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Francisco Pereira, David Hume: Naturaleza, conocimiento y metafísica (Santiago, 2009)

Observando a Hume

Joaquín Trujillo
Revista H, Año 2, Nº 8, Junio 2010

 



Cuenta Walter Bruford que en su paso por el palacio de Schönbrunn en Viena, David Hume, entonces ya anciano y muy redondo, fue recibido por la emperatriz María Teresa; cuando el filósofo escocés se retiraba sin dar la espalda a la Habsburgo –según el protocolo de la corte–, la emperatriz comprobó, en la cara aterrorizada de sus súbditos, que debido al enorme peso de aquél, amenazaba con tropezar y rodar por el salón. Entonces, sin mediar solicitud, lo autorizó para darle la espalda a fin que su salida no causase ningún daño. “Sans cérémonie!”, le gritó. Esta licencia oficiosa que otorgaba la emperatriz despechada, creadora de una famosa Policía de Castidad dieciochesca, es hoy una especie de símbolo. Fueron en su momento tan arrolladoras las tesis de Hume contra asuntos de cuya fortaleza dependía la moral pública, o contra esa tendencia escolástica todavía demasiado presente en el racionalismo moderno, que puede decirse sin temor a caer en el desparpajo, lo siguiente: a nadie le interesó que Hume diera la espalda a su Alteza Imperial; les bastó, en cambio, con que se retirara sin provocar mayores contratiempos. Pues sólo temían a su peso físico.

No son muchos los filósofos que han gozado del privilegio peligroso de constituir en vida una seria amenaza a esa arraigada pretensión –después, y mucho después de Hume– hoy conmovedora consistente en creerse asistido por un conocimiento certero de las cosas. Poder decir que las cosas son las cosas pese a toda molestia filosófica. Lo que la historia de la filosofía dijo fue que ese genial progresista reaccionario que era Kant, fue quien finalmente se arriesgó a hacer salir a Hume de su presencia pero sin permitirle dar la espalda. Kant se atrevió a mirar a Hume, y de este atrevimiento tan señalado procede un ya viejo cuento de desvelos dogmáticos.

David Hume: Naturaleza, conocimiento y metafísica (Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2009) es un libro prístino, necesario para quien se atreva a mirar a Hume entrar en su vida. Su autor, Francisco Pereira Gandarillas, quizá gracias a sus estudios de pregrado realizados en una institución universitaria confesional, parece percibir con mayor capacidad de asombro el poder persuasivo de Hume y las consecuencias de ese poder ante los inmutados antiguos poderes. Un ejercicio propiamente kantiano. El libro recorre el pensamiento de Hume con suma prolijidad, ausencia de digresiones y una prosa a menudo opaca, como si se tratara de un verdadero sistema, sin, por supuesto, tratarlo forzosamente como tal –lo que sería un burdo anacronismo decimonónico, en el cual caen con tanta facilidad incluso los buenos manuales de filosofía.

Sin bien David Hume.., es particularmente agradable por su afabilidad (a veces se abusa de flácidas etiquetas), se extrañan en él posiciones menos legitimadas por la bibliografía de la que se nutrió el autor. Uno recuerda obras monográficas como The Radical Spinoza, de Paul Wienpahl, y desearía poder hallar en este excelente libro, como sí se halla en aquél, una cuota menos recatada de tesis provocativa, antojadiza, o, por último, verdaderamente equivocada. Pereira Gandarillas rehuye con frecuencia terrenos inseguros, como si le aterrara no hallarse en el centro de un macizo continente. Y, claro, pareciera que el espíritu humeano persigue precisamente lo contrario. Recordemos que uno de los mayores aportes efectuados por Hume, consistió en haber puesto en duda, en haber interrumpido, lo que hasta su gran ocurrencia era una verdad tan obvia como de extraordinaria beatería: el que había leyes en la naturaleza misma, y que esas leyes podían, en términos elementales, entenderse como lógicas. A eso se llama Principio de causalidad. Hume, entre otras cosas, vio que había repetición, no convicción legal en el acontecer. Asimismo vio que el procedimiento deductivo era circular. ¿De dónde entonces podía filosóficamente concluirse que había una ley cierta en las cosas, si la experiencia constata mera repetición, y la mente racional sin cuerpo, algo peor: mera tautología? Conclusión: el conocimiento inductivo, esto es, empírico, es el único agregativo, pero ni siquiera es certero (Pereira Gandarillas rescata las críticas a esta nueva inestable convicción). Y hay una conclusión todavía más obscena: si no puede haber ley moral racional, menos podrá haber teológica. Como se ve, Hume es un ícono del New Wave, es el filósofo del riesgo mucho antes que Derrida abuse de la filosofía definiéndola como eminentemente riesgosa. Así lo supo la católica María Teresa sin haber leído ni la tapa de su invitado. Su experiencia de Landesmutter le hizo imaginar un posible desastre físico en su salón. Y evitó ese riesgo.

Con todo, David Hume… es el trabajo de un autor serio, meticuloso y fino.

 

 

 

 

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Francisco Pereira, David Hume: Naturaleza, conocimiento y metafísica (Santiago, 2009).
Por Joaquín Trujillo.
Revista H, Año 2, Nº 8, Junio 2010.