................................. RODRIGO LIRA


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RODRIGO LIRA
EN EL PAÍS DE LOS POSTES

Rodrigo Lira murió el Sábado 26 de Diciembre de 1981, a la misma hora de su nacimiento, en el lugar donde había vivido los últimos años: Grecia 907, departamento 22. Su poesía, distribuida en fotocopias, difundida en recitales e impresa en revistas fugaces, se antologó tiempo después en el PROYECTO DE OBRAS COMPLETAS, libro hoy inencontrable. Lo que sigue es una semblanza biográfica parcial escrita al arbitrio de los recuerdos personales.


por Roberto Merino


..... No es raro que en una época de generalizada uniformidad -fines de los años 70- fuera la facha lo que prioritariamente llamaba la atención en Rodrigo Lira. Las no pocas fotografías que de él se conservan lo muestran ostentando barba, bigotes, patillas y todas las combinaciones posibles de estas prolongaciones capilares. Alternativamente uno podía encontrarlo con corte militar, con el aspecto de un beatnik o con el de un burgués elegante. Lo último solía desconcertar a los choferes de micro cuando Lira quería hacer valer su derecho a pagar pasaje escolar, exhibiendo por lo demás el respectivo carnet. Sus fantasías de vestuario respondían a la necesidad, en su caso permanente de solucionar problemas prácticos. Así, el jockey, los anteojos, la parka de cuello alto, las rodilleras de cuero y las botas de infantería estaban destinados a permitir que el agua del lluvioso invierno de 1980 escurriera sin perjuicios por su cuerpo.

..... Este aspecto de la personalidad de Lira quizás no ha sido considerado del todo. Su practicidad correspondía más que nada a preocupaciones de orden teórico y chocaba a cada paso con lo que él denominaba "los postes de la realidad". Una visita furtiva a un topless de la calle San Diego, por ejemplo, lo estimulaba a proyectar críticamente las condiciones del topless ideal, en que los parlantes debían tener una orientación específica y la barra una altura determinada. Le molestaba, en el topless real, que las bailarinas estuvieran un poco desnutridas y mal adiestradas en el baile, o que la música fuera a todas luces inadecuada. Lo mismo valía para las fondas -insistía en que la pista de baile debía estar cubierta de aserrín- o incluso para los precarios shows de los cantantes de las micros. Alguna vez, indignado por las desafinadas de uno de estos artistas sobre ruedas, sacó la voz y alegó que desde el momento en que el sujeto empezaba a cantar, los pasajeros se convertían en público, y que como público podían exigir un espectáculo medianamente decente. Por toda respuesta, recibió de parte del acusado un ¡chíh! de total escepticismo.

..... Una inclinación parecida lo llevaba a disentir de la sonrisa general ante situaciones absurdas para todo el mundo. Cuando una noche se quedó en mi casa y fue alojado en la única pieza disponible, no hizo mofa de las ampolletas azules "para enfermo" que mi abuela había hecho instalar en los veladores. Al contrario, opinó que producían una luz muy agradable. En otra ocasión, en la calle, siendo interpelado desde un rincón por un mendigo, que le dijo algo así como "si se va a ir, váyase tranquilo; si se va a quedar, tráigame un pan amasado", consideró que la proposición tenía bastante sentido. Igualmente, en 1981, en un recital de Los Jaivas, estimó razonable la opinión que un borracho gritó desde la galería: "Están bien, locos, pero les falta dominio de escena". En estos casos, Rodrigo deliberadamente obviaba que por esos años, mayoritariamente, ya no existían enfermos a los que se prescribiera semipenumbras azules; que la vida de un vagabundo urbano es precisamente una escalonada pérdida del sentido; y que la opinión de un individuo en estado de ebriedad no se recibe técnicamente como una opinión.

..... Su concepto de lo razonable, en este sentido, era extremo, y estaba en perpetuo desajuste con las tristes evidencias cotidianas. Hace poco me contaron que en 1970 u 80, atribulado por el descuido que se observaba en los jardines del Pedagógico, se presentó a la oficina de la administración y propuso que a los numerosos agentes que deambulaban por el recinto -familiarmente "sapos"-, se les pusiera a regar el pasto. De este modo, mientras espiaban, podían además hacer un servicio a la comunidad universitaria. El funcionario con el que habló le dijo simplemente: "Joven, no sé si usted sabe que estamos en dictadura".

ESPECTADOR IMPARCIAL

..... Esta era la cara seria del humor de Rodrigo Lira, pero disponía, por cierto, de otras caras. Es cosa de asomarse a sus textos para comprobar que siempre se las arreglaba para tocar la nota hilarante de situaciones política o existencialmente dramáticas que él, mediante manipulaciones del lenguaje, desdramatizaba. En relación a la poesía, además, poseía un sexto sentido para detectar la ridiculez o la impostura donde una mayoría se obligaba a emocionarse. De este modo, por ejemplo, no podía dejar de observar hechos como que los efluvios en verso de alguna poetisa celebrada habían sido redactados sobre papel de La Papelera, con el acompañamiento de algún programa radial "americanista", de los que por entonces proporcionaban la música de fondo a la resistencia al gobierno de Pinochet.

..... Su humor coincidía con lo que se puede entender como humor literario. Es decir, le divertía el desbarajuste que se produce entre la retórica de un texto y la situación representada. He recordado en otra parte ciertas sesiones de estudio para un curso de lingüistica en que nos resultó imposible seguir la lectura en voz alta de unos textos de Martinet, referidos a la comunicación de las abejas, a causa de los accesos de risa que a Lira le causaba el modo en que estaban escritos. Lo mismo nos sucedió otra vez en que tomó al azar de entre mis libros el Chile entre dos Alessandri, de Arturo Olavarría Bravo, y procedió a hacer -en el registro de Pepe Pato, el personaje de Firulete- la lectura del capítulo dedicado a la fundación de la Acha (Agrupación Chilena Anticomunista), donde se narraba en estilo heroico minucias grotescas, como la combustión del pelo de un abnegado muchacho que manipulaba una bomba incendaria.

..... Puede haber sido la pobreza del negocio editorial lo que en esos días llevó a Lira a pensar en las artes de la representación como un modo de divulgar sus poemas, que, por lo demás, dudaba en calificar de poemas (prefería, como se ve en los subtítulos o en las notas que solía añadirles, la denominación de volada, investigación, o aun escrituración). Sus textos fueron de tal modo alterados casi como libretos para lecturas con público, y en la universidad -en las actividades nocturnas conocidas como peñas- la presencia de Lira se hizo frecuente. No gozaba, por cierto, de todo el crédito de los organizadores, ni siquiera del de los parroquianos. Esto, por la heterodoxia de los textos y de la puesta en escena. Más de una vez sus intervenciones redundaron en que el público se dividiera a favor y en contra. Para la programática cultural de izquierda, en ese momento no parecían plausibles trabajos como El espectador imparcial, donde se graficaba el entrecruzamiento sistemático de dos frentes alegóricos: el de la juventud pinochetista, cuyo emblema viviente era una miss Chile disfrazada de Virgen del Carmen, y el de la juventud opositora, que aparecía haciendo uso del tótem nerudiano de cartón-piedra, en cuyo interior se había dispuesto algo así como un tocacintas, "recitando y recitando".

..... Como puede apreciarse en algunas fotografías, Lira se presentaba en los escenarios con un grueso rollo de papel, que se iba desparramando por el suelo en la medida en que leía. Es curioso que una perfomance tan simple como ésta, perfectamente tolerable en la actualidad, en esos tiempos produjera cierto desconcierto. En todo caso, en diciembre de 1979 -exactamente el miércoles 26, día de su cumpleaños-, Lira realizó el recital más extenso de sus producciones. El lugar de los hechos fue el salón de actos del Museo Vicuña Mackenna, ofrecido, según creo, por Carlos Ruiz-Tagle. Con música de Weather Report en el fondo y una especie de oficina como escenografía, Lira leyó en una atmósfera oscura sus cautivantes poemas largos entre las risas de los asistentes, en esta ocasión decididamente proclives al autor. Los textos resultaban cautivantes por el envolvimiento de las aliteraciones y por la proximidad de las referencias. La realidad de esos años -muy bien definidas por Carlos Altamirano al señalar que en las mañanas uno amanecía con el techo pegado en la cara- pasaba, Lira mediante, por la catarsis de las risas nerviosas. Los amores frustrados, el absurdo, la sobreproducción de ruido, el provincianismo arrogante, la retórica de los actores sociales: todo eso lo recogía Lira de manera sarcástica y lo hacía aparecer en el encuadre de un Santiago sobrevolado por helicópteros y atravesado por sirenas. Como corolario al recital, por último, sintonizó un aparato de tubos el noticiero de radio Nacional -la emisora oficialista- que en ese momento transmitía, según aclaró Lira, "excelentes noticias".

..... La vocación histriónica de Rodrigo Lira culminó, muy poco antes de su muerte, con una participación en el Cuánto vale el show, de El Pequeño Saltamontes. En la oportunidad interpretó uno de los parlamentos de Otello que aparecen como ejercicio en el manual de Stanislavsky. Se dio tiempo para hacerlo mal, con lenguaje pomposo y gesticulación exagerada, y luego rectificar sobre la marcha: para ello se puso un sombrero de guerrero japonés que había traído Violeta Parra de uno de sus viajes, y que a él le había sido legado por el psiquiatra Arístides Rojas Ladrón de Guevara. El resultado fue en verdad impresionante. Lira dejó vibrando una suerte de silencio televisivo tras recitar el texto shakespereano con apretado dramatismo en la voz: "Como el Mar Negro, cuya agua helada y flujo violento no vuelven al cauce, sino que irrumpen en el Mar de Mármara y en el Helesponto, así mis negros pensamientos -con pasos airados- no volverán al dulce amor hasta que una venganza dura y plena no los engulla". Con los 8.700 pesos del premio se compró una bicicleta.

 

en El Metropolitano 25 de julio de 1999




 


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