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Entreamigos:
‘Quise darle un lugar a lo extirpado y de cierta manera aprender a acumular esos residuos’
[Lucas Costa, autor de ‘Playa de escombros’ (Alquimia. 2017) ]


Por Álvaro Gaete Escanilla
Publicado en jámpster, agosto 2017



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El 4 de agosto recién pasado se lanzó a casa llena el libro Playa de escombros, de Lucas Costa. Una obra de capas tectónicas superpuestas; un salvavidas que recorre ésta y otras orillas en busca de fotos donde quitar las algas, limpiar lo que queda del polvillo y los escombros. Un libro también sobre la memoria, piénsese en un documental sobre el amor, principalmente el filial. Parece decir que, incluyendo las ondas concéntricas, las olas, y el suelo que se sacude de un lado a otro, la memoria —que se basa en la percepción, es decir, lo que se mide en Mercalli— necesita de actos de fe para validarse. Ahí donde un sismo experimenta variaciones y no se detiene; un cerciorarse por si la historia personal no ha sufrido daños después del movimiento telúrico. Queda suspendida la pregunta inicial: “¿Dónde estabas tú para el terremoto?”.


—Encomienda
 salió el año 2013 y cuatro años después aparece esta nueva entrega. ¿A qué se debe este espacio entre un libro y otro? ¿Cuánto demoró la escritura de este proyecto?

—No sé si pasó mucho tiempo. En particular, este libro fue mutando según sus propios ritmos. Desde el 2010 otras personas fueron escribiéndolo conmigo. Durante esos años surgieron muchas preguntas que me hicieron ir contra la comodidad de un registro pauteado. Por lo menos para mí, uno no escribe el poema que quiere. El acto de compensación es un descubrimiento que cuesta trabajo asimilar. Para decantar esa escritura (a la manera de los cambios en un territorio) hace falta el trabajo del tiempo. En particular, Playa de escombros comenzó siendo un libro muy consciente de qué iba, pero luego me pareció un ejercicio vacío, una cáscara que no me interpelaba. Era una escritura muy sintomática de los tiempos que vivimos hoy, lleno de proyectos planificados o de libros que van para un solo lado, que demarcan su cancha antes de escribirse. Yo también caí un rato en esa trampa y al comienzo me puse muchas imposiciones que finalmente terminé por derrumbar. Esa misma experiencia estaba hablando, por lo que tuve que encontrarle una forma. Esa es una de las razones por la cual las dicciones del libro son tan diferentes entre sí. Traté de hacer el proceso lo más orgánico posible, y eso significó quedarme sólo con lo residual en ocasiones. Había que ser sensato con un trabajo que apareció sin que yo lo forzara.

—Si intentamos buscar una continuidad entre ambos libros, en Encomienda era el cemento infranqueable y los espacios cerrados. En Playa de escombros hay restos que se mezclan con las algas y una casi nula “vida interior”. En el libro del 2013 era la figura del padre en la cárcel, pero no es hasta ahora que se extrema la condición de hijo. De hecho, este libro me parece mucho más personal. ¿Puedes hablarnos de los elementos de continuidad?
—No lo había pensado así hasta ahora, pero en algo se asemejan, porque al final ambos libros refieren finalmente a experiencias concretas. Quizá el ímpetu que movía a ambos haya sido el de encontrar un asidero en el espacio (ya sea en la materialidad de una celda o el paisaje derruido). En ese sentido, son libros que encuentran su eje desde la fragilidad y la imposibilidad. Si crees que es más personal que Encomienda, creo que eso pasa porque el libro se volcó contra todo lo conceptual que puede llegar a ser escribir poemas en torno a terremotos. Quizá por eso está tan demarcada la presencia de la primera y la segunda persona. No obstante, en Playa se devela de cierta manera el trabajo y se expone con qué materiales se trabaja: lo que sobró de sus procesos funciona también como obra y eso hace un quiebre entre ambas escrituras. Por eso termina en “Remanente”. Me pareció importante hacerme cargo de lo que iba botando, como una especie de reciclaje interno. Quise darle un lugar a lo extirpado y de cierta manera aprender a acumular esos residuos. Me gusta pensar en aquello que se elimina, en lo que se bota por exceso de cuidado. Como la cola de la lagartija, pensé en que el poema podía ser un organismo vivo que se expande a medida que se corta.

—Me gusta mucho esa idea de la cola de lagartija. A partir de lo que “sobra”, construir. Parece que la tónica principal de Playa de escombros tiene que ver con lo último. Un reciclaje por sobre una reconstrucción. Sería interesante preguntarse qué es lo que quedó fuera del libro durante este tiempo. Qué es lo que no sobrevivió al reciclaje.
—Lo que quedó fue precisamente lo que sobrevivió después de ese proceso de destrucción del que te hablaba. Quizá también esto está relacionado con que uno toma varios trayectos en las versiones de lo que escribe, buscando volver a la energía que puso en movimiento esas mismas palabras. Eso significa amontonar sobras y en algún minuto, poder construir desde ahí. Lo que sí quedó fuera del libro fueron textos meramente documentales y efectistas, que están en las antípodas de lo que te hablo. En ocasiones pasaron a ser versos porque como textos solos eran unidades muy rígidas. No soportaron el derrumbe que significa cambiar de rumbo o quizá yo no supe cómo encajarlos para que mutaran. Me gusta que las cosas que hago puedan mutar. Pero estoy hablando pescadas, porque eso ya es labor del lector.

—Éste es un libro de escombros y agua. No habla nunca de la reconstrucción, sino de los trozos que fueron amontonándose. Se me ocurre como posible lectura como lo que se destruye, construcción-roca sedimentada, va transformándose en el paisaje y arma un discurso. La convivencia con ese espacio. ¿Por qué el movimiento telúrico como pie forzado?
—Un pie forzado funciona como pretexto. Pero me parece que en Playa… hay algo distinto. Creo que el movimiento telúrico funciona como modus operandi. Pensé en cómo los textos asimilaban esos cambios o podían dar cuenta de su naturaleza. Un texto que hable de catástrofes requiere de un montaje que permita hacerte sentir esa impronta irregular de fisuras, por decirte algo. Así, el poema no puede obedecer a reglas preestablecidas. En ese sentido, los textos son asimilables al terreno o ciertos lugares: el hecho de que los podamos transitar (o no) por ellos, se da por toda una historia de movimientos telúricos. Necesitamos de esos espacios. Me interesaba hacer chocar la prosodia con sus imágenes, que pudiera montarse una sobre otra para que pudiera emerger una versión nueva o ajena a la que pensé. En ese escenario, el poema tan sólo sugiere los materiales con que uno puede llegar a armar. Si bien éste es un libro cimentado en la esperanza, yo no puedo imponerla en un texto. Escribir poemas es en ocasiones un ejercicio de humildad que considera al otro y lo deja habitar. Me parecía pertinente pensar el lenguaje como un lugar de desapego y comunión, precisamente porque las catástrofes son espacios donde puede pasar eso y se abre la posibilidad de mirarnos a la cara de verdad.

—Ambos libros comparten también la absorción de una problemática social (las cárceles y la justicia/animales que van a morir a las costas, la contaminación del mar, el trabajo infantil y las cárceles de menores, los cuerpos arrojados al mar, etc.). Enunciaciones y convivencia que nos hablan de una poesía civil que no puede desligarse de lo político, aunque nunca se presenta a sí misma como tal. Pienso en versos como “A este país le llamaste costra puesta / a adelgazar sobre un fluido”. ¿Tiene esto un lugar en tu “poética” o “proyecto literario”?
—Creo que ya estoy lejos de quien escribió ambos libros y, la verdad, no sé bien qué pienso ahora sobre ese rol político que nombras, pues es una de las tantas capas que un texto puede tener. Eso sí, sigo pensando que es un ejercicio civil como cualquier otro. Claramente resulta espinudo porque se mete con el entramado de la comunicación. Aún así, pienso que no hay que darse tanto color. Vengo de una mentalidad justiciera, por tanto algo se cuela en los textos. Pero me interesa sobre todo la pregunta por la praxis. Pienso en que primero hay que mirarse a uno mismo, cachar el cerro de contradicciones que nos envuelven. Para mí escribir poesía es un acto de autocrítica constante. Por tanto, si quiero empezar por “criticar” o develar alguna realidad, debo empezar por preguntarme y desmontar mis propias maneras de hacer lo que hago, de mirarme cómo ejecuto el lenguaje con los otros.

—¿Qué lecturas acompañaron a Playa de escombros? Imagino que muchas. En particular me resuena Viel Temperley (por la “experiencia religiosa” que significa el agua, una de las tantas variables del texto). ¿Hubo influencias no literarias?
—Son muchas las obras que impactan durante un tiempo largo de escritura, pero creo que me mantuve sobre todo leyendo cosas fuera de Chile. Si te entiendo, la pregunta va más que nada al uso de documentos históricos. Durante un tiempo revisé muchos y vi que había un patrón interesante en ellos: nadie puede describir mediante la lógica qué pasa cuando sobreviene la catástrofe. Por ejemplo, para el terremoto de 1822 María Graham va a preguntarles a algunos pescadores qué habían visto ese día. Ellos describen una luz que destella y se parte en tres y que comparan con la Virgen, algo muy similar a lo que podríamos encontrar en un poema. El Chaqueta, un amigo pescador de Pichidangui, me contó cómo salían aguas verticales y burbujas mar adentro. El lenguaje se excede cuando pasan estas cosas fuertes y ya no puede ser ocupado de la misma manera. Resulta notable que nombres la experiencia religiosa en Viel Temperley, porque en sus poemas pasa algo similar: el entendimiento de la vida pasa desde otro lugar. En Crawl, por ejemplo, el éxtasis del encuentro con Dios aparece como nado, en la respiración de los poemas, desde un ritmo asimilando corporalmente al movimiento de los versos. En Playa… hay mucho de eso. A mí, igual de creyente que él, me interesa dejar que las cosas hablen desde un lugar ajeno a la racionalidad. Uno puede predisponer de todo, pero cuando emergen hechos que nos sobrepasan, la vida como en el poema es moldeado por una experiencia otra. De esa apertura habla este libro: experimentar ese amor del cual escribe Viel Temperley. Y comprender que eso no es obra mía. En ese sentido, volviendo a la pregunta, mucho más radical fue la influencia de las personas que me rodean. Por eso el libro cambió de rumbo y contiene cierta impronta de vitalidad que le hace el contrapeso al cariz documental. Me parece que en ocasiones puede resultar provechoso, pero también puede terminar transformándose en un mero tic. El ejercicio documental como poética debe ser discutido, sobre todo después de un mar de libros hechos bajo el mismo procedimiento y el vertedero de “información” que significa internet.

—Junto a Cristian Foerster realizaste el taller “Al pulso de la letra” durante 5 años. Aparte de eso, trabajas en otras instancias de mediación de la lectura. ¿Cómo ves la educación literaria en colegios? ¿Crees que los espacios informales aportan a la formación de lectores y ciudadanos?
—Veo muy difícil la enseñanza de la literatura dentro del contexto escolar. Sobre todo porque requiere de un mediador comprometido y, por lo general, los profes están explotados y no pueden ni leer en sus ratos libres. Resulta un desafío monumental, porque vivimos bajo un modelo excesivamente funcional, donde todo tiende a ser hecho un fin particular. Me ha pasado en muchos contextos que la gente pregunta para qué sirve leer. Es un cuestionamiento válido que creo que no hemos sabido responder en la praxis. La poesía en ese panorama es ininteligible como muchas realidades que nos rodean. Por otro lado, no hemos salido de cánones tan básicos como los de la métrica clásica. Me ha pasado con cabros jóvenes, que siguen pensando si un poema no tiene rima no lo ven como tal. Dentro de este panorama, la deformación de los lectores resulta importante. Los espacios informales son aquellos que pueden remar a contracorriente de esa educación. Pienso que un taller es, ante todo, un espacio de diálogo donde uno aprende a escuchar. Y eso está necesariamente relacionado con aprender a callar. Ya es cosa de mirar las redes sociales para cachar que el silencio no está muy bien cotizado.

—En la rata queremos estar al tanto de lo que se está escribiendo hoy por hoy. ¿A quién/es crees que haya que leer o entrevistar?
—Pucha, hay muchísimas personas que están haciendo cosas que me parecen notables. Voy a nombrar a un par de chilenos, a quienes no conozco personalmente y que me interesan mucho: Juan Carlos Urtaza, Jorge Velázquez, Claudio Gaete Briones, Ricardo Herrera, Guillermo Riedemann, entre otros. También recomiendo leer a Pedro Montealegre, a quien lamentablemente no podrán entrevistar. Asimismo, se viene a la cabeza mucha gente inédita que estoy seguro que va a cambiar el panorama cuando saquen a luz sus primeros libros. Como te decía antes, me interesa mucho lo que está pasando en lugares como Brasil, Perú, etc. Pienso en Oswaldo Chanove, Carlito Azevedo, Rosa Granda, Luca Argel, Christian Briceño o Tilsa Otta, por proponer sólo algunos nombres. También me parece que sería interesante ver qué piensan los traductores sobre su propia labor o aprovechar que aún hay viejos maestros vivos. Te nombro a Gloria Gervitz, que me parece hoy por hoy alguien ineludible.

 


 

Selección de poemas

 


NO FUI CAPAZ DE IMAGINAR EL FIN DE UN MUNDO
en el espacio emergiendo entre las tejas de una casa
ni instalarme en el techo a imitar
al tiuque en sus graznidos.

En la oreja se me apiló el horizonte.

Confundí las nubes con el vapor que salió del mar
–pulmón adentro hasta mi boca–
los intentos de hacer eco
adiestrando el miedo
a los decibeles del corazón.

Reverberó la luna
en el huiro arrancado a machetazos
como ramas para un nido:
las crías protegidas
como primera respiración.

Infiltrado en la noche me concentro
el chapoteo de tus pies
reluce una templanza.

 

 

EN MITAD DE LA LADERA REPOSAN PIEDRAS
bajo arenisca antes de caer cerro abajo

la paciencia que la brisa tiene con la ladera
sus asperezas limadas
hecha boceto o chasis.

Si la pienso como escrita ella labra
las versiones y yo cotejo
la erosión en el brote irrepetible
de la piedra.

Lo que para ella está listo
para mí todavía le falta.

Me dijiste que termine con el capricho
insaciable de revisar todo de nuevo:
«cuando tocas demasiado
la piel se deja de sentir».

Mi inseguridad a dejar estáticos
los lugares sensibles
del cerro: el desgaste como fruto
de una paciencia que no tengo.

Ruedan las piedras.
Pienso en la emoción del manoseo
en la belleza del sedimento.

y una porción dócil
entra por la piel.

 

ESTOS CABLES SE CIERNEN SOBRE NOSOTROS  y chispean un chaparrón de estalactitas tras la camioneta abollada adentro de tu casa. Sueñas con voltajes que dan calor, luz y sombra porque es justo. La falta se ve nítida en la oscurana cuando se tiñó precipitada. No lo has vivido pero intuyes cómo suena. Calle Blanco, esquina Edwards: una muralla se sostiene sola contra el firmamento.

 

 

LA LENGUA MATERNA NO BROTA DE INMEDIATO
Uno se hace hijo de esa madre y de ahí se forja.
A veces significa parir a quien no quieres.
Regeneras una fibra cada vez más clara
si la piel se desvanece. Luego la sensación
de que todo puede rajarse, que eres capaz
de destruirlo sin tener los cojones o la intención.
Tartamudeas y a veces se desprende esa placenta.
Adiestras el cordón umbilical al sentido
la levedad de las distancias dispone
que dependas de un hilo.
A las paredes uterinas llegan caracteres
cortados como una forma modular.
Con las manos juntas limpiar las asperezas.
Una fibra cada vez más clara que miras
como si fuera propia. El entramado con las costuras
por fuera. Tienes la sensación de que estás aquí
pero si de ti dependiera podrías perfectamente no estarlo.

 

Poemas extraídos de Playa de escombros (Alquimia, 2017)

 

 


 



 

 

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[Lucas Costa, autor de ‘Playa de escombros’ (Alquimia. 2017) ]
Por Álvaro Gaete Escanilla
Publicado en jámpster, agosto 2017