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LA MUERTE SE ESCRIBE SOLA
"Contemplación de los cuerpos" de Luis Fernando Chueca.
(estruendomudo, 2005)

Por Carlos López Degregori
Texto leído en la presentación del poemario
(Apareció en Pelícano 2, Diciembre 2005)


Cuando leí por primera vez Contemplación de los cuerpos, recordé un fragmento de Ese maldito yo, uno de los implacables libros de Cioran:

Por solidaridad con un amigo que acaba de morir - dice Cioran - cerré los ojos y me dejé sumergir por ese semi-caos que precede al sueño. Al cabo de algunos minutos creí aprehender esa realidad infinitesimal que nos une aún a la conciencia. ¿Me hallaba en el umbral del final? Un instante después me encontraba en el fondo de un abismo, sin el mínimorastro de espanto. ¿Dejar de ser sería, pues, tan simple? Sin duda, si la muerte no fuera más que una experiencia, pero ella es la experiencia misma.

Creo que la experiencia aquí vislumbrada - y empleo el término en el sentido absoluto que le confiere Cioran - es análoga a la que explora el libro que esta noche presentamos, no sólo por la afinidad temática que se abisma en el secreto de la muerte con todo su misterio y fascinación, sino, y sobre todo, por la manera de abordarla, rodearla, interiorizarla y exorcizarla en el acto de la escritura. El tema, por cierto, ha atravesado varios poemarios previos de Chueca y siento que este libro significa la profundización y madurez de un ciclo iniciado con Rincones: anatomía del tormento y continuado con Ritos funerarios, pero ahora con la fuerza de la expresión templada y justa y la consistencia reflexiva. Luis Chueca alcanza en este volumen el tono exacto: los textos rehuyen las palabras graves, altisonantes y amonestadoras con las que suele hablarse de la muerte, para volverse, en una rigurosa y calculada polifonía, diálogo íntimo, conjunción de voces y miradas, escalpelo emotivo y reflexivo. Contemplación de los cuerpos es así un libro híbrido; su desarrollo fusiona el poema en prosa, el micro ensayo, el recuento autobiográfico, el testimonio, la crónica y el verso de resonancias litúrgicas. Pero los distintos textos que incrustan esta pluralidad de registros lingüísticos y de convenciones genéricas no son unidades aisladas: su encadenamiento sugiere una historia experiencial ofrecida en retazos y una argumentación que es la de la lógica o ilógica de la muerte. Y aquí surge la hibridez más arriesgada y fructífera. Me refiero a la ambivalencia entre dos fuerzas centrales del lenguaje: la ilusión de la representación e inteligibilidad de las palabras enfrentándose a la conciencia de su imposibilidad. Después de todo el lenguaje es sólo un espejismo o un instrumento insuficiente e inútil para abordar una experiencia que es inexpugnable. Pero de ese centro oscuro e inexpugnable surge la luz de la enunciación.

Es sabido que todo texto literario propone un pacto de verosimilitud y de creencia. Un poema logrado, entonces, no habla del amor, o el tiempo, o la soledad o la muerte; su poder de persuasión, por el contrario, está en la capacidad que posee para lograr que las palabras dejen de ser meros signos, y ese amor, o soledad o muerte, se tornen acto y presencia en el poema. Eso es lo que hace Contemplación de los cuerpos, adelgazar el entramado lógico del lenguaje para recuperar la experiencia de mirar y sentir la muerte: no relatarla, ni razonarla, ni explicarla, sino contemplarla como declara con énfasis el título del libro. Porque si de la muerte nada puede hablarse, si su raíz está más allá de cualquier enunciación, si es risible ensuciar con algún sonido su vasto silencio; sólo resta la experiencia - y vuelvo a utilizar el término en el sentido absoluto que proponía Cioran. La argumentación y estructura reflexiva del discurso es entonces equívoca: la lógica desmantelada deviene en rito, y el rito tiene la capacidad de rememorar y revivir la experiencia original. Leo el texto "Los signos y las cosas II", que es la semilla, la apuesta, la justificación y el arte poética del libro:

Después de lo anotado, ¿qué palabra conserva su sentido?

Si digo muerte, alcanzo a reflejar el horror, la ausencia, la anulación de todo movimiento? Es el silencio que se tiñe de negro sobre la manta vieja de la historia, la plena absurdidad que recupera su única y privilegiada posición.

¿Es la muerta acaso una palabra?

Pero debo decir, o no escribir un nombre más en estos poemas. Escribir aunque las puntas desgajen las yemas de los dedos, porque se trata de acariciar cada palabra entumecida por la muerte que se acerca imperturbable y silenciosa. Y removerla, trozarla, sacudirla. Alejarla del baile de disfraces, de los juegos de máscaras y encapuches. Revivirla boca a boca.

La acción de revivir es la fuerza y el secreto del libro que crece en círculos concéntricos: la primera muerte familiar y su epifanía en el pórtico; las muertes cercanas de los amigos por enfermedad, azar o propia mano rememoradas en la primera sección; la muerte atroz como experiencia colectiva - que atraviesa la segunda sección - en las víctimas de la violencia en nuestro país, en los fantasmas de la literatura y de la historia; la síntesis dialéctica del tramo final del libro. A todos hay que darles vida y muerte nuevamente, pero se trata de una "otra muerte" ejemplar en la memoria que se torna vida en el momento de la enunciación. La boca que ofrece el último aliento vivificador, es la misma boca que articula los textos, que se atreve a cantar el único canto que redime de la in- significancia, el olvido y el silencio.

Noviembre, 2005.........................

 
 

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"La muerte se escribe sola"
"Contemplación de los cuerpos" de Luis Fernando Chueca.
Por Carlos López Degregori.
(Presentación)
Noviembre de 2005.