Pedro Lemebel

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La noche porteña:

o los zapatos rojos de Lemebel color="#FFFFFF">


por Elisa Montesinos
PrimeraLínea

 



Después se los cambió por unos negros taco aguja. Con el poeta Jordi Lloret convirtieron la noche en susurro, canto, gemido, inscripciones de tinta y tinto en el cuerpo. Valparaíso apareció en toda su dimensión vertiginosa.



No fue un homenaje a la desaparecida discotheque gay Divine como se había anunciado y como publicaron algunos periódicos sensacionalistas.

La noche porteña deparaba otras sorpresas. El aire enrarecido bajo amenaza de lluvia fue el escenario adecuado para una performance poética, que recordó la estrecha relación entre arte y política en los 80'. Es que los cerros de Valparaíso se prestan para lecturas de poesía improvisadas y en voz alta, para la creación colectiva tan olvidada en estos días singulares. Fue en el Barón, calle O'Brien 365, Bar Punto Cardinal.

Organizado por Taller de Acción Cultural y Televisión Independiente TVI, que en el canal 19 de UCV cable se encarga de generar espacios de participación comunitaria y de difusión de la cultura local. Experiencia impulsada por los periodistas Alex Moya y Viviana Sepúlveda que actualmente espera un financiamiento estable para continuar saliendo diariamente a las 16 y 19:30 hrs con reportajes y notas sociales ambientados principalmente en el municipio de Concón.

Volvamos al puerto. Era el día en que no se aprobó en el Congreso la ley que reconocería los derechos de los pueblos indígenas, por no contar con el quórum requerido. El Americanazo reunió las voces de dos creadores. Jordi Lloret, poeta avecindado en Concón, organizador de las míticas fiestas en el garaje Matucana. Pedro Lemebel, que con las Yeguas del Apocalipsis desarrolló un trabajo estético transgresor de los límites impuestos por signos lingüísticos y materiales de representación. Algo de eso volvió a escenificarse aquella noche de gemidos guturales, textos poéticos susurrados y cantados, música y proyección de videos. Ambos se sucedían en las lecturas, cautivando a los asistentes.

Tarde llegó Lemebel y muy de zapatos rojos, que después se cambió por unos negros taco aguja para llevar a cabo una intervención plagada del habla popular y de semánticas en pugna contra los aparatos de dominio: leáse alfabeto, Estado, logos, falo. "Siempre que se habla de performance se crean expectativas; todo el mundo cree que uno se va a cortar un coco y se lo va a poner de aro", dijo con su ironía característica. "Más bien esto tiene un carácter de rito iniciático". Dicho y hecho, se puso a leer crónicas inéditas, como delataban la tipografía de máquina y las hojas sueltas. De los pobres que lloran riendo, de los estudiantes que se toman las universidades, de lo imposible que es traducir en letra impresa "los dibujos que contienen voces".

"Chun chul pub, choroy pub, llo lleo pub,
berijas pub, tal tal pub, pichilemu pub,
pichidangui pub, pichicuy pub, guanajuato pub,
huila pub, ojota pub, poncho pub,
trapelacuche pub, kultrún pub, antumapu pub,
quiltro pub, curagüilla pub, chiu chiu pub,
pelequén pub, atahualpa pub, don chuma pub,
viruta pub, cumpeo pub,

Leyó Lemebel devolviéndonos nuestro mestizo rostro chilensis.

Los verdaderos homenajeados fueron los pueblos indígenas, en escritos que no eludían la complejidad y tensión de una identidad múltiple y contradictoria. La magia se hizo presente y el ritual se desencadenó una vez más. Hubo danza, rostros pintados, máscaras, oralidad pura.

La poesía de Lloret se dejó caer de a poco como una lluvia fresca, que mutó en olas contra el roquerío, latidos de la tierra, cantos de pájaros, aullidos, música de ritmos inolvidables.

Dando cuenta de ancestros aymarás, susurró:
"Al poeta inca Wlaparrimachi" y entonces se oyeron voces:



"Munáway
Munakúway
Munaríway
Munarikúway
Munaririkúway
Munalláway
Munarikulláway
Munaririkulláway"

"Todas estas palabras significan amándote" -sentenció entonces como nota final.

La noche algo prometía con sus húmedos ardores. Ambiente cálido, conversaciones evocadoras y mortalmente alucinadas. La noche porteña no acaba nunca y se alargó hasta el infinito con vino y chorrillanas y más conversación en un bar perdido. Es a esta hora cuando se suma la nostalgia y las palabras adquieren una dimensión dolorosamente verdadera.

El amanecer nos arranca de los brazos de una noche vieja y nueva, y el día aparece bajando de los cerros con una sonrisa entre los labios. Extraña forma tienen de entrecruzarse los destinos. Una llovizna tenue y el olor a mar. Nada hay que esperar de la noche clandestina, aunque ella todo lo ofrece; la claridad esfuma sus placeres. Abordar el primer bus rumbo a Santiago y no mirar atrás. La noche tiene su precio: hay que olvidarla.




 

 

 

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