A los mineros encerrados
              Ay, el húmedo infierno
                donde en vida están sepultas
                las palabras, las manos y la carne,
                la promesa de la voz externa,
                un rumor,
                y la luz invernal de los desiertos.
              Una cocina en soledad revuelta
                bajo los escombros de falsos cielos;
                un hospital de gritos saturado
                en mitad de tierra firme y retirada.
              Nada se destruye, todo se hunde
                en un mar tan espeso como el oro
                donde sólo el oro se zambulle;
                un mar tan inaudible como el grito
                lanzado a los muros del sepulcro.
              Óyete, esta no es la muerte que deparan
                los dioses a los animales,
                es la vida de los animales
                en las jaulas más profundas del infierno.