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Una relectura de Ilya Ehrenburg

Por Jorge Teillier
(En Plan, Stgo., N° 18, octubre de 1967, p. 27)


Uno de los más detestables delitos del mundo de las letras es el de la necrofilia literaria. Ciertamente. Es más cómodo hablar de los muertos que de los vivos, o conmemorar su defunción para fines hasta de provecho personal. Me quiero salvar de antemano: si hablo de Ilya Ehrenburg no es en nombre del recuerdo o por una lamentación que resultaría irrisoria, sino porque siempre lo he tenido presente en el horizonte de las lecturas, y tras recibir la noticia de su muerte he vuelto a ver varias de sus obras.

La muerte de un escritor suele solidificar el cauce de su visión dentro de uno mismo, y así la imagen polifacética de aquel a quien vio Gómez de la Serna "convirtiendo en un largo claustro las calles por donde pasaba o sacudiéndose el barro de las trincheras de Verdun", se me ha reducido principalmente a la del cínico, ácido, nihilista y a la vez esperanzado autor de Julio Jurenito, obra señera entre aquellas que surgieron en el primer período de la Revolución Soviética, entre las tan notables de Pilniak, Babel, Leonov, Constantin Fedin (Las ciudades y los años), Lidia Seifulina, Kataev. Sí, el autor de Julio Jurenito, sin desmerecer sus poemas que nos llegaron empañados por la traducción y el prodigioso reportaje de Gentes, años, vida en donde como en un film se reconstruye el París de la Primera Guerra en donde Ehrenburg desde el Café La Rotonde se situaba en el centro mismo del prodigioso movimiento artístico de vanguardia -inolvidable es su semblanza de Modigliani, por ejemplo- o la del Moscú de la Revolución, en donde no sólo muestra el fondo apocalíptico, sino el cotidiano: su ir y venir en busca de un par de pantalones nuevos, o de té; las conversaciones sobre Teseo y Ariadna con los poetas simbolistas cuando en las murallas se pegaban los primeros decretos del Soviet, y las penetrantes semblanzas de Maiakovski, Pasternak, Esenin. Sí, el autor de Julio Jurenito por sobre el novelista del Deshielo que señaló nada menos que el advenimiento de una nueva época en la vida cultural de la URSS, o por sobre el cronista singular de la Segunda Guerra, por último, Julio Jurenito fue escrito en 1922 en menos de un mes, "como si alguien me llevara la mano mientras escribía", dice el mismo autor, y su protagonista es un mexicano nacido de las charlas con el fabuloso pintor Rivera (el cual decía que todos los jóvenes rusos veneraban a Ehrenburg y las jóvenes se dejarían matar por él). Jurenito recorre la Europa del 1910 al 20 en compañía de una troupe de discípulos en donde están representados desde el capitalista Mr. Cool hasta un negrito idólatra, un vagabundo italiano y el mismo judío-ruso Ehrenburg.

Recuerdo que leí este libro en un tren nocturno, en un carro atestado, de tercera clase, por supuesto hace años en una detestable edición chilena. Un tren acorde con el libro, pues iba atestado como aquellos de los primeros tiempos de la Rusia Bolchevique, abundando sobre todo los campesinos y militares. Ahora, lo veo de nuevo y me da la misma sensación de actualidad (como tal vez me la darían Fontamara, Sin novedad en el frente, Los cardos del Baragán, libros fundamentales de la adolescencia provinciana). Al releerlo siento desprenderse de él ese "ruido" que dice el poeta Alexander Blok sentía sin cesar como el desprendimiento de un iceberg, y que es el que sentimos cuando en silencio observamos la vida nuestra en nuestra sociedad en crisis (por eso mismo, no sin ironía, dice Ehrenburg que Jurenito es un libro hoy día leído en la URSS sólo por los pensionados). Las condiciones en las cuales escribió Ehrenburg Jurenito en 1922 son a grandes rasgos las mismas de nuestros días: la guerra no ha muerto y amenaza estallar, los pueblos coloniales (ahora se los llama subdesarrollados) continúan siendo cínicamente explotados, vivimos en incertidumbre, con máscaras de falsedad, en la angustia y por eso mismo en Chile existen tantos y conocemos tantos personajes de Dostoievski. Y están entre nosotros los héroes de Julio Jurenito: Mr. Cool el gerente soluciona todos los problemas con el libreto de cheques, Mr. Delaye, el buen burgués, cultiva él mismo su jardín y es dueño de pompas fúnebres en donde se discrimina a los pobres, aún hay quienes al mismo tiempo pueden ser "nacionalistas y socialistas" como Herr Schmidt, el alemán que prefiguraba a Hitler declarando: "Tenemos que organizar a los rusos y a los franceses. Colonizar Rusia lo más radicalmente posible. Dejaremos la tierra arrasada... Entre matar un loco y diez millones de locos no hay más que una diferencia de cantidad...".

Ilya Ehrenburg declaraba que Julio Jurenito era su libro preferido, el primero donde dejó de ser un imitador, un "simio literario". Como todos los suyos, fue esencialmente polémico, y debió salir hasta Lenin en su apoyo. Y es que Ehrenburg fue esencialmente un rebelde, siempre profundamente sincero y defensor de la vanguardia artística contra los comisarios, y por sobre todo un amante de la fraternidad humana. Por eso, para terminar se le puede dejar la palabra:

"En Jurenito estigmaticé toda suerte de racismos y nacionalismos, denuncié la guerra, la crueldad y la codicia y la hipocresía de los hombres que la provocaron y que no quieren renunciar a las guerras, el fariseísmo del clero que bendecía las armas, de los pacifistas que discutían "procedimientos humanos para el aniquilamiento de la humanidad", de los seudosocialistas, que justificaban el espantoso derramamiento de sangre. Ahora, estampo de nuevo mi firma al pie de estas ideas; si odio el racismo y el fascismo, si encuentro fuerzas para participar en la lucha por la paz, es porque en medio siglo un hombre puede gastar muchos trajes y ser siempre el mismo".


 

 

 

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Una relectura de Ilya Ehrenburg.
Por Jorge Teillier.
(En Plan, Stgo., N° 18, octubre de 1967, p. 27)