Esta novela ilustrada, destinada a un público juvenil —ejercicio siempre dificil y en este caso muy bien logrado, a tal punto que el lector adulto aprovechará también la lectura— aborda la "Revolución de los pingüinos" de 2006 desde una mirada marginal. Desde el borde. Desde la vereda sur de la Alameda.
Pero no se trata solo de una cuestión geográfica, aunque el asunto tenga importancia en el argumento. Se trata también de la elección del colegio en toma, de los personajes protagónicos y, más importante todavía, del modo en que Lola Larra escogió contar la historia; del modo en que inventó la trama, dispuso los escenarios y situó a los personajes.
Uno de ellos, Nicolás, dice que "al Norte de la avenida se juega la primera división de las movilizaciones. De este lado, al sur de la Alameda, estamos los segundones, la liga B. Allá los liceos pelean con la policía, reciben palos, lanzan bombas de pintura y viven la protesta cercados por las patrullas y las cámaras de los periodistas". Si aplicamos una metáfora cinematográfica, allá se filma un blockbuster, una megaproducción con múltiples extras y potentes efectos especiales; acá, al sur de la Alameda, se filma una película intimista donde la gran batalla está fuera de campo y llega a la escena solo por sus ecos.
Y ahí radica, sin duda, uno de los rasgos más interesantes de esta novela. En esa historia no importan tanto los fogonazos, los grandes destellos, el estruendo, la gran cita mediática, sino que las maneras de vivir una situación que interpela las convicciones y las decisiones de vida en una etapa tan llena de preguntas e inseguridades como es la adolescencia.
Lo interesante de esto es que en ese microcosmos, en esa mirada desde el margen, la autora no solo ofrece un relato convincente y a ratos conmovedor de la Revolución Pingüina, sino que, más importante todavía, una historia viva e iluminadora sobre la adolescencia, sus misterios, sus abismos y sus resurrecciones.
La toma dura siete días. El diario de Nicolás dura siete días. Pero esa breve experiencia habrá cambiado su vida y la de sus compañeros para siempre. En la habilidad de Lola Larra para situarse en esa perspectiva y lograr un relato convincente, que supera con mucho la coyuntura, que sitúa la épica ahí donde realmente vale, en la valentía que crece en la soledad y en el desafio personal, está el mayor valor de esta novela, que lleva muy bien el enriquecedor diálogo entre la palabra escrita y las ilustraciones de Vicente Reinamontes.
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LOLA LARRA.
Ilustraciones de Vicente Reinamontes. Ekaré Sur, Santiago, 2014. 288 páginas.
Por Rodrigo Pinto
Publicado en El Mercurio, 17 de mayo de 2014