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SOBRE 
EL POEMA
 "UN DESCONOCIDO SILBA EN EL BOSQUE", DE JORGE TEILLIER
Por 
Eduardo Llanos Melussa 
Artículo 
publicado en Mesa redonda, Universidad Central, Santiago, Nº 2, 2003, 
pp. 69-73. Reproducido en Luna de locos,
 
Revista de poesía, Pereira, 
Colombia, nº 9, noviembre 2003, pp. 34-38.
La 
esfericidad de la poesía teillierana queda particularmente de manifiesto 
en varios niveles sucesivos: en la cohesión de cada poema; en la coherencia 
de cada poemario; en la continuidad entre su primer poemario y los siguientes; 
en la consistencia que se puede apreciar entre su poesía, su prosa crítica 
y sus esporádicas incursiones en el cuento; finalmente, entre la congruencia 
de su escritura y su vida real, entre literatura y existencia.
En esta 
ocasión procuraré mantenerme en el primer nivel. Habiendo ya comentado 
con cierto detalle varios poemas, ahora me detendré en "Un desconocido 
silba en el bosque", de Poemas del país de nunca jamás 
(1963). Helo aquí:
Un 
desconocido silba en el bosque.
Los patios se llenan de niebla.
El padre 
lee un cuento de hadas
y el hermano muerto escucha tras la puerta.
Se 
apaga en la ventana
la bujía que nos señalaba el camino.
No 
hallábamos la hora de volver a casa,
pero nos detenemos sin saber dónde 
ir
cuando un desconocido silba en el bosque.
Detrás de nuestros 
párpados surge el invierno
trayendo una nieve que no es de este mundo
y 
que borra nuestras huellas y las huellas del sol
cuando un desconocido silba 
en el bosque.
Debíamos decir que ya no nos esperen,
pero hemos 
cambiado de lenguaje
y nadie podrá comprender a los que oímos
a 
un desconocido silbar en el bosque.
 
Como muchos poemas de Teillier, éste también ofrece una circularidad 
en espiral: comienza y termina con dos versos casi iguales, y además en 
las estrofas intermedias se repite una variante que equivale a un ritornello. 
El poema es relativamente breve, pues consta de diecisiete versos y cuatro estrofas 
de cuatro versos cada una, a excepción de la segunda, que tiene cinco. 
La primera estrofa presenta esa típica fusión teillierana 
entre mundo y trasmundo: "Un desconocido silba en el bosque. / Los patios 
se llenan de niebla. / El padre lee un cuento de hadas / y el hermano muerto escucha 
tras la puerta." En este contexto predominantemente auditivo (un desconocido 
silba, el padre lee en voz alta, el hermano escucha detrás 
de la puerta), hay al menos cuatro matices que nos evocan una escena más 
bien imaginaria o fantasmática: el ambiente es boscoso, hay niebla, se 
lee un cuento de hadas y el hermano escucha a pesar de estar muerto. Todos esos 
elementos crean una atmósfera envolvente y sugestiva. 
Un aspecto 
clave es la perspectiva desde la cual el poema está escrito: afirmando 
que el hermano escucha tras la puerta, el hablante parece situarse al interior 
de la casa, a medio camino entre el padre vivo y el hermano muerto. Pero inmediatamente 
después (versos quinto y sexto) sobreviene un cambio: "Se apaga en 
la ventana / la bujía que nos señalaba el camino." Así, 
ahora el hablante es alguien que mira la ventana desde fuera de la casa. Sin embargo, 
ese desplazamiento del punto de vista no impide que se mantenga una suerte de 
coherencia fílmica. En efecto, a la manera de un guión cinematográfico 
que hilvanara escenas mediante algún elemento común, esa "puerta" 
del cuarto verso (fin de la estrofa primera o "escena uno") se conecta 
con la "ventana" del quinto verso (inicio de la estrofa segunda o "escena 
dos"). Además, esta segunda estrofa (la única de cinco versos) 
introduce otro cambio: la perspectiva del yo implícito (apenas visible 
en el estilo casi narrativo de la primera estrofa) es reemplazada ahora por un 
'nosotros' implícito, que nos hace imaginar cierta vaga compañía 
para el hablante. El lector no podrá precisar si la primera persona del 
plural obedece a que el hablante está ahora acompañado por su pareja, 
o si más bien está recordando escenas compartidas con su hermano 
mientras estaba vivo; incluso se podría asumir que ese 'nosotros' involucra 
a cada lector, transformándolo en acompañante del poeta. Y así 
como la niebla del segundo verso nublaba la visión del patio, ahora una 
bujía se apaga, haciéndose menos visible el entorno y el camino, 
justo cuando los sujetos del poema no hallaban "la hora de volver a casa". 
En la tercera estrofa el hablante no sólo sigue difuminándose 
en el plural, sino además parece compartir la mente de los otros, o al 
menos puede saber qué pasa por ellas: "Detrás de nuestros párpados 
surge el invierno...". Según el sentido común, lo que cada 
uno experimenta "detrás de los párpados" es un acto de 
la memoria o de la imaginación y, por tanto, no debería ser perceptible 
para nadie. Pero estamos ante un poeta vívidamente sintonizado tanto con 
el entorno como con el alma de los otros, con lo visible y lo invisible, con lo 
real y lo trans-real. En efecto, a la niebla ya mencionada se agrega esta vez 
"una nieve que no es de este mundo", y su efecto es también desorientador, 
pues "borra nuestras huellas y las huellas del sol". Así, pues, 
con mayor razón ya no se sabe dónde ir "cuando un desconocido 
silba en el bosque".
Dada la dinámica inclusiva y en expansión 
que el poema pone en marcha, a estas alturas los propios lectores podríamos 
estar incluidos como parte de ese 'nosotros' que ahora ha terminado por instalar 
su realidad evanescente al final del poema. Y ocurre que la última estrofa 
se decanta hacia una metanoia, una transformación psicológica profunda 
que nos incluye y nos eleva: también nosotros tendríamos que avisar 
que ya no nos esperen, pues durante la lectura hemos perdido igualmente el camino 
y el lenguaje habituales.
De modo que esa senda extraviada y ese lenguaje 
perdido son quizás las señales de un tránsito hacia una zona 
de realidad y de experiencia nuevas, aparentemente inefables o incomunicables: 
"y nadie podrá comprender a los que oímos / a un desconocido 
silbar en el bosque". 
Ese 
"nadie" es más bien una hipérbole, pues quizás 
sí lo comprendemos, en la medida en que leyendo el poema percibimos que 
su autor es vocero de una vivencia a la que cada uno de nosotros puede ser llamado.
Ese 
sentimiento es nuevo y a la vez antiquísimo, ya que tiene algo de religioso. 
De hecho, aquel desconocido silbando en el bosque bien podría ser Dios 
mismo. Sin embargo, tampoco asistimos a la exaltación de un alma que versifica 
sus cuitas privadas con Dios, en una suerte de éxtasis solitario y vertical. 
Lejos de eso, aquí estamos ante un poeta que se comunica de modo horizontal 
con sus semejantes y que asume una voz plural, adoptando un 'nosotros' que parece 
acomodarle y fluir espontáneamente. La naturalidad de esa fluidez es casi 
literal, pues el poeta logra armonía consigo mismo precisamente por estar 
abierto en tres direcciones: hacia "arriba", con una divinidad intuida 
y que no necesita ser invocada o siquiera mencionada, pues lo abarca todo con 
la sutil penetración de su silbido; hacia "los lados", en contacto 
vivo con sus familiares inmediatos (vivos o muertos) y los demás congéneres, 
hermanados por la condición compartida de errantes que en la niebla buscan 
el verdadero camino; finalmente, hacia "abajo", en dirección 
a una naturaleza que el hombre quisiera subordinar, pero que en realidad lo rebasa 
y lo acuna.
No es de extrañar que los elementos naturales que aparecen 
en el poema compartan cierta vaguedad similar a la del propio hablante. Así 
como éste se mueve entre un yo individual y el no-yo colectivo, 
entre su condición de criatura natural (un animal entre otros) y su condición 
de persona (es decir, un hacedor de cultura alejado de la naturaleza), así 
también el bosque podría ser natural (como de hecho abundan en el 
sur de Chile) o artificial (el cultivo forestal es también común 
en esa zona). De ese modo, se nos remitiría a Dios en el primer caso y 
al hombre en el segundo. 
De manera similar, la niebla es agua en estado 
intermedio, entre líquido y gaseoso, mientras por su parte la nieve no 
es ni completamente líquida ni completamente sólida. Por otro lado, 
aparte de su proximidad en el plano del significado, las palabras 'niebla' y 'nieve' 
tienen también semejanzas "materiales": desde luego, ambos vocablos 
son sustantivos femeninos, de acentuación grave, bisílabos y, por 
si fuera poco, también comparten los tres fonemas de la primera sílaba: 
nie-. Agreguemos todavía una casualidad curiosa: el vocablo latino 
silva, que origina en castellano la palabra selva, significa simplemente 
bosque. 
Como ya he explicado en otra ocasión(1), 
la poesía de Teillier es fronteriza y transicional. Bajo su aparente inmovilidad, 
oculta un dinamismo profundo, símbolo de una religiosidad natural o espontánea 
que, al margen de todo confesionalismo y a mucha distancia de los fundamentalismos 
sectarios, se ofrece como un puente colgante para pasar siquiera por segundos 
a esa otra orilla de la que nos ha hablado Octavio Paz. Y creo que ése 
es el secreto de la fascinación que ejerce sobre tantos lectores: a todos 
y cada uno de ellos les ofrece implícitamente la promesa de acercarlos 
a una dimensión arquetípicamente poética, donde un lirismo 
genuino ennoblece la existencia y nos religa al mismo tiempo con lo celestial, 
la comunidad y la naturaleza, todo envuelto por una atmósfera sencillamente 
sagrada y sagradamente sencilla.
 
 Eduardo Llanos Melussa 
(febrero 2001).
 
 
NOTAS
 
(1) "Jorge 
Teillier, poeta fronterizo". Prólogo a Los dominios perdidos, 
antología poética de Teillier, selección de Erwin Díaz. 
Fondo de Cultura Económica, Santiago, 1992 [62002], pp. 9-15.