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La identidad mapuche
................. y la poesía de Leonel Lienlaf


por Lucía Guerra
revista Casa de las Américas, Julio/Septiembre 2002.

 


La historia del pueblo mapuche ha estado signada, desde la invasión española, por la mutilación, el despojo y el silenciamiento. El nombre mismo de su territorio, Rauco (de raq, greda y, co, agua), según aparece en el Acta del Cabildo del 11 de agosto de 1541, fue voluntariosamente modificado por Pedro de Valdivia, quien en 1550 le antepuso una "a" convirtiéndolo en Arauco. Valdivia es precisamente quien inaugura un caudal de discursos acerca del mapuche desde una perspectiva colonialista que, en su primera etapa, manipula la imagen del otro con el fin de hacer su empresa atractiva para la corona española. En una de sus cartas, afirma: "La gente es crecida, doméstica y amigable y blanca y de lindos rostros, así hombres como mujeres, vestidos todos de lana a su modo, aunque los vestidos son algo groseros." (1) A la "blancura" y "los lindos rostros" de los indígenas, Valdivia une, con el fin de destacar su propia valentía, el poder bélico de sus adversarios: "La segunda noche vinieron, pasada la media della, sobre nosotros tres escuadrones de indios, que pasaban de veinte mil, con un tan grande alarido e ímpetu, que parecía hundirse la tierra y comenzaron a pelear con nosotros tan reciamente que ha treinta años que peleo con diversas naciones e gente e nunca tal tesón he visto en el pelear como éstos tuvieron contra nosotros." (2)

Es esta veta heroica la que elabora Alonso de Ercilla y Zúñiga con el propósito de crear un canto épico modelizado a partir de la ficcionalización y la poetización de lo bélico que hace de los "araucanos" gente soberbia, gallarda y belicosa. ("Son de gestos robustos, desbarbados, /bien formados los cuerpos y crecidos: / espaldas grandes, pechos levantados, / recios miembros, de nervios bien fornidos; / ágiles, desenvueltos, alentados, / animosos, valientes, atrevidos, duros en el trabajo y sufridores/ de fríos mortales, hambre y calores." (3)

Atributos del cuerpo y rasgos del carácter serán los ejes de un discurso colonizador, tanto a nivel político como religioso, que aspira a "pacificar/cristianizar" a un pueblo mapuche cuya valentía, tan efectiva en la escritura épica de Ercilla y Zúñiga, constituyó históricamente una fuerza bélica de resistencia que extendió la guerra de la conquista española hasta 1881, varias décadas después de la instauración de la República chilena. Definir al "enemigo/hereje" respondía, en este caso específico, a los propósitos logísticos de obtener armas y soldados o sentar antecedentes para las prácticas futuras del proceso de catequización. Así, a principios del siglo XVII, Alonso González de Nájera, con el fin de convencer al gobierno español de la necesidad de implementar una guerra más ofensiva, elabora en Desengaño y reparo de las guerras de Chile un abultado inventario de vicios y defectos atribuidos a lo que él califica como seres más crueles que las fieras, como bárbaros que tienen la costumbre de comer carne humana ("digo que es gente indigna de llamarse racional porque es ajena de toda virtud, hechicera, supersticiosa, agorera, sin justicia, sin razón, sin verdad, sin conciencia y sin alguna misericordia, más que crueles fieras, y principalmente sin Dios, pues no lo conocen ni guardan alguna religión, y esto se puede decir que lo hacen por no tener que servir ni obedecer a otros que a sus vientres". (4) Y si bien la perspectiva de los sacerdotes incluye cualidades como un argumento para justificar la cristianización, perdura también en estos discursos el ideologema de "lo salvaje" en un campo semántico que se extiende desde la ferocidad y la crueldad (Diego de Rosales), a la embriaguez y la pereza (Juan Ignacio Molina) o el ocio y la sensualidad (Antonio de Sors).

El imaginario creado por estos discursos desde una posición de autoridad que aspira a la invasión territorial y espiritual está determinada también por una distancia a nivel cultural, aunque los misioneros vivían en los territorios indígenas. Sólo una convivencia real permitirá elaborar una noción muy diferente del mapuche. Las experiencias del capitán Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, que es hecho prisionero y vive durante seis meses entre ellos, nos entrega en su relato testimonial, significativamente titulado Cautiverio felíz y razón de las guerras dilatadas de Chile, una visión de la comunidad mapuche en la cual la figura del jefe que lo tiene cautivo en su papel de Padre Guerrero se tiñe de rasgos maternales en un entorno doméstico donde comida y abrigo crean un ambiente de amistad, protección y goce compartido. Es este conocimiento a partir de la experiencia comunitaria el que pone en evidencia una voluntad colonialista anclada en el desconocimiento, la ignorancia y el malentendido, experiencia que le permite a Núñez de Pineda y Bascuñán refutar el imaginario oficial: "Generosidad de ánimo, pecho noble, ilustre sangre y un natural discursivo, regido y encaminado de un entendimiento vivo y cultivado: con que no son bárbaros como los hacen, tan crueles como los pintan, ni tan mal inclinados como juzgan los que no han experimentado sus tratos". (5)

Esta denuncia de un poder colonizador que transforma, pinta y juzga, permanece inédita, sin embargo, hasta 1863, ya en pleno auge del proyecto liberal y cuando la nación chilena se ha consolidado utilizando como acervo emblemático, las imágenes y los conceptos presentes en los discursos predominantes acerca de lo mapuche. A través de un mecanismo que sobrepasa los límites de la paradoja, la nueva nación se apropió de las características épicas creadas por Ercilla y Zúñiga y, en este proceso político que anuló la historia en aras de la ficción, la estrofa que se refiere a esa "gente que no ha sido por rey jamás regida / ni a extranjero dominio sometida" devino símbolo de la libertad republicana y de una soberanía nacional que continuó la Guerra de Arauco para seguir despojando a los indígenas de sus tierras. Haciendo caso omiso de los mapuches como entes históricos que aún luchaban por su libertad, la nación también se apropió de los héroes de La Araucana. Lautaro fue convertido en jefe simbólico de las Fuerzas Armadas y durante la remodelización europeizante de la ciudad de Santiago, se le asignó un lugar a la estatua de Caupolicán en el Cerro Santa Lucía y el Club Hípico -dos bastiones que, junto con el Club de la Unión, funcionaron, desde la década de 1870, como símbolos materiales de la consolidación de la nación liberal-. De este modo, "lo araucano fictivo" funcionó como lo ancestral heroico para una nacionalidad chilena que, simultáneamente, se construyó ubicando al mapuche real en el polo negativo de un antimodelo del deber-ser ciudadano. Historiadores como Diego Barros Arana y Benjamín Vicuña Mackenna se hacen eco del discurso de González Nájera, a quien el primero califica de observador inteligente y juicioso. Por otro lado, en su versión histórica de la vida de la Quintrala, Vicuña Mackenna traza una genealogía donde los hombres de origen germano han sido iluminados por la luz de la inteligencia mientras las mujeres, en una línea materna de origen mapuche, se desplazan en los espacios siniestros del mal, la herejía y el canibalismo. (6)

En una típica estrategia de poder, la nación chilena tuvo como uno de sus fundamentos principales el despojo y la exclusión del pueblo mapuche relegado a un amplio spectrum de vicios y defectos aglutinados en un estereotipo que, con contadas excepciones, fue tachado por una perspectiva disidente con respecto a los discursos hegemónicos: tal es el caso. por ejemplo, de Raza chilena (1904), de Nicolás Palacios. Dentro de este contexto discriminatorio, el despojo de la tierra ha asumido también las características del despojo de la palabra, de la imposibilidad de incluir a la cultura mapuche en el friso de la nación chilena.

Durante estas últimas tres décadas, sin embargo, la inserción de diversos discursos acerca de las circunstancias sociales y la cultura mapuche ha empezado a marcar un cambio significativo en el devenir histórico chileno. El Monumento a la Nación Mapuche erigido en una de las esquinas de la Plaza de Armas en Santiago representa, no obstante la indiferencia de los que pasean por ella, la conquista de un espacio público y emblemático que sólo unos años antes habría resultado inconcebible. Ese monumento representa una exigencia de la memoria y una demanda hacia un futuro en el cual el pueblo mapuche aún está luchando por su independencia, desde una plataforma política que aboga tanto por una soberanía de la tierra como por una reivindicación de su cultura silenciada. Ha emergido así un movimiento mapuche en cuyos discursos se delinean tres planteamientos básicos: a) la mantención y el resguardo de la tradición mapuche, b) la lucha política por salvaguardar la tierra propia y el equilibrio ecológico amenazado, en estos últimos años, por el proyecto de construcción de una represa en el río Bío-Bío y c) la interpelación a la nación chilena para que reconozca la validez de la historia, los saberes y los valores de una sociedad mapuche relegada a una marginalidad que la ha mantenido como espacio ausente.

Estos discursos aspiran, por tanto, a una edificación social y cultural desde una perspectiva reivindicativa teñida por una clara conciencia del despojo, pero también con la conciencia de la necesidad de insertarse en los espacios de la cultura chilena y el ámbito global utilizando los medios y formatos creados y provistos por los sistemas hegemónicos. Así, el amplio uso de intemet ha significado la conquista de una visibilidad internacional y la participación en el nuevo movimiento indigenista continental facilitado, precisamente, por estas redes de comunicación digital.

En la esfera intelectual, ha surgido un grupo de ensayistas mapuches ligados a la lucha política y la reivindicación cultural (Carlor Huayquiñir, Vicente Mariquo, José Inalaf, Sergio Liempi, Martín Aloqueo) mientras otro grupo de investigadores chilenos ha superado el énfasis folclórico o lingüístico de los estudios de Yolando Pino o Rodolfo Lenz para analizar diversos aspectos de la historia, la estructura social y la cultura de los mapuche desde una perspectiva teórica que incorpora los planteamientos de la teoría poscolonial y las nociones de género (Sonia Montecino, Rolf Foerster, Hugo Carrasco, José Bengoa, Iván Carrasco y otros). E igualmente importante es la publicación periódica de revistas exclusivamente dedicadas a estudios acerca del acervo mapuche (Actas de Lengua y Literatura Mapuche, Nütram, Revista de Arte Mapuche).

Esta profusa actividad pone de manifiesto un hito histórico importante, no sólo en la esfera oficial de la nación chilena sino también en un devenir mapuche que ha abandonado su aislamiento de margen devaluado para tomar conciencia de una doble pertenencia, en una tensión fundamental entre poder y subordinación que traspasa los límites implícitos de la noción de biculturalidad. Paralelismo y simultaneidad alojan, en el caso del sujeto/otro mapuche, un gesto de resistencia, una beligerancia que exige el conocimiento y la manipulación de una cultura otra para legitimar la diferencia.

Y es precisamente dentro de este contexto donde se ubican los poetas mapuche en una doble y tensiva corriente del saber y el canto/escritura, en un espacio intercultural donde subyace la problemática de una interacción que niega la sencilla transitividad de la noción de la transculturalidad. Su condición etnocultural, como ha señalado Ivan Carrasco, implica un enfrentamiento de formas y niveles distintos de cultura, de ritmos históricos y espacios geográficos. de lenguas, interlenguas y dialectos antiguos y modernos, indígenas, europeos y criollos.(7)

A primera vista, la poesía mapuche en ediciones bilingües o en castellano con la inclusión de vocablos mapuche responde a un explícito propósito político, como manifiesta Elicura Chihuailaf en su libro titulado En el país de la memoria: "ay la realidad -ya no puede ser, para mis hermanos, propuesta de lenguaje único." Para finalizar afirmando: "Nacimos mapuche, moriremos siéndolo y la escritura, hermanos, es una de las más grandes maneras de dignificarnos, de guardar y recuperar (aunque para otros tantos todavía resulte extraño) para y por nosotros mismos el alma de nuestro pueblo." (8) Sería entonces ese objetivo político el que promueve el traslado de una cultura de tradición eminentemente oral a la textualidad escrita, del ül (9) y sus diversas modalidades a una transcripción gráfica.

Sin embargo, la poesía mapuche se inserta en un contexto muchísimo más complejo que responde a la inserción de los mapuche en el entorno sociocultural chileno, como asevera Sonia Montecino al referirse a esta práctica escritural totalmente nueva en la cultura mapuche: "Su voluntad de escribir, de producir textos, evidencia la "otra realidad" que compone al pueblo mapuche: los urbanos, los profesionales, los intelectuales indígenas que sin negar su identidad, la rearticulan en un "proyecto" cultural que "supera y conserva" la tradición." (10) Por tanto, lo que a primera vista parecía la traducción de lo oral a lo escrito, se desplaza a un terreno preñado de fricciones, apropiaciones y entrecruzamientos entre la cultura nativa y la cultura asimilada, entre el acervo original y ese otro acervo que suplementa sin dejar de ser también antagónico.

Fenómeno que motiva a Hugo Carrasco a postular preguntas muy válidas respecto al estatuto textual de esta poesía. ¿Hasta qué punto se podría calificar este corpus literario como representativo de la identidad cultural mapuche o como una manifestación que rompe con aquélla? Y si perteneciera a ella, ¿cuál sería la dimensión que expresa, la de una cultura autónoma, la de una cultura enajenada o la de una cultura apropiada' (11) Es más, habría que preguntarse también cuál es la noción de identidad que manejan los poetas mapuches en una situación de trasplante geográfico/ cultural respecto a su cultura de origen o hasta qué punto el lugar desde el cual emiten sus discursos afecta la elaboración de esa noción de identidad ahora también dirigida a un receptor no mapuche. Los complejos entrecruzamientos entre la tradición cultural mapuche y una textualidad poética chilena, anclada en una tradición de raíz europea, evidentemente difuminan el concepto nítido de fronteras engendrando una hibridez siempre cambiante en una dinámica de interacciones, desplazamientos y apropiaciones.

En este entrenzamiento de dos culturas sujetas a constantes procesos interculturales, se delinea una tensión básica de poder entre la tradición subordinada y la hegemónica, pero, simultáneamente, los procesos de apropiación del poeta perteneciente a la cultura minoritaria la fragmentan para borrar o escoger los procedimientos/imágenes más afines con su propia perspectiva cultural. Es más, esta poesía, desde una cosmovisión diferente, además de incorporarse a la producción cultural del grupo mayoritario, pasa a modificar también su campo intertextual.

Por otra parte, su especificidad representa un desafio para la critica afincada en los cuarteles de una literatura hispanoamericana que, a nivel canónico, ha establecido una preferencia por textos insertos en una tradición de corte europeo. Los comentarios críticos de este ensayo acerca de la poesía de Leonel Lienlaf pondrán de manifiesto no sólo su especificidad intercultural sino también los vacíos y/o aspectos relevantes para la perspectiva limitada de una receptora que, desde la ladera de la cultura mayoritaria, reacciona ante un texto de doble registro en el cual la simultaneidad de dos lenguajes (el mapudungun y el español) es sólo la superficie de caudales que se desplazan en una interacción que es antagónica y suplementaria, en un proceso poético en el cual el emisor dirige su escritura a un horizonte dual de receptores.

Como ha señalado la crítica, el paso de la tradición oral mapuche a la escritura intertextual marca un cambio significativo respecto a la noción de identidad. La práctica de una etnoliteratura mapuche que se expresa oralmente a través del canto de diversos ül, (12) de los epue (relatos), los koneu (adivinanzas) y las variedades del nütram (discurso referencial y cotidiano) remite a una pertenencia y a la transmisión de un ethos, cumpliendo así una función de carácter identitario. El poema oral cantado se enmarca en una poética de la similitud y la identificación en los espacios comunitarios de la familia, el juego y el rito. Por el contrario, la poesía en una tradición escritural de occidente, por lo general ajena a los ritos de una comunidad, promueve la individualidad y la originalidad, el constante quiebre con diferentes poéticas para un Yo que, ya no apoyado en la mismidad, busca constantemente un sentido a partir de una gestualidad transgresiva e irreverente. (13)

El desgarro de la identidad y su consecuente proceso de reconstitución resulta ser, entonces, un aspecto que marca la especificidad de la poesía mapuche desde sus inicios, en el texto fundacional Poemas mapuches en castellano (1966), de Sebastián Queupul, en el cual, como ha señalado Iván Carrasco, se da el desarraigo de la tierra, la ajenidad frente a la sociedad winka y el anhelo de recuperar la identidad originaria. (14)

En el caso específico de Leonel Lienlaf, esta sensación de desgarro se produce en el momento mismo en que entra a la escuela primaria y debe aprender el idioma español, primera fractura de ese Yo seguida posteriormente por el contacto con un saber que contradice sus propios valores. En el Colegio de los Padres Capuchinos se le transmitía una versión de la Historia y una concepción del Mal que radicalmente se oponían a las enseñanzas que traía de su propia cultura. Es precisamente este choque cultural el que promueve la creación de sus primeros poemas. ("En un tiempo escribí poesía como algo nostálgico, como queriendo recuperar esa parte que había perdido [...] todo lo que escribía estaba muy relacionado con la cultura mapuche porque era algo que añoraba [...]" La Época, 2 de septiembre de 1990).

Pero aparte de la nostalgia, también se da la conciencia del desencuentro entre dos culturas producido por una estructura de poder que intenta perpetuar la colonización del pueblo mapuche. Por tanto, su poesía se tiñe de un mensaje político que Lienlaf define como: "mostrar la otra parte del pueblo mapuche, lo que no se ve, el desencuentro que yo mismo he experimentado de dos culturas, la del huinca que va hacia un lado totalmente diferente y la mapuche que también apunta hacia un lado distinto" (El Diario Austral, 7 de enero de 1990). Mas no se trata solamente del desencuentro, sino también de la situación de un sujeto/otro que debe vivir estas dos culturas en el desencuentro, que constantemente se desplaza de lo propio a lo ajeno que va perdiendo lo propio en un proceso de asimilación que transforma parte de lo ajeno en propio. ("Yo vivo dos mundos: el occidental y el mío. Son dos mundos aparte; ni siquiera puedo traducir del uno al otro. En esta ciudad camino y no encuentro las historias; no están, se me borran. Pero siento que mi abuela es inmortal, mi abuela, la abuela de todos. De ella aprendí y aprendo todavía". Punto Final, 11 de julio de 1993.)

Es interesante observar, sin embargo, que en una de las entrevistas Lienlaf señale que, por haberse involucrado en la cultura winka: "Hay muchos secretos de la familia que a mí me los han ocultado [...] Hay secretos que puedo poner en peligro, y mi abuela no quiere que se sepan. Y ella tiene razón". (La Época, 2 de septiembre de 1990.) Hecho que pone en entredicho la noción de extranjería, enfáticamente afirmada por él al referirse a la cultura chilena como el polo opuesto de lo mapuche. Mas en esa zona de fronteras fluidas y cambiantes de quien está viviendo dos culturas simultáneamente, la extranjería pasa también al terreno de lo considerado propio.

Desplazamientos, yuxtaposiciones conflictivas, dos culturas en un flujo dispar son los resortes vivenciales de la poesía de Lienlaf dirigida, según él, a los mapuches de la ciudad porque hay muchos mapuches que no saben leer. Su libro Se ha despertado el ave de mi corazón'' (15) transparenta en su génesis misma esta fluidez/tensión producida por la intersección de dos culturas. Tras la nítida versión bilingüe que pone ambos textos cara a cara en un doble registro de lo que pareciera ser textos paralelos, subyace un complejo proceso de traslación. Lienlaf ha señalado que los poemas fueron escritos primero en su lengua nativa. ("Escribo primero en mapudungun porque es el idioma en que mejor me puedo expresar. El castellano lo domino para hablar pero en términos de poesía me cuesta mucho", La Época, 1 de septiembre de 1990.) Obviamente, el acto de escribir en mapudungun ya significa una fisura en la tradición oral que ha sustentado desde siempre a la cultura mapuche y en la cual la escritura sólo recientemente ha sido formalizada. Y, de manera similar, se crea otra fisura al rescribir la versión española en una traducción que fuerza ese contenido a entrar en otros parámetros poéticos a través de los cuales conceptos e imágenes se opacan o adquieren un mayor sentido. ("En el caso de la métrica hay un cambio radical y en este sentido gana en el castellano escrito". La Época, 2 de septiembre de 1990.) A este proceso se debe agregar, además, el hecho de que el poeta Raúl Zurita participó como su mentor en la preparación del manuscrito.

Como ha demostrado María Claudia Rodríguez, tanto a nivel sintáctico y semántico como en los recursos gráficos y la distribución de los versos, se dan otras disparidades que subrayan la imposibilidad de una traslación paralela a modo de imagen especular y evidencian, de una manera paradójica, que el punto original de esa fluidez es la escisión radical entre ambas culturas.

Es precisamente este ideologema sustentado por la trayectoria del Yo poético el que hace de Se ha despertado el ave de mi corazón un texto beligerante que, no obstante la apropiación de recursos poéticos de la cultura chilena, reafirma una perspectiva minoritaria que inserta fisuras en la construcción de la nación como comunidad homogénea en cuanto a valores y derechos. Es más, esta beligerancia corresponde al contexto político del movimiento mapuche actual que aboga por una nación independiente.

El epígrafe que inicia el texto marca, de manera señera, esta escisión al inscribir, a modo de una poética específica, un campo semántico correspondiente a la cultura mapuche: "Se ha despertado el ave de mi corazón / extendió sus alas / y se llevó mis sueños para abrazar la tierra" (p. 27). El despertar del canto propicia que los sueños, sinónimo de vida en la cosmovisión mapuche, en la cual la muerte se concibe como un alejarse del sueño, retomen a su lazo originario con el ámbito sagrado de la tierra, que es también el elemento primordial de la identidad mapuche, cuyo nombre la señala como "gente de la tierra" ("mapu", tierra, "che", gente). Si la tierra, tanto para la conquista española como para el proyecto liberal, representó lo que debía explotarse con un afán de lucro, en la cultura mapuche es aquel elemento primordial que aloja y emana los elementos básicos de la identidad, aspecto que Lienlaf aclara al comentar, en una entrevista que "Las tierras tienen un valor mítico, en ella sucedieron cosas, tienen memoria, bajo ellas corren aguas y espíritus. De ahí la importancia que le atribuimos a las tierras, no es tanto por tener hectáreas para plantar papas o trigo". (Letras, 8 de julio de 1999.)

Este canto, sin embargo, debe sufrir los avatares del otro colonizado interferido por la cultura dominante; de allí que la primera sección se inicie con un epígrafe que dice: "El sueño de la tierra / grita / en mi corazón" (p. 29). Grito, sangre y llanto son el estallido del subalterno frente a la invasión violenta del blanco por siempre en la memoria del pueblo mapuche. Así, en el poema "Le sacaron la piel", Lienlaf inscribe la historia de su bisabuelo durante la Guerra de Arauco ("Le sacaron la piel de la espalda / y cortaron su cabeza / ¡A nuestro valiente Cacique! / y la piel de su espalda / la usaron de bandera" (p. 33). Pero el incidente histórico que en la cultura oficial asume la forma de un texto leído y aprendido, y a veces conmemorado, aquí deviene carnalidad absoluta ("y su cabeza me la amarraron/ a la cintura", p. 33). El pasado es, por tanto, una cabeza sangrante que el Yo poético lleva en su propio cuerpo como llaga sin redención ("y me parece que ya va a hablar/pero continúa en silencio", p. 33). Herida que le permite asumir su historia como testigo vivencia! en la tierra invadida por los blancos ("Corro a ver mi gente, / a mi sangre, / pero ya están tendidos sobre el suelo. / Sobre ellos pasan los winkas / hiriendo de muerte la tierra, / dividiendo mi corazón", p. 37). Esa historia hace del canto/poesía un gemido elegiaco, un ül cuyas palabras son suplantadas por las lágrimas ("¿Ustedes entienden mis lágrimas?/Escuchen al aire explicarlas", p. 37).

Por sobre este pasado de fuego y de muerte, se erige un presente en el cual la región de Temuco (temu, árbol, co, agua) ha sido transformada e invadida por el urbanismo moderno. Para la perspectiva del Yo poético, el territorio del agua y los árboles es ahora un oxímoron: "Temuco- ciudad" (p. 39) bajo cuyas casas, que ahora ya no son de los mapuches, están durmiendo sus antepasados mientras el rio Cautín llora por ellos y se lleva su sangre.

En su posición de otro y víctima del despojo, el Yo encuentra un soporte en el espíritu heroico de Lautraro ("camina cerca de mi corazón / mirando / escuchando / llamándome todas las mañanas", p. 41) que, en su calidad de guerrero (pülli en la versión en mapudungun), continúa vagando en las nubes y observando las acciones de su pueblo. (16)

Anclaje ancestral complementado por la figura de la abuela cuyo apelativo en la versión castellana se mantiene en léxico mapuche, "mamayeja", enfatizando así una afectividad que no admite traducción, del mismo modo como se rectifica la castellanización de Lautraro en Lautaro. El Yo poético se inserta, así, entre lo heroico masculino que marca los orígenes de su historia y la mamayeja que reteje esa historia a través de sus narraciones orales resguardando los sueños (existencia) del pueblo mapuche.

Frente al pasado signado por el despojo violento, se erige un presente en el cual las imposiciones de la cultura dominante hacen del Yo un ser que oscila entre la alienación y la búsqueda de sus propios valores. Razón por la cual la segunda sección se inicia con el siguiente epígrafe: "Mi sueño se despierta entre pesadillas" (p. 47). Los sueños son aquí visiones de un otro fragmentado que se debate entre "las paredes de edificios iluminados y fríos" (p. 59) y el cuerpo materno de la cultura propia (madre, naturaleza, los iconos sagrados del canelo y el Rewe). Las pesadillas son sueños rojos como la sangre y el fuego, palabra/cultura ajena frente a las cuales el Yo busca sus verdaderos orígenes ("sueños y sueños encadenados, / palabra desconocida, / grito de mi corazón que busca su principio", p. 53). En un ámbito colonizado, donde hasta Dios parece haber perdido su nombre, el cuerpo se ha enajenado de la mente y las palabras dejan de ser la expresión del pensamiento, fracturación evidenciada por la imagen de la boca que corre tras las palabras del pensamiento, palabras "que huyen y yo me quedo aquí/sin nada, sin comprender" (p. 59).

El "cuerpo espantado" son ojos, manos agonizantes, pies, boca, fragmentos mutilados de un ser que busca comunicarse con sus verdaderos orígenes a través de las voces de la naturaleza (" 'es otra tu palabra'/ me habló el copihue", p. 57), que vuelve a verse transformado por el fuego del canelo mientras llora sobre el Rewe, tronco-escalinata que simboliza las plataformas estratificadas del mundo sobrenatural donde se aloja el pillán, espíritu ancestral de la raza. Y es el cuerpo materno el que le señala la conjunción del pasado/presente que lo une al flujo de las generaciones marcadas por la agresión ("y vi una cruz que me cortaba / la cabeza / y vi una espada que me bendecía / antes de mi muerte", p. 55). Es importante observar que esta agresión se refleja incluso en el nivel lingüístico puesto que, en la versión en mapudungun se insertan, los vocablos espada y cruz en español. Pero simultáneamente con las fuerzas violentas de la colonización, se da también la persistencia de su propia cultura, que no cesa de resistir. El murmullo del agua sobre el rostro de la madre forma miles de otros rostros del presente y del pasado que lo reconfíguran haciendo de él un tronco que arde en el fuego de su lar originario.

Fuego reconfigurador de ese Yo que despierta con la tierra, con sus propios orígenes y su cultura, como se hace evidente en la tercera sección donde se produce el renacimiento que transforma la alienación en "espíritu florido" (p. 67), el cual asume la palabra para rencontrarse con la dimensión sagrada de la naturaleza. Significativamente, esa reconstitución del otro que es ahora sujeto implica también la rebelión contra la cultura winka, contra esos saberes impuestos que pretenden borrar su propia cultura. ("Mis manos no quisieron escribir / las palabras / de un profesor viejo. / Mi mano se negó a escribir / aquello que no me pertenecía. / Me dijo: / "debes ser el silencio que nace". / Mi mano / me dijo que el mundo / no se podía escribir", p. 79). En una integridad que ha superado la fragmentación de un Yo donde el cuerpo y la mente corrían en direcciones distintas, ahora la mano le indica, con sabiduría, que debe silenciar las voces y órdenes del régimen hegemónico para lograr superar su condición de subalterno, que su propio mundo, enraizado en una cosmovisión muy diferente, no puede ser transcrito en un acto de poder que intenta categorizarlo y controlarlo. Desde la perspectiva animista de su cultura mapuche, la separación occidental entre hombre y naturaleza resulta ser una violación falseadora del carácter sagrado de una naturaleza, en constante diálogo con los seres humanos a través de una dimensión consustancial.

De manera significativa, la reconstitución del otro en sujeto se delinea como una génesis en la cual la energía cósmica de la pampa "recoge" sus huesos y "amasa" su espíritu, antes de indicarle que debe cantar la poesía del infinito que lo trasladará al "gran fuego de las estrellas" (p. 83), al ámbito del más allá sagrado. Y es a través de la palabra y el canto que el Yo poético, íntegro como la luna llena, símbolo de la fertilidad, incursiona en la madre de las aguas y la piedra en flor reconstituyéndose en la naturaleza ("Mi risa es el sol del mediodía, / mis lágrimas las vertientes, / mi dormir es el descanso del amor / y mi despertar la vida de los peces", p. 75). En su posición de sujeto es, además, ahora capaz de recoger las voces de su pueblo en la actividad de la pesca, de la madre que recibe al hijo viajero, del gran río del cielo donde vagan las almas de sus antepasados.

Leonel Lienlaf ha señalado que las cuatro secciones que componen su libro corresponden a los cuatro elementos simbolizados por el instrumento sagrado del kultrung. Aire, fuego, agua y tierra representan, así, lo primordial del universo. Es más, el número cuatro simboliza un aspecto importantísimo de la cosmovisión mapuche que concibe el mundo como una superficie cuadrada en la cual ese pueblo ocupa el centro equidistante de las cuatro esquinas (puntos cardinales) de la tierra (mapu). Espacio que se proyecta tanto en sentido vertical como horizontal. En el primero, representado por el Rewe y sus escalinatas, el mundo se estratifica de acuerdo con un ámbito superior y sobrenatural donde habitan las deidades y un espacio natural que corresponde a lo terreno. Por otra parte, la cosmovisión horizontal organiza al mapu (la tierra) con su carácter sagrado a partir del principio de los cuatro puntos cardinales representados por el kultrung-microcosmos simbólico que la machi, como curandera y mediadora entre el mundo sagrado y el no-sagrado, toca en sus ceremonias religiosas y otros rituales.

Dado este contexto cultural, de una manera altamente simbólica, la cuarta sección de Se ha despertado el ave de mi corazón completa la reconstitución del sujeto en un canto cósmico que es también la reafirmación de la identidad en el ritual religioso. Si en el poema "Llamaradas", de la segunda sección, el Yo, en su angustia por la alienación que le produce el contacto con la cultura mayoritaria, llora sobre el Rewe, ahora en "Rewe del pillán", la mano de la machi sostiene el kultrung y le entrega la imagen del universo, dando soporte a la tierra mientras ante sus ojos se despliega la figura del pillán, el espíritu ancestral de su linaje ("Rewe del pillán / grita mi corazón / y pude verlo al mirar / hacia el horizonte de mi misterio", p. 107)

Pero esta reafirmación de la identidad a partir de una cosmovisión propia también se inserta en el devenir histórico del pueblo mapuche, capaz de reconstruirse como el cántaro de greda trizado que otro alfarero remoldeará ("Cántaro trizado", p. 111). Por otra parte, el epígrafe -"Me encontré / con mi corazón / más allá del sol poniéndose"- subraya la trascendencia de ese canto desde un Yo que recupera su sombra de niño aún no expuesto a una cultura ajena y que se erige como portavoz de sus antepasados y de su cultura. ("He corrido a recoger en las llanuras, / en la playa, en la montaña / la expresión perdida de mis abuelos. / He corrido a rescatar / el silencio de mi pueblo / para guardarlo en el aliento / que resbala sobre mi cuerpo / latiendo", p. 101). Su palabra ahora se hace transparente en su propio entorno, pero más allá de él, está el receptor no mapuche, a quien también dirige su canto para reivindicar su cultura, para rescatar lo silenciado por el poder hegemónico. Y produciendo una fisura en la tradición poética mayoritaria, al texto poético le agrega un suplemento pictórico que ilustra los conceptos de la cosmovisión mapuche donde la luna llena es también el kultrung de la machi que señala los cuatro puntos cardinales, como microcosmos simbólico de la mitad de un hemisferio. Bajo la luna, un hombre recostado de perfil configura una topografía muy distinta a la ilustrada por las cartografías de Occidente. Entre sus cabellos se levanta una montaña, su rostro es la tierra por la cual circula un rio, y en su cuello y su pecho se extiende el mar. A diferencia de una visión occidental que relega lo natural al ámbito que rodea al hombre, aquí su incorporación en el mismo hombre permite que él sea montaña, tierra, río y mar.


De manera similar, el poema que recrea las figuras míticas de Kai-Kai y Treng-Treng incluye el dibujo como recurso ilustrativo de un imaginario mapuche diferente al occidental. Según el relato mítico religioso, la serpiente Kai-Kai traía en sus espaldas al mar amenazando al pueblo mapuche con la inundación, pero otra serpiente protectora empezó a hacer crecer la tierra, creando una montaña que les dio protección.





La versión manuscrita insertada bajo estos poemas funciona como otro suplemento a nivel de una escritura que no ha pasado aún por el formato del libro impreso y los procesos que lo iconizan en una cultura letrada. Poema impreso, dibujo y poema manuscrito resultan ser, así, el correlato objetivo de la dificultad de comunicar plenamente una perspectiva otra. Sin embargo, la diferencia, al transgredir los límites impuestos por la subaltemidad para entrar en el terreno hegemónico de la poesía de Occidente y la forma cultural del libro, cumple una función reivindicadora que es también parte de una praxis política. El Yo poético, como un nuevo alfarero, declara: "He corrido a recoger el sueño / de mi pueblo / para que sea el aire respirable / de este mundo" (p. 101). El vocablo respirable, en la poesía de Leonel Lienlaf, implica la esperanza de otro lugar para el pueblo mapuche y su cultura, hasta ahora polucionado por un poder colonizador que, tanto en el caso de los conquistadores españoles como en la nación chilena, lo relegaron al ámbito de la devaluación, el despojo y el silenciamiento. La inserción de su canto en la cultura chilena legitima la noción de identidad inserta en su propia cultura y promueve un diálogo intercultural que pone de manifiesto tensiones, apropiaciones y fisuras, pero también la posibilidad de que ese contacto engendre los nuevos aires de un devenir histórico más justo.





NOTAS



(1) Pedro de Valdivia: Cartas, Santiago de Chile, 1970.

(2) ídem. p. 99.

(3) Alonso Ercilla y Zúñiga: La Araucana. Madrid, 1946. p. 68.

(4) Alonso González Nájera: Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile, Santiago de Chile, 1971, p. 45.

(5) Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán: Cautiverio feliz y razón de las guerras dilatadas de Chile. Santiago de Chile, 1863. p. 124.

(6) Lucía Guerra: Maldita yo entre las mujeres de Mercedes Valdivieso: Resemantización de la Quintrala. figura del Mal y del exceso para la chilenidad apolínea", Revista Chilena de Literatura, No. 53, noviembre de 1998.

(7) Iván Carrasco: "Literatura etnocultural en Hispanoamérica: Concepto y precursores". Revista Chilena de Literatura. No. 42. agosto de 1993,pp.65-66.

(8) Elicura Chihuailaf: En el país de la memoria. Temuco. 1988. pp. 76 y 77. respectivamente.

(9) En este ensayo se escriben en bastardilla aquellas palabras mapuche que son totalmente desconocidas en la cultura chilena mientras otras. tales como pillán, machi y kultrung no siguen esta convención por haber sido asimiladas al español de Chile. Por otra parte, el vocablo "mapuche", incorporado también al español, no admite la forma plural.

(10) Sonia Montecino: "Literatura mapuche: Oralidad v escritura". Simpson 7, vol. 2. p. 161.

(11) Cf. Hugo Carrasco: "Poesía mapuche actual: De la apropiación hacia la innovación cultural". Revista Chilena de Literatura, No. 43, noviembre de 1993. p. 76.

(12) Los ül poseen las siguientes variedades: mahi ül (cantos de machi), ngawiwe ül (cantos de pájaros o pajareros), kawiñ ül (cantos de fiesta), kollon ül (cantos de hombres disfrazados), ñuin (cantos de trilla), paliwe ül (cantos de chueca), awarkudewe (cantos de juegos de habas) aparte de las elegías de dos tipos: llamekan (canto elegíaco de mujeres) y nënëulün (canto elegíaco de hombres).

(13) Cf. Hugo Carrasco: Op. cit. (en n. 11), p. 75; y Sonia Montecino: Op. cit. (en n. 10). p. 163.

(14) Iván Carrasco: "Poesía mapuche etnocultural". Anales de Literatura Chilena, año I. No. 1, diciembre de 2000, p. 200.

(15) Lionel Lienlaf: Se ha despertado el ave de mi corazón, Santiago. Chile. 1990. En lo adelante las páginas de las citas del libro aparecerán entre paréntesis.

(16) La importancia de los muertos en la cultura mapuche se hace evidente en el lugar jerarquizado que se les atribuye de acuerdo a una estratificación social. Después de los guerreros, se da un segundo grupo formado por los apu, longko y ülmén cuyas almas se ubican en las cumbres de altas montañas o volcanes, tranformándose en aves, en estrellas e insectos, seguidos por una tercera clase constituida por los reche o gente común cuyas almas están destinadas al Ngüllchenmaiwe (lugar occidental de reunión de la gente ubicado en la isla Mocha, adonde son trasladadas por las Trempulkalwe, ancianas convertidas en ballenas).


 

 

 

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Leonel Lienlaf: La identidad mapuche y la poesía de Leonel Lienlaf,
por Lucía Guerra.
Revista Casa de las Américas,
julio/septiembre de 2002.