Pedro Lemebel

 

 
 

proyecto patrimonio


HOMOERÓTICAS URBANAS

(o apuntes prófugos de un pétalo coliflor)

Pedro Lemebel

 

De escrituras urbanas y grafías corpóreas que en su agitado desplazamiento discurren su manuscrito. La ciudad testifica estos recorridos en el apunte peatonal que altera las rutas con la pulsión dionisiaca del desvío. La ciudad redobla su imaginario civil en el culebreo alocado que hurga en los rincones del deseo proscrito. La ciudad estática se duplica móvil en la voltereta cola del rito paseante que al homosexual aventurero convoca. La calle sudaca y sus relumbros arribistas de neón neoyorkino, se hermana en la fiebre homoerótica que en su zigzagueo voluptuoso replantea el destino de su continuo güeviar. La maricada gitanea la vereda y deviene gesto, deviene beso, deviene ave, aletear de pestaña, ojeada nerviosa por el causeo de cuerpos masculinos, expuestos, marmoleados por la rigidez del sexo en la mezclilla que contiene sus presas. La ciudad, si no existe, la inventa el bambolear homosexuado que en el flirteo del amor erecto amapola su vicio. El plano de la city puede ser su página, su bitácora ardiente que en el callejear acezante se hace texto, testimonio documental, apunte iletrado que el tráfago consume. Más bien lo plagia, y lo despide en el disparate coliza de ir quebrando mundos, como huevos, en el plateado asfalto del entumido anochecer.

Acaso tal despliegue de energía no se place sólo en el amancebado culeo del pretérito encuentro. La flama busquilla de la marica relampaguea siempre en presente y equivoca su captura en el espejo cambiante de su sombra. La ciudad se lo perdona, la ciudad se lo permite, la ciudad la resbala en el taconeo suelto que pifia la identidad con la errancia de su crónica rosa. Una escritura vivencial del cuerpo deseante, que en su oleaje temperado, palpa, roza y esquiva los gestos sedentarios en los ríos de la urbe que no van a ningún mar. Un carreteo violáceo del patinaje, la yirada, el vitrineo o el cambiarse de local en cada vuelta de esquina, y este despiste, esta mariguancia teatrera, es el viso tornasol que dificulta su fichaje, su cosmética prófuga siempre dispuesta a traicionar el empadronamiento oficial que pestañea al compas de los semáforos dirigiendo el control ciudadano.

La vida en la city moderna, traiciona el avatar sorpresivo del instante con las sendas planificadasde su calendarizado tedio. Para la loca, el mañana es un cuento demasiado literario que la sumerge en un bostezo aburrido. El minuto futuro que hace correr al oficinista para ver el noticiario, es un aguachento después que ella sabe, conoce su olor reiterado que la detiene a pensar-se, a darse cuenta de lo que es, a sentar cabeza como le decía su padre. Una depre que estanca su intensidad movediza y la fija al territorio de la ideología sujetándola a la cínica civilidad, como un insecto pegado a un papel matamoscas. Quizás, la ideología tenga que ver con la búsqueda de la piedra filosofal, la joya auténtica, o ese fulgor de lucidez por el que los hombres venden hasta su madre. Pero a estas alturas del siglo, "los diamantes ya no son eternos", y el príncipe no era tan valiente, era pura pantalla su lucha utópica con el dragón de la injusticia, era puro bluf su cuento de la defensa del débil, y al final terminó enredado en las sábanas neoliberales del "gigante egoista". Al final, la princesa tuvo que apechugar con las causas perdidas. Y de pérdida en pérdida, siguió machacando sola la ruindad burguesa que enmugrece las calles. Huérfana de norte y sueños sureños, la loca desprecia la brújula. Su destino engalana el deseo y lo hierve acalorado en las púas del eriazo. La marica, allí, cree que lo encuentra y lo mama, lo atraca y lo deja partir apenas archivado en su abanico manoteado de abrazos.

El despiste arrebata su huella del mapa vigilante, la desaparece el rápido volaje del "casi no me acuerdo" que repite apurada. El mismo casi recién de esa escena olvidada en el chupeteo glande llenándole la boca. Esa boca loca del placer lenguado que sorbe pero no traga. Esa boca nómade que garabatea las vocales de un sexo urbano con la baba de la beba sodomita. Así, de falo en falo, la acrobacia de la loca salta de trapecio en trapecio. Apenas cebado un hombre, lo suelta para repetirse incansable "no al amor, sí al casi ni me acuerdo". La memoria maricola es tan frágil en el cristal de su copa vacía, su vaga historia salpica la ciudad y se evapora en la lujuria cancionera de su pentagrama transeúnte.

 

En Rocinante Agosto1999

 

 

 


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