El ganado muge,
El Niño se agita,
Pero Jesusito,
ni llora ni grita.
Mira, Sam, si este libro es tan corto, confuso y discutible, es porque no hay nada inteligente que decir sobre una matanza. Después de una carnicería sólo queda gente muerta que nada dice ni nada desea; todo queda silencioso para siempre. Solamente los pájaros cantan.
¿Y qué dicen los pájaros? Todo lo que se puede decir sobre una matanza; algo así como «¿Pío-pío-pi?»
Les he enseñado a mis hijos que jamás tomen parte en matanza alguna bajo ningún pretexto, y que las noticias sobre el exterminio y la derrota de sus enemigos no deben producirles ni satisfacción ni alegría.
También les he inculcado que no deben trabajar en empresas que fabriquen máquinas de matar, y que deben expresar su desprecio por la gente que las cree necesarias.
Como antes dije, recientemente volví a Dresde con mi amigo O'Hare. Lanzamos millones de carcajadas en Hamburgo, en Berlín Oeste, en Berlín Este, en Viena, en Salzburgo, en Helsinki y también en Leningrado. Para mí fue vital, ya que viví con autenticidad las bases para varios posibles libros. Uno de ellos se llamará: Ruso barroco, otro Sin besos, otro Bar Dólar y otro, quizá, Si la casualidad lo permite, etcétera.


