Pedro Lemebel

 
 

 

 

La rabia


El último libro de crónicas de Pedro Lemebel, Zanjón de la aguada (Seix-Barral), integra la lista de best-sellers chilena desde su aparición, hace más de siete semanas. Aunque será distribuido en la Argentina recién el año próximo (gracias a la mezquindad de las políticas editoriales locales), Radarlibros quiso saber qué piensa el gran escritor trasandino de su éxito masivo.


por Andi Nachon
en Página12, 25 de octubre de 2003



–Señora, ni siquiera me dieron un tiempito –le dice imaginariamente Pedro Lemebel a una de las tantas vendedoras ambulantes que en la calle oferta la copia pirata de su último libro, presentado hace unos días en la Central Unica de Trabajadores. Risueño y frente a una taza de té, en el Bar Toro que tantas veces presenciara sus carreteos, agrega haciendo las distintas entonaciones-.. Yo voy a terminar vendiendo con usted aquí en la vereda. Y se nos jode el asunto. O no escribo más. O solamente publico afuera y se nos acaba el negocio a usted y a mí.
–Es que lo queremos tanto...
–No me quieras tanto que tengo que comer. Quiéreme un poquito menos.

¿Pensó alguna vez que su escritura alcanzaría ese grado de repercusión?
–Bueno, nunca estuvo en mí el horizonte de hacer fortuna con la escritura. Así que, si ocurre esto, que esté en primer lugar de ventas, que esté más panfleteado que el Condorito, ah bien... cumple su destino. Su recorrido. La mayoría de estos textos fueron publicados ya, en The Clinic. Ésta es una recopilación de las crónicas... porque quise darles otro corpus, otro diseño. Y en esta estructura hay una intención social, política fundamentalmente. Por eso la dosis de homosexualidad es una gota de rimmel en un ojo lluvioso.

¿Se imaginó semejante masividad?

–Hay una refracción mediática que era inesperada. Complicitada con esta escritura. Nunca lo presentí. Yo creo que hay una devolución de mano, en la reproducción pirateada de mis textos, en la repartija de esa portada que lleva el rostro de mi madre recién muerta en todas las veredas de Santiago. Ése es el mayor homenaje que le puedo rendir. Haber repartido su rostro, que ya no es su rostro, que ya es ese rostro que se permea en todas las desigualdades sociales y económicas que humedecen las calles de Santiago. Y también es el rostro de los desaparecidos. Y también es el rostro de la representación de la mujer, que a tantos años de lucha ha obtenido apenas algunos puestos de poder teniendo que usar terno de hombre con minifalda. Eso.

Lemebel habla del rostro en sepia que mira desde la tapa del Zanjón de la aguada, este libro donde reaparece la lucidez a veces celebratoria y a veces particularmente ácida de su extraña poética barriobajera. Luego agrega:
–Yo extraño esa rabiosa insolencia de mi infancia primitiva. Extraño las multitudes, esa hermandad del sudar juntos. No en un estadio deportivo. En la CUT, donde presenté mi libro, hubo esa aglomeración de gente, esa multitud por la que me pelaron tanto. Por la que me dijeron que era una especie de mitin... Ningún escritor en Chile puede jactarse de tener seis mil... perdón, seiscientas personas (¡No tan lejos!, que me estoy poniendo chileno...) en su presentación. Y eso a mí me provoca una emoción... cómo no, no puedo pecar de sencillez.
Después, imparable, salta a otro tema con la misma velocidad que caracteriza su escritura impulsando el habla, pregunta por las revistas del Proyecto Venus que llegaron a sus manos.
–Aquí de eso hay muy poco. La poesía a su manera sigue existiendo, sigue respirando en algunos textos. Con bastante vitalidad. Textos de mujeres jóvenes, muy fuertes. Pero también está la mirada de eso como exotismo. Que habita como exotismo y está escenificada como exotismo. Y se le da un lugar preferencial, para homenajearla, pero como a una señora vieja, latera, lírica y latera. Hay esa falta de respeto con la poesía.

Pareciera que funcionan estrategias de vaciado sentido. Y con una tradición tan rica...
–Sí. Pero una tradición literaria tan masculina... Todos los próceres de la poesía chilena son falos coronados con laureles, por los laureles de la academia literaria. Quizás por eso, a lo mejor, yo hice el doblez. No me dediqué a la poesía porque era un territorio mucho más difícil para un homosexual evidente. No digo declarado, ni tan militante, ni tan fanático. En el fondo, una parada sexual que puede cambiar también. En el amplio abanico de las sexualidades, me tocó ésta en este momento. No sé en el futuro. El futuro puede venir mujer. Puede venir tantas cosas. Tantas sexualidades como personas conozca.
Con calma, apoya la taza en el plato para saludar a un grupo recién llegado. Y luego sigue:
–Pero fíjate que estaba pensando en el horror. En el horror impensado de ver a los hijos de Saddam como trofeos de caza. Fue impresionante. Pero esa imagen difundida, legalizada, por ese imperio brutal, es incongruente con este momento de la historia de la humanidad. Aunque no es tan incongruente en términos de que se huele una remoralización. Un regreso a ciertos órdenes de tradicionalismo. Yo huelo eso. Como que conviven ambas cosas: por un lado los gritos del destierro y por otro el sonido de la metralla.

El imperio tiene miedo...
–Sí. Y ahora en noviembre estoy invitado a Estados Unidos. A cinco universidades.

¿Y tiene ganas?
–No muchas. A ver: ganas, ninguna; necesidades, muchas. Necesidades económicas. Al final, no fui puta de cuerpo, peeero... Entonces, frente a la cantidad de formularios y de fichas a las que uno se enfrenta para entrar a Estados Unidos en este momento (porque allá les da lo mismo que vaya recomendado o invitado; te dejan entrar o no), es como si tuviera que someterme a esa especie de metraje del cuerpo ideal, esos dibujos, no sé si se entiende.

Sí, claro.
–El cuerpo occidental ideal. Como si me tuviera que poner en esa balanza. Y creo que voy a desbalancear el permiso. Ahora, si voy, algo tengo que decir de estas atrocidades. Algo mucho. Es posible que haga una performance allí, también. Estoy asqueado con este presente mediático, brutal.

Y tan difícil...
–Imposible. O sea: imposible hasta ahora.

Su escritura se inscribe en una estrategia de desarticulación...
–Pero hay más rabia que nada, chica. Me hace falta temperar; no, mejor conciliar un poco la rabia. Y construir un corpus que tenga otro tipo de ofensiva. Otro corpus. Hay mucha rabia todavía en mi escritura. Mucho alarido.

Pero también hay posturas políticas siempre fuertes...
–Intransables. Hay lugares que son intransables para mí. En ese sentido creo que a estas alturas de mi vida es difícil que tuerza la mano y se me derrita el corazón. Eso. Dejémoslo ahí... Ya pues, andita...

Lemebel acaba de terminar su té. Afuera, la noche se instaló sobre Santiago y, como en sus crónicas, él parte luego de haber dejado claro, de nuevo, que en su figura y en su mirada siguen, irrefrenables, esa rebelión y ese desparpajo que alientan la intensidad de su escritura.


 

 

 

 

 
 


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