................................... MANUEL LOZANO
 

 

GENEALOGIA DE CRIMENES ESPLENDIDOS

Nada me asusta más que la falsa serenidad
De un rostro que duerme...

Jean Cocteau, Plain-Chant

No el regreso de un porvenir abandonado
sin sosiego en los lechos terrestres.
No el verano con un palpable resplandor entre invasores,
y otra herida creciendo como lenta enredadera
en la piel del delirio.
No el pequeño cadáver de mi infancia
flotando (con su boca abierta) en la inmensa laguna.
No el arcángel quemado, entre las maquinaciones del espanto
y la obstinada majestad del ruego.
No las elementales maravillas del amor en la hierba.
No la profanada canción, la hoguera luminosa.
No los párpados fatídicos que devoran y resisten
la desesperación de los otros.
No el balbuceo de aquel dios en su cruz.
No la incertísima tempestad del reposo.
No las madrigueras de la piedad,
la hambrienta cueva que empolla toda angustia.
No la precariedad del ojo en la distancia.
No verdades habitables bajo el musgo de sospechas,
ajenas a mi carne y al olor diferente.
No el alarido devastado.
No las mansiones de razón: su más pura palabra.
No un laberinto de alacranes en cautiverio.
No el letárgico aroma de mis muertos mendigos.
No las hembras de chacal junto al sudario.
No este archipiélago hundido en mi memoria.
No la implacable codicia del vicario.
No la torpe desnudez entre las piedras,
aquélla que no cava el deseo.
No quien se inclina ante las jaulas
y duerme según la herrumbre de cuerpos mutilados.
No el que nunca oyó a los ojos.
No el visible matorral; siempre el oculto.
No la fiebre que no sana.
No el perverso matarife en este país de brumas.
No la boca sin cesar del desterrado.
No el estremecido inquisidor de los huesos
Golpea la puerta.
¿Quién permanece en el desierto heroico
con las manos calientes?
¿Por qué fui hijastro y huésped del infierno?



Te hablo con la sangre deshecha de los hombres.

 

BAHIA DE TODOS LOS SANTOS, enero de 2000

 

 

HOMBRE QUE VE LA MAÑANA

Les hommes sont tous condamnés a mort avec des surcis indéfinis, habría escrito él con la inconsistencia del día, solamente él, aunque ninguno lo acompañara en la visión suprema donde los instantes se superponen inextricablemente (luego de eludirse con furia) hasta delatar los rasgos laterales de la palabra:

 

una palabra es un rostro,
un rostro ciego.
(Todos los forasteros llegarían portando un ala,
semejante extensión en medio del milagro
ya nos era posible.)
Ni limitada, ni idéntica a sí misma, ni uncida
a la luz rota de las tumbas,
ella llega.
Naciste con la pregunta que torna en oro
el estiércol, la tierra y su cadáver.
Sin embargo, avanza la carnicería

 

Quise entrar en aquellos jardines. Nadie con el cuerpo abandonado y próspero de ausencia vedaba la entrada. ¿Qué entrada? ¿Entrada para salir, entrar, o siquiera hundirse entre sus olas? Porque mi jardín tiene las olas de la más alta marea. -Prepárense -repetía- en el subsuelo encontrarán los desechos

 

Este niño juega con desechos
para explicar su cueva:
blancas sandalias de inservible estupor,
vocación de reconocerse en serafines
barro por detrás,
por delante el barro de una estirpe
grabada en pozos y daguerrotipos.

 

¿Hubo un salvaje en el fin de esta historia, otra historia para relatar a las nubes? Fuga hacia el vacío, grados de erotismo inauditos en su sintaxis, el viento conturbado ladra. ¿Qué otra cosa es la palabra cuando desaparece en el viento y entonces ladra, ladra? ¿Con cuál masilla te descascaras los dedos, la boca atada, el sueño de todo hombre: su felicidad? Antes pensabas en el cuerpo como en el gran continente expulsándote, al fin, de los infiernos prometidos. Pero las nubes prometen; sólo prometen la verdad de las nubes. Arrecia la tempestad.

 

En tu cerebro añaden una casa.
Desfilan los predicadores
entre sus pasadizos que son cárceles.
Una casa, el escenario donde narrarme
muerte más vida más muerte
más muerte menos vida a esta muerte,
asombrada vida,
terca vida testigo del diluvio.

 

Si creyese en cada nacimiento, me moriría. Acabas de entrar y aúllas, desplumado colibrí del abismo, de la mañana. Ya fue sabido de antemano: el hombre veía la mañana. Vio la mañana como una esfinge. Desenfrenadamente la vio.

 

 

 

 

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