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Los Haikus de Gus o el regreso a la efímera niñez
(Viña del Mar: Altazor Ediciones, 2021)


Por Luisa Aedo Ambrosetti
Publicada en W-40. Revista de poesía, ensayo y crítica N°4 (2022): 62-64.



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La consideración de los niños en la literatura y, en especial, como tópico poético se ha manifestado en variadas composiciones a lo largo de la historia con algunos puntos de encuentro o núcleos temáticos: la naturaleza, la belleza, la alegría, la inocencia, el juego o la libertad de la imaginación. Miguel de Unamuno había señalado que para los niños “vivir es soñar”. Aparte de estos tratamientos de la infancia, la poesía contemporánea podría presentar, además, otro tipo de ámbitos en los que se desarrolla principalmente la vida infantil: la escuela, la familia y, por cierto, el mundo tecno-mediático de los games.

Para María José Ferrada, escritora chilena que ha sido reconocida por sus trabajos sobre literatura infantil y juvenil, en donde se destacan obras como Un mundo raro o Niños, entre numerosos títulos dentro y fuera del país —menciono a esta autora por su relación con la poesía japonesa y la elaboración de un mazo de haikus que rememoran autores y ejercicios para escribir a través del juego—, quien relata una experiencia significativa sobre su escritura que tuvo lugar en uno de los talleres del poeta Floridor Pérez cuando éste le señaló perentoriamente: "Tú tienes que escribir poesía para niños  también"; ella lo comprendió como no infantilizar a sus lectores y agrega: “que creer [insistió Pérez] que ese lector por manejar menos lenguaje, por conocer menos libros o lo que fuera se iba a conformar con poco, ahí me iba a ir a un lado que no era el mejor”, haciendo referencia a la exigencia de la escritura para niños. Tema importante que ha sido asunto de discusión, señalaremos esta vez, que apunta hacia cierto público lector y que los adultos que seleccionan materiales de lectura para ellos los apartan en esa clasificación, a veces no importando esta concepción de la exigencia escritural que se requiere, como cualquier obra literaria de nivel.

Es necesario lo mencionado para preguntarse hacia dónde va el libro Los Haikus de Gus del poeta Luis Correa-Díaz, quien ha sido reconocido, principalmente, por su incursión en la poesía digital en libros como clickablepoem@s (2016) o metaverse (2021) y sus investigaciones e intervenciones multimediales en distintos sitios de letras y secciones audiovisuales tanto nacionales como internacionales, ejemplo de esto es su libro crítico Novissima verba: huellas digitales, electrónicas y cibernéticas en la poesía latinoamericana (2019). ¿Cuál es el sentido de la escritura sobre las experiencias/aventuras de un niño, además, contadas en el lenguaje poético del haiku, que muchas veces puede mal usarse y terminar solo como discurso alegórico y perder su particular esencia. En este sentido es una apuesta arriesgada por parte del autor.

A través de los haikus Correa-Díaz explora en la tradición japonesa, en este tipo de poesía que consiste en un poema breve de diecisiete sílabas, escrito en tres versos de cinco, siete y cinco sílabas, respectivamente. Aunque lo suyos son desplegados en polímeros (una estructura más larga), como lo anuncia en la introducción del libro que ha llamado “Saludo”, gesto relevante cuando recurrimos al lenguaje sencillo del haiku, en donde explica el origen del texto y, también, que se ha basado en "esa antigua tradición japonesa que tanto ha alegrado y consolado al resto del mundo". El libro que presenta fue escrito para celebrar el décimo/undécimo cumpleaños de Gustavo (septiembre 4, 2020/2021; son dos ediciones, la segunda aumentada), a quien concibe como "un niño-ángel que va creciendo con sus alas llenas de todo el amor que le entregan cada día". Con estas palabras se da comienzo a la aventura de los juegos de crecimiento del niño y a las crónicas en haiku del poeta al respecto.

En los haikus normalmente se hablan de temas relacionados con la naturaleza o la vida cotidiana que pasa en un lugar y en un momento determinado, muchas veces efímero. Entre los autores más reconocidos dentro de esta tradición se encuentran Masajo, Fúsei, Shintóku. Un famoso haiku, que ha recorrido el mundo y el tiempo, es el de Matsuo Basho (1644 – 1694):

Un viejo estanque.
Se zambulle una rana,
ruido del agua.


Poema en donde podemos visualizar y hasta escuchar el sonido del agua, el eterno haiku de un momento fotográfico que nos hace conectar con lo sencillo del lenguaje y la naturaleza de la que somos parte. Un arte poético de lo presente en su fugacidad y, a la misma vez, paradójica eternidad. Eso son los haikus de Correa-Díaz también, el viejo estanque de la eterna infancia, donde se zambullen el poeta y el niño Gustavo, cada cual en su presente, para oír el canto del agua de la vida.

Vicente Haya, en su libro Aware. Iniciación al haiku japonés (2013), aclara que “la única condición que pone el mundo para escribir un haiku es que antes hayas sentido un aware”, palabra que se entiende como una profunda emoción/auto-conciencia motivada por algún suceso. En este texto, útil para quien desee acercarse a la naturaleza misma de los haikus, el autor señala que la escritura del haiku sigue siendo una parte esencial de la educación básica japonesa. Haya indica que este tipo de escritos encierran más de una enseñanza: “sólo los verdaderos poetas y los niños -únicamente los que sienten en carne viva- son capaces de ver el mundo: los demás estamos desahuciados”.

Por ello es que, en estos momentos efímeros del haiku en su aware[ness] y el de la niñez en su fuga, se comprende que, incluso el poema mismo, algo ha dejado de ser, pero que ha estado ahí, en el silencio de un bosque, o en la vida cotidiana de un niño, como en el caso de Los haikus de Gus, en donde a través de breves capítulos se mencionan las experiencias y recuerdos atesorados que se contarán, sucesiva y cronológicamente, en haikus del niño lego, cómic, rockero, medusín, barista, tortuguín, acuarelista, arquitecto, astralis, cronometrista, filósofo y, por último, el del pájaro-pez niño, junto a otros haikus de bonus ad hoc que ha agregado el autor a modo de final de disco musical, recurso que lo conecta con elementos multimediales, asunto tecno-cultural que aparece destilado en los haikus mismos.

En estos poemas, la contemplación es fundamental desde la mirada siempre atenta del otro. La importancia de la comprensión de nuestros sentidos frente al mundo, cuando el mundo puede estar dentro de mi habitar, de ese espacio sagrado de la niñez, de la casa, de la madre o de quien cuida, acompañan estos mágicos momentos convertidos en haikus. Por eso es importante volver a Haya, cuando el autor se refiere a que un haiku no es solamente una descripción de algo que ocurre, o una insignificancia poética sino que una técnica del lenguaje en brevedad que traduce la experiencia de la sencillez en un auténtico aware[ness], ante el sentir particular de un momento dado, efímero, que brota en el poemario.

En Los Haikus de Gus, el poema me habla, cuando me invita a entrar en el juego de Luis Correa-Díaz, que transmuta sus ojos en los de la infancia, que sonríe en la mirada de un niño. El autor de este libro se lo dedica a un niño que en ese momento de la escritura cumple diez/once años, de quien el propio poeta aprende al tiempo que guía con sus versos. Esto podría recordarnos, vívidamente y desde el campo de la filosofía, en algún sentido no menor, la Ética a Nicómaco de Aristóteles o bien la Ética para Amador de Fernando Savater, aunque con diferentes tópicos y en disciplinas distintas, ambos en el mismo sentido de escribir para un niño, uno inmortal y trascendente, ya que a pesar de los años volvemos a leerlos con los mismos ojos del que aprende.

La voz de Los Haikus de Gus media un habitar, sin un fin particular sino con una visión sensible de la vida que se confunde con la voz que disfruta del juego, que vuelve bajo esta observación cotidiana de un momento detenido en la palabra, de lo que desaparecerá, de lo que cambia y fluye constantemente. Lo que la imaginación permitirá que permanezca y lo que no, lo que nos queda de esos niños y niñas que fuimos, del amor y las casas que habitamos y llenamos de colores y formas, de alas gigantes, de dragones, de tortugas y medusas. Así leemos en “Haiku del niño lego”:

Un niño vive
en una casa azul
sobre el amor


Haiku que da comienzo al libro para conocer este sitio del amor en la voz del adulto que observa y colorea la habitación del niño, que quizás es el propio deseo de recordar la infancia viendo la de otro.

Lo efímero de los haikus y la infancia comparten en este libro el lenguaje poético preciso para no caer en descripciones rebuscadas y situarse en el lado de una voz que observa. Por ello, es importante preguntarse: ¿es un libro para niños o para quien lee con los ojos de un niño?, ¿será necesario recobrar una sensación de la infancia propia para acercarse a estas lecturas? Discusión siempre abierta en los campos de la literatura llamada infantil o en la filosofía con niños:

está aprendiendo
a dibujar las luces
y las sombras

y tiburones,
medusas y tortugas,
focas y oleajes


Quizás Gus disfrute las ilustraciones presentes en el texto —realizadas por la artista argentina Fernanda D. Ochoa—, años más tarde otros seguirán leyendo sobre los mundos posibles de un niño de diez/once años y sus imaginaciones. Gus leerá al alero de las luces y las sombras de la edad lo que otro escribió para él.

Me detendría a contar los espacios de las voces que habitan Los Haikus de Gus y que se aproximan al lector como fragmentos de la vida cotidiana, como si decir cotidiano o naturaleza fuera algo nimio o pasajero. Cuando es allí, en aquello donde está nuestro verdadero vivir. Una forma de traer nuevos sentidos e imágenes en el recuerdo. La infancia que tenemos dentro, esa que quiere correr e inventar los nombres de los objetos del mundo, “ingeniando”, señalando los caminos para encontrarse:

Gustavo me hizo
con sus rápidas manos
y su cerebro

de ingenierito
en ciernes un dragón
de negras alas


La voz de Los Haikus de Gus parece disfrutar (d)el juego, es sin duda la de un Homo ludens, más allá del Homo faber u Homo sapiens -siempre tan aburridos cuando nos despertamos en la adultez. Nos invita a entrar en el juego, a pretender tener diez/once años otra vez. A contar las estrellas, a entrar en el oleaje.

Los Haikus de Gus juega(n) con las palabras desde su propio título sonoro, aquel de la vida, de ver crecer, de amar, de tratar de alcanzar en el aire lo que no se puede asir y detener en el tiempo, lo que puede hacer volar nuestra forma de mirar nuevamente, con otros ojos.

Haikus para volver a ser niños y niñas. Haikus para volver a ser felices.

 

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Incluyo el último haiku de Gus (posterior al libro e inédito, un bonus de sorpresa para esta reseña) que me ha enviado lcd:



Haiku de los Rubik’s cubes

 

según su madre
Gus resuelve los Rubik’s
cubes cada vez

con impecable
maestría, tanto, dice,
que tal parece

un sonetista
mayor, de esos antiguos
del Siglo de Oro

re-encarnadö
en los alejandrinos 
sonetos francos

de aquel señor
Rubén Darío, nuevo
en su metro pretérito,

ella y yo testigos,
le vio la tarde pálida,
le vio la noche

fría, nos reímos
de felicidad pura,
bregando el Toqui

con duros algoritmos


 



 



 

 

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