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Lina Meruane:
Volverse Palestina
y Volvernos otros


Por Jorge Fornet
En "Salvar el fuego. Notas sobre la nueva narrativa latinoamericana"
Editorial Casa de las Américas, 2016

(extracto)




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Me interesa abrir un paréntesis para hablar de un texto atípico. O de dos. Cuando se habla en ellos de arriesgar el pellejo no se hace en sentido metafórico. Más cercanos al testimonio o al ensayo, son novelescos en el sentido de que se trata de relatos de viaje: el primero, real y concreto; el segundo es un recorrido intelectual. Me refiero a Volverse Palestina y Volvernos otros (recogidos en un solo volumen en 2014), de la chilena Lina Meruane. La autora aprovecha una situación también extrema (la de los palestinos que viven en los territorios ocupados, la del horror cotidiano) para plantear también las potencialidades y los límites de la escritura. Y para hablar, sí, de la responsabilidad del escritor en situaciones casi apocalípticas. Volverse Palestina es la historia de un regreso: el de la propia autora a la tierra de sus ancestros, y hoy territorio ocupado por los israelíes, mediada por la relación —primero por correo electrónico y luego en persona— con un escritor residente en Jaffa que viene a ser su contraparte en la escritura. El libro mismo reproduce fragmentos o palabras tachados, y él «opina que no es del todo una idea descabellada trabajar la tachadura, el borrón en negro, el anonimato en vez de la firma», pues «las palabras tachadas hacen explícita la imposibilidad de escribir libremente sobre Israel» (45-46). La enmienda y la mutilación se integran al discurso y producen, a su vez, interpretaciones. Reconoce dicho escritor, sin embargo, que lo que le impide escribir es que «cualquier discurso intermedio entre las locuras de Hamás y las locuras de la ultraderecha israelí tiene cada vez menos espacio (el que defienda un discurso intermedio inevitablemente es clasificado en uno de los dos polos extremos y atacado por el otro)» (47), dado que una situación tan radicalizada como la que allí se vive «no ayuda a las posiciones intermedias» (90). En tal caso el dilema del escritor parte de la dificultad para encontrar un espacio propio y medianamente autónomo, ante posiciones que exigen posturas extremas. El supuesto compromiso, en esas condiciones, se desvirtúa por el hecho de no partir de convicciones propias sino del forzoso escrutinio de los antagonistas.

 

 

Volvernos otros, por su parte, narra un viaje intelectual, el regreso a Palestina un año más tarde, pero esta vez mediante la escritura de otros. En lugar de trabajar ahora la tachadura y de intentar encontrar el sentido oculto tras lo borrado, se propone re-leer escrituras sobreexpuestas. El epígrafe de David Grossman es revelador: «Una sociedad en crisis forja, para sí misma, un nuevo vocabulario usando palabras que ya no describen la realidad sino que intentan ocultarla». Y el inicio mismo insiste en quién será el protagonista de sus reflexiones: «Son tenaces […] las palabras de la confrontación entre israelíes y palestinos» (116). Es a nivel del discurso, en efecto, donde se establecen batallas decisivas pues son las que allanan el camino de la violencia. Una frase del sociólogo francés Jean Baubérot, citada por Meruane, es ejemplar en ese sentido: «El fascismo empieza no con las atrocidades sino como una determinada manera de hablar, de plantear los problemas» (125). De manera que ella se ve precisada a desmontar discursos, pero no el de una derecha implacable sino el de intelectuales moderados como el mismo Grossman y como Amos Oz («ese empecinado cazador de equivalencias»), quienes propugnan la idea de una supuesta simetría entre las dos partes en conflicto, que implicaría la existencia de dos culpables y dos legitimidades. Si de equivalencias se trata, Meruane defiende la tesis de que habría que aceptar que los palestinos no renunciarán a lo que perdieron hace medio siglo, pues a fin de cuentas «los judíos nunca renunciaron a lo que habían perdido hacía milenios» (153). Casi al concluir su texto Meruane se atreve: «voy llegando […] al final de esta glosa sin haberme ocupado del compromiso político de los escritores» (190-191). Reconoce haber esquivado la pregunta por «el rol del escritor en conflictos que exceden las posibilidades de la letra», y no tener intención ni tiempo para volver «a la ajada disquisición sobre la complicidad del escritor en la necesaria transformación del mundo». En el apremio de un genocidio, dice, de poco vale repetir que «la literatura es una de las modulaciones de lo político, acaso la más libertaria, porque ejerce sus funciones por fuera de toda institución y contra ella», y porque habita «la zona tambaleante de las ideologías». Meruane coquetea con la idea de que «no puede comprometerse más que consigo misma», pero no es fácil sabiendo que «mueren mujeres y revientan niños y viejos y hombres en Gaza convencidos de que deben luchar por su libertad, es decir, por su vida» (192). ¿Qué debería estar haciendo alguien que escribe? Son razones morales, ahora, las que interpelan a quien asume la palabra; no hay aquí ningún motivo —como no sea el que brota de lo más profundo de sí— para comprometer la voz. El punto al que Meruane nos arrastra modifica la discusión sobre el compromiso. Puede ser un término irrelevante, en efecto, si lo que está en juego no lo amerita. Pero en determinadas circunstancias no es siquiera una opción entre otras sino un imperativo moral que apela al sentido de existencia misma de la literatura.

 

 

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Lina Meruane: Volverse Palestina y Volvernos otros.
Por Jorge Fornet.
En "Salvar el fuego. Notas sobre la nueva narrativa latinoamericana".
Editorial Casa de las Américas, 2016.
(extracto)