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JORGE TEILLIER
"PENSABA SUICIDARME, PERO NO CORRESPONDIA AL AÑO 85"


Por Jaime Valdivieso
Publicado en APSI,
N°161, 9 al 22 de septiembre de 1985


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Acaba de cumplir cincuenta años. Para muchos, es uno de los mejores poetas chilenos. Para algunos, el mejor. Pertenece a la generación inmediatamente posterior a la del cincuenta. Su primer libro, "Para ángeles y gorriones", apareció en 1956. Desde entonces (hasta sus más recientes libros: "Para un pueblo fantasma", "Los trenes que no has de beber") publica con una especie de persistente apatía. Se le ha llamado el rey Midas de nuestra lírica: todo lo que toca su pluma se transforma milagrosamente.

Jorge Teillier ha creado escuela: es el poeta de la casa, del lugar, de la memoria de hombres, hechos y cosas que el tiempo ha ido devorando: un historiador, en suma: un cronista mágico de las circunstancias diarias e imperceptibles que rodean nuestras vidas. Sus libros llenan de una riqueza extraña nuestro espíritu, y agregan una nota inhabitual a la tradición de la cultura y de la literatura de nuestro país.


Conversamos en una clínica donde se hace un tratamiento antialcohólico. Se le ve casi completamente recuperado, aunque se le nota algo intranquilo. Es un hombre alto, delgado, que parece atravesar el mundo en un sueño diabólicamente lúcido. De pronto, va y dice: "Tengo la nariz más roja que los bebedores, te darás cuenta". Nunca pierde el humor. Por nuestro lado pasa un hombre gigantesco que habla en voz alta y que de repente se echa en el pasto embelesado por su propio monólogo; luego, una muchacha transparente se hinca a rezar frente a un nicho con dos vírgenes; poco después se asoma un adolescente de mirada frenética: junto a Teillier, dan la impresión de perder todo signo de espanto, y hasta un extraño halo de poesía pareciera rodearlos.

Se dice, ahora más que nunca, que sientes atracción por los poetas malditos, por los bebedores y suicidas. Incluso has anunciado la publicación de un ensayo sobre "Nuestros poetas malditos".
—Creo que se parte de un equivoco. Poeta maldito, según el término de Baudelaire, es aquél un poco lumpen, que casi no se dedica a escribir, sino más bien a la vida de cafés y bares; es el poeta que voluntariamente se margina de la sociedad: una especie de autosacrificado, como Teófilo Cid. Mi admiración en este país vendría por un tipo de poeta como Carlos de Rokha o Rojas Jiménez, y, en Francia, por el mismo Baudelaire que, como los primeros, dejó una obra. No hay que ver a éstos como hombres sin obras. Yo creo que eso es una especie de lugar común. Siendo yo un bebedor como un millón de chilenos, habría un millón de chilenos malditos. Siento admiración por los poetas que se han automarginado de la vida literaria propiamente tal.

Pensando en ese millón de alcohólicos, da la impresión de no haberse avanzado mucho en ese problema.
—Nada, o casi nada, en cuanto a sus orígenes sicológicos. En otros países se ha avanzado en casos relativamente fáciles, pero nada con respecto a lo que pasa aquí dentro, en el alma.

Hablemos de tu último libro, "Cartas para reinas de otras primaveras", que algunos consideran que desmerece frente a tu obra anterior.
—Yo creo que es un libro muy irregular, hecho en forma precipitada. Hay poemas que me gustaron y que ahora no me gustan nada. Yo pensaba publicar un libro mucho más grueso, y resultó tan flaco como mi primer libro.

Una especie de vuelta, de circulo.
—Sí, un recordando con ira, como diría Osborne. Hay poemas que reflejan en muchos sentidos lo que ha sucedido en Chile. Mi poesía ha cambiado porque yo también he cambiado. Es un poco amarga, no melancólica. He perdido el sentido de la magia en esos poemas, creo.

No me parece, pues hasta el titulo continúa siendo mágico.
—Los considero, sin embargo, poemas demasiado contingentes, no poemas de iluminación o revelación. Pero hay gente que piensa que es mi mejor libro: Hugo Montes, por ejemplo, a quien ahora considero un gran critico, por supuesto. También los jóvenes se sienten especialmente interpretados. No creo que sea un libro que me represente exactamente. Pero me entretiene. Es la única lectura que tengo, lo leo todos los días.

Pareciera que te has vuelto un tanto nihilista, que la poesía no representa ya mucho para ti.
—No creo que la poesía sea algo inútil, desde el punto de vista que me ha permitido sobrevivir y vivir; tampoco creo que sea inútil para las trescientas personas que la leen. Nihilista es una persona que perdió todo optimismo. Yo todavía lo tengo. Tal vez esté más cerca del anarquismo en este momento. Pero no es una desilusión frente a los sistemas políticos, sino frente al ser humano. No creo que el hombre sea intrínsecamente perverso, pero si es pervertible.

Recuerdo haber estado varias veces en tu casa, y todo allí indicaba o aludía a lo que se acerca más a la palabra "idílico", "hogar feliz", "hijo admirado y consentido", apreciado por todos en Lautaro. Tu caso refutaría la idea de Sartre de que se escribe por la necesidad de ocupar un lugar en el mundo, por una suerte de desafío frente al medio.
—Yo no creo en la influencia geográfica o telúrica, como podría decirse, pero creo que influye poderosamente en el sur una tradición poética que es como el humus. El poeta en el sur, por lo menos en el liceo, es admirado, tal como un deportista, cosa muy importante. En mi caso, era importante en la familia. Mi padre es un hombre culto dentro de sus limitaciones. Yo leí "Los cardos del Barragán", de Panit Istrati, a los nueve años; en casa se podía hablar de todo, había una admiración por el escritor, empezando por Neruda. Mi pueblo es un pueblo chato, de gente no lectora de poesía ni mucho menos, pero respetan y saben de alguna manera que el poeta es un orgullo y que los representa. Desde luego es una zona muy particular, es la frontera misma, la zona de Neruda, de Alonso de Ercilla.

¿Te has preocupado de una manera consciente de ser escritor de tu tierra, de su paisaje, de sus hombres?
—Mi problema es ser reconocido en Lautaro. Opino como el poeta Milocz (no el viejo, el actual), que dice que la máxima aspiración de un poeta es ser reconocido en su pueblo, pero es lo que menos obtiene. Nunca vas a tener una calle con tu nombre, así como Neruda no tiene una plaza en Temuco.

Pero decir que quieres ser un poeta de tu pueblo es ya mucho, porque para lograr esto, de alguna manera tienes que interpretar a sus hombres, sus hábitos, sus sueños, sus leyendas y paisaje. Esta preocupación que te inspira ya significa una toma de posición frente a un aspecto de la literatura que me parece muy importante en países que están formando su conciencia histórica, su identidad nacional.
—En este aspecto me siento en la línea de Neruda, de Rojas Jiménez, Por supuesto que detrás de mi hay muchas cosas; sigo, desde luego, a mis antepasados, incluso la línea de Magallanes Moure de repente, de Angel Cruchaga, pero sin proponérmelo.

El hecho de que aparezcan en tu poesía nombres de viejas revistas, canciones, nombres de poetas, deportistas, bares, tradiciones, le dan un carácter de cosa muy nuestra. Por otra parte, creo que hay una profunda vinculación entre tu poesía y el hecho de que hayas estudiado para ser profesor de historia. Tu eres el historiador, el cronista mágico de nuestra realidad, y ese gusto por los datos, por los acontecimientos diarios, se nota en tu obra.
—Si, tienes razón, me interesó siempre la historia, no sólo de mi país, sino la universal, pero por añadidura la historia local. Ahora, por ejemplo, estoy estudiando la historia de la llegada de los primeros colonos franceses (yo soy nieto de franceses) a la Araucanía. Siempre me ha preocupado la historia nacional. Me considero un chileno intrínseco; con todas las costumbres chilenas. Creo que no saldría nunca de Chile.

¿De qué crees tú que debemos defender nuestra cultura?
—De la colonización económica norteamericana y de su bombardeo diario en la televisión, en la radio. Todo eso nos coloniza. Somos el patio trasero, no cabe duda. Soy admirador, sin embargo, de los Beatniks, no incondicional. Incluso, cuando aparecieron los hippies, me pareció un movimiento muy interesante, que podía cambiar el consumismo y por ende nos iba a cambiar a nosotros. Indiscutiblemente nos fregaron con el consumismo. En el terremoto, me contaban, lo primero que salvaba la gente antes que la guagua o a un anciano paralítico, era el televisor.

Y ahora, una vez que salgas. ¿Qué vas a hacer?
—Pienso seguir investigando en la historia y escribir poesía... Pensaba suicidarme, pero creo que no correspondía al año 85.



 



 

 

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Jorge Teillier: "Pensaba suicidarme, pero no correspondía al año 85".
Entrevista por Jaime Valdivieso.
Publicado en APSI, N°161, 9 al 22 de septiembre de 1985