El Taller de periodismo literario: Revisando La Frontera congregó cinco géneros escriturales en la biblioteca comunitaria Guido Eytel de Temuco. Fue dirigido por los escritores Claudia Jara Bruzzone y Cristóbal Gaete. Este sábado a las 18 horas en la misma biblioteca se presentan el compilado con los mejores trabajos de los y las participantes (Luciano Benítez Leiva, Charlotte von T., Katherine Chávez Zárate, Mabe del Mar, Diego Rosas Wellmann, Francisco Henríquez Morales, Dante Lonkon, Nelson Soto Santibáñez, Katherine Zúñiga Oyarzún y la autora del adelanto Fernanda La Luz Figueroa), que será entregado gratuitamente a los primeros asistentes. Proyecto financiado por el Fondo del Libro y la Lectura 2025.

Es 1958, Violeta Parra, quien viviera junto a su familia los mejores años de su infancia en Lautaro, mientras su padre oficiaba de profesor de primeras letras en el Regimiento La Concepción, vuelve a pisar las tierras del toqui. Esta vez con un objetivo claro: recopilar el canto de los Ülkantufes del Wallmapu. Allí da con el mayor número de ellos, tres mujeres y un varón, a quienes primero visita en sus Lof acompañada de una vieja maleta en la que guarda su grabadora.
Ya habiéndose ganado su confianza y estima comienza a citarlos en «la casa de las gallinas», una construcción a medio camino entre un gallinero y una bodega, ubicada al fondo de la propiedad familiar que generosamente le presta su amigo Fernando Teillier Morin, padre del poeta Jorge Teillier. Es ahí donde se produce en gran parte el encuentro de Violeta Parra con el canto mapuche. Éste influirá en adelante todo su arte y en particular Las últimas composiciones, editadas en 1966, poco antes de su muerte.
Jorge Teillier nace en el solsticio de invierno un 24 de junio de 1935 en Lautaro. Es el segundo hijo de los Teillier Sandoval, y en pocos días pasará a ser el mayor. Sara Amalia, la primogénita, afectada de difteria, fallece antes de cumplir los dos años. Este evento marca la crianza de Jorge, la fuerza sobreprotectora de su madre, Sara Sandoval, le impide practicar deportes y actividades riesgosas y le salva de ejercer labores dentro o fuera del hogar, porque además, rápidamente se convierte en el favorito. Es así como Jorge pasa sus días leyendo a Verne, a Knut Hamsun y más tarde se maravilla con los versos de Rilke y el cine.

Jorge Teillier junto a Jorge Aravena Llanca. en Lautaro en 1966
Biblioteca Nacional de Chile
Entonces, la familia vive en una sencilla casa cercana al río Cautín. El mismo Teillier afirma haber nacido en esa casa, la que se ubica frente al molino Morris del cual su padre era contador. Un incendio destruye medio pueblo, sus llamas alcanzan la vivienda y sus padres se trasladan a Santiago, lugar en que su madre no logra adaptarse y al poco tiempo deciden regresar al sur. Vivirán en Angol y Traiguén y en esta última ciudad el fuego nuevamente les arrebatará el sueño del hogar. La pérdida parecía haber trazado el destino de este numeroso clan, obligándoles en más de una oportunidad a salir con lo puesto y volver a empezar en otra tierra. Sin trabajo y con siete hijos, los Teillier Sandoval no dan espacio a la mala fortuna y se devuelven a Lautaro con la esperanza de volver a empezar. En la fábrica de hilados y tejidos «Faesh» don Fernando Teillier desempeñará labores de contabilidad y prontamente podrán construir la anhelada casa familiar.
El arquitecto Emilio Nualart es el encargado de su diseño y su construcción finaliza en 1952. Es una vivienda de dos pisos que se inspira en la estética de las antiguas casonas europeas, pero se desmarca de sus pretensiones y adornos. Es edificada con maderas nativas, y sus terminaciones son simples y funcionales. Sobresalen únicamente un bloque central, que corresponde a la habitación del poeta, ubicada sobre la entrada principal, y una sólida chimenea de piedra que contrasta con la madera pintada de blanco.
Su fachada tiene orientación sur, por lo que toda clase de enredaderas y plantas crecen abundantes bajo su propia sombra. Se emplaza en un sitio rectangular que da espacio a un patio alargado y profundo en el que se halla una pérgola sostenida en varias columnas de concreto, que han sobrevivido a los terremotos de 1960, 1985 y 2010, las que están cubiertas de un parrón y enredaderas propias de las terrazas mediterráneas de sus antepasados en Europa.
La palabra se abre trecho a sus anchas en la casa de los Teillier Sandoval, la que en pocos años se convierte en epicentro de la vida cultural lautarina. Dos hijos poetas, un padre con una carismática vocación política y un país remecido por los aires de revolución que se acercan. La palabra como habitante y forastero, como remembranza de la nostalgia, como máquina para detener el tiempo, como oposición a la muerte y, a su vez, su más fiel compañera.
Ubicada en la calle Cornelio Saavedra 342, en el casco tradicional de Lautaro, el silencio que hoy guarda contrasta con la riqueza de su historia. Por una veintena de años fue el hogar donde los Teillier Sandoval se enraízan e inmortalizan. Allí se celebran nacimientos, fiestas, bautizos y despedidas.
Hoy, al mirarla desde afuera, parece inverosímil que en aquella construcción sobria, casi octogenaria, de jardines artificiosos y límpidos, alguna vez se tejieron sueños e idearios, entraron y salieron algunos de los poetas más importantes del siglo pasado y que en ella, siendo muy joven, Jorge Teillier escribió parte importante de sus dos primeros poemarios, tan contundentes e impresionantes como los que escribió en etapas más maduras de su vida.
Salvo por una placa conmemorativa en su fachada, instalada por la Municipalidad de Lautaro, no hay más pistas que cuenten su historia. No obstante, en los últimos años, el esfuerzo ciudadano de convertirla en patrimonio ha ocupado gran parte de la agenda cultural local. Finalmente, en 2022 es declarada Monumento Nacional en la categoría de Monumento Histórico por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio y se agilizan las gestiones para convertirla en casa museo, como es el deseo de gran parte de su comunidad.
Se emplaza a seis cuadras de la estación de trenes, imagen recurrente en la poesía de Teillier y a solo metros de la línea por donde pasa rugiente el tren de trasnoche que sacude el sueño de los lautarinos. El paisaje que la rodea ha cambiado, ya no quedan casas de su antigüedad, la última fue demolida hace poco y convertida en departamentos que aún permanecen vacíos. Desde sus ventanas que miran hacia el este y el jardín se aprecia con vista privilegiada el volcán Llaima y a pocas cuadras, y tras cruzar la línea del tren y el estrecho centro, está el río Cautín o lo que queda de él. La cuadra que la circunda es silenciosa, los vecinos de los Teillier han envejecido y se han muerto sin haberse movido nunca de Lautaro, sus hijos han construído nuevas casas y el hermetismo y silencio parecen reinar en ese fragmento de la ciudad, que ha crecido exponencialmente en viviendas sociales y un parque automotriz que hace casi imposible transitar en las horas peak.
Con los años la casa vivencia algunas modificaciones, se divide el terreno inicial y se vende una parte. La chimenea, que era el espacio que reunía a la familia y amigos en torno al fuego, ya no está. En la parte exterior los gallineros desaparecieron y las bodegas fueron relegadas a la parte trasera. Las exuberantes plantas de frambuesa y otros frutos que invadían el jardín fueron reemplazadas por maceteros ornamentales, pero se conserva el olivo y el parrón que acompañaron memorables almuerzos y celebraciones. Sus actuales dueños, conscientes de la importancia cultural de la casa, poco la han intervenido y dirigen sus esfuerzos a realizar mejoras estructurales. Su interior mantiene impecable la madera nativa, conserva la estructura original sin ampliaciones y han cambiado el revestimiento exterior, cubriendo la vieja madera con un fibrocemento que simula su apariencia natural y que, sin embargo, para los ojos nostálgicos de quienes crecimos aquí, le ha quitado la calidez de antaño. El dormitorio de Jorge se conserva intacto mirando hacia el sur.
Entrando a mano derecha estaba la biblioteca familiar que contaba con una colección variada entre libros de literatura y política, estaban suscritos a revistas que llegaban desde Santiago y cada visitante agregaba nuevos libros a sus estanterías. Los amigos del barrio crecieron leyendo los mismos libros que los hermanos Teillier, en palabras del poeta local Gabriel Barra, quien tradujo en conjunto con Teillier la antología poética del ruso Serguéi Esenin, «Era mejor que la Biblioteca Municipal, porque ahí prestaban de a un solo libro y en la de ellos uno se podía llevar todos los que quisiera».
A pesar de que Teillier no pasó sus primeros años en la casa, vivió junto a sus padres y hermanos parte de su adolescencia y su vida adulta, tomando una relevancia fundamental en su producción literaria. La casa y su entorno inmediato contribuyeron a configurar el mundo de referencias que incorpora su poesía lárica, relevando elementos significativos asociados a la experiencia del poeta en su tierra y cuyo mérito consiste en hacer universal a Lautaro.
En la poesía de Teillier, la casa es considerada como un objeto lárico, lo que se evidencia en diversos momentos de su obra. La casa, el fuego, el lar, que parecen significar lo mismo, el paisaje de madera del pueblo en el que el poeta no encaja y que, sin embargo, cualquiera podía ser su amigo, son figuras que aparecen una y otra vez. A la sazón de sentir que no pertenecía a ese ni a ningún lugar, la memoria emotiva de Lautaro se mantiene presente en su obra aún cuando se encontraba lejos.
En 1953, con diecisiete años, Teillier deja el pueblo para irse a estudiar Pedagogía en Historia a Santiago. En el Instituto Pedagógico conoce a jóvenes poetas y aspirantes a escritores, publica en pequeñas gacetas universitarias y periódicos como El Siglo y parece moverse como pez en el agua. La narrativa, que venía escribiendo desde los catorce años, cederá en este periodo a la poesía y muy pronto adoptará una actitud de vida con las agitaciones propias de un joven poeta de su época. La bohemia y la afición a la bebida se vuelven asiduas compañeras.
En 1955 conoce a Sybila Arredondo, hija de la escritora Matilde de Ladrón y Guevara, quien venía llegando desde Europa. Ambos estudiantes de pedagogía, experimentan el amor con el ímpetu de su corta edad. Para la primavera de ese mismo año Sybila queda embarazada y deciden trasladarse a la casa de los padres de Teillier, a la espera de su primer hijo. Con algunas intermitencias producto de sus estudios y titulación en Santiago, el poeta vive junto a su mujer y sus hijos en la casa familiar. Allí esperan y ven nacer a Sebastián en 1956, casi al mismo tiempo en que su primera publicación Para ángeles y gorriones ve la luz. Su segunda hija, Carolina, llega a fines de 1957 y a los pocos meses, en 1958, su segundo libro El cielo cae con las hojas.
La vida bucólica del sur parece dar frutos, Teillier además de escribir consigue algunas horas como profesor de Historia y Geografía en el liceo Lautaro, el que décadas posteriores a su muerte tomará su nombre. Por su parte, Sybila consigue algunas horas administrativas en la misma institución. La vida bohemia que cultiva desde hace algunos años no ve afectada su intensidad ni frecuencia en el Lautaro aldeano, es asiduo a boliches y cantinas y esto comienza a fracturar la relación con su esposa que, de temple fuerte, no parece a gusto con las andanzas y el desapego a los asuntos políticos de su marido. Como afirmara el historiador y profesor Lautaro Cánovas, colega de Teillier en aquel tiempo, «la poesía y la política no van siempre de la mano».
Hacia 1959, el desencanto con la vida laboral que poco ofrece a sus inquietudes intelectuales y sociales, les lleva de vuelta a Santiago donde pasan algunos años juntos hasta que en 1963 se separan. En adelante, Jorge visitará la casa familiar en reiteradas ocasiones, acompañado de amigos poetas, entre ellos Omar Lara, Jaime Quezada, Gonzalo Millán, Enrique Lafourcade, Floridor Pérez, Ramón Riquelme, Enrique Valdés, Oliver Welden, Sergio Hernández, entre otros, además del fotógrafo Jorge Aravena Llanca, autor del retrato de Teillier en las líneas férreas de Lautaro, una de sus imágenes más recordadas. Jorge invitaba a sus amigos que viajaban al sur a que pasaran a saludar a su papá en Lautaro. Muchas veces poetas visitaron la casa sin su presencia e incluso en compañía de sus parejas, lo que a su devota madre le generaba cierta incomodidad.
En aquellos años don Fernando Teillier es un activo político local, gran relacionador público, amigo de campesinos y mapuche de los alrededores. En 1970 es elegido gobernador de Lautaro, máxima autoridad territorial de la época, y su vida social y cultural es enérgica. El epicentro natural de sus actividades es su casa, más que el propio edificio de gobernación, y en su calidad de férreo hombre de izquierda entabla relaciones con personajes de la talla de Pablo Neruda, Salvador Allende, Pablo de Rokha, Nicanor Parra, entre otros, recibidos con oleadas de empanadas y vino tinto, ideando bajo la sombra del parrón la revolución que prontamente sería truncada.
Cuando anunciaban su visita los poetas Pablo de Rokha o Neruda, en la biblioteca familiar se generaban ciertos movimientos para mantener la paz. Gabriel Barra cuenta que si llegaba Pablo Neruda don Fernando ordenaba retirar de los estantes todos los libros de Pablo de Rokha, y si arribaba de Rokha había que sacar los libros de Neruda por su declarada enemistad literaria.
En septiembre de 1973, la casa que se había convertido en estación obligada y sede austral de enorme importancia para la vida cultural del país, queda sumida en el terror y el silencio. Don Fernando es intensamente buscado por las fuerzas represoras locales. En su esfuerzo por ponerlo a salvo dos jóvenes asesores, Andrés Burgos y Julio Haddad, son asesinados y debe huir a pie, disfrazado de vagabundo e indocumentado, hacia la estación de Cajón donde toma el tren de madrugada en dirección a Concepción. Ahí lo espera su hija Sara, y al verlo sin su bigote y desaseado, le cuesta reconocerlo. Ella es quien coordina su llegada hasta la embajada de Francia, lugar en el que se reúne con su esposa.
En pequeños grupos y reubicados en distintos países de Sudamérica y Europa la familia Teillier se ve obligada a salir al exilio. No obstante, Iván y Jorge, los hermanos poetas, se rehúsan a dejar el país. Jorge se queda en Santiago e Iván en los alrededores de Lautaro.
A seis meses del golpe, Iván visita la casa familiar. Se encuentra abandonada y la biblioteca está destruida en el patio trasero. Desde la urgencia del exilio don Fernando le pide a Iván que venda la casa, pero la venta no resulta un buen negocio y la pierden para siempre.
Don Fernando y la señora Sara regresan a Chile en 1987 y a principios de los años noventa se instalan en Concepción junto a su hija Sara. Él visita una última vez Lautaro. Recorre la calle Mac Iver, que se encuentra a metros de la que fuera su casa y por donde pasan las vías del tren. Al verlo, todo el mundo cree que es un fantasma.

Hasta el Golpe militar Teillier dirigía el Boletín de la Universidad de Chile, luego de eso queda desempleado. Sebastián, su hijo, señala que volvió en al menos tres oportunidades a Lautaro. Tras su primer viaje escribe Para un pueblo fantasma, que publica en 1978. El poemario refleja en algunos de sus versos la amargura y dolor del poeta tras la pérdida de su familia y de su casa, y con ella todo su imaginario sensible. En el libro epistolar La isla del tesoro, publicado en 1982 y coescrito con el poeta peruano Juan Cristobal, escribe «(...) Ya no resisto más el peso de la realidad y los extramuros de mi vida, como dicen los mendigos de mi pueblo. (...) Aprende a beber como los jóvenes la amarga cerveza del exilio». La segunda, cuando grabó el documental Nostalgias del Farwest en 1987 y una tercera hacia mediados de los años noventa.
Por su parte, Francisco Véjar, discípulo y amigo de Teillier desde los años ochenta hasta su muerte, señala que en 1994 viaja junto al poeta a Temuco a un encuentro de poesía y que en ese viaje lo invita a recorrer las calles de Lautaro. Al llegar visitan la que había sido su casa y son recibidos por su actual dueña, ella les permite pasar por unas horas. Teillier encuentra que la casa está llena de fantasmas. Recorre por última vez sus salones, el patio y la que fuera su habitación.
Durante algunas décadas la casa se pierde en el paisaje urbano lautarino, los años de dictadura la sumergen en el total anonimato y es recién en 1993 que Teillier recibe el primer reconocimiento en su pueblo natal tras el retorno a la democracia. En una carta que escribe al ex alcalde Renato Hauri, a quien estima como su amigo, agradece dicha distinción y le confiesa que tal vez sea la más hermosa que ha recibido en su vida. Con mucha modestia asume haber contribuido a que el nombre de Lautaro sea dado a conocer en el país y en muchos lugares del mundo con su poesía.
En 1996, tras la muerte de Teillier, Lautaro se vuelve visita frecuente de jóvenes poetas, estudiantes de letras, investigadores y turistas que viajan desde diversos lugares de Chile y del mundo, impulsados a hurgar en su universo más próximo. Al llegar se encuentran con un pueblo que, a pesar de ser considerado tierra de poetas, poco conserva de su mayor exponente literario. En la biblioteca municipal no encuentran un solo ejemplar suyo. Su encargada, quien no tiene más para compartirles que los relatos de oídos sobre el devenir de los Teillier, les recomienda caminar hasta la que fue su casa, que queda a pocas cuadras y, con suerte, quizás puedan recorrerla con el permiso de la familia que actualmente vive en ella. Ellos en agradecimiento comienzan a dejarle sus ejemplares del poeta que traen en sus mochilas y morrales, algunos corresponden a primeras ediciones, otros a viejas y gastadas fotocopias. Con todos ellos la encargada arma la primera colección del poeta en la biblioteca.
Durante largos años la actual dueña, la señora Mariana Cárdenas, recibe amablemente a los forasteros y románticos que visitan la casa. En varias ocasiones, para el día de los patrimonios facilita su entrada a quienes tienen curiosidad por conocerla, pero con el paso de los años su salud se ha visto afectada y ya no tiene las mismas energías. Entre otras anécdotas, ella relata haber sido víctima de un intento de robo por un solitario ladrón, quien haciéndose pasar por un visitante, entró en la casa y pasó largas horas con ella hasta que su aplomo y tacto lo convencieron de no robarle y marcharse. Por suerte no resultó lesionada, pero su tranquilidad y confianza ya no son las mismas. Su familia en varias ocasiones ha intentado vender la casa, pero su valor patrimonial ha elevado su precio lo que ha afectado las negociaciones para su compra definitiva. Los alcaldes de diversos sectores políticos han realizado gestiones para volverla casa museo y hasta hoy no han tenido frutos.
En su reciente visita de 2024, el presidente Gabriel Boric se comprometió a agilizar las gestiones con la Subsecretaría del Patrimonio Cultural, pero desde hace unos meses la casa ha vuelto a exhibir el peligroso letrero de venta.
En una página de propiedades de internet aparece la siguiente descripción: «Casa Patrimonial Jorge Teillier», jardines e historia, y una breve reseña del poeta. No aparece publicada la elevada suma de su venta.
