Del mundo antiguo
y del mundo futuro
sólo queda la belleza.
Pier Paolo Pasolini
No cabe duda de que La construcción de Ignacio Vásquez Caces es un libro particular y uno de los más desafiantes literaria y humanamente dentro del ámbito de la poesía chilena, y por derecho propio en el de la poesía hispana, en general, aunque Vásquez Caces despliega un conocimiento acendrado de diversas tradiciones, épocas y lenguas. Las cursivas respecto al primero de estos círculos, no del todo concéntricos, son para marcar la referencia a ese espacio de ejercicio poético llevado a cabo en Chile por poetas como Juan Luis Martínez (1977), con cuya obra Vásquez Caces no sólo dialoga constantemente, sino que además somete a un escrutinio de lector-escritor amante, donde se ejecuta una suerte de re-simulación de sus presupuestos, se revisa así el pasado y se imagina el futuro desde un presente incierto e inasible, un presente que aún tiene, ya avanzado el siglo XXI, los rasgos obsesivos del siglo XX, en particular ese gran desengaño moderno acontecido a nuestra concepción del verbo, de la palabra después de las revelaciones saussureanas.

Ignacio Vásquez Caces
La construcción es, por esto, altamente metapoética e híper-vinculada. Lo primero no sólo en el sentido antiguo de la palabra, sino en el que hoy le damos, es decir, se entra a ella y se transita por sus páginas como si se lo hiciera por un mundo virtual. Aquí el gesto no pide los goggles ni una escafandra al uso, sino la lupa (paródicamente: “Esto, Magritte, tampoco es una lupa”, como se lee en las páginas finales del libro). Se trata de un objeto óptico ya anacrónico puesto allí a conciencia, que autor y editor le proveen al lector, por lo cual entendemos que el universo que se presenta demanda una mirada hacia lo microscópico del sentido, una actitud cuántica respecto a los supuestos secretos de la poesía, simbolizados en la imperceptible cicatriz de Marilyn Monroe (pág. 49), iconograma con el cual comprendemos que la belleza nace de una herida, como la vida misma.
En el marco de esta apertura a la virtualidad de la palabra poética, podemos considerar el libro de Vásquez Caces casi como un video-juego impreso, gobernado por los algoritmos de esos con los que Borges (otro referente dialógico en la obra), anticipándose a un concepto semejante, concebía la total auto-generación de la literatura y el rol del poeta como mero articulador de metáforas pre-existentes. Lo segundo, esto es, la híper-vinculación textualizada, queda a la vista en cada página; por ejemplo, a través de la presentación de fragmentos de o comentarios interpretativos de otros/as, poetas, filósofos, científicos…, sus building blocks, con los que nuestro poeta construye el laberinto poético o, si se quiere, su “suscinta cosmogonía posmoderna” o, por qué no, su “curso rápido de mecánica [poética] avanzada”, un “bolero” perdido del repertorio cósmico de “Matilde Urbach”. Se podría jugar en esta línea con cada uno de los títulos seccionales de La construcción, pero eso le corresponde a lectores más atentos que éste, como lo ha hecho Biviana Hernández Ojeda en su presentación de la primera edición del libro en el marco de la Feria del Libro del Bío Bío (Concepción, enero 2023) y publicado posteriormente en Atenea 527 (septiembre 2023). Hernández Ojeda, con su sapiencia y manejo impecable de teorías, prácticamente ha realizado la lectura perfecta de esta obra, a ella nos atenemos.
Yo quisiera aquí apenas, redondeando lo dicho recién sobre la página 49, proporcionar un mínimo comentario con relación a la presencia de Marilyn Monroe en esta obra, variante americana de Matilde Urbach y ésta del eterno femenino…, y éste de la primera y última mujer…, cosa que actualmente se vería como una propensión masculina, en vías de obsolescencia, a objetualizar a la mujer, donde hemos olvidado con ella la trascendencia de la creación. Creo que puede entenderse este iconograma como el epicentro significativo de La construcción. No se trata de insistir en que éste es un poema-oración más dedicado a Norma Jean (MM) como ícono trágico de la cultura moderna, ejemplos hay suficientes, entre ellos los de Ernesto Cardenal, Pier Paolo Pasolini, Alfonso Alcalde o Sharon Olds. Sí, en cambio, de ver aquí el punto Aleph de la obra en construcción de Vásquez Caces, porque si bien ésta parece terminada y definitiva, sabemos que, como las ciudades, ya no hay nada acabado en nuestra humana creación: somos hacedores perpetuos. Siempre habrá una grúa que se levante en los horizontes ciegos que nos rodean.
Ciertamente, si leemos la página 48 (la que enfrenta al poema visual de la 49, si así pudiera hablarse de él) -parece que estuviera hablando de las calles y avenidas de NY-, podría plantearse que Vásquez Caces participa de aquella tradición del poema-oración a MM. Allí aparece una “Norma Jean / (inabordable si no es por el mero deseo de la carne)”, quien, acompañada de un “ser mínimo”, un “vendedor de flores”, aparte de “celebrar / la rendición de los planetas” y saber del Paraíso, gobierna la Muerte… Las flores son los pechos de MM, ofrecidos al mundo, en la página siguiente. Sin embargo, no son ellos, ni la sonrisa divina, ni esa actitud indescriptible, sino la cicatriz de la meretrix por antonomasia, la que merece todos nuestros himnos y coros hermosos, así la poesía misma… La cicatriz que la lupa nos permite ver con cierta claridad está en su costado derecho y lo simboliza todo: es la herida (todas ellas en una), la del parto y la que solía designarse como sonrisa vertical. Sobre esto se pueden escribir volúmenes, pero lo que importa aquí es dónde está localizada, como la de Cristo, dolor abierto desde el que mana la vida nueva, se supone...
Según la biología, la neurociencia y otras disciplinas, el hemisferio derecho del cerebro se asocia con funciones como la percepción espacial, la creatividad, el reconocimiento facial y la interpretación de emociones, además de controlar el lado izquierdo del cuerpo… (y si no, pregúntenle al ChatGPT). En fin, aquella cicatriz está conectada íntimamente a ese hemisferio, incluso sin llegar a saberse si es su manifestación o su principio, tal como lo es la creatividad de lo vivo, su salvación o su génesis. Si La construcción, como todo gran poemario, es una metapoética –incluida la tecnología de la simulación, de la realidad virtual y la narrativa épica del game–, una meditación sobre la poesía, entonces se constituye, en consecuencia, como una meditación cosmológica en clave huidobriana, que no es poco (V. Huidobro, Altazor, Canto II).
A La construcción se ingresa a través de diversas puertas y ventanas diseminadas a lo largo del texto pero ocultas a una mirada superficial, porque el poemario mismo es un laberinto similar a La casa de Asterión del maestro argentino, cuyo descarado propósito es confundir y desesperar a los huéspedes. Si esto es así, también se puede ingresar a este libro a través de cicatrices que todavía supuran, como ocurre con el sentido del arte y el misterio del lazo entre lenguaje y realidad. Vayan estos textos como invitación a su lectura:
XVI
Hace poco,
cuando volvíamos del
peligroso hábito de parpadear en el borde,
te propuse desistir de la arrogancia,
descreer de las industrias,
diseñar una república nueva
que ardiera
por los cuatro costados,
como festiva Roma tercermundista.
Inocente todavía,
aún antes de zarpar,
las primeras letras
me anunciaron travesías sin pausa,
pero de esos viajes
he regresado de rodillas
con la cartera vacía
y una estrella de mar
tatuada en la espalda.
Ahora, cada vez que parto
y planeo entre la cocina y el living,
mi equipaje me muestra desposeído y
de mis andaduras
sólo conservo un polvo amargo
depositado en los pliegues de eso
que llamas esperanza.
He ido abdicando al proyecto,
mas he comprendido al elefante en su albedrío
y a los payasos que colgamos del trapecio
(saber acerca de este escuálido patrimonio).
Los adioses
son un recodo:
un día
- a eso de las siete -
en la desierta avenida Gauss
Juan de Dios
levantará su mano huesuda desde otra orilla
y nuestros perros
se darán dentelladas en el vacío.
LA MANTIS
el arte de la ceguera / trabaja con la nada / escenifica la falsedad / (actúa su inexistente convicción) / imagina tu orfandad / supón que no hubo más moral / que aquella antigua cuchillería Sheffield / subastada junto a un álbum familiar / firmamento alguno te conmueve / como si tú mismo fueras la frontera / recordándole a los viajeros / que nadie se mueve hacia ninguna parte:
tan sólo trata de admitir que
dado el poder absoluto de la velocidad / tu parálisis es signo de resistencia

Ignacio Vásquez Caces (Viña del Mar, 1963), poeta, escritor, profesor universitario y abogado. En poesía ha publicado La Margen (Ediciones Altazor, 1990), El lento amor de la nieve (RIL&Trombo Azul, 1995), Poesía de(s)Borde (Ediciones Universidad de Playa Ancha, 2006, texto colectivo junto a Claudio Bertoni, Jordi Lloret y Patricio Manns) y La construcción (Ediciones Altazor, 1990-1a. edición, 2024-2a. edición); en narrativa Las arquitecturas invisibles (Fondo Cultural del Gobierno Regional de Valparaíso, 2001), y en filosofía los ensayos Los derechos humanos en la encrucijada de la historia (Conosur, 2000) y Multiculturalismo y solidaridad pragmatista (EDEVAL-Universidad de Valparaíso, 2018). Antologado en revistas de literatura nacionales y extranjeras, ha participado en iniciativas de gestión cultural y como editor de publicaciones literarias con el apoyo del Fondo de la Cultura y las Artes.