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De El oficio impracticable
(inédito)

Luis Carlos Mussó

 


UNO

Un canto que deshoje las orillas del miedo. Que amenace (como la belleza) desde sus ámbitos hostiles, y que nos haga sobrevivir a los hiatos del amor. Un hiato como el universo que contienen las manos. Un canto, como el silencio.

 

DOS

Lengua habitada/ lengua simple/ lengua suspensa; no nos seduce si se evade del mundo cierto:
la víspera de toda batalla es frágil y el campo nos acosa con su paz maldita. En la visón reveladora no hay mentira que nos haga el invierno con todos sus bártulos; que nos recuerde la desnuda mirada del error.

Lengua habitada/ lengua simple/ lengua suspensa; no nos seduce si se ausenta del mundo ilusorio:
la mañana que vino después de la batalla nos encontró lidiando con al arte mayor de la muerte. Ya que nadie acompaña a nuestros muertos en sus ataúdes de pino; y la noche les es tallada en los párpados. Pues la han ganado.

No hay pie quebrado que funcione si contemplamos las tersas aguas en los días después de la batalla.
Graves, ligeros, los sepulcros en el mar. Y una lengua habitada, también simple y suspensa, nos embriaga con aromas de música y blasfemia: nos seduce con el rastro de un cántico profundo.

 

TRES

Podrá oírse neciamente una ballesta de aludes mientras fisura el día. A los vientos que tallan la máscara funeraria de Croniamantal.
Pero las farolas, empeñadas con el aliento de la tenaz oscuridad, dilatan su secreto ante el coro de miradas.

Porque el mester de hipocresía va arriando sus ensayos, al lado de un soneto se adormece la voz redonda; la que iza los misterios en que se nombran las facturas de la magia.

Doblones en la desnudez; lustre en las colinas tomadas con fascinación. Y los talones sobre la húmeda hierba: la sombra imprecisa en cordial arcilla, los espejos trizados por el peso de la imagen.


CUATRO

*

Nace el canto en el exilio (la epidemia de las furias viene del norte). Velas deshilachadas, antes henchidas: los vestigios de la expedición. Cuando caímos en cuenta, las riquezas ofrecidas eran solo un puñado de decires.

El Cristo del Consuelo vuelve a ser mi barrio y vuelve a pasearse en andas durante la procesión de viernesanto a la que asistía con los míos.

Ya no más borrones en la memoria: el canto nace en el exilio, pero crece donde debe.

**

Hosca la siega de fatigas pávidas; fulgor nocturno de los tácitos espinos. Garúa: el cadáver de Dios bajo una nube de gallinazos, y yo con un poemario de Vallejo bajo el brazo por las calles del Cristo del Consuelo.


CINCO

¿Seguirá el orín extendiéndose sobre las escrituras? ¿Todavía será Dios el ojo tenebroso dentro de un triángulo? Y la utopía, ¿yacerá a esta alturas completamente cumplida, y por tanto, extinta?

¿Se levantará el puente memorioso para permitir el paso al país de la lluvia? ¿Harán las dagas del sueño que se haga posible la frágil migración hasta el Jardín de la Muerte ¿Enrojecerá aún más la sombra de la entraña atardecida/ de la ruina inmaculada?

¿Anularán los espacios la destrucción del desorden portentoso? ¿Lograrán las legiones evadir los vaticinios que les dio el oráculo? ¿En dónde podrán las muertes espléndidas alojar su dulzura si el puerto amurallado les opone sus torres, sus celadores, su desdén?

SEIS

Cuando la sombra viene de un sauce todo florido de mariposas, la imagen que hay en frente me invita a jugar ajedrez. Pienso en la apertura española, en la defensa siciliana:

- ¿Cuántas veces el fuego si el náufrago olvida sus oficios? ¿Dará otra vez el paisaje con la mirada, ahora que el mes más cruel ya no lo es?

- Nevermore


SIETE

¿Qué fueron entonces esos cuerpos? ¿Acaso otra cosa que los arcos que me disparaban como a una saeta hacia ti en carrera de relevos?

¿No eran los que, uno a uno y a su turno, me tomaban del punto donde había caído y se ofrecían a brindarme impulso y enseñanza? Su holgura no era sino acicate para que me aventurase en la gruta nutricia de la sensatez. Y la pleamar de sus ascuas, la marea imperfecta. La pujanza fortuita que describía la gloria sin conocerla.

Tumulto de símbolos tatuados en tu hombro. Tumulto de símbolos que se asentaron con el sol de las provincias marítimas y las terrestres. Y sin embargo, te disipan como un canto que seduce a los marineros a barlovento y los lleva al confín de la noche.

Cada silencio prolonga mi muerte: tanto desbrozar para hallar una inscripción que entendía, pero que no deseaba entender. Tantos ciclos sin leer todavía el cuerpo que aguardaba por mi nombre. Aquel que rompería su mudez en nuestro abrazo.


OCHO

En ausencia del mundo, el arte degenerado: habiéndome allende el maderamen de tu espalda; para qué temer a la muerte, si es creación del sueño. Para qué imaginar perecedero el galope de la sangre, si ha de llegar un canto que deshoje las orillas del miedo. Que limpie (como la lluvia) mi mirada y que nos haga sobrevivir a los hiatos del amor. Un canto que anuncie el primero de los cantos. Un canto, como el silencio.

 

 

 


Luis Carlos Mussó (Guayaquil, 1970) : Se licenció en Letras en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil. Ha publicado El libro del sosiego (1997), Y el sol no es nombrado (2000), Propagación de la noche (2000) y Tiniebla de esplendor (2006) y el colectivo Porque nuestro es el exilio. Ha sido en tres oportunidades Premio Nacional de Poesía (1999, 2000 y 2006) y finalista en el Premio Adonais (Editorial Rialp, 2000). Consta en antologías de Latinoamérica y España (en castellano) e Israel (en hebreo). Se dedica a la cátedra y colabora en publicaciones con artículos y comentarios literarios (destaca Entre el silencio amenazado y una luz por labrar sobre la obra de Paco Tobar García, editado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana en 2005).




 

 

 

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