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EL DESTINO DE LOS VENCIDOS

Presentación de Un nudo más en la red. Informe sobre la poíesis, de Fernando van de Wyngard. Altazor, Viña del mar, 2010.

Por Lucy Oporto Valencia
oportolucy@gmail.com

Sólo cuando se ve y se palpa el furor a que se entregan los vencedores en las guerras civiles,
se comprende por qué, en otros tiempos, los vencidos políticos, aun cuando hubieran
sido los más insignes servidores del Estado, concluían por precipitarse sobre sus
propias espadas.

José Manuel Balmaceda, Presidente de Chile, Testamento político, 18 de septiembre de 1891

 

1. La pregunta por la poíesis

El presente ensayo de Fernando van de Wyngard (1959), pensado como informe de una investigatio, y como reflexión metapoética, se articula en dos niveles. Primero, en torno a la pregunta originaria por la poíesis o creación. Y, segundo, en torno a la relación entre la comunidad y el poietés o creador. Este informe expone una serie de formulaciones, cuyas primeras aproximaciones pueden encontrarse en anteriores trabajos de Van de Wyngard (1). Existe, además, una versión del mismo, publicada en la revista Nombrada, de la Universidad ARCIS (2). Respecto de aquélla, es pertinente indicar que, en la presente versión, ampliada y revisada, el autor reformula y afina el aparato conceptual inicialmente propuesto.

En lo que se refiere al primer problema, Van de Wyngard distingue entre poiética y poética, a fin de deslindar su campo de investigación. Así, la poética, tributaria de la estética, es desplazada a un segundo lugar, por no ser un campo de estudio originario. La poética se limita al estudio de los procedimientos, reglas y preceptos relativos a la composición. Mientras que la poiética es propuesta aquí como la empresa de “asomarse al abismo de los procesos creaturales” o de “hundirse en lo vegetativo de la poíesis”, en vistas a la postulación de una ontología del acto creador, antes que de la obra creada. Dicha experiencia originaria aparece vinculada a lo innominado e innombrable, como fundamento del lenguaje, y a una instancia sagrada, entendida como succionante y movilizante, ubicada en un momento anterior a la metafísica.

Van de Wyngard formula este problema en los siguientes términos: 1. Qué es lo que mueve al creador a abocarse a dar a luz una obra. 2. Si corresponde sostener como universalmente constitutivo el fenómeno del brote poiético, fuera y más allá de la conformación cultural, histórica y social que lo condiciona.

A fin de explicarse la experiencia y el fenómeno de la creación poiética o creaturidad; esto es, el acontecer en sí de lo creado, el autor recurre a fuentes diversas. Las principales de ellas son: la filosofía arcaica, Heidegger, y autores vinculados al psicoanálisis y la antipsiquiatría. Propone, asimismo, una serie de términos y conceptos, a fin de dar forma a un “modelo de ocurrencia” de la creación poiética, de validez universal.

Siguiendo a Heidegger, para Van de Wyngard, la instauración del lenguaje implica un espaciamiento del ser o apertura de mundo. Según él:

todo nombre que al instituirse señala un recorte de la experiencia originaria, tarde o temprano se desplazará hacia otros rendimientos significacionales derivados y más débiles. La experiencia, así, se adelgaza.

En este horizonte, ubica su reflexión acerca del concepto de inspiración y su obsolescencia en el discurso oficial. La moderna postinspiración surgiría, según él, de la liquidación de una nominación, con la cual habría expirado, además:

todo el entendimiento (...) de concebir el origen hasta entonces convocado por ella, todo el diseño de la captura de una vivencia habitativa violenta (...).

Así, Van de Wyngard formula el propósito de su presente obra: encontrar un nombre moderno “que designe el origen de la animación y sus consecuencias productivas”. Esto es, un nombre para la experiencia originaria de la poíesis, buscando tender un puente entre la filosofía arcaica, la ontolinguística a partir de Heidegger, y la neurofenomenología.

2. La coacción de la comunidad

Para Van de Wyngard, la excepcionalidad del poietés es un elemento básico en su indagación acerca de la poíesis. A partir de dicha excepcionalidad, entendida como anomalía, formula el segundo problema, relativo a la relación entre el poietés y la comunidad. Esto es, cómo se enlaza la excepcionalidad o anomalía del primero “con el propósito civil de una comunidad que se desea a sí misma estable, regular y sin fisuras”.

Aquí, anómalo es todo aquel que carga con la sombra de su comunidad de pertenencia, cuyos elementos esta última no podría operativizar sin colapsar. En el poietés, se manifiestan aquellas reservas inconscientes que a su comunidad le resultan intolerables y psicotizantes, esperando que él las trabaje en su lugar, a través de su obra.

Al conformarse el destino sistémico de la comunidad, ésta se instituye a sí misma, instituyendo ya la disfuncionalidad del poietés, carente de legítimo lugar propio, y a contrapelo del ordenamiento civil. Es así cómo la comunidad le encarga oblicuamente la misión de operativizar su sombra, encargo que él aceptaría de modo preconsciente.

De este modo, el conflicto entre el poietés y la comunidad se disuelve en la homeostasis dada por el todo destinante. Pero ella se traduce en un pacto maldito: la instauración o destino de doble circulación. Esto es, el reforzamiento recíproco de ambas posiciones, lo cual da lugar a un juego perverso, en que el poietés es invocado y objetado, a la vez, por su comunidad de pertenencia.

Ahora bien, para Van de Wyngard, destino es el propio apropiarse de las circunstancias, la plenitud de estar abocado a una tarea personal, en que se realiza tanto el propio ser, como aquello a lo que uno ha sido llamado. Mientras que destino histórico se refiere a la contingencia de estar expuestos los unos con respecto a todos, y solicitados por ellos, desde y para siempre. En ello, estriba el sentido político que el autor atribuye a la relación entre el poietés y su comunidad de pertenencia. Pues el obrar destinante del poietés realiza el abrirse de la historia común, aconteciendo el espaciamiento del ser como donación, más allá de las fronteras disciplinarias, en que la obra pudiera tener lugar.

Así, el llamado todo destinante correspondería, en principio, a la relación sin fisuras entre el poietés y la comunidad. Sin embargo, y en contradicción con su entendimiento del destino, sin más, como realización del propio ser, dicho todo destinante termina identificándose con la comunidad, pues es ella la que, “haga lo que haga” el poietés, “instaura el no-lugar que hace remedo del legítimo espacio social negado a su actividad, como destino sistémico de su exclusión”.

Y la coacción unilateral de la comunidad que, en último término, implica el sacrificio del poietés, a través del “embargo reiterativo de su condición de sujeto”, se debería a la necesidad de la primera de que el segundo “intermedie por el resto el campo de lo posible”. O sea, que cree realidad, recuperando “el espesor de la experiencia humana, la respiración del cuerpo comunitario” y, así, ingrese “la nueva regla”. De este modo, el grupo humano obtiene “un custodio a tiempo completo”: el poietés, ocupado por el lenguaje, imposibilitado de escapar a la usurpación y la succión, no tanto del pneuma postulado por el autor como, en último término, de la comunidad.

3. El sacrificio del poietés

Uno de los méritos de este trabajo consiste en su aporte teórico: la elaboración conceptual en que se basa la poiética de Van de Wyngard, entendida como indagación en vistas a proponer un modelo inteligible de ocurrencia del acto creador, de carácter universal y transhistórico. Contrariamente a lo expresado por Sergio Rojas, autor del prólogo, Van de Wyngard sí formula una concepción filosófica acerca de la poíesis, que incluye problemas, términos, conceptos y argumentos, en el horizonte de la sistematización de una ontología del acto creador, no obstante sus debilidades y contradicciones en algunos puntos.

Pero, tal vez, su mérito más relevante sea el modelo antropológico que se desprende de dicha concepción, debido a su alto grado de problematización. Éste es un asunto no abordado frontalmente por Van de Wyngard, en el sentido de que la cuestión antropológica, centrada en la figura del poietés, es considerada por él como una elaboración secundaria respecto de su ontología de la poíesis. Y, sin embargo, es el asunto al que dedica la mayor parte de sus elaboraciones.

Según se desprende de su argumentación, la subjetividad del poietés es relevante sólo en la medida de su funcionalidad a las necesidades de la comunidad. De la unilateralidad manifiesta y recalcitrante de esta última, se obtiene una versión de la extinción del sujeto –tan conveniente y rentable para algunos–, y de la fagocitación del individuo por la sociedad de masas.

Ahora bien, la relación perversa entre el poietés y la comunidad, mediada por la sombra de ésta, puede hacerse inteligible a través de un modelo antropológico también pensado como transhistórico, que permite iluminar el trasfondo violento subyacente en su homeostasis, acerca del cual, Van de Wyngard no se pronuncia, ni adopta una posición clara. Tal modelo corresponde al mecanismo del chivo expiatorio, desarrollado por René Girard, en el marco de su estudio acerca de los fenómenos de persecución, la violencia colectiva y el inconsciente persecutorio.

Según Girard, la comunidad afectada por una crisis, cuya violencia amenaza con desintegrarla, descarga dicha violencia unánimemente sobre una víctima no pertinente, llamada “chivo expiatorio”. El sacrificio humano practicado en comunidades arcaicas –el sacrificio del pharmakós, en el siniestro culto de Dioniso, por ejemplo– constituye una versión de tal mecanismo. Tras esta liberación de la violencia colectiva, la comunidad recupera su estabilidad y diviniza a la víctima.

El proceso que media entre la amenaza de destrucción de la comunidad y su restitución, supone, a lo menos, dos elementos, además de la crisis: el cálculo en la selección de la víctima sacrificial, sobre la base de determinados rasgos de selección victimaria, y el consentimiento de su sacrificio, por parte de ella misma, lo cual indica el predominio de la perspectiva del perseguidor. Así, en el supuesto equilibrio que de ello derivaría, la violencia colectiva es desrealizada y hecha desaparecer.

Las afirmaciones de Van de Wyngard, acerca de la relación entre el poietés y su comunidad de pertenencia, corresponden al mecanismo del chivo expiatorio formulado por Girard, hasta en sus últimos detalles. Éste constituye el trasfondo de su respuesta a los problemas formulados en su informe. A saber, qué mueve al creador a abocarse a dar a luz una obra, cómo se enlaza la anomalía del poietés con el propósito de una comunidad que se desea a sí misma estable, y si corresponde sostener como universalmente constitutivo el fenómeno del brote poiético.

Los elementos que corroboran esta correspondencia, son los siguientes. Primero, la anomalía del poietés, como rasgo de selección victimaria, que autoriza a la comunidad a descargar su violencia sobre él, encargándole operativizar su sombra, a fin de no colapsar. Segundo, la relación inversamente proporcional entre la anomalía del poietés y el propósito de una comunidad que se desea a sí misma estable. Esta fórmula sintetiza el mecanismo del chivo expiatorio, cuya finalidad última es restaurar el equilibrio de la comunidad, lo cual supone el sacrificio y la exclusión del poietés, como condición de posibilidad de dicha restauración. Tercero, en el modelo de Van de Wyngard, la prepotencia de la comunidad es ostensible. Él mismo insiste tanto en su coacción, como en la imposibilidad del poietés de liberarse de ella. Y esta situación no es contingente, sino constitutiva de un sistema de exclusión. Pues, al instituirse a sí misma, la comunidad instituye ya la disfuncionalidad del poietés, despojándolo de lugar propio.

Sin embargo, Van de Wyngard opta por la desrealización de esta violencia, mediante los conceptos de todo destinante, destino sistémico, destino histórico y destino de doble circulación, cuya connotación expresa que el poietés aceptaría el encargo abusivo de la comunidad, a la que supuestamente pertenece, de modo preconsciente, equilibrándose así ambas posiciones en un juego de reforzamiento recíproco. Esto corresponde a la consumación del mecanismo del chivo expiatorio, que presupone el consentimiento de la víctima de su propio sacrificio, así como a la desrealización de la violencia colectiva mediante una homeostasis conveniente, con arreglo a los fines de la comunidad, y decidida, en último término, por ella, discrecionalmente.

Finalmente, si para Van de Wyngard, destino es la realización del propio ser, en su modelo, el ser de la comunidad constituye el único principio de realidad, y ella se muestra con plenos poderes para usurpar, explotar, consumir y devorar al poietés e, incluso, para asesinarlo. Y, si la creación de realidad, la recuperación de la respiración del cuerpo comunitario y el ingreso de la nueva regla se obtienen, en último término, a partir del embargo reiterativo de la condición de sujeto del poietés, entonces la creación del lenguaje y de la cultura se fundan en la violencia sacrificial, la expulsión y la exclusión. Este elemento se ajusta cabalmente al mecanismo del chivo expiatorio, en lo que se refiere a la fundación o refundación de un orden o un mundo.

El modelo de ocurrencia del acto creador, propuesto por Van de Wyngard, da lugar a una serie de otros cuestionamientos. Por ejemplo, en lo que se refiere al todo destinante, el destino sistémico y el destino histórico, ¿por qué aceptar semejante normalización de la violencia? ¿Qué sentido podría tener una poíesis fundada en la violencia sacrificial? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Por qué sería legítimo que alguien más tuviera la obligación de operativizar la sombra de la comunidad en lugar de ella?

Y, ¿por qué no pensar un arte y una filosofía capaces de enrostrarle y devolverle su sombra a la comunidad, aún a riesgo de que ésta colapse?

4. La sombra de la comunidad y el destino de los vencidos

A diferencia de lo que, quizás, Van de Wyngard hubiese querido, el mérito más relevante del presente trabajo, radica en su dimensión antropológica y sus derivaciones políticas, aún cuando él las considere en un segundo nivel, respecto de la preeminencia del espaciamiento del ser y su ontología del acto creador. No obstante, su reflexión también se concentra en la figura del poietés y su relación con la comunidad. De ahí, la relevancia antropológica de su informe, pues él constituye una revelación nítida del mecanismo del chivo expiatorio, subyacente en el espíritu de la época y la conformación como sujeto del propio autor, en el marco de la historia reciente de Chile, marcada por la dictadura y la postdictadura.

La importancia de esta revelación radica en la discusión que de ella debiera desprenderse, al cuestionar la conformación de la comunidad y sus instituciones, en distintos niveles y manifestaciones de su influencia. Pues lo que este informe muestra, es la ocurrencia sistemática de una carnicería, de una expulsión instaurada como necesaria, estructural, ineluctable, fatal e irreversible. Y, por cierto, radicalmente injusta, como para guardar silencio ante su pasmoso despliegue y la gravedad de sus nombres.

Tal estructura corresponde a una de las dimensiones de la violencia, propia del fascismo en Chile y sus prolongaciones. Estas últimas han desplegado su impronta, como espíritu fascista, durante la postdictadura en, a lo menos, dos niveles. Primero, a través de la refundación del fascismo por la Concertación de Partidos por la Democracia, y su necesario cumplimiento y apoteosis, al cabo de veinte años, con el triunfo de la Derecha. Y, segundo, a través del reordenamiento y acomodo de sus instituciones, oficiales y alternativas, durante el curso de este interminable proceso, en el relevo generacional que les corresponde.

Esa refundación postdictatorial fue posible, entre otros elementos, sobre la base de lo que pudiera llamarse el destino de los Vencidos. Antes de quitarse la vida, a los veintitrés años de edad, en enero de 1988, José Saavedra, estudiante de filosofía en aquella época, cuyos textos fueron editados por Van de Wyngard, tuvo una lúcida intuición acerca del futuro de su generación, aunque extendiendo sus márgenes mucho más allá, iluminando un reducto que, en el curso de esa refundación, sería silenciado y hecho desaparecer:

Preguntamos ¿y ahora qué cabe esperar en la vida tras nuestro fracaso, tras nuestra derrota?

Cabe por cierto esperar, lo que la historia incansablemente indica que se debe esperar cuando se ha fracasado, cuando se está en el bando de los vencidos; los Aplastados. Cabe esperar la servidumbre, el esclavismo, la enajenación (la peor de las muertes). Cabe esperar el yugo, las cadenas, el látigo (que nuestro linaje nos impondrá sin piedad). Cabe esperar SOLO la ignominia, el oprobio. No hay otra alternativa. Ése es el camino de los Vencidos. No hay otro(3) .

El Presidente José Manuel Balmaceda, por su parte, dio contenido a esta idea y radical sentimiento, situado en el último límite de su ser, al igual que Saavedra, en los siguientes términos:

Estoy fatalmente entregado a la arbitrariedad o la benevolencia de mis enemigos, ya que no imperan la Constitución y las leyes. Pero Uds. saben que soy incapaz de implorar favor, ni siquiera benevolencia de hombres a quienes desestimo por sus ambiciones y falta de civismo (4).

El primado de lo que pudiera llamarse una traición destinante, implícita en la ocurrencia de esa exclusión estructural, constitutiva y transhistórica, indicada por Van de Wyngard, apunta, específicamente, al destino de los Vencidos, y a las implicaciones de la comunidad instalada, visible y circulante, en la ruina y la extinción de las energías, la sangre y la obra de aquéllos, durante la postdictadura, hasta hoy. Ésta es, cabalmente, una de las dimensiones de la sombra de la comunidad. Y, tal vez, este trabajo haya surgido, aunque sin agotarse en ello, con el fin de hacer inteligible ese aspecto de la realidad y abrir un debate necesario. Pues la filosofía y el arte tienen muchas posibilidades. Y los problemas y argumentos formulados por Van de Wyngard, debieran ser considerados y discutidos, más allá de los prestigios corporativos, las redes y las camarillas que conforman el ámbito filosófico, identificables por la administración eficaz de su talento para sobrevivir, sus juegos de seducción, y la ostentación sofística de sus habilidades para adaptarse al fin del “tiempo de la consecuencia” (5).

En lo que se refiere a la pregunta por el fondo insondable que sustentaría el brote poiético, en vistas a la formulación de una postinspiración en otro sentido, ella permanece abierta. En la obra de Van de Wyngard, se advierte una constante remisión a una esfera originaria, indiferenciada, oscura, abismal e inconcebible, anterior al lenguaje, el pensamiento y el ser mismo. Ello es notorio, por citar un ejemplo específico, en su lectura de Carl Gustav Jung. Van de Wyngard privilegia las afirmaciones del primero, acerca de la irrupción violenta del inconsciente y sus consecuencias, en función de su descripción del brote poiético. Los cincuenta años de investigación de Jung, en vistas a poner de relieve la importancia del desarrollo de la capacidad de conciencia, como horizonte último de la realización humana, no le interesan.

No obstante, y más allá de estas consideraciones, dicha búsqueda pudiera ser interpretada en diversos sentidos. Como necesidad de vinculación con lo sagrado o procesos espirituales de una radicalidad inaudita. Como pregunta por una identidad profunda posible, al margen de toda construcción social. Como anhelo de disolución y muerte, o de hallar un sustrato último, real y auténtico, que otorgase sentido. Como presentimiento de la necesaria destrucción de un mundo, un orden, un sistema. O bien, como intuición de una barbarie soterrada y latente.

Con todo, la pregunta por ese fondo oscuro está plenamente vigente, pues se refiere al fundamento último de lo real. O, acaso, a un núcleo maligno que sostendría la vida indiferenciada y violenta, celebrando la extinción del sujeto. Y ella debiera ser discutida con amplitud, más allá de la mezquindad organizada en torno a modas e instalaciones que pudieran declarar su anacronismo como problema filosófico.

Pues el cataclismo antropológico, moral y político se ha consumado. La farsa institucional y social ha caído, revelando tanto su vileza, como el vacío del alma chilena,  su adoración por los vencedores y su traición destinante (que es el envés del destino de los Vencidos), a todo nivel. Pero Chile es contumaz en su odio por la capacidad de conciencia, y su devoción por la alienación, la desrealización y la farsa que permiten la vida. Acaso, ni la ira, ni la herida de Dios puedan con ella.-


Valparaíso, noviembre 2009 – abril / junio 2010, posterremoto.

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Presentado en el Auditorium de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Santiago de Chile, el 30 de junio de 2010. Participaron, además, Mauricio Barría y Mauricio Bravo, en calidad de moderador.

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NOTAS

(1) Entre otros: Texto catálogo de Muestra Sala de Arte 2003 sepiensa.cl, febrero 2004. “La creación: olvido moderno”. “La pregunta histórica del arte (en su marco social)”, mayo 2002.  “La pregunta heideggeriana por el ser (en la búsqueda de una perspectiva auroral)”, 1993-1995 y 2005-2006. Todos, publicados en www.sepiensa.cl / www.sepiensa.net. “De sitio y no-lugar”, en Citiedad. El Aristotélico Siniestro, Santiago de Chile, 2000. Y el poema Lo inminente. Laboratorios Caja Negra, Santiago de Chile, agosto 2005. También disponible en  www.aparte.cl.

(2) “Informe sobre la Poíesis. Acaso un intento por transparentar lo irruptivo e indicar el rumbo de los nombres en su gravedad”. En Nombrada nr. 2. Revista de Filosofía. Universidad ARCIS. Santiago de Chile, diciembre 2005.

(3) José Saavedra, “Existenciales nocturnos”, en El espíritu de la época nr. 10. Publicación de circulación restringida. Santiago de Chile, diciembre 1988.

(4) José Manuel Balmaceda, Testamento político. 18 de septiembre de 1891. En www.memoriachilena.cl.

(5) “(...) si el tiempo de la consecuencia ha pasado, en tanto entendemos la consecuencia como un absoluto moral, este ideal, se hace intraducible en la realidad actual, porque sólo es concebible por una racionalidad sistémica y no paradójica como la que intento describir. Una racionalidad paradójica es aquella, que siendo no sólo consciente de la cosa (el objeto de pensamiento) lo es principalmente de las estrategias que la conforman (sus operaciones de sentido), y sobre ellas trabaja”.  Mauricio Barría Jara, “Las tenues redes de la voz. Una nota sobre lo colectivo en Caja Negra”. Ciudad Caja Negra nr. 0, Santiago de Chile, noviembre 2002.

 

 

 

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Fernando van de Wyngard.
Altazor, Viña del mar, 2010.
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