Proyecto Patrimonio - 2006 | index | Luis Carlos Mussó | Autores |




Sobre la poesía de Luis Carlos Mussó

SONATA PARA UNA PALABRA VIVA

Jorge Aguilar Mora
University of Maryland, College Park


No más palabras; nunca las palabras:
en lugar de las palabras, el resuello

Luis Carlos Mussó


Hay un secreto en esta poesía: está hecha de palabras, pero sus imágenes transitan por caminos que se pierden en el follaje y que vuelven a aparecer en los claros. El secreto de esta poesía es que no permite que nos acerquemos a ella. Cuando menos lo esperamos, nos damos cuenta de que podemos ver sus caminos porque estamos lejos, muy lejos; en un punto privilegiado, es cierto, pero tan lejano que nunca alcanzaríamos a las imágenes si quisiéramos detenerlas, interrogarlas, obligarlas a decirnos su destino.

No, el secreto es éste: no sabemos cuál es el destino de las imágenes, y es que se empeñan en usar máscaras de día mientras la noche se hace. La noche siempre se está haciendo en estos poemas. Y no sabemos si éstos hablan de día o si hablan junto a la noche que construye su lenguaje para tener la posibilidad de no hablar con nadie.

En realidad, ése es el secreto: estos poemas hablan, de despliegan, se ofrecen a la vista y a la lectura. No les queda otro remedio. No hay exhibicionismo, pero sí una ineluctable necesidad del espectáculo. Nada tiene que ver con la sinceridad o la hipocresía que el poeta tenga que ser comediante. Lamartine el sincero y Baudelaire el hipócrita actuaban por igual. Y de hecho la única salida era exasperar el histrionismo, no reprimirlo. Mallarmé, el poeta de la Gloriosa Mentira, como él mismo la llamó, era socialmente sobrio, y sus poemas dócilmente sociales; pero su gesto poético era, entre más elusivo, más dramático. Del poeta vidente se llegó en él a la perfección del poeta actor.

Sin embargo, la actuación del poeta Mussó es otra. Paradójica. Aunque heredera de las herencias de Mallarmé, insiste en endeudarse con otra escuela dramática, la romántica original a la que, por azar o destino de la historia, no siguió ningún movimiento romántico del siglo XIX, ni del XX. Esa escuela fue la instantánea, súbita, intempestiva de unos cuantos jóvenes alemanes de Jena a fines del siglo XVIII. Ellos crearon un pensamiento, una poética, una manera de vivir el pensamiento y la poesía que, por lo radical o por lo fugaz o por lo clarividente, está todavía suspendida en aquellos años y en sus escritos. Basta una imagen para describir el estilo de actuar (de vivir) de estos poetas: el teatro de marionetas, al que Heinrich von Kleist le dedicó un inolvidable diálogo. Y basta una consigna para resumir su método: buscar el propio centro de gravedad.

Los poemas de Mussó, en una progresión cada vez más segura de su estilo, de sus recursos técnicos, de su trato con las imágenes, tienen un sentido singular (y para mí, muy personalmente, gozoso) del punto de gravedad: un equilibrio que es también una distancia que es también una serena autoconciencia que es finalmente una convivencia sin chantajes, sin moralismos, sin deudas, sin culpas, con las palabras.

Entonces repito: en realidad, ése es el secreto: estos poemas hablan, de despliegan, se ofrecen a la vista y a la lectura, pero desean regresar al silencio; mejor dicho, hablan, se despliegan, se ofrecen a la vista y a la lectura sólo para dar fe de que la palabra es la alabanza del silencio y la música, su delirio.

El silencio de estos libros es pariente muy cercano del silencio que Borges encontró en la Ciudad de los Inmortales y Rulfo en el pueblo de Luvina: un silencio sonoro, activo, destructor y creador, y superior a la muerte. En Y el sol no es nombrado, segundo libro de la colección, una constelación formada por el silencio y sus máscaras (la palabra y la música) lucha, dialoga, convive con un sol ubicuo, de día y de noche,

Y la actuación de Luis Carlos Mussó es impecable: nunca le falla la tonada, como diría Vallejo, el único Vallejo que existe.

El ritmo de cada poema se mantiene siempre perfecto a pesar de los desafíos que le lanzan las imágenes. Un rasgo formal que recorre la obra de Mussó son los paréntesis y las preguntas sin respuesta: ésos son los momentos en que el equilibrista, sin red de protección, da el salto mortal sobre la cuerda floja y regresa a ella con una rectitud, con una verticalidad que me emociona, porque casi siempre el desenlace de ese desafío vencido es la serenidad como frontera de todos los opuestos.

Hay más que decir sobre los paréntesis y sobre las preguntas que pueblan toda la obra de este poeta singular. Y este más ya no pertenece a su estilo de actuación, sino a un ámbito que está detrás de este mundo, en bambalinas. No es que fuera de escena se pierda el sentido de gravedad, no, pero sí se desdobla y adquiere otra lógica o un modo muy propio de vivir.

Estos poemas articulan imágenes, metáforas, encabalgamientos, interrogaciones, frases incidentales entre paréntesis: dicen porque tienen que decir, pero es imposible que no nos demos cuenta de que dicen sólo para existir y que existen para decir otra cosa. Dialogan entre sí detrás de sus palabras, viven otra vida que no se puede vislumbrar a través de alguna fisura (hay muchas en el mundo), y que tal vez sólo se pueda sentir en la duplicidad misteriosa de los paréntesis o en la cautividad suspensa de las preguntas que no esperan respuesta.

He leído y releído los poemas de Luis Carlos Mussó. Y cada vez me dejo llevar, sin oponer resistencia, por el abismo de los paréntesis y cada vez me dejo encerrar, sin temor, en la autonomía de las preguntas.

Parece que yo mismo me estoy limitando a comentar dos rasgos meramente formales, pero quiero dar fe sólo de mis experiencias de lectura de estos poemas. Porque cada paréntesis y cada pregunta tienen una intención propia, imposible de tipificar. Y aún así, tienen la sola función de desdoblar el poema o, mejor dicho, de manifestar la dualidad vertiginosa de la realidad, porque la doblez del poema revela un desdoblamiento entre palabra y realidad que a su vez deja percibir cómo la realidad misma se va dividiendo a sí misma por su deseo de seguir siendo solamente realidad. Y ante esta intención desmesurada, la poesía de Mussó parece decir: "Legítima, pero vana ambición la de la realidad, ni así se salvará".

Y es que detrás de las dualidades, detrás de la Dualidad está la verdadera regla, la verdadera Idea: tú y yo, el rostro del desdoblamiento.

Al revés de la ambición romántica de querer encontrar en la Naturaleza la manifestación armoniosa de Dios, la poesía de Mussó quiere rescatar la constante bifurcación de cada instante, de cada cosa, de la bifurcación misma. No hay un punto de fuga: son dos, que se oponen, que desentonan, que desenfocan.

"De antemano la sombra del lenguaje marca los tiempos" comienza el poema OCHO de Ciudad Maldita. De antemano, sí, tiene que ser de antemano: en un momento que no es temporal y en un punto que es el opuesto del lenguaje, se define la distancia: ése es el equilibrio de la sabiduría del que habla Kleist en su diálogo sobre las marionetas, esa misteriosa distancia del oso que sabe evadir todos los ataques de un diestro esgrimista.

No es una distancia de "sabiduría": Mussó sabe, en la intimidad con Friedrich Schlegel y con Martín Adán -quien leyó muy bien al alemán- que la sagrada gravedad es ignorante. Mussó, en efecto, no quiere saber, quiere percibir cada movimiento de las cosas y del devenir justo desde ese sitio que está apenas un milímetro más allá del punto hasta donde llegan las cosas y el tiempo: con la serenidad de ese milímetro se puede percibir el ritmo del mundo y se puede preservar la gravedad de la vida.

Debo detenerme. Pero no, no voy a volver aquí al desesperante problema del lenguaje crítico sobre la poesía. Todos los poemas verdaderos (verdaderos para sí mismos) obligan a pensar el dilema de siempre: ¿qué puede decir el lenguaje de un crítico?

Si es veraz, el poema dice lo que no se puede decir de otra manera. ¿Y el comentario qué dice o qué le queda por decir? ¿Qué he dicho yo y qué más puedo decir sobre poemas que saben muy bien decir lo que quieren decir?

Tal vez los lectores de comentarios sobre poesía tienen que imponerse una paciencia y aceptar un código de actuación que, ellos saben, no los lleva a leer mejor los poemas. Tal vez aceptan leer para convivir un rato con un iluso o con un soberbio que debe fingir que sabe más que los poemas, pues si no ¿para qué escribe?, o que debe confesar que no sabe tanto como los poemas, pues si no ¿para qué lee?

Yo no confieso ni lo uno ni lo otro. Decir que gozo leyendo una y otra vez estos poemas es una mera declaración que, ¿a quién puede interesar? Entonces, el lector de estas líneas esperará algo más. De todo lo que dije antes, nada quiero que sirva para "entender" mejor la poesía de Luis Carlos Mussó; al contrario, quisiera que sirviera para que el lector vaya simplemente con la disposición de acompañar a un poeta que sabe dónde está su punto de gravedad, dónde están sus puntos de fuga y, sobre todo, con la pasión de contemplar un espectáculo donde el poeta sabe, y no quiere saber, que ¿no es acaso el mejor de los poemas el no escrito?

Como verá el lector, el poeta se ha ganado la alegría de recorrer la bifurcación del mundo, y nosotros que lo admiramos nos quedamos, satisfechos, en esa frontera imaginaria o ideal donde las cosas se dividieron. Nosotros somos los testigos: la pregunta final de Propagación de la noche es paradójica, y también desgarradoramente fiel a sí misma. Sí, el mejor poema es el no escrito, pero hay que escribir poemas para decirlo, para decirlo, para decirlo… pero nada se prueba, nada se con-prueba, nada se de-muestra, y sí, todo se pregunta. Si nos encerramos en la pregunta, si dejamos que nos cubra, que nos rebase, que nos sitie en nuestra epidermis, tal vez escucharemos, no la respuesta, sino la música no oída, la palabra muda, el silencio sonoro.

Y ¿no he dicho en excesivas palabras lo que él ha sabido decir concisamente y con imágenes insustituibles en el poema "POÉTICA ( 1 )" de Tiniebla de esplendor?:

Y vi durante mucho tiempo tus rostros desde el fondo del misterio, los afanes del equilibrio por desgarrarse del fragmento, el empinado nombre adhiriéndose a la madrugada en contorsiones de scherzo.
Vi la muerte alzándose contra las sepulturas; y estuve frente a la orilla en el destierro de los dioses, a la hora de los pechos anegados de peces y corales.
Pero nunca vi a nadie quebrar la perfección. ¿O crees que solamente con proferir palabras y música (acaso un poema) romperás el silencio?

Mussó no comparte la inocencia que llevó a Rimbaud al silencio; Mussó siente más ese silencio que es parte del mundo o que es el otro mundo, y con el que han dialogado los místicos como San Juan de la Cruz, Rilke, Lezama Lima.

En "POÉTICA ( 1 )" desembocan todos los caminos sinuosos y autosuficientes de los libros anteriores (El libro del sosiego, Y el sol no es nombrado, Propagación de la noche): en él aparecen enlazados todos los sitios y todas las posturas de su recorrido; y de él parten los caminos de Tiniebla de esplendor: Personae, Taberna del Puerto, Ciudad Maldita, Libro de Mal Amor y Episodio I. Que exista un poema así debe emocionar al futuro lector de esta obra reunida, porque indica que el poeta no intentará perderlo en búsquedas inútiles.

Y eso es quizás lo más poderoso y desgarrador de esta obra: leo a un poeta que se enfrenta con inocultable seguridad a todas las manifestaciones evasivas del mundo como problema, y las persigue en sus transformaciones y las experimenta en su cuerpo y las arriesga en sus pasiones amorosas y las deja intactas cuando parecen agotarse en el sitio de la muerte; pero siento que en esa seguridad la voz poética de estos libros está recorriendo al mismo tiempo el camino contrario, el de la impotencia, el de la inutilidad del poema, el de la necesidad de la palabra, el de las sombras desprendidas de sus cuerpos, el de la superficialidad literal de la música, y el de la fatalidad del silencio.

Esta doble imagen me arraiga a los poemas porque el movimiento de las sombras, de las máscaras es, justamente, casi imperceptible. Y esa entrega de Luis Carlos Mussó al dramatismo de lo invisible refuerza aún más la confianza que produce en la lectura. Su moral no es la moral cristiana del que exhibe su virtud para que lo premien con elogios; su moral no es la moral introspectiva del que se cree elegido por Dios para salvarse. De hecho, en la estrategia de ser imperceptible, ¿qué moral puede haber? Sólo puede haber movimientos pasionales y reflejos en un espejo que cubre todos los objetos.

Y aún así, todo lo que he dicho no llega, me parece, a colocarse en el punto exacto de esta poesía, no sólo porque ese punto está en continuo movimiento o arriesgando mortalmente el ritmo del pensamiento y de la vida, sino también porque tal vez el mejor comentario sobre ella sea el no escrito.

Luis Carlos Mussó quiere ir más allá del silencio sonoro de la "Ciudad de los Inmortales" y de "Luvina", que ya iban más allá del silencio charlatán de los filósofos cotidianos. El quiere llegar al silencio silencioso del Mundo: ni el caos, ni el cosmos, simplemente la existencia del Mundo, callada, muda, perfecta.

¿Qué tarea más necesaria para la poesía puede haber que ésa? Nombrar la perfección y ya, sin tocarla; dejarla nada más como nombre.

Que el lector no se sienta solo, lo acompañará, paso a paso, un poeta que ama la labor de rastrear el secreto de Odiseo, que es la revelación más sencilla y más profunda: así pues ése que buscaba, soy.

Para eso están aquí estos poemas: para hallar de pronto lo que siempre hemos sido, como Odiseo: Nadie, es decir, todos (y quizá no, quizá estén para otra cosa; pero eso, querido lector, ni tú ni yo lo sabremos nunca).


 

 

 

Proyecto Patrimonio— Año 2006 
A Página Principal
| A Archivo Luis Carlos Mussó | A Archivo de Autores |

www.letras.s5.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez S.
e-mail: osol301@yahoo.es
Sonata para una palabra viva.
Poesía de Luis Carlos Mussó.
Por Jorge Aguilar Mora.