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Diálogo con Eucaristía de Róger Santiváñez



Por José Ignacio López Soria

Para mí, un profano en el ars poietica, la poesía es ante todo una fiesta del lenguaje. El poeta, en lucha con la palabra, celebra, en primer lugar, el lenguaje, y, si lo hace con sabiduría, consigue no sólo decir lo no decible sino invitar a un diálogo que se abre a diversos mundos de significados, imágenes y símbolos.

De las diferentes lecturas a las que convoca Eucaristía, el reciente poemario de Róger Santibáñez, voy a escoger hoy una, la religiosa, sin dejar de reconocer que el poemario invita igualmente a una lectura en clave profana y hasta profanadora de las creencias e iconos de la tradición religiosa.

Comenzaré por el nombre, Eucaristía, con el que el poeta bautiza su poemario. El término viene del griego pero llega hasta nosotros arropado por la tradición judeo-cristiana. Etimológicamente, “eu-caristía” significa “ buena gracia” o “acción de gracias”. En el relato bíblico, interpretado por la tradición cristiana, la eucaristía es un sacramento o signo sensible de un efecto interior o espiritual, no visible, que Dios obra en las almas. Según la creencia cristiana, el sacramento de la eucaristía fue instituido por Jesucristo en la última cena, cuando éste, antes del sacrificio, se despidió de sus discípulos compartiendo con ellos el pan y el vino y encomendándoles que, en su memoria, repitieran esta acción. En virtud de esta tradición, institucionalizada por la iglesia católica no sin controversias teológicas, el sacerdote, pronunciando palabras rituales, consagra el pan y el vino, es decir produce la transubstanciación del pan y el vino en cuerpo y sangre de Cristo.

Me pregunto qué tiene que ver la eucaristía de los cristianos con el poemario Eucaristía. Para responder a esta pregunta me fijaré, en el emisor de la palabra, el rito y el lenguaje poéticos, comparándolos con sus homólogos en el caso de la consagración religiosa.

El poeta se asemeja al sacerdote pero también se diferencia sustantivamente de él. Para que la palabra se convierta en sagrada y produzca la transubstanciación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo es imprescindible que el emisor de esa palabra sea un sacerdote, es decir alguien que ha sido previamente consagrado, ungido u ordenado por otro para ofrecer el sacrificio de la misa. La condición de sacerdote preexiste a la pronunciación de la palabra y, por tanto, la palabra se convierte en sagrada por ser hablada por el sacerdote. Las palabras del no consagrado, aunque sean las mismas que pronuncia el sacerdote, no producen la transubstanciación. Al poeta, sin embargo, lo convierte en tal la pronunciación de la palabra. Puede decirse, por tanto, que el poeta es hablado por la palabra. Y, por eso, si alguien que no era poeta pronuncia esas mismas o similares palabras se convierte también en poeta. Dicho de otra manera, el lenguaje no es poético porque haya sido emitido por un poeta, sino que el poeta es tal porque se expresa en un lenguaje poético. Y es ese lenguaje poético, que el poeta rearticula y recrea, lo que crea la belleza. También aquí se trata de una cierta transubstanciación: lo que no era bello se convierte en bello en la palabra. No es raro, por tanto, que el poeta recurra al trasfondo cultural cristiano para expresar la transubstanciación producida por la palabra.

Otra diferencia importante entre sacerdote y poeta es que el primero es consagrado de una vez para siempre. Su consagración le imprime carácter, le marca con un sello que nada ni nadie puede borrar. Su palabra será siempre sagrada, aunque él mismo haya abjurado de su propia consagración. El poeta, por el contrario, no es nunca un consagrado. Necesita cada vez desplegar sus capacidades creativas para dar con la palabra poética.

En la tradición religiosa, la transubstanciación consiste en la repetición canónica o ritual de la Última Cena. Basta que el sacerdote pronuncie las palabras claves en las condiciones determinadas por el rito y con la intención de consagrar para que se produzca la consagración o transubstanciación del pan y el vino en el cuerpo y sangre de Cristo. La creación poética, por el contrario, no es ella misma un rito ni fruto de un rito sino más bien de una lucha agónica y siempre nueva con el lenguaje para hacerle decir lo no decible.

Finalmente, el lenguaje de Eucaristía está, desde el título, poblado de términos procedentes de la cultura religiosa. Desfilan por el poemario personajes bíblicos o de la tradición cristiana: Dios, Adonáis, Cristo, el Señor, Adán, vírgenes, ángeles y santos y hasta el Señor de los Temblores. Se alude frecuentemente a pasajes de la historia sagrada: Creación, salutación (que precede a la anunciación), parábola, pasión de Cristo, murió por nosotros, herida lanceada, resurrección. Se rememoran lugares y objetos sagrados: cielo, coelis sanctus, edén, paraíso, altar, altares consagrados, sagrario, oratorium, oratorio, santuario, reliquia, camposanto. Se recurre a actitudes y comportamientos religiosos: adoradores del estío, ni se persigna como yo, atea, pureza etérea, pureza, pura, pasión pura, purísima, religiosamente, de rodillas, arrodillada virgen, confiteor, moros destruidos. Se recuerdan advocaciones y oraciones: Stella Maris, grace plena, danos el reino, te pedimos, elevamos un cántico hacia ti, oratio in soul. Y se recurre, finalmente, a otras reminiscencias de la cultura religiosa: sunset bajo Dios, sacramento, virgen te siento, subo en el cielo, religión, religare, ánima, inspiración bendita, vox Dei, sacra paraísa, corde pudibundu, divino hoyo, sacra siena, sacra voluntad, divina paz, misterio, milagro, canción inmaculada, poesía sacra, música misteriosa, mística profana, etc.

Independientemente del uso que el poeta hace de la tradición religiosa, lo cierto es que el hecho de utilizarla como recurso poético, aunque sea para profanarla, manifiesta la pertenencia a la cultura cristiana, cuyo lenguaje el poeta habla y por el cual es hablado. La tradición que Eucaristía rememora es más la mística que la ascética. La ascética insiste en el sacrificio como camino hacia la salvación en la medida en que propone un conjunto de reglas y prácticas para la liberación del espíritu y el logro de la virtud. La mística consiste en una experiencia contemplativa de lo divino entendido como misterio, como algo no entendible racionalmente y, por consiguiente, no logizable, inefable. Frente al misterio cabe la alalía (silencio o mudez), pero quien se refugia en ella renuncia a comunicar su experiencia mística. Para comunicarla es necesario pelear con el lenguaje, intentar decir lo racionalmente no decible recurriendo a un lenguaje simbólico, parabólico, paradójico, paralógico, etc. y atreviéndose a transgredir los límites de la cordura y a aproximarse a los dominios del sinsentido y la locura. Para dar cuenta del misterio sin desvelarlo, sin reducirlo a conceptos inteligibles, es necesario romper con la tradición de lo dicho y explorar caminos nuevos de lenguajes difícilmente descifrables.

En Eucaristía encuentro las huellas de esta búsqueda, primero, en la frecuente recurrencia a términos de códigos lingüísticos ( griego, latín, inglés, italiano ...) que están más allá de nuestro lenguaje cotidiano; segundo, en el aprovechamiento de recursos expresivos que no se recogen ni del habla popular ni del habla culta y que empalman, sin seguirlas, con tradiciones expresivas que nos vienen de Oquendo de Amat, Vallejo y Martín Adán; y tercero, en el carácter de abierta de la escritura.

Desarrollaré brevemente esta última idea. La transubstanciación cristiana es operada exclusivamente por la palabra del consagrado y luego participada por los fieles en la comunión. Frente a la palabra consagratoria no cabe el debate ni la duda ni la aceptación parcial. El fiel no puede sino aceptarla o rechazarla. La pronunciación de la palabra por el consagrado cierra toda posibilidad de diálogo. El frecuente recurso de los predicadores a su atribuida condición de portadores de la palabra divina no es sino una manifestación más del carácter cerrado de su palabra.

En Eucaristía, la palabra es abierta porque es una convocación al diálogo. No sé si la palabra de Eucaristía transmite conocimientos, despierta sentimientos o promueve una determinada acción. Lo que sí sé es que Eucaristía es ante todo mensaje, un mensaje que me viene de alguien cuyo trasfondo cultural comparto y que, por tanto, al hablarme desde sí me habla desde nosotros, desde una comunidad de vida y de habla que hace posible la comunicación en un diálogo que se abre al goce de la belleza expresada e invita, al mismo tiempo, a continuar la lucha con el lenguaje para seguir produciendo la transubstanciación de lo profano en sagrado, de lo cotidiano en belleza.

He trenzado mi diálogo con Eucaristía alrededor de la comparación entre la transubstanciación religiosa y la creación poética. Tengo que terminar concluyendo que el carácter de abierto del lenguaje de Eucaristía, más que la profanación de los iconos sagrados, diferencia definitivamente el poemario de Róger Santiváñez de la toda palabra sagrada.

 
 

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Diálogo con "Eucaristía" de Róger Santiváñez.
Por José Ignacio López Soria.