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Apuntes sobre Mester de soltería de Luis Correa-Díaz

Por Alberto Cecereu

 



Escucho el Réquiem de Mozart. En una de esas se me perdonan los pecados durante la misa de los difuntos. Lo más probable es que aparezcan las imágenes de los vivos una y otra vez para entender así el significado de la vida en la hora de la muerte -recuerdos como estatuas de la memoria. Los cantos siguen: la ópera de los versos.

La lectura de la última publicación de Luis Correa-Díaz, es un sumergirse en crónicas vívidas por un sujeto obstinado en la observación del otro y de los otros, y estilizadas mediante las técnicas del soliloquio, y por toda musicalidad de fondo está el deseo de la redención de sus errores en el marco fúnebre de una muerte siempre presente.

Este poeta y profesor de literatura latinoamericana en los Estados Unidos, ha publicado diversas obras poéticas, las que se despliegan a partir de 1990 con Bajo la pequeña música de su pie (Santiago: Documentas). Y la última publicación había sido en el 2005, con Diario de un poeta recién divorciado (Santiago: RIL Editores), donde plasma unas crónicas matrimoniales con bastante humor y sincronía irónica. El poeta escribe una poesía testimonial poco ortodoxa, que no habla de sí misma sino de sujetos anónimos, donde es fundamental la reacción cotidiana ante los sucesos que viven otros como si los viviera uno mismo. Por eso, estaríamos lamentablemente equivocados si pensáramos que el Diario de un poeta recién divorciado, por ejemplo, corresponde a una obra personal y secreta que bajo el códice verbal se esconde la realidad del poeta. Sucede, que el poeta ha sido soltero toda su vida, y por ende no tiene divorcio alguno a cuestas. El poemario recoge los divorcios de otros/as y el poeta se da a la tarea de vivírselos como cosa suya.

Mester de soltería (Viña del Mar: Ediciones Altazor, 2006), es su sexto poemario, y en él pareciese que el poeta se desnuda. Pero ya sabemos que no es/será así si respetamos la lógica de su obra hasta la fecha. No se desnuda ante nadie, sino que ante sí mismo en pos de sus versos. Por eso comencé relacionando todo esto con el Réquiem de Mozart. Es decir, los versos danzan de forma armoniosa en conjunto con toda la obra, sufriendo la despedida de los despojos carnales. En esos actos de desnudez que nadie observa, la del solitario frente a la muerte presentida, aparecen imágenes cotidianas que recuerdan los tiempos en vida yéndose. Son imágenes potentes y no menos desgarradoras, aunque más de alguno me diría que sólo son parte de la rutina del recuerdo. Sin embargo, es esa rutina la que duele y provoca el desgarro. Correa-Díaz hace de ese desgarro escenas donde la belleza se llama ironía.

Sin pensarlo, se ríe de todo lo que se mueve, para de esa manera construir un panorama dramático, donde los sujetos son parte de un juego poético de retrata todo lo que está a su alcance. Por eso que hay intentos de explicar los sucesos que van apareciendo, para de alguna forma perdonar los pecados, aunque al parecer el poeta en ningún momento pareciese ser devoto de las alturas celestiales. Es más, se queda con lo terrenal y toda la vorágine que ello implica. He ahí una dualidad existencial.

Entre esos intentos de explicar lo inexplicable, de encontrar lo que no está, de intentar darle sentido a lo inexistente, sus versos del poema Por sabiduría son un reflejo de esto.

Habría que preguntarle a alguien
ojalá buena gente, si el camino
que hemos tomado lleva a alguna
parte, no sea que nos tengamos
que volver por donde vinimos,
eso sí sería un desperdicio
y el problema vendría después,
cuando quisiéramos partir otra
vez […]

Acá el poeta, ya se transforma en la antítesis de Dante, nuestro querido. Es el archienemigo, el villano cómico, el sujeto desgraciado. No tiene nada de heroico, porque se le acabó todo rastro de él, y por eso mismo es un soltero que no se enorgullece de su condición, sino que más bien mantiene la esperanza de poder vivir la vida, corno un dios de sí mismo, y un descrubidor solitario de su misma mente babélica. En él suceden las cosas del mundo, y por eso que el libro de Luis, es un intento por reflejar el rastro de la mente esquizofrénica y paranoica que todos poseemos en mayor o menor medida según el caso particular. Me cuesta pensar en los poemas de Luis Correa-Díaz serían como en Altazor de Huidobro, es decir, donde la caída es triunfo. Más bien, el babelismo de Luis, es la vorágine de las búsquedas del sí mismo para triunfar después de la batalla de una guerra acabada. Es el triunfo en vano. Retratar las imágenes de esto, es retratar los miedos a la caída, el sincero reconocimiento de lo inferior, y el rendimiento ante lo magnífico de lo exterior. Todo se ve grandilocuente, mientras tanto, el poeta yace buscando entre las habladurías el destello de la lengua precisa, aunque no pura. Su poesía es más bien endiablada, la de un demonio abandonado en el Limbo -de allí la ilustración de la portada de su primer poemario funciona como un lema, y la de este último como un corolario.

Por otro lado, cuesta detenerse para precisar si esa búsqueda del habla es de forma desesperada o más bien, mucho más mecánica; pero he ahí la potencia de la construcción poética. Es la ambigüedad misma, que al colocar al lector, en una posición de decisión tonal, por el cual el poder de la alternativa cobra aún mayor significado, donde el resultado es sin duda muy feliz.

Por lo tanto estamos ante un poeta de la calle, sin duda. Se atreve a gritarnos al oído, o muchas veces prefiere caer en el eco de los edificios, o un silencio que intimida, al igual que en esos momentos, donde la escena es ver cómo el agua de lluvia se evapora. Lo más probable, que lo humano resalte in natura. Poeta de la calle, que prefiere quedarse en las tentaciones; por ningún motivo estima necesario ascender sobre todos los estadios, para llegar a contemplar a su Beatriz Portinari.

De esta misma forma, su condición de citadino, pero a la vez tan personal en sus versos, le otorga a Correa-Díaz la habilidad de manejar la palabra a su antojo para desarrollar de mejor forma las imágenes que construye producto de una observación sagaz, y es por esto mismo, que la visualización de los finales de cada poema nos invita a seguir imaginándolos, quedan más adentro de la retina lectora. Concluyo sobre esto, diciendo que la obra de este poeta es una permanente invitación a mirar el exterior con mirada de verso.

Como soy atrevido, en estos momentos califico la poética de Luis Correa-Díaz, como el arte del aliento, ya que en ella, aparecen los espíritus del interior en consumación, y en el rastro de las huellas de la lengua, el arrepentimiento, y la redención de sí mismo, aparece como objetos circundantes de las imágenes construidas. No es descaro, es aliento.

hay días en que me da esto que no tiene nombre
médico, y que yo llamo sin más ataques del alma
en pleno estómago,
tormentos que me da la vida

Aliento, que durante siete años fue gestando para publicar este poemario bastante superior a mucho de lo que hoy se publica en Chile, y que merece ser leído. De más está decir, que por su condición de poeta exiliado (autoexiliado quizás, da casi igual) Correa-Díaz se posiciona como uno de los creadores de un arte renovado, profundamente trabajado, y paradójicamente tan chileno y universal a la vez.

Escucho el Réquiem de Mozart. Las voces se van apagando, y a su vez, los versos de los muertos quedan ahí esperando su renacimiento. Es sublime, pero al mismo tiempo humanamente errabundo. Luis cae en la tentación de escribir a desgarro del aliento interior.

 

 

 

 

 

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