Conversamos hoy por Zoom con mi amiga Katia, tal como venimos haciéndolo cada
miércoles a las 12:00 del día de Chile y 16:00 horas de la tarde de Bélgica, aunque
a veces tenemos variaciones de seis o cinco horas de diferencia –según se atrase o
adelante la aguja del reloj allá o acá–. Así ajustamos nuestro trabajo para el libro de
cartas y viajes, del cual tenemos ya la maqueta con la recopilación de mensajes
remitidos a través de aproximadamente 35 años. Ya estamos al fin en etapa de
diagramación del primer tomo, que esperamos publicar este año 2025. Hemos
escaneado nuestras cartas, postales, fotografías y afiches de cine enviados entre
Chile y Bruselas, o desde otros destinos, para comentarnos sobre el estado de
nuestros seres en el mundo. Además de recomendarnos películas, músicas, libros,
dialogar sobre el devenir de la existencia y otros temas desconcertantes, sumados a
los infaltables presentimientos de la cuestionable vida real. Este primer tomo
compila desde el año 1989 a 1999. Tenemos cartas manuscritas, a máquina, faxes
desvanecidos, cassettes de audio con músicas, monólogos y un esporádico correo
hotmail a fines del año 1998, para mí cartas perdidas como las de Bartleby. Hubo
también envíos por mano con libros o VHS. Esas eran nuestras comunicaciones, y
muy de vez en cuando llamadas telefónicas.
Leyendo algunas misivas reflexioné sobre los acontecimientos narrados y sus
contextos, y pensé en la perplejidad que produce llegar a un punto en que no
creemos nada de lo que habíamos creído saber. Especialmente porque la cadena
es muy larga. Alguien le enseñó a alguien que nos enseñó a nosotros, “algo”, que
supusimos parte de una verdad, aceptada desde la escuela, ese sospechoso templo
de los saberes de la humanidad. Que Mesopotamia, el Antiguo Egipto, Grecia,
Roma, China, el Valle del Indo, y que mil años no es nada porque desaparece de un
soplo y vuelve al polvo, pero África tiene mucho que contar, y recuperar. Hay días en
que aparece una tablilla envejecida con pan de oro, y la imaginación o la necesidad
de aplicar el conocimiento y el carbono 14 a un hueso o a una huella, hace que las
páginas de los libros comiencen a temblar y a sufrir de obsolescencia; a ruborizarse
ante el escrutinio de la opinión pública que añade –y con argumentos nada
descalificables–, a Lemuria, la Atlántida, los nefilims, los reptilianos, Tartaria, la
ciudad intraterrena o la tierra plana, que nunca figuraron en los silabarios para
enseñarnos a deletrear palabras mutantes; esas con las que habríamos de
comunicarnos a lo largo de nuestras cortas vidas llenas de paradojas —palabras
sometidas por la Academia de la Lengua, a revisiones, correcciones e
incorporaciones de tildes y quitadas de tildes, o jergas popularizadas que dinamizan
el museo del lenguaje castellano—. Pero nunca hubo tanta voz autorizada para
“instruirnos”, como ocurre hoy en día en la Universidad-laboratorio de Instagram,
donde se ha congregado la nueva sabiduría universal capaz de interceptarnos—,
hablándote de tú, para encararte la necedad con la que has vivido hasta el momento. Porque nunca nadie tan ingenua como tú, para no darte cuenta de que no
solo no tienes idea de quién eres, lo que comes o bebes y no debes, o cómo te has
mantenido con vida, si a cada minuto matan a alguien en el mundo o si no lo matan
sufre un infarto por la cantidad de grasa que ingiere sin control. ¡Y con el colesterol
tan alto! Que las estatinas —sí o no— pueden salvarte por un tiempo, pero después
alguien aporta otra versión, afirmando que son la causa del alzheimer —y un
prestigioso centro de experimentación científica –nunca mencionan fuentes–,
anuncia que está trabajando en la cura o la “premonición” de la causa—, pero que
puede provenir de una periodontitis crónica. Que tomar té de laurel puede salvar de
algo que no salva la cúrcuma activada con una pizca de pimienta negra, que la sal,
deja la sal, le quito la sal, pero que no la dejes porque el cuerpo la necesita, pero
sólo si es sal de mar, y gruesa como granizo. ¿Y la grasa? el cerebro la necesita,
¡que no la dejes tía! Y que la sal no sube la presión, es un invento de la farmafia,
para enfarmafiarte y vamos nutriendo el diccionario. Que bebe jugo de zanahorias,
que golpeate la frente internacionalizando e intencionando lo que necesites, porque
eres como un Aladino o una Aladina dueña de ti, dueña de nada, de tus deseos sin
lámpara ni lotería ni kino acumulado.
¡Qué se puede hacer! Abro una botella de vino y festejo que estoy viva aún, y con
salud, porque además dicen que en Chile y otros países ya señalados, el vino está
contaminado, excepto el carmenere –que era justo el que no me gustaba–. ¿Quién
sabe todo eso? ¿Por qué toda esta gente conoce el minuto a minuto de la
información? ¿De dónde salieron, a quién sirven, qué pretenden? Ya no se puede
preparar una comida sin revisar –con lupa o haciendo zoom con el celular— la foto
con detalles sobre los ingredientes tóxicos. Que igual engañan transmutándolos por
nombres casi de ciencia ficción, e incluso, tan dudosos que pueden ser y no ser.
Luego pasamos al tema de la ropa que viene en barcos, ya no por la ruta de la
seda, así que trae enfermedades endemoniadas desde sus largos viajes, con los
fardos en bodegas colmadas con orín de ratas transnacionales, que quieren desatar
una invasión a la Nosferatus. No sé qué hacer. Y la ropa de plástico reciclado da
alergia, salen chispas y en cualquier momento podríamos incendiarnos, y después
dirán que la culpa es de la fogosidad latina. Hay que volver al algodón, a la seda o al
lino, y a la hoja de parra en verano, y después dormir con una piel de oso en
invierno. Pero no al maltrato animal, así es que sólo debemos encontrar una de un
oso muerto de viejo. Y no te comas la carne, porque hoy por hoy todos debemos ser
veganos.
Extrañeza, le dije a la Katia. Así le llamo yo a este estado, asumir que algo muy raro
llegó para quedarse y cuesta asimilarlo. Y aparece esta verborrea que se vuelve
operática, delirante, epifánica, volátil, canalizándose por las buenas o las malas, a
toda hora por las redes sociales y en la calle, las ferias y los almacenes. En los
malls, donde vendedoras y vendedores manejan el lenguaje de la venta y la posventa y los nuevos discursos del cliente no siempre tiene la razón, y hay que
enseñarle a comprar con sabiduría y por su bien para ayudarlo a despertar.
Así venía la cosa y ya no es necesaria la letra chica, te engañan por los altavoces y
en cualquier idioma, y entre una mentira viene otra mentira —que ellos creen es una
verdad que te están regalando— y a caballo regalado no le pidas relinchos, porque
le verás los implantes de titanio y las herraduras holográficas de los jinetes del
apocalipsis, que ya vienen rampantes por ti. Pero estamos por Zoom y esta es
nuestra realidad, que en horarios distintos y de un hemisferio a otro vamos
ordenando el libro, donde hemos dado cuenta del paso de las comunicaciones,
entre 1989 y este año 2025 con cartas aéreas, faxes, correo electrónico, WhatsApp,
Zoom, y una especie de telepatía inexplicable, que no respeta los husos horarios,
por lo cual también suponemos que nos hemos reencontrado al compartir algo más
que una quinta reencarnación de este bucle lleno de gerundios, cine silente o a viva
voz y con efectos especiales. Prefiero el humor absurdo a lo Monty Python, Jerry
Lewis y con una buena dosis de poesía de Charlie Chaplin. O digámoslo
claramente, de otro modo ¿cómo resistir el desafío sin retirarse a la montaña?
El asunto es que –volviendo al principio–, comentamos que está todo muy raro, y
que hay que mantener la calma, porque si hace apenas unos años nos sentíamos
dando vueltas en banda dentro de una lavadora de ropa, ahora es como si fuera un
caos, una reversomatic furiosa a punto del Big Bang. Y cuando Katia me comentó lo
que veía, yo le dije que sentía lo mismo y por eso había decidido llamarle
“extrañeza” a esta sensación, que, convinimos, no es pánico a la hora del taco en
una calle de Santiago, o a quedarse varada, en suspenso en un túnel del metro
donde no se ve la luz por ninguna parte, no. Es desajuste con el sistema, algo pasa,
claro que sí, hay que considerarlo y acomodarse con sabiduría –de alguna manera–
para poder terminar el libro, antes de que se hagan frecuentes los apagones.
Porque dependemos de las antenas de la conectividad y no queremos que se nos
venga la noche sin el alumbrado público y privado, ya lo dijeron antes Hágase la luz
y el amor chorree en los escritorios también.
Le cuento a la Katiña que sigo reflexionando sobre la Realidad Aumentada y ya no
me importa si estoy entendiendo bien desde el punto de vista de la realidad, porque
ya dejé de creer en la realidad; sólo (ahora, de nuevo lleva tilde) que como no uso
cascos o lentes para interactuar con mi espacio físico y esa otra realidad no sé de
quién es ni de dónde viene, opto por dejársela a una especie de paranoia
consensuada, que permite jugar irresponsablemente con los espacios, los lugares,
no lugares, campos o fuera de campos, encuadres y reencuadres, sola o en grupos
de irresponsables, que hacemos comunidades de irresponsables jugándose el
presente.
Y ya que estamos jugando con el tiempo ¿Qué podríamos ganar para resolver con
inteligencia asuntos sobre el ser, no ser o dejar de ser? Porque a este paso no pretendo asistir a una peregrinación de zombis alimentados con comida chatarra y
bebestibles contaminados, corrosivos, funcionales a la dinámica de corral, y que
mañana no haya mañana si los recursos se acaban, y el agua, el aire, la tierra, el
fuego dejen de ser y estar. Y otra vez Prometeo. ¿Pero adónde y a quién le llevará
el fuego del arte y la creación?
El problema es que la calidad de vida nos está permitiendo vivir más aquí, con
vitaminas, ropa reciclada, psicoterapias, ácido hialurónico, baños de chocolate y una
legión de influencers acosadores, que desorientan a sus seguidores consumidores,
atorándolos con contenidos sin fuentes ni sentido común —que no creo en brujos
Garay, pero que de haberlos los hay—, y tan fáciles de entender como un
criptograma o una tablilla con escritura cuneiforme. Y sin ir tan lejos o más lejos, la
tabla periódica de los elementos, podría ser más clara o certera que el lenguaje.
Porque bueno, el lenguaje siempre fue un problema, porque parece que no estaba
intencionado, o quizás sí y demasiado y con él seguimos resistiendo con todos los
sistemas legales vencidos, que hieden y que no nos dejan vivir tranquilos. Y vivir a
lo Hamlet, monologando en situación de calle y sin saber que se es un príncipe, que
lo tenía todo, pero vio y oyó lo que se fraguaba en el backstage de palacio es parte
de la extrañeza que la poesía me ayuda a digerir.
Entonces preparo en casa mi comida con nutrientes reales —supongo—, no cuento
ni sumo calorías, hace años no veo televisión, noticias, una que otra —para no
ahogarme con las fake news—, ya dejé de creer que el futuro estaba en mis manos
y que muchas manos harían un mundo mejor, como cuando era una paloma
adolescente y con las alas llenas de pintura. Ahora, la extrañeza me hace ver que el
encantamiento de las redes sociales, con sus muchas voces e imágenes dirigidas
por pocas manos con el poder de mover los hilos, hace de la confusión la garantía
de apertura a la realidad. Una nueva ventana abierta al mundo, a punto de atravesar
la cuarta pared de una noticia falsa. Todo esto es para enloquecer a
cualquiera.¿Cuál es el fin? ¿Es el Fin? ¿Y qué hicimos por la salud mental?
Lila, Viña del Mar. Marzo de 2025.
(Texto de mi próximo libro de Crónicas: “Todo es una sola y larga canción").

Imagen: "Nuevos Mapas", Lila Calderón
Díptico. Acrílico, 40 x 30 cms. 2024