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Dos niñas de egon shiele de Álvaro Lasso

Luis Fernando Chueca

 

Entrar al universo de dos niñas de egon schiele es como ingresar a un film vertiginoso o como revisar embebido una serie de fotografías de viaje. Cosmopolitismo, referencias culturales, vanguardia destacan a primera vista. Lecturas decisivas: Oquendo de Amat, quizás el Westphalen de la egureniana diosa ambarina, el joven Adán, entre los más próximos. Surrealistas y surrealizantes en indiscutible primer plano. Los trazos de Álvaro Lasso son precisos y su habilidad como pintor de palabras queda fuera de toda duda. El poeta da en el blanco y todo está en su cabal sitio para producir belleza. Toda la belleza posible.

dos niñas de egon schiele parece, así, un producto netamente literario: un aprovechado manto de intertextualidades trabajadas con el terso verbo de un poeta (joven, de eso no cabe duda alguna) que conoce bien su oficio. Y ha querido saldar algunas deudas: con sus lecturas maestras, con las imágenes que han bañado su universo visual, con las melodías que lo envuelven. Y habla -desde las múltiples máscaras que revisten los poemas, desde un registro tramado sobre una delicada capa de ánimo juguetón- de pintura, de música, de poesía. De las dificultades y posibilidades del arte: de lo absurdo y de lo inútil, de lo maravilloso y de lo mágico. El libro es, así, también, una brillante construcción metapoética.

Algunos de los rasgos mencionados resultan conocidos y alguien podría confirmar la tendencia que subyace a las primeras publicaciones narrativas de estruendomudo: escritores que saben que son cultos, diestros en su palabra y preocupados por armar mundos hechos de literatura. Puede ser.

Pero hay algo más en dos niñas de egon schiele que no se deja atrapar tan fácilmente (dudo, incluso, de si lo atrapé cuando leí la primera versión de este libro, hace ya más de dos años, quizás tres). Algo que obliga a replantear todo esto y encontrar en discretos agujeros y tras tenues velos, el ladrido anunciado por el epígrafe: la marca de un autor que, aunque deseoso de recorrer el mundo de encandiladoras luces que vienen desde los centros culturales, sabe que, después de todo, como buen peruano (o peruano-azerbaijano), su lenguaje de estirpe vanguardista no puede ser tan deshumanizado como suponía el viejo Ortega y Gasset. Sabe eso, o lo presiente, y se mete con tripas y zapatos (sutiles tripas y zapatos en este caso) en su texto.

Me refiero a temores, terrores, miedos pánicos casi, que emergen detrás de muchos poemas de este libro: al abandono, a la muerte, a decir o a callar, a los vacíos, al olvido, a asumir lo que haya que asumir, a crecer, al amor, al tiempo y su fugacidad, a las inmovilidades, a las posibilidades comunicativas o incomunicativas del sexo. Y con todo eso establece una tensa y constante dialéctica entre deseo y posible frustración, entre triunfo y fracaso. Álvaro Lasso no ha podido (¿o no ha querido?) escaparse de sí mismo. No hablo acá, por cierto, de registro biográfico de anécdotas y datos, porque el poeta es maestro en el arte de recortar retazos de su experiencia, de encuentros, desplantes, placeres y alimentos culturales, y trasvestirlos en viñetas de mágico vuelo, de aparente impersonalidad.

No sé si lo ha querido así, o si tal vez hubiera deseado ese producto enteramente (eternamente) literario. Pero el poeta que vive en lo hondo de cada palabra puede más y brota, imparable, entre las sonrisas y disfrutes que provoca este libro. Asalta con su garra suave el escenario que ha construido y se posesiona, finalmente, de todos sus sonidos. Esto, creo, lo salva de hacer un bello libro y punto. La belleza sola nunca alcanza.

dos niñas de egon schiele es por eso un poemario que exige dos lecturas continuas: la primera para dejarse engañar y seducir por la belleza luminosa de los textos. La segunda para advertir que el bello juego nunca será suficiente. Que el inquieto muchacho, el adolorido, amante, amable, juguetón y temeroso muchacho que escribe los poemas, debe estar presente de algún modo en su propia celebración; en cada una, aunque quizás preferiría no hacerlo. Dos lecturas, dos voluntades creativas, dos deseos. Quizás por el lado de esa ineludible dialéctica se pueda proponer la razón de título del conjunto. O quizás porque las dos niñas están entre lo más tierno de esa alma atormentada que fue el pintor austriaco. Imposible ver ese cuadro sin la tela de fondo que representa su otra creación, llena de perversiones y el extremo expresionismo del que este libro procura alejarse. Recuerdo que uno de los títulos probables de este poemario fue "matriochka", el nombre de las conocidas muñecas rusas que permanece en el último texto de este libro. Algo que esconde algo que esconde algo. Pero todo está ahí aun sea pequeñito y casi imperceptible, como la última muñeca que solo por imposibilidades físicas no puede partirse otra vez para mostrar su infinito centro.

Algo de todo eso hay sin duda en estas dos niñas de egon schiele. Algo de eso hay en el autor. Algo de eso hay en cada ser humano. Alvaro Lasso hace bien en recordárnoslo y en regalarnos este hermoso y contundente poemario.


 



 

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"Dos niñas de egon shiele" de Álvaro Lasso.
Por Luis Fernando Chueca