En su propio prólogo, Lila Calderón nos sugiere que el viaje es una
experiencia personal, difícil de transferir. Es una realidad nueva, que nos hace
más completos. Eso parece decirnos la poeta Lila en su libro “La Viajera y la
Realidad Aumentada”, en el cual nos invita a subirnos al tren de la existencia,
en sus carro poemas.

Durante la presentación: Álvaro Inostroza, Lila Calderón y Andrea Ceardi
Nos propone una vida en movimiento, en constante cambio; por lo tanto, una
realidad precaria, un vuelo breve del cual no hay escapatoria. En este
recorrido, a través de los ojos ciegos de la noche, nos hace participar del
incendio de Valparaíso, de la fragilidad de la humanidad, del incesante anhelo
de deseos por cumplir.
Nos recuerda grandes visionarios: Blaise Cendrars, Giorgio de Chirico; que
anunciaron genocidios, guerras, invasiones, gritos que cubren de blanco los
espejismos. Trenes fantasmas que no quieren posar para la realidad, cruenta y
sin sentido.
Pero la vida es contradicción y esperanza. Algo está a punto de florecer en el
vacío. Recolectamos barro y miel para crear familias. El recuerdo nos trae la
pintura “La Viajera” del porteño Camilo Mori, con esa mirada que dejan los
amores rotos cuando cae la noche sobre nuestros sueños.
Lila se deja llevar por una fuerza incontenible. En la noche sin fronteras
rehúye llamadas telefónicas y callejones sin salida; para demostrarnos
reiteradamente que cada cual hace su propio viaje. En este itinerario que es la
vida, la intuición es oro puro; aunque el misterio es inevitable y en cada cruce,
nos topamos con fantasmas que no pudieron amar.
Por momentos, el libro se transforma en un guion cinematográfico, con fuertes
descripciones de un mundo sin orden y lleno de parásitos; en el cual la
existencia se contenta con respirar y huir del sueño por una ventana, a pesar de
que la poesía de Lila no puede abandonar el horizonte y se pregunta
contantemente. ¿qué pasó con el sol? Y se responde: la tristeza es un cuarto
oscuro que lo iluminan las palabras, que son semillas que derriban muros, tinta
sobre la tierra.
Lila habita vidas simultáneas, deja sus huellas frente a las ventanas, con besos
que saben a vino. La poesía está ahí, nos lo hace sentir en cada estación del
viaje. “Los dejé ver la luz de mi corazón” nos confiesa. Nos sentimos
afortunados.
Ya en la parte final del libro, la parca aflora asiduamente. Los muertos nos
envían mensajeros, los muertos respiran bajo el agua. Arde la noche. Desde el
aire viene el último carro. Los pasajeros, sus lectores, bebemos sus palabras.
Con Lila, podemos ser la viajera que envejece y que guarda el secreto, ser el
tren, ser el paisaje.
En estos últimos tramos, la poeta nos invita a beber el vino sutil que adormece
las memorias, abandonar el dolor, calmar las vértebras de la poesía, pintar la
columna del viaje irrenunciable, como nos explica en su texto final.
Cito: “Las vértebras de la poesía son fragmentos, que como carros de un tren
van formando parte de un cuerpo mayor, ya sea por las palabras, la línea de las
tramas, texturas, colores o formas superpuestas y se relacionan como
pequeños ecos, que van y vuelven perdiéndose en zonas laberínticas como
todo cuerpo y su sistema orgánico, entre arterias, huesos, tejidos y flujos”.
Y concluye: “configuré mi tren para leer el mundo donde todas las escrituras
se conectan, como ese tren fantasma que abordamos juntos cuando
atravesamos la luna a puertas cerradas en un coche dormitorio con vista al
mar”.
Hay que ver el libro de Lila como una totalidad, como un objeto intertextual;
donde se integran la palabra, la imagen, la pintura, el fotograma, la
descripción, la enumeración, la narración, para construir un gran poema,
donde la viajera inmortal es Lila Calderón.
Viña del Mar, junio de 2025.

La artista Rosario Salas acompañando con su música la presenyación
Sala Aldo Francia del Palacio Rioja, Viña del Mar,
25 de junio 2025