En teoría, las presentaciones de un libro permiten aventurar claves o llaves de lectura que abrirían las puertas de la palabra volcada en el texto de modo que quien lea pueda “comprender”, en una necesidad de sentido, lo que quien escribe barrunta con las palabras, las “perras viejas” de Cortázar.
Quien hubiese recibido alguna vez la confesión de algún evento clave en la descripción biográfica de la vida de alguien, podría suponer que sabe el sentido que hilvana el texto de quien enuncia. Pero, en verdad, vengo a poner en duda aquello de que podemos hacernos “comprensibles”, “interpretables”, “deducibles”. En verdad, creo que es la propia Luisa Aedo Ambrosetti quien nos sepulta la posibilidad de “explicarse” a través de una clave biográfica de lectura e insiste en velar, con un velo y una vela a la vez, sus propios dichos.
Estoy leyendo su poemario por primera vez y ya siento que golpean en mí las ganas de decir sus “claves” de lectura, creyendo que puedo abrir las puertas de su poesía con las “llaves” que he inferido de su texto. Pero, lamentablemente, hay una especie de divorcio entre la carne biográfica que escribe y lo dicho y esa distancia entre una y otro es precisamente la magia y el misterio de la palabra. Misterio que es enunciable y decible solo como intento, impidiendo que cualquier codificación definitiva de ese fondo inefable del cual surge todo sentido sea catalogada como canon, biblia o ley. Es decir, revoloteamos alrededor de lo que queremos decir, circunvalando y bordeando lo decible pero siempre con la impronta del fracaso en cuanto a “trabajo hecho”. Nunca acabaremos de decir lo indecible.
Creo que nadie puede enseñar a escribir a nadie literaria o poéticamente, creo que tal vez nunca aprendemos, creo que, aun sabiendo gramática, análisis literario, métrica, perfectas metáforas o metonimias y calzáramos perfectos sinónimos, aunque brillara en nuestro poema el brillo de un diamante…aun así habría un misterio que es precisamente lo inefable de la emoción y la vivencia, sea carnal o mental, distancia que media la palabra.
Me quedo con dos imágenes iniciales de este poemario bello y cuidado que presento: La primera es el epígrafe de Clarice Lispector: “¿Soy un monstruo o es esto ser una persona?” que reverbera especialmente en los poemas iniciales de este libro al anunciar una condición que quien enuncia padece, ha devenido monstruo, y se le prohíbe ingresar a las casas de algunos y algunas amigues, pululando en recintos “no queridos”, sintiendo que caen coágulos por su cuerpo y que a fuerza de medicamentos transita por fiscalías y hospitales en los que su boca grita. Me gusta que ese misterio que danza alrededor de lo inefable haya preferido nombrar la palabra “monstruo” a la palabra “loca”. Creo que ya hemos sufrido la angustia Siglo Veinte de nuestras Alejandras del Sur, quienes padecieron las etiquetas psiquiátricas y murieron huyendo de encierros, electroshocks y pobrezas. Me gusta que ese misterio haya abierto la página en blanco de los libros no escritos a esa inmunda sensación de ser monstruo. Le agradezco a Luisa, porque en la emoción que libera esa ficción que es toda escritura se juegan complejos juegos afectivos no discursivos sino profundamente sintientes y, afortunada o lamentablemente sin palabras. Por ello, el acierto de llamarse, sentirse y convocarnos a esta hoguera de monstruas donde las deformaciones del fuego y la luna permiten hacer guiños a esas otras otredades escindidas, perseguidas e invisibilizadas. Es decir, la monstruosidad es una atalaya que confiere una perspectiva singular y cargada de simbolismos y referencias afectivas fecundas para una mirada poética.
La segunda imagen que me atrapa se presenta en el verso: “ya nada está sano/nada ha sido reparado”, imagen que me inunda de dolor y una profunda pena porque es la más simple verdad de este tiempo que nos toca. La constatación del daño por default, de lo roto por el devenir de los siglos, de lo insano como movimiento del capital, de lo irreparable por lo vertiginoso de la urgencia y las respuestas de las matrices productivas.
Concluye el verso diciendo que “y aún una parte/vive para el mundo/porque así lo requiere el mundo/Porque nada entiende el mundo.” Infiriendo que esa representación en la que persiste el cuerpo monstruoso es solo la parafernalia del “hacer como si” porque la verdad que es afectiva se fuga precisamente porque no hay una comprensión de ella como afecto, como raíz, como sentido y no meramente como guión y representación. Es decir, Luisa, enuncia poéticamente algo que desde la filosofía occidental ya se viene tejiendo hace varios siglos: la secularización de la vida cotidiana por la pérdida del sentido. Y Luisa lo dice sin tapujos, pero con dolor y delicadeza como deben ser dichas todas las verdades.
Y aquí es inevitable redondear en torno a la idea misma de Zurcir que la poeta se encarga de poner en primera plana de título de su poemario; llevándonos al sentido que tiene reparar este punto de partida desde lo insano, desde lo roto, desde lo monstruoso. Y cabe preguntarse de qué trata esta reparación desde la plataforma del lenguaje, entonces hay que inevitablemente abordar qué es lo que se puede reparar, qué es lo que se puede zurcir. Hemos referido ya cómo la idea de lo monstruoso es un punto de partida que nos acerca a un diagnóstico propio de nuestro presente antropocénico y capitalocénico. La metodología de la reparación pareciera ser viable: hilvanar la digresión de vivencias desestructurantes en una trama que permita considerarlas como partes de un todo unitario. El hilo de este hilván es la palabra y, a mi juicio, es el poemario y su edición lo que lleva a este acto de reparación y de remiendo. Es decir, la palabra se presenta como medio y soporte para hilvanar la trama. Sin embargo, dado el punto de inicio de lo monstruoso, ¿se logra realmente la reunificación de la trama de sentido que hilvane una vida plena en nuestro Antropoceno? No quiero ser pesimista como tampoco lo es Luisa.
Afortunadamente para la esperanza anhelada por todo corazón humano, Luisa da afirmaciones que permiten, por el motivo que sea, instituir ínsulas de cordialidad en las cuales permanecer más allá de las palabras mal tejidas y las amistades traicionadas: “acá estoy de pie/acá estoy desde hace siglos/acá estoy con todos los surcos que me hirieron/acá perdida en las fauces de un ocaso/de ídolos que quisieron decidir por mí/”. Y de estos versos destaco cómo el zurcir del hilván de la palabra permite asumir trayectoria, devenir e historia lo que posibilita la configuración de una integridad de la persona y la personalidad que se asume como sujeta histórica, que se para ante la vida con esa legitimidad: yo diría de guerrera que viene a comparecer con sus heridas, pérdidas y batallas ante la inmensidad del destino humano. No quiero dejar de destacar que aquí en estos versos descubro un temple bien claro: “acá estoy de pie” que es, a mi juicio, la condición desde la cual es posible el remiendo o el zurcido. Si la condición interior de mantenerse en pie no fuera el punto de partida, probablemente no habría poema ni zurcido.
En tanto mi lugar de enunciación no es la salvación ni la sacralización ni la institucionalización de ninguna política pública ni pretendida verdad de los circuitos del poder, no caeré en detectar en este enunciado la tan alabada “resiliencia” para dar por zanjado el tema y “descansar” o aliviar la tensión del daño provocado. Por el contrario, encuentro en esta afirmación el punto de partida de la constitución de una sujeta autovalidada a través de la resistencia de una guerrera, de una bien herida quien ha aprendido a mirar el descampado del tercer milenio con ojo materialista y descreído de toda ideología, pero para quien la lucha sigue siendo una elección propia y no un devenir o arribo de cualquier ciudadano sujeto de política pública.
Para finalizar no puedo dejar de referirme al epílogo y a la presencia de las “amadas” como referentes de contención ante el daño biográfico que está detrás de este poemario existencialista. En esta constitución de sujeta de pie y ante el daño que gravita como abuso, violación y violencia, el zurcido se intensifica con la presencia de quienes contienen afectivamente a esta hablante poética dañada ontológica y epistemológicamente. Las amadas no son, por cierto, aquellas del “feminismo de cartón” que, en el poema de “las sororas” se evidencia como espacio de “lugares comunes”, de prácticas de contención institucionalizadas que han dejado de tener valor de verdad y se muestran como meras representaciones convencionales desprovistas de alma y cuerpo.
La magia de la poesía cuando se vuelve arquitectura del espacio poético a través de la palabra consiste precisamente en lo que Luisa realiza: hilvanar en un zurcido la trama del daño diagramando y aquilatando los espacios de poder y significado a través de la dinámica entre la vulneración y la resistencia.
Siendo un poemario relativamente corto, creo que su impacto filosófico es bastante rotundo en cuanto a lo que realiza como ejercicio metatextual y diría que aporte epistemológico a la constitución de una sujeta enunciante cuya legitimidad está en ejercer la arquitectura poética como una maestra constructora para reverberar en el sentido y la creación de una realidad emergente a través de las palabras que ya trascienden lo biográfico de su enunciación. Así como trascienden las particularidades del daño y de la posición de vulnerada o víctima. Es esta subversión del lugar de sujeta que intento intensificar con mis palabras porque es este ejercicio y no la belleza del palabreo lo que le da sentido a una anti-institución como “la poesía”.
Zurcir
Cosida de cuello a piernas
Cosido tu pecho
Cosido tu ombligo
Cosido tu sexo
Cosido los pliegues
de las extremidades
Piernas y brazos
Ahí, donde cuelgan carnes magras
tus ojos abiertos como soles verdes
tu pelo grácil y liviano
la lengua torcida
también zurcida
Un bulto en tu interior se ve
como prieta de carnicería de barrio
la zurcida es tosca
está hecha de lana de esa gruesa
La lana es negra
parece una cosida a la rápida
no hay sangre
ni líquido que exhale de ella
Niña hay que escribir el horror
ese que viene vestido de sacerdote
un tanto alemán el rostro
ojos desafiantes se fijan en mí
no puedo salvar a esa niña
es llevada bajo la túnica morada
Yo me quedo pensando
en lo mal cosida que estoy.
-Yo te dije que no había que creer en los sueños
- ¿me entiendes cuando te digo que ya no puedo dormir?
-¿comprendes porque a veces no hay que volver a casa?
/La palabra se dedica largas horas de la noche a coserse así misma cerca de tu cuerpo/
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Palabra Editorial (2024) de Luisa Aedo Ambrosetti.
Por Alejandra Pinto Soffia