Pedro Lemebel

 
 

 

 

El unicornio de Pedro Lemebel


por Alejandro Zambra
en Las Últimas Noticias
Miércoles 30 de julio de 2003


Como cronista, Pedro Lemebel rara vez desentona. “Zanjón de la Aguada”, su más reciente recopilación de artículos (Seix Barral, 298 páginas), es la mejor demostración de que con unas pocas pero fervientes obsesiones es posible construir una obra importante o, mejor dicho, una manera de hacer literatura sumamente personal y, sobre todo, profundamente inimitable.

Si en sus libros anteriores el autor había dado buena cuenta de la postergación del mundo gay (antes, durante y después de la dictadura), esta vez se aboca, con su habitual y saludable desmesura, al paisaje social de Santiago. Así, la Plaza Italia y el barrio Dieciocho, el indiferente interior de un mall o el desalentado fanatismo de los hinchas de las barras bravas se reúnen y se confunden en un solo y desolador cuadro de costumbres, boceteado con esa sintaxis intuitiva y arrebatada que ya se ha convertido en una especie de marca de fábrica de Lemebel.

El volumen contiene, además, ciertos retratos muy bien logrados (los de Sola Sierra, Marcia Alejandra de Antofagasta y Susy Becky, la extraviada intérprete del hit “yo quiero adelgazar/ yo quiero ser igual que una sirena”) y algunos textos más propiamente autobiográficos, como la crónica en que el autor relata en clave seudomística su primera comunión: “Fue incómodo recibir esa hoja de masa que no se podía mascar, que con la saliva se pegó en mi paladar, y no podía despegarla sin saber qué parte de Dios estaba tocando con la lengua”.

Mención aparte merecen los sendos “affaires” del cronista con Joan Manuel Serrat, Manu Chao y Silvio Rodríguez (quien se ofende cuando Lemebel le dice que “Unicornio azul” y “Te molesta mi amor” son canciones de temática homosexual), y las reseñas de la asunción de Ricardo Lagos a la Presidencia y de la inauguración del Museo de la Solidaridad Salvador Allende, en las que el autor recrea con enorme gracia -esa es la palabra justa- aquella rara mezcla de buenas intenciones e hipocresía propia de los episodios de la vida social.

Como siempre, después de leer a Lemebel queda la impresión de que, para él, una de estas crueles mañanas de invierno santiaguino no sería gris, sino más bien “poco colorinche” o “piñufla”. Con excepción de un par de artículos sociologizantes y finalmente algo aburridos, en “Zanjón de la Aguada” el humor más negro alterna con esos retoques atarantados y gozosamente coloquiales (por ejemplo, a propósito de un encuentro con el grupo Illapu, dice que resulta “difícil no reconocer la estampa juvenil, semiartesa, medio chiloca y bullanguera de los hermanos Márquez”).

A Pedro Lemebel no le importa repetirse y, como no le importa, finalmente no se repite. Sus crónicas -a veces muy cálidas y hasta cómicas, siempre emotivas, beligerantes y rabiosas- son mucho más que un alegato o un testimonio: permanecerán ahí, rondando molestosamente a quienes preferirían permanecer encerrados en las cuatro paredes del conformismo.



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DESENFADO, IRREVERENCIA, AGRESIVIDAD

Derrida desde el arrabal

Para romper con los tabúes, Lemebel sitúa sus crónicas en el filo de la navaja que separa al talento de la vulgaridad.

por José Promis
en Revista de Libros de El Mercurio
2 de Agosto de 2003


No ignoro que el nombre de Pedro Lemebel ha adquirido una inconfundible resonancia en el campo de la literatura chilena de los últimos años, aunque desde un punto de vista canónico (un adjetivo que Lemebel repudia con ostensible desprecio) sólo ha publicado un texto literario propiamente tal, su novela Tengo miedo torero, que comenté con bastante y sincero entusiasmo en esta misma columna hace unos meses. La historia de la Loca del Frente instaló a un personaje cuya figura y comportamiento creaba un nuevo espacio en la tradición narrativa chilena, a la vez que rompía con el tabú de la marginalización genérica. El personaje de Lemebel nacía de la identificación de los opuestos al asumir en su comportamiento los rasgos tradicionalmente asignados al yo masculino y al "ello" femenino. En la personalidad de la Loca del Frente, intentó representar la síntesis armónica de los dos sexos que el pensamiento patriarcalista ha situado siempre como los principios de oculto antagonismo que articulan el desarrollo de la historia humana.

Este mismo esfuerzo para horadar el sistema homocéntrico recorre toda la producción de Pedro Lemebel, que a esta fecha cubre ya muchos años de denodada e incansable actividad. Según entiendo, en sus libros reúne crónicas radiales y artículos publicados en semanarios santiaguinos que, por el hecho de vivir fuera de Chile, no tengo la oportunidad de escuchar o leer en el momento de su aparición. Desafortunada circunstancia, sin duda, de todos aquellos que observamos con interés, pero desde lejos, lo que ocurre en determinados ámbitos de nuestro país: estar ausentes de ese delicioso cotilleo cotidiano que brinda la sal y pimienta del "pastel de choclo" de la cultura chilena (como quizá podría decir el propio Lemebel en alguna crónica). Por lo tanto, soy un lector de crónicas escritas originalmente para ser consumidas con el oído o con la mirada de la actualidad inmediata.

Pero esta misma circunstancia conduce a preguntarme cuál es la dirección a donde quiere dirigirnos Lemebel. Todas sus publicaciones responden a un propósito de indudable honestidad intelectual: resquebrajar la solidez de las arquitecturas tradicionales, de los tabúes sacralizados, de los prejuicios incuestionables, de sacar esas cosas del baúl que los hábitos o los temores (que vienen a ser lo mismo) nos obligan a mirar con el rabillo del ojo. Y en este proceso Lemebel exhibe con insolente desenfado todo lo que las "buenas conciencias" se obstinan en ignorar, aun a sabiendas de que su porfiada realidad sigue estando, empecinadamente, ahí. Pero los mayores méritos del autor han sido su decisión para hablar con valentía desde la misma periferia: la periferia de su auténtica condición genérica, y para utilizar un consecuente lenguaje también periférico: el lenguaje prohibido por esas "buenas conciencias" que Lemebel viene atacando desde hace años con ingenioso y provocador desacato.

El lenguaje del desenfado, la irreverencia, la agresividad, que, no me olvido, traduce el honesto propósito de Lemebel para romper con los tabúes que bloquean nuestro horizonte, sitúa a sus crónicas en el filo casi invisible de la navaja que separa al talento de la vulgaridad. Lo importante es la pericia para avanzar equilibrándose. El último libro de Lemebel refleja un indudable agotamiento del ingenio, la repetición un tanto exasperante de las mismas imágenes, de idénticas irreverencias; una sobredosis de las mismas afirmaciones agresivas. Sus lectores, que lo admiramos, ya sabemos quién es él, cómo piensa y qué rechaza y desprecia. Lo hemos sabido desde sus primeras actividades públicas y desde su primer libro, hace más de quince años. Ahora, quizás, nos gustaría saber cuáles son sus propuestas, en qué podría haberse transformado el minúsculo pirigüín de su "primer embarazo tubario".

CRÓNICAS
Zanjón de la aguada
Pedro Lemebel
Seix Barral, Santiago, 2003, 298 páginas.
Precio de referencia $ 7.900


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ZANJÓN DE LA AGUADA

por Juan Andrés Piña
en Caras, Año 16, Nº 401, 14 de agosto de 2003


Por Pedro Lemebel,
Editorial Seix Barral, Santiago, 2003, 298 paginas.


Con Zanjón de la Aguada, el escritor chileno Pedro Lemebel retorna al género literario donde ha entregado sus mejores páginas: la crónica urbana. A pesar de cierta exasperación barroca de su prosa y de lo poco ortodoxo de algunos de sus temas, continúa la línea de otros escritores nacionales que han retratado de manera más costumbrista la existencia cotidiana del país y de su gente: antes, Joaquín Edwards Bello; ahora, Jorge Edwards y Roberto Merino.

El volumen concentra medio centenar de crónicas publicadas en el último período en diversos medios escritos, igual como lo había hecho antes con Loco afán (1996) y De perlas y cicatrices (1998). Pero a diferencia de aquellos textos, aquí la temática se amplía mucho más allá del problema homosexual, su áspero rostro y compleja realidad. En estos artículos, el cronista abre sus perspectivas hacia otros mundos que caben dentro de una ciudad, e incluso hasta se pasea por un efervescente mall santiaguino, que su ojo perspicaz describe cómicamente.

La mayoría de los textos contenidos en Zanjón de la Aguada hablan desde la marginalidad nacional. El solo título del libro evidencia las preocupaciones de su autor: un territorio que hasta hace unos años fue símbolo de pobreza y suciedad: "Pero el Zanjón, más que ser un mito de la sociología poblacional, fue un callejón aledaño al fatídico canal que lleva el mismo nombre. Una ribera de ciénaga donde a fines de los años 40 se fueron instalando unas tablas, unas fonolas, unos cartones y de un día para otro las viviendas estaban listas".

En esta línea que busca exhibir realidades oscuras y dolorosas que se ocultan tras la batalla política y la bullanga televisiva, Lemebel habla aquí de las Barras Bravas, de la sobrevivencia en una población cualquiera, de la solitaria vida de los conscriptos. También del travestismo, de calles del Valparaíso nocturno, de la droga, de la errante vida actual de Susy Becky, la cantante que en la década de los 60 hizo entonar a toda la juventud el estribillo de "Yo quiero adelgazar, yo quiero ser igual que una sirena".

En el capítulo dedicado a perfiles, es inolvidable la imagen que traza de Marcia Alejandra, el primer caso en Chile de un hombre que se cambió de sexo. En esta descripción del paisaje humano chileno y de nuestra historia reciente, Lemebel es crítico, rabioso a ratos, y con la misma fuerza con que destruye mitos nacionales, idealiza también figuras o momentos del pasado. A pesar de su tono rudo y filoso, hay en sus crónicas un deslumbramiento por un mundo popular, la reivindicación del adorno kitsch, del colorido, del sonido y del aroma de lo cotidiano carente de artificio. Refiriéndose a los asépticos cementerios-parques, por ejemplo, el autor revalora nostálgicamente el viejo Cementerio General, su estética chillona, el amontonamiento solidario de nichos, las fotografías, remolinos, cintas, animalitos de yeso, flores plásticas y chucherías incontables que decoran las arboladas avenidas.

En sus textos, Pedro Lemebel ha inventado un estilo personalísimo que consolida en Zanjón de la Aguada. A diferencia de sus cronistas antecesores, preocupados de entregar una gran cantidad de información, en él predomina la recreación de atmósferas, el ambiente, el diseño de sus personajes, la perspectiva inusual, la adjetivación profusa,la reflexión aguda y hasta arbitraria. Su particular modo narrativo está compuesto por una mezcla de términos cultos con otros de uso callejero, y el bamboleante ritmo de su prosa los va entregando dosificados y ensamblados.

 

 

 

 

 
 

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