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La locura como transgresión

Sobre El pergamino de la seducción de Gioconda Belli.
Barcelona, Seix Barral/ Novela Histórica, 2005. 331 p.

Lilian Fernández Hall
Estocolmo, 26 de agosto 2006

El pergamino de la seducción es la tercera novela de la escritora nicaragüense Gioconda Belli (Managua, 1948). Publicada por Seix Barral en 2005 en la nueva colección Novela Histórica, ha tenido un gran éxito de ventas y ya se prepara su traducción a varios idiomas.

Gioconda Belli es una reconocida intelectual centroamericana, y debemos resaltar que tales no sobran. No porque no existan, sino porque -por varias razones no difíciles de deducir- ser mujer y vivir en Centroamérica no facilita justamente las cosas cuando se trata de establecerse en el panorama literario de habla hispana. No así Gioconda Belli, una carismática y vital nicaragüense quien obtuvo su reconocimiento ya en los años 70, como destacada poeta, habiendo publicado los siguientes títulos: Sobre la grama (1974), Línea de fuego (Premio Casa de las Américas, 1978), Truenos y arco iris (1982), Amor insurrecto (1984), De la costilla de Eva (1986), El ojo de la mujer (1990), Apogeo (1997) y Mi íntima multitud (Premio internacional Generación del 27, 2003). Se inició como narradora con La mujer habitada (1988), novela que la consagró definitivamente en el mercado internacional, obteniendo numerosas distinciones literarias, como ser el Premio de los Bibliotecarios, Editores y Libreros a la Novela Política del Año en 1989 en Alemania. La mujer habitada ha sido traducida a once idiomas. Belli es autora además de la novela Sofía de los presagios (1990), los cuentos para niños El taller de las mariposas (1992) y el libro El país bajo mi piel (2001), sus memorias durante el período sandinista en Nicaragua, en el cual participó activamente. Desde 1990 Gioconda Belli vive entre Los Angeles y Managua.

Lo interesante de la obra de Gioconda Belli, y lo que le ha dado proyección a la misma, ha sido la voluntad de la autora de expresarse como mujer y escritora moderna, con un imaginario y un lenguaje quizás no muy frecuentes en su contexto y en su época, como ser el fuerte contenido de sensualidad y erotismo en su poesía, o la voluntad de participación y protagonismo en los procesos políticos de su país. En 2005, con El pergamino de la seducción, Belli logra rozar sus temas preferidos, con calidad literaria, pero revestidos de un formato que, consciente o inconscientemente, se adapta perfectamente a las tendencias del mercado editorial. La elección del relato de suspenso con trasfondo histórico sigue las huellas de los éxitos de taquilla quizás iniciados por El Código Da Vinci de Dan Brown, que tantos sucesores, con mayor o menor fortuna y calidad, ha cosechado. Comparar ambos textos sería absurdo, innecesario e injusto. Pero queda la sensación de que la novela de Gioconda Belli quizás hubiera podido prescindir de ciertas vueltas de tuerca -sobre todo al finalizar la historia-, que la ubican, quizás involuntariamente, en las huellas del escritor estadounidense.

La seducción de la palabra

La protagonista de El pergamino de la seducción es la joven centroamericana Lucía, quien, luego de haber quedado huérfana, ingresa a estudiar en un internado de monjas en España. Lucía es una joven bella e inteligente, aunque bastante distanciada de la realidad a raíz de una infancia y una juventud muy protegidas: por una familia acomodada al principio, y por la atmósfera cerrada del internado, más adelante. Por casualidad, Lucía entra en contacto con Manuel, madrileño, profesor de historia, cuarentón, solitario, obsesionado por una figura de la historia de España: Juana de Castilla, más conocida como Juana la Loca. Un personaje fascinante de los siglos XV y XVI y víctima de un destino trágico. Las vidas de Manuel y Lucía empiezan a entrelazarse a raíz de la fascinación de Manuel por esta joven en quien, en aspecto y espíritu, ve a una especie de reencarnación de Juana. El tema, a partir de aquí, es el poder de seducción de la palabra: el relato de Manuel susurrado al oído de Lucía, mientras ésta, ataviada con una traje de la época, siente el espíritu indomable e infeliz de Juana penetrar en sus propios cuerpo y alma.

El segundo nivel del relato es la propia historia de Juana de Castilla, de Felipe de Habsburgo y su entorno. La narración se desliza lentamente, sin forzarse, de la tercera a la primera persona (¿es Juana misma que habla? ¿Es Lucía a través de ella? ¿Es Manuel que narra?). De quien sea la voz narrativa, es Juana quien se perfila claramente en un relato fascinante que cautiva al lector. Juana, hija y madre de reyes (hija de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, los Reyes Católicos, y madre de quien sería Carlos I de España y V de Alemania) recibe una educación privilegiada e inusual para una joven de la época: fue una de las princesas más cultas del Renacimiento. De inteligencia viva, carácter independiente y voluntad fuerte, estas características -junto a su renombrada belleza- darán a su figura, por lo menos a través de la narración de Belli, un carisma muy especial. Las conveniencias políticas la llevan a contraer matrimonio con Felipe de Flandes, de quien se enamora y con quien tiene una relación tormentosa hasta el día en que éste, abruptamente, muere de fiebres, recién cumplidos los 30 años. La teoría de Belli es que la vida de Juana fue, hasta su muerte, pieza en un intrincado juego de conveniencias e intereses políticos, al cual fue sometida tanto por sus padres como por su marido y sus allegados en la corte. Juana dió a luz seis hijos y en 1509, con 29 años, fue declarada loca y encerrada en la fortaleza de Tordesillas, donde sufrió abusos y maltratos, y donde permaneció hasta su muerte a los 76 años, en 1555.

Gioconda Belli se ha documentado exhaustivamente para la escritura de esta novela, y a pesar de ser una obra de ficción, la autora afirma que los datos que maneja en el texto tienen su asidero en testimonios históricos y documentos de la época, y que su figura de Juana es fiel a la Juana histórica. La novela nos muestra a una mujer joven, con las responsabilidades de una reina, que intentó siempre ser leal a sí misma y a sus amores: a Felipe -su marido y el amor de su vida- y al reino de España, en especial Castilla, territorio por el cual Juana experimentaba un profundo amor y una inquebrantable lealtad. La tragedia fue que estos amores, la mayor parte del tiempo, fueron incompatibles: Felipe y Castilla querían cosas distintas. Con frecuencia, Juana se sintió dividida en su lealtad a su marido y a su padre. Finalmente sería el amor culposo por sus hijos el que la condenaría a la reclusión.

Pero éste es, en realidad, sólo el trasfondo de la novela, cuyos personajes principales, como apuntamos, serían Lucía y Manuel. El problema es que, frente a la fascinación que nos produce la figura de Juana, los personajes ficticios Lucía y Manuel se deslucen completamente. Desde el punto de vista del lenguaje, Belli encuentra el tono preciso de Juana, a la vez calmo y ansioso, visionario y bello. A través de él, vemos pasar en el relato a Felipe y a los padres de Juana -los Reyes Católicos-, quienes revisten un carisma y una fuerza excepcional, aunque no siempre en sentido positivo. Cada uno de los personajes de la Corte, desde los nobles que rodean a Felipe, hasta las damas de compañía y los criados de Juana, cobran vida en el relato de la reina. Inversamente, y de una manera paradojal, las figuras sin demasiados contornos de Manuel y Lucía se van diluyendo. El registro idiomático de ambos es prácticamente idéntico, lo cual sorprendería en la realidad entre un maduro y excéntrico catedrático de historia y una adolescente de secundaria. Lo mismo con respecto a Águeda, la tía de Manuel. A pesar de representar tres generaciones, el diálogo se desarrolla en un tono único y mesurado, monocorde. Así como Juana representaría a una rebelde para su época, Lucía semeja más una niña mimada que se deja llevar por las circunstancias, influída por el puritanismo y la doble moral religiosa en la que Manuel y Águeda, representantes de un estrato social aristocrático y prejuicioso, viven inmersos. Mientras Juana, a pesar de su investidura de reina, está completamente a merced de fuerzas e intereses enfrentados que la superan, Lucía tiene un mundo de posibilidades para sí en cuanto cumpla su mayoría de edad. De posición económica privilegiada y con el apoyo de su tía en Nueva York, su destino está en sus propias manos.

En cuanto a género, la autora define su texto como un homenaje a la novela gótica, lo cual quizás pueda rastrearse en la presencia del caserón de la familia de Manuel al final de la novela. La pista oculta (?) sería el libro que Lucía lee en casa de la tía Agueda: Jane Eyre de Charlotte Bronté. Gioconda Belli dice: "hay claves dentro de la novela que tienen que ver con referencias literarias, una de ellas es Jane Eyre, porque yo también en El Pergamino de la seduccción quería hacer un homenaje a la novela gótica, a las novelas de intriga al estilo de Charlotte Bronté" (1)


La locura como transgresión

El destino de Juana y el de Lucía se presentan en forma simultánea para el lector, y es el de la reina el que se siente más auténtico. A juzgar por el título, sería el poder de la palabra y el relato como arma de seducción los temas principales de la novela. En nuestra lectura, sin embargo, el tema de mayor potencial es la locura de Juana. La locura como etiqueta para toda expresión de una mujer que no cuadra con los esquemas de la época: la locura como transgresión. Mientras que Felipe, también un hombre educado, ansioso de poder y con una vida sexual más provocativa que la de su mujer, ganó el epíteto de "el Hermoso"; Juana, por las mismas cualidades, fue declarada "la Loca". Mujer que piensa, es loca. Mujer que desea poder, es loca. Mujer que vive abiertamente su sexualidad, es loca. Mujer que no acepta la estrechez de miras de los dogmas de la iglesia, es loca. Juana fue una mujer pensante, deseosa de disfrutar de los placeres de la sexualidad y que intentó rebelarse ante las intrigas de poder que se tejían a su alrededor. Procedente de la España todavía ensombrecida por la barbarie de la Inquisición, se mostró siempre escéptica y alejada de las prácticas religiosas. La mejor manera de quitarle autoridad, degradarla y evitar el peligro que una mujer inteligente y conciente de su poder significaba, fue relegarla en una fortaleza y declarala loca. La historia de Juana de Castilla transcurre a finales del siglo XV y principios del XVI, pero muy bien podría adaptarse a la realidad de muchas mujeres del siglo XXI.

Hacia el final de la novela, cuando Lucía deja el internado, la historia va aderezándose con ciertos elementos de misterio, y con la búsqueda obsesiva de Manuel de unos presuntos manuscritos que Juana habría escrito y que no se han encontrado. Narrativamente, la novela está bien resuelta, pero quizás hubiera ganado en credibilidad si hubiera terminado unos capítulos antes. El final deja una impresión de historia redonda y demasiado bien concluida, una especie de "the end" cinematográfico que permite al espectador irse a casa con la impresión de haber visto una historia con final feliz. Y quizás no esté tan fuera de lugar hablar de cine: las muy logradas descripciones de ambientes en España y en Flandes durante la época de Juana, la vida de la corte y sus largos viajes en carruajes formando procesiones interminables a través de Europa y la reclusión de Juana en Tordesillas bien podrían prestarse a la filmatización de la novela. ¿Nos espera quizás un éxito a la Dan Brown para el público de habla española? El tiempo lo dirá. Entretanto, recomendamos la lectura de la novela de esta inteligente escritora centroamericana.

 

Notas

(1) Citado por Eunice Shade en "La palabra de la seducción", en:
http://www.marcaacme.com/artículo-view.php?id=43


 

 

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Por Lilian Fernández Hall.
Estocolmo, 26 de agosto de 2006.