Proyecto Patrimonio - 2025 | index |
Lucas Costa | Autores |








Las boyas y la gradiente
Sobre «Calcio en la mirada de la noche», de Lucas Costa


Por Manuel Boher
Publicado en REVISTA ORIGAMI, 20 de octubre 2022


Tweet .. .. .. .. ..

Cuando leí este nuevo libro de Lucas Costa, pensé en el capítulo de una investigación de Christopher Alexander, un arquitecto de los años setenta, que analiza espacios interiores desde sus formas y sus elementos. Para distribuir la privacidad en las salas de un edificio, hay que trazar una gradiente de intimidad que Alexander dibuja como si fueran ondas en el agua: van desde la entrada principal hasta la parte más profunda de la casa. Cuando leí, entonces, Calcio en la mirada de la noche;pensé en esos diagramas de ondas abiertas y en el plano de la casa como algo líquido. Aunque pienso que, en la gradiente que el libro traza sobre su espacio, estas ondas no se arquean como curvas que crecen, sino que se encuentran con obstáculos, con islas o atados de cosas que flotan y que devuelven las ondas, enredándolas en una interferencia que las multiplica o las consume.

 

Lucas Costa

En general, dice Alexander, el mundo de los niños no está contenido en una sala, sino desplegado, como un continuo de habitaciones que absorberá cualquier espacio que cruce su circuito. En un poema de Lucas se habla de la casa como una madriguera de especies introducidas, que la hija, como un castor, viene a roer. Es el mundo de los padres, que va cediendo su intimidad con el avance del mundo de la infancia, cuando ningún espacio es privado y se pasa por la pieza de los niños para alcanzar los baños, y las paredes empiezan a notarse demasiado delgadas, las manillas inseguras, y los productos de limpieza y las pastillas deben ponerse fuera de alcance: acumulándose en un desorden que antes no existía, en una interferencia, que de a poco va devolviendo las ondas de la gradiente.

Pero es en este desorden donde pueden leerse las rutas que estas olas de intimidad van haciendo al chocar, por ejemplo, con un cobertor estirado en el piso, o contra unos vasos que quedaron del desayuno. Porque es a través de los rebaños de juguetes tirados en las habitaciones de la casa donde la privacidad se vuelve esta cuestión obstruida, permeada de algo, pero no completamente atravesada. Entonces el lenguaje en los poemas del libro funciona como eje de gravedad, como una disposición de líneas en el desorden, que a veces es capaz de constelarlo; como en la segunda parte del libro, o de secuenciarlo, como en la tercera. Dice también Alexander que estas habitaciones, que los espacios comunes son el centro de la órbita, porque parecen el corazón al mismo tiempo que el cerebro de los edificios, y que esa será la razón, de que sean los primeros lugares que absorbe el mundo continuo de los niños.

Y aunque parezca caótico, este avance en realidad tiene algo de orgánico: se abona con el valor humano que ambas fuerzas, la de la infancia y la de la paternidad, comparten en el encuentro. Los hijos duermen mejor con la puerta abierta, porque en algo les tranquiliza la presencia de los otros, transferida a la luz del pasillo, al rumor de los padres en otras salas y al sonido de la tele; como si fueran sondas puestas en la gradiente, boyas, que comprueban que los espacios son sitios ocupados, de que la vida continúa más allá de la propia. Para radicalizar esta lectura del desorden, pienso en el horrible y sonoro ruido de un secador de pelo que hacía dormir a una amiga, porque en ese sonido seguía existiendo la familia en el baño, en la mañana, antes de salir al trabajo. Pienso que es la interferencia y no otra cosa lo que multiplica en el espacio un sentido vital, que por eso los materiales del libro de Lucas nunca son del todo herméticos: no tienen una membrana que los contorne, sobre todo en la última parte: todo está abierto al cruce, y a veces de los objetos solo llega su forma, el color o la textura de su material, o los rasgos de la persona que lo sostiene.

Recuerdo la sensación de atravesar un espacio con el desorden de algún juego, algo que hacía con mi hermano cuando no había nadie en la casa. Recuerdo que en eso había una cuestión reveladora, tenía que ver con el lugar que ocupaba la realidad en los espacios y en el movimiento que permite atravesarlos. Pero la desorganización y la interferencia me parecieron siempre fantasmas o consecuencias de actividades que más bien tenían intención de sugerirse desde algún orden, o desde la rúbrica de alguna fantasía establecida. Por ejemplo, los castillos de bloques o de arena, que, aunque espontáneos, narrativa y materialmente se ciñen a lógicas de estructura y de fidelidad. Pienso que la imaginación infantil tiende a la geometría, y pienso que esto tiene que ver con alguna abstracción que sube desde la inocencia de percibir al mundo por su forma: es un estado contabilizador del éxtasis, más bien, que también lleva Calcio en la mirada de la noche, en el que el autor recoge materiales en los que se percibe aura de orden y desorden, de registro y de imaginación, pero en los que está especialmente alzado el número, la composición y la revelación de secuencias, como si Costa hablara de la revelación, del asombro y de la angustia de la paternidad de la misma forma en la que un niño llena una hoja con dibujos de círculos y de cajas.

Así calza la experiencia de la niñez y la inocencia, dentro de la experiencia de la paternidad. Como si hubiera en la genética de la infancia, una especie de fórmula que amplía la distancia entre los hijos y los padres, que reduce y especula sobre los mundos que aparecen en estos espacios y su lejanía. Y son mundos posibles, donde el recuerdo aparece como algo verdaderamente creador, porque logra independizarse de la secuencia, del pesimismo, y de las organizaciones rígidas del pasado. En la primera parte del libro estos mundos todavía son yermos y minerales para el otro, y en ciertos lugares rivalizan entre sí, pero luego también van acercándose ráfagas de asombro, de revelación: los mundos se conectan por su interferencia, por la humanidad de su desorden. Incluso en los fantasmas y en la desconfianza, el libro de Lucas aviva estos continentes, donde chocan las olas de una gradiente y el espacio logra escanearse completo.




. .








Proyecto Patrimonio Año 2025
A Página Principal
 |  A Archivo Lucas Costa  | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Las boyas y la gradiente
Sobre «Calcio en la mirada de la noche», de Lucas Costa
Por Manuel Boher
Publicado en REVISTA ORIGAMI, 20 de octubre 2022