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BAJO EL SOL ANTIGUO DE LA BRUMA
"EL FULGOR DE LAS BLASFEMIAS", de Lorenzo Peirano.
Ed. Ciervo Viejo, 92 páginas. Poesía
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Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 3 de agosto de 2025


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Lorenzo Peirano es un poeta que ha publicado pocos libros, pero de gran calidad, y en ellos convergen, a su vez, un grupo apretado y cuidado de poemas. Esta contención y esmero surgen de una relación ética del autor con la poesía, vista como un decir particularmente exigente que dialoga siempre con el silencio.

En las sucesivas lecturas que he hecho del libro me parece central una poética de la derrota y de la iluminación que de ella se sigue.

La derrota adquiere varias dimensiones a lo largo de su poetizar. Es, por de pronto, la pobreza económica a la que se llega por sus propias decisiones. Dice: “Pero el espacio que me aleja de las ambiciones razonables/ser un hombres útil siempre me pareció algo bastante odioso” (p. 84). Esta culpa y caída, que puede concebirse también como rebeldía, es un motivo recurrente de estos poemas.

 

Lorenzo Peirano


Pero en otros pasajes la derrota adquiere un cariz que emana del desarraigo habitado en la propia tierra. Así dice: “El que es hijo de locos/siempre está solo o preguntando. /Su doble es una pequeña criatura/y sus parientes lo ven/como a uno que no entiende” (p. 19). La derrota aquí se agrava por no tener el hablante más tiempo para cambiar la propia suerte. En toda la poesía de Peirano se advierte la fuerza irrevocable e irreversible del tiempo.

Pero no todo es oscuridad.

La luminosidad, en efecto, aparece al encontrar en la vida de Cristo un ejemplo para transitar en la derrota (“y sigo tu desgracia en mi desgracia”). A un lector atento no se le escapará esta dimensión religiosa del poetizar de Peirano, donde la luz cristiana es centro que irradia a todos sus versos: “He buscado mi voz cerca de la cruz”, dirá, y, en el mismo orden de cosas, figura este verso: “El Hombre desangrado nos redime”.

La luminosidad también emerge del contar con la palabra para dejar registro de lo vivido (“Escribo ahora, a pesar de la visión que dicta/un ser de pupilas verticales/Escribo también mi rostro envejecido”). La luminosidad, entonces, se abre a partir de la escritura poética, en la cual se funda ahora un saberse y hacerse responsable de la propia suerte. Allí también aparece, como reverso de la derrota, la idea de que la utilidad nunca fue el destino del poeta (p.84). Podría sostenerse, además, viniendo desde esa luminosidad, la poética de la esperanza (de la posibilidad de ser redimido).

Nuevamente, la faceta religiosa.

La poesía de Peirano se caracteriza por la variedad de recursos formales. Si se la mira siguiendo este criterio, se advierte una pluralidad de ritmos y medidas. La unidad, más que formal, viene dada por el tono y aquellas poéticas que concurren en sus versos. En este hermoso poema se refleja lo anterior: “He presentido lo insondable/de la muerte. /Tu voz me despertará. Cerca del acacio/tu figura y tu indulgencia. /Es imposible devolverse, buscar esos papeles. /Se borrará lo escrito, lo insinuado. /Ramas de zarzas serpentean/ en el agua: esa claridad te pertenece. /Y ahora qué aceptar: remolinos de polvo/se disipan en la hiedra.” 

Como queda de manifiesto, aquí la naturaleza concurre a la formación de las imágenes (ramas de zarza serpentean, cerca del acacio tu figura y tu indulgencia, remolinos de polvo se disipan en la hiedra), pero no es una naturaleza arraigada a un lugar determinado geográficamente o construido en la memoria. Estos “elementos” operan más como símbolos o metáforas. Este uso de la naturaleza como dispositivo metafórico en la construcción de imágenes permite establecer un parentesco entre este libro y la poesía de Georg Trakl.

Otro recurso formal que aparece de modo reiterado (ausente de sus obras anteriores) es el uso del paréntesis, el que puede ser acaso interpretado como un elemento que le otorga o le quita intensidad o profundidad al verso. Peirano emplea, como se dijo antes, las posibilidades distintas que proporciona el lenguaje para llevar a cabo operaciones estéticas muy sutiles: el paréntesis, la cursiva, el desplazamiento de las sangrías iniciales del verso, la sucesión de encabalgamientos, el interrogar, el diálogo y la conversación. No es la suya una versificación plana y tranquila, sino agitada y crepitante, agitación en medio de la cual relumbran versos de gran serenidad y quietud, generalmente endecasílabo. 

En muchos aspectos El fulgor de las blasfemias es un poemario en el que hay otro entrañable con el cual el poeta mantiene una relación ambigua. Hay, en este sentido, un eje familiar ante el cual se rinde cuenta y la vez se añora. La blasfemia supone la existencia de ámbito que se trasciende y trasgrede. La figura del padre, planteada sottovoce, que aparece en varios poemas, surge como decisiva en la hermenéutica de estos poemas.

El fulgor de las blasfemias es un hermoso libro delicado y sufriente, luminoso y crispado, melancólico y enconado. Buena poesía.



Fotografía del autor de Elde Gelos
https://eldegelos.com/

 



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Ed. Ciervo Viejo, 92 páginas. Poesía.
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