que ninguna parte me pertenece.

De Para un pueblo fantasma, Ediciones Universitarias de Valparaíso,
Editorial Cruz del Sur, 1978 / Los dominios perdidos, FCE, 1992.

 

 

UN HOMBRE SOLO EN UNA CASA SOLA

Un hombre solo en una casa sola
No tiene deseos de encender el fuego
No tiene deseos de dormir o estar despierto
Un hombre solo en una casa enferma.

No tiene deseos de encender el fuego
Y no quiere oír más la palabra Futuro
El vaso de vino se ha marchitado como un
........... magnolio
Y a él no le importa estar dormido o despierto.

La escarcha ha empañado las ventanas
Pero a él sólo le importa mirar la apagada
........... chimenea
Sólo le gustaría tener una copa que le contará
........... una vieja historia
A ese hombre solo en una casa sola.

Una historia como las que oía en su casa natal
Historias que no recuerda como no recuerda que
........... aún está vivo
Ve sólo una copa vacía y una magnolia marchita
Un hombre solo en una casa enferma.



De El molino y la higuera, Ediciones del Azafrán, 1993 / Los dominios
perdidos
, FCE, 1992.

 

 


COSAS VISTAS

3
Con el grito amarillo
del aromo
se despierta la mañana.


8
Los primeras luciérnagas:
un niño corre a buscarlas
para su amigo enfermo.


29
Yo me invito a entrar
a la casa del vino
cuyas puertas siempre abiertas
no sirven para salir.


40
los charcos
abren ojos aterrados
al oír a los patos.


De Para un pueblo fantasma, Ediciones Universitarias de Valparaíso,
1978, 2003.

 

 


Yo eché un cerrojo sobre mi tarde.
Mi rostro se perfiló frente a la ventana.
Miré al sol:
Disperso en doradas hojas
vino a beber la fatigada miel del aire.
Quedaba una puerta a medio abrir,
y tras ella
mi adolescencia espiaba su inquietud perdida.
Imposible recordar cómo se llora o ríe.
En el patio, racimos ciegos y geranios mudos.
En la calle, el eco esperando un paso.
Dormir sin poder cerrar los ojos.
Y los acacias aman la esperanza
de tornarse azules.

 

De la sección «Polvo para todos tus dedos», 1954, abril, del libro Para ángeles y gorriones,
Editorial Universitaria, 1995.

 

 



 

RETRATO A VARIAS VOCES
"Siempre vuelve un rostro, siempre".

"Si alguna vez/ mi voz deja de escucharse/ piensen que el bosque habla por mí/ con su lenguaje de raíces", escribió Jorge Teillier en uno de sus últimos poemas. A 70 años de su nacimiento (24 de junio) y nueve de su muerte, otras voces se suman al lenguaje del bosque para recordar al poeta, al hombre, al amigo.



MIGUEL SERRANO

Creo que fue en Yugoslavia donde tuve mi primer contacto con Jorge Teillier. Un día recibí una carta suya y de Juan Luis Martínez pidiéndome una entrevista o una colaboración para una revista literaria que ellos editaban. Me enviaba un ejemplar de muestra y fui impresionado por su profundidad y amplitud en los temas tratados. Estaban al tanto de las grandes corrientes mundiales de pensamiento y de sus promotores. Luego, pasando los años, vine a Chile a dar una charla en la Universidad. Un Discurso de la América del Sur se titulaba. Entre los asistentes estaban Jorge Teillier y Juan Luis Martínez, dos poetas de excepción. Ahí nos conocimos. Y desde ese primer encuentro, una especial afinidad se produjo entre nosotros. En verdad no me habré encontrado más de tres veces en la vida con Jorge Teillier, pero fue como si nos hubiésemos conocido siempre y por siempre. La última vez fue en el entierro de María Luisa Bombal, en el cementerio, y de ahí nos vinimos hasta el Cerro Santa Lucía, a un restaurante donde junto a un vaso de vino pudimos charlar por toda una vida. Hablamos de su hermana muerta. Yo le dije que ella vivía dentro de su corazón y lo cuidaba. Y él me leyó su poema «Alguien canta en el bosque».

Nos separamos y ya no nos vimos nunca más, hasta que, en su funeral, en La Ligua, donde hoy se encuentra su tumba, yo recité los versos de su poema. Y ante un representante del Gobierno protesté porque a Teillier, como a María Luisa Bombal, no le dieron el Premio Nacional de Literatura, tan merecido y que, al ayudarlo económicamente, le habría permitido seguir viviendo y escribiendo.

Mas, en fin, el gran poeta y querido amigo eterno Jorge Teillier, desde esa bella ciudad de Cabildo, ya cruzó el "Túnel del Estribo" (el "Tubo Astral") y llegó a ese mundo mágico de Petorca y Chincolco donde "alguien cantaba en el bosque". Y era su hermana que allí lo esperaba.

 

POLI DELANO

Nos conocimos en 1954, cuando ambos entramos al Instituto Pedagógico, encontrándonos como los pares que se buscan. Él escribía poesías, yo cuentos, y de pronto estábamos reunidos en alguna sala del campus con otros escritores en germen: Jorge Naranjo, Carlos Santander, Cristian Hunneus. Algo así como un taller sin dirección. Asistíamos juntos a los ramos generales de nuestras carreras y tuve el privilegio de leer algunos de los primeros poemas de Jorge garabateados en sus cuadernos de materias. Muy pronto aparecieron editados en su primer libro Para ángeles y gorriones. También, a veces, nos encontrábamos en reuniones "de célula", de la Jota. Además, frecuentábamos las casas de escritores mayores que nosotros, como Armando Cassígoli y Rubén Azocar, así como la del músico-compositor Roberto Falabella, que convocaba artistas de toda disciplina. Tertulias movidas, peleadas, cantadas y bebidas en las que no faltaban las musas. Fuimos amigos durante todas las épocas y hasta nos encontramos durante los años malos, una vez en México, muchas en Chile, a mi regreso.

 

DELIA DOMINGUEZ

Paralelo a ese movimiento generacional de los años cincuenta bautizado por la visión augural de Enrique Lafourcade, Teillier sin apelar a claves metafísicas, sacó del sombrero una mágica paloma: la poesía lárica.

No voy a argumentar teorías ni sabidurías que figuran en los tratados de estética para definirla, pero, sí digo, que el lar chupa sus primeros pezones en la oralidad de un pueblo mestizo, sobreviviente victorioso de estos climas andinos del fin del mundo.

Pero, como no todo ha de ser fin de mundo, remito al apasionado lector del XXI, a buscarle el cuesco a la breva en las páginas de «Orfeo», cuaderno de audacia poética que comenzó en 1963 con cuatro páginas y cuyos directores eran Jorge Teillier y Jorge Vélez, quienes más tarde, cuando la publicación agarró vuelo y pasó a Revista con papel de otro pelo y Consejo Editorial encabezado por Díaz Casanueva, Rosamel del Valle y Carmen Ábalos, más la mismísima Doris Dana como corresponsal en Nueva York y el propio Jorge Edwards en París —corría el '66— entonces, repito, me llamó Teillier para oficiar de secretaria de redacción. Por eso, por los sueños enganchados, por los trenes que nos partieron la cabeza rumbo al sur, por los durmientes de ferrocarril que ahora hacen de almohadas silenciosas a los poetas que se quedaron a vivir en "el árbol de la memoria", escribo estas señales con tiza blanca en los pizarrones de lluvia que el creacionismo teilleriano dejó colgados para siempre en los puntos cardinales de Chile.



RAMON DIAZ ETEROVIC

En el recuerdo veo a Jorge Teillier entrar al bar Unión, con algunos libros y la revista «The Ring» bajo el brazo, atento a los saludos que le prodigan los parroquianos con los que solía conversar de lo humano y lo divino. Después de saludar a los amigos, lo veo sentarse "a la mesa de los poetas" y sacar de entre sus papeles el último poema que ha escrito o escucho su comentario acerca del libro que ha visto en una librería de viejo y recomienda leer. De los maestros que reconozco en el oficio de escribir, Teillier es el principal, el más auténtico, tanto por su maravillosa poesía que sigue iluminando, como por su modo sutil de enseñar, sin estridencias ni ostentaciones. Jorge era un poeta que se imponía por su transparencia y lucidez, y lo que se aprendía de él era lo que fluía espontáneamente de sus diálogos, donde siempre había un momento para desentrañar los misterios de esa "moneda cotidiana" que, como señala en uno de sus poemas, escribía "para la niña que nadie saca a bailar" o "para los hermanos que afrontan la borrachera y a quienes desdeñan los que se creen santos, profetas o poderosos".

 

FRANCISCO VEJAR

No es fácil hablar sobre un amigo que ya no está en este mundo. Sin embargo, se tiene el consuelo de "escuchar con los ojos a los muertos" (Quevedo dixit). Cada vez que abro un libro suyo, siento que vuelvo a estar con él. Lo cierto, es que nos reuníamos con frecuencia en El Molino del Ingenio, a fines de los años ochenta. La casa de campo era silenciosa, charlábamos alrededor de dos grandes chimeneas hasta altas horas de la madrugada. Me leía ediciones hechas por él mismo. Recuerdo una en homenaje a Rene Char y a Elvis Presley. Solía recitar sus poemas a la medianoche, interrumpido apenas, por el incesante ruido de una cascada. Hacía traducciones de las canciones de Pink Floyd, para enviárselas a una sobrina en Concepción. Con frecuencia observaba a los gatos que jugaban en la galería. Luego dejaba impreso al reverso de algún sobre: "Amo a los gatos/ que apenas despiertan se abrazan/ para de nuevo abrazarse en otro despertar". Es el más genuino de los poetas que he conocido. Al releer su obra, pienso que su poesía es una emoción para ser recordada en la tranquilidad.

 

 

 

 

LA POÉTICA DEL POETA

Por Armando Roa Vial
Revista de Libros de El Mercurio, Viernes 3 de Junio de 2005.

No se trata de un recetario —Jorge Teillier descreía de la casuística en la experiencia poética—, pero sí de algunas convicciones del poeta en torno a la poesía, recogidas de la lectura de entrevistas y poemas, como asimismo de notas personales tomadas en múltiples e inolvidables conversaciones. No está de más repasarlas. Jorge Teillier —junto a Enrique Lihn— ha sido uno de los poetas chilenos más importantes de la segunda mitad del siglo XX.

1.- Leer mucho, muchísimo, antes de escribir. Escribir mucho, muchísimo, antes de publicar. Publicar es sólo un accidente y no tarea esencial del poeta (Cfr. Emily Dickinson y Gerald Manley Hopkins).

2.- La poesía no es ajena a otros géneros literarios. Juega con ellos. Tampoco es ajena a otras disciplinas artísticas e intelectuales. El poeta que sólo sabe de poesía no sabe nada de poesía.

3.- Las influencias, lejos de ser angustiosas, son salutíferas. No hay poeta que no se inserte en una tradición. La poesía es un diálogo inmemorial, sin tiempos ni espacios, aunque el poeta busque articular ese diálogo desde un espacio y un tiempo determinados.

4.- En poesía sólo cabe la excelencia y la excelencia es rara. Aspirar a una obra es quizá demasiado; tres poemas buenos bastan para justificar a un poeta.

5.- Huir de toda idea preconcebida sobre la arquitectura del poema. Cada emoción dicta su ritmo y fraseo. Levedad y pesadez no son categorías excluyentes; el pensamiento destila al sentimiento y el sentimiento vivifica al pensamiento. La emoción inteligente es el triunfo de la facultad de dar forma a una experiencia manteniendo cohesión y tensión.

6.- El poema, a pesar de ser hijo de la memoria, es un acontecimiento originario. El poeta busca la a-letia, el olvido del olvido, y para eso ha de ser al mismo tiempo cronista y vaticinador. La nostalgia del futuro es la actualización del pasado en el presente.

7- El poema es un ejercicio de economía verbal. La poesía es un cedazo contra la verborrea, la enfermedad más peligrosa del lenguaje, ya que anula el pensar claro y distinto, indispensable para la consistencia de la emoción proyectada por la palabra. Lo brilloso es la antítesis de lo brillante.

8.- El poeta no es un iluminado. No es ni la voz de la tribu ni el portador de verdades canónicas. Es un modesto artesano del lenguaje. Su lar es la palabra. A ella se debe. Y la fragua desde el silencio creador.

9.- Un poeta no debe adjurar de sus obsesiones o demonios para complacer los dictados de las modas literarias, vengan éstas del mercado, la academia, la crítica o la prensa. La fidelidad a uno mismo es la prueba de fuego de toda creación honesta y auténtica.

 

 

 

 

Teillier, no la leyenda


Por Floridor Pérez
Revista de Libros de El Mercurio, Viernes 3 de junio de 2005

Cuento en pantalla otras cincuenta direcciones que recibirán el mismo correo electrónico que leo —uno de esos mensajes tipo "para fulanodetal@yotros.cl"— y no puedo dejar de pensar en Jorge Teillier con su más creativo aporte a la poesía de los años sesenta, su revista «Orfeo». Abro un ejemplar y cuento veinticuatro corresponsales en el país y quince en el extranjero. Como entonces no bastaba apretar una tecla, había que escribir esas cartas, meterlas en sobre, pegar estampillas, llevarlas al Correo. ¡Él lo hizo! Además, para tejer tamaña red que abarcó a Talca, París y Londres; y se extendió de Madrid o Genova a Buenos Aires; de Argelia a Islas Canarias; de California a Sao Paulo, se necesitaron muchos contactos previos. ¡El los hizo!

"Un día seremos leyenda" escribió Teillier. Desgraciadamente, cumplido el vaticinio, su leyenda no le hace justicia. A una época que comenzaba a farandulizarse le interesó más el poeta de los bares que en los años noventa le creyó a Esenin: "es mejor morir de vino que de tedio", que el poeta de los lares que en los años sesenta —a través de esas corresponsalías de «Orfeo»— actualizó en el mapa literario lugares como Chuquicamata, Ovalle, San Bernardo, Licantén, Tomé, Angol, Lautaro, Pitrufquen, Los Lagos, Panguipulli... Y no se me suponga la tonta pretensión de blanquear su imagen bohemia, sabiendo que su propia poesía vendría a desmentirme: "sí, es cierto, gasté mis codos en todos los mesones". Seria injusto ocultar ese Teillier. Pero es justo mostrar también el otro.

Y el verdadero Teillier, que se sentía tan a gusto en la biblioteca como en el bar, el Teillier de los años sesenta —más claramente, de antes de 1973— fue un buen ejemplo de poeta que se gana honestamente la vida como funcionario, pero no se burocratiza. No abandonó su oficina en el Boletín de la Universidad de Chile, pero abrió sus puertas a cuanto poeta provinciano descendió de un bus en Plaza Almagro, o como yo —para no pasarse ni perderse— se vinieron caminando desde la Estación Central. Algunos darían cuenta de nuevos suscriptores para «Orfeo», Otros entregarían colaboraciones, muchos simplemente vendrían a conocer al poeta. Allí se fraguaron viajes, recitales, publicaciones. Por esos años la Universidad financiaba la bella colección de los premios «Alerce», y a ese aporte a nuestra literatura debería agregarse el reconocimiento por esa oficina de su Casa Central que —Teillier mediante— durante un tiempo hizo de consulado en Santiago de los poetas de Chile. Para que no se me critique un sesgo regionalista, mi última visión de ese lugar: giro la manilla y desde adentro alguien hace fuerza en sentido contrario.

¿Me estarán cerrando la puerta? No, era que salían Nicanor Parra, Waldo Rojas y Jorge Teillier. Y una aclaración para los poetas más jóvenes, que compartieron con él después: no atacamos de frente, hacia la Unión Chica, sino por el flanco derecho, hacia el Indianápolis. ¡Claro que el bar de entonces, en el Santiago de entonces!

 

 


 

 

Teillier post humo


Por Mario Valdovinos
Revista de Libros de El Mercurio, Viernes 3 de Junio de 2005.


A partir de la muerte de Jorge Teillier, el 22 de abril de 1996, la reedición de sus libros y la publicación de visiones críticas en torno a su poética no han cesado. Sobresalen entre éstas, aquellas propuestas que intentan una nueva mirada sobre el sendero abierto por Teillier en la poesía chilena, y paulatinamente en el ámbito de la lírica en lengua española, por encima de otras que redundan en los vericuetos ya transitados, incluso en vida del fundador de la aldea poética.

Uno de los volúmenes de revisión crítica de la propuesta teillierana La poesía de Jorge
Teillier, la tragedia de los lares
(Ediciones Lar, Concepción, 2001), de Niall Binns, plantea el agotamiento de una esfera, cuya órbita se desgastó a fuerza de girar sobre un solo eje: el de la utopía arcaica de los lares. En el conflicto histórico entre tradición y modernidad, la poesía lárica, que ya escamoteó la vanguardia, opta por la tradición telúrica y castiga lo moderno, o lo ignora.

¿Pero, cómo son los poetas láricos? Es decir, los poetas que reverencian a las divinidades del hogar, a los dioses que dan la lumbre en los espacios del cobijo. Binns rescata la noción de Teillier: "Observadores, cronistas, transeúntes, simples hermanos de los seres y las cosas", que aspiran a recuperar la Edad de Oro que supuestamente experimentaron en su infancia.

No sólo son testigos de un derrumbe, el de un cosmos que se desmorona ante los embates del tsunami moderno; en el caso de Teillier, hubo una apuesta por asumir, desde la esfera de la prosa, el ensayo, el artículo, el manifiesto, una postura, por así decirlo, de contemporaneidad, de compromiso, tal era la palabra clave en años que sumaban a las eternas épocas de penurias, el agregado de las transformaciones sociales, un universo fundacional que confiaba, al decir de Lihn, el antilárico, más en sus fuerzas que en sus himnos.

Un intento, por así designarlo, de incorporarse a la vida, es el volumen Prosas (Sudamericana, Santiago, 2000) compilado por Ana Traverso; también desde el género de la entrevista, no es difícil rastrear una huella disidente en Jorge Teillier. Entrevistas 1962-1996 (Quid Ediciones, Santiago, 2001), de Daniel Fuenzalida.

Por otro lado, en el espacio de lo específicamente lírico, Hotel Nube (Lar, Concepción, 1996) y En el mudo corazón del bosque (FCE, Santiago, 1997), los más destacados poemarios póstumos de Teillier, incluyen, sin abandonar el lenguaje de las raíces, aperturas del vate hacia una posición crítica frente a un tiempo de apagones que la luz lárica, a su manera, no soslayó.

A pesar de las reservas de quienes en forma legítima y coherente deploran la poética de los lares por repetitiva e ineficaz como ética y como estética, el universo aldeano propuesto por el vate de Lautaro genera adhesión emocional, estremece cutánea y cardíacamente, aunque el lector sepa que no es, y tal vez nunca fue, idílico. Es lícito pensar que la modernidad, cuando se vuelve tradición —quizás—, puede fundar otros lares y otra nostalgia, el mal poético por excelencia.

 
 

 

 

 

 

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JORGE TEILLIER (1935 - 1996).
Chile quiere leer.
Revista de Libros de El Mercurio.
Viernes 3 de junio de 2005.