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LEONARDO SANHUEZA

En busca del padre

Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros de El Mercurio, 12 de enero de 2002

 

Poeta, editor y cronista, Leonardo Sanhueza (Santiago, 1974) ya es un nombre familiar en la nueva literatura chilena. Autor de Cortejo a la llovizna (Stratis, 1999) y compilador de la Obra poética, de Rosamel del Valle (J. C. Sáez Editor, 2000), obtuvo en diciembre un reconocimiento a su propia creación al recibir en El Puerto de Santa María (Cádiz) el Premio Unicaja de Poesía «Rafael Alberti» por su obra inédita El eco y la pedrada.

Dotado de un millón de pesetas y la publicación del libro en la editorial hispana Renacimiento, el certamen convocó a 217 autores en su XVII versión. En fallo unánime, el jurado destacó en Sanhueza "el misterio de sus versos y la autenticidad poética" así como "la serenidad de su composición que deja ver su influencia nerudiana", según informó el diario «El Mundo». Juicio que el autor no comparte, pero entiende: "Si mi poesía se parece a la de algún poeta chileno no es precisamente a la de Neruda. Yo prefiero creer que con ese comentario lo que se quería calificar era un castellano 'cisandino': de más allá de los Andes. Es decir, un idioma poético que tiene sus cartas credenciales bien claras".

Satisfecho, en todo caso, y con la misma serenidad que el jurado advirtió en sus versos, Leonardo Sanhueza se refiere a El eco y la pedrada como de un libro cuya extensión y título son todavía provisorios:

"Valéry decía que un libro empezaba a existir por su publicación y la publicación era una casualidad en el suceso del poema, que estaba siempre cambiando. Por eso editarlo era bueno: lo convertía en un hecho. En cuanto al título, ya estoy arrepentido, lo encuentro antojadizo. Se me ocurrió en el momento; me llegaron las bases y en cinco días preparé el manuscrito. Cuando ya lo estaba imprimiendo para enviarlo tenía que ponerle un título. Éste es el quinto".

Proviene, según advierte, de una imagen recurrente en la obra: el niño que arroja una piedra en el pozo.

"Para mí es una imagen de la memoria. Allá abajo hay un rostro que se parece al suyo. Y así como él hay otros: los de su familia. El gesto que hace el niño de tirar una piedra es la travesura que uno hace con la memoria: recordar. Es muy difícil distinguir el eco de la pedrada que lo provoca, porque los rostros se distorsionan. El recuerdo se confunde con el deseo de realidad".

A su vez, el epígrafe de Eugenio Montejo ("La casa donde mi padre va a nacer/ no está concluida/ le falta una pared que no han hecho mis manos".) brinda la clave para comprender el motivo principal de El eco y la pedrada: "Mi libro tiene mucho que ver con las carencias humanas, empezando por la del padre. Su eterna búsqueda nos conduce a los padres literarios, a los padres postizos, a los amigos. Yo creo que eso es muy importante: los poetas se olvidaron del padre. Kafka se acordó de él, pero a él le pesaba. Yo no conocí al mío. Lo dejé de ver a los tres años, entonces de él sólo tengo imágenes, como fotografías. Sin embargo, existe... bueno, ya no, pero estuvo presente siempre. Influyó en mi obra, por supuesto, como en todo lo que soy. No es que pretenda hacer literatura biográfica, sino establecer ciertos diálogos y creo que uno de los más importantes es el del padre con el hijo".

Poesía de la carencia

Todos los poemas de El eco y la pedrada están en primera o segunda persona, siempre dirigidos a un "tú". La poesía, explica Sanhueza, citando a Octavio Paz, es un intento por alcanzar la otredad.

"No creo en la trascendencia del alma, pero me pregunto por qué uno se emociona, por ejemplo, cuando alguien llora. Y es porque ese llanto ha logrado traspasar la frontera de la comunicación. Eso es la trascendencia, cuando los actos se traspasan al otro. Sucede lo mismo en el diálogo, aunque es más bonita la palabra conversación, porque implica un verterse mutuamente".

Aunque se resiste a formular poéticas y admite que escribir sobre la escritura le parece un "laberinto sin salida", siente que la poesía se funda en una fuga permanente.

"Responde a la búsqueda de un espacio vacío. Como digo en «El sol de la golondrina», trato de vincular el acto de escribir con todo acto humano. Lo cual es como ir detrás del sol: en el momento que llegas al lugar donde estaba, ya se ha ido. Ese deseo, esa falta, mueven al mundo. Pero además hay una carencia a nivel de lenguaje, que se entiende mejor cuando pensamos en el caso de otro pájaro: el chincol. Esta ave tiene la particularidad de que a través de su vida sufre pérdidas neuronales y olvida su canto; entonces tiene que aprenderlo de nuevo, y por eso desarrolla dialectos diferentes según el entorno en el que se encuentra. Nosotros también olvidamos hablar, pero como nos acostumbramos a nuestro entorno de una manera muy fácil, creemos que siempre somos los mismos. El lenguaje no es inmutable, tenemos que aprenderlo una y otra vez. La prueba está en la existencia misma de la poesía".

Gran parte de El eco y la pedrada lo integran poemas dedicados a las aves chilenas, de las cuales Sanhueza —quien vivió muchos años en Temuco— se reconoce un observador aficionado. Aunque no es un ornitólogo, se le puede adscribir a cierta tradición de poetas que va desde Augusto Winter hasta Juvencio Valle. En lo personal, sin embargo, evita las comparaciones:

"Lo que hace Juvencio Valle son retratos de pájaros. Yo trato de usarlos como imágenes. No hay ningún pájaro que sea pájaro. Tampoco hay referencias a las alturas ni al vuelo, sino a sus conductas en cuanto tienen de humanas. Así, por ejemplo, un bestiario medieval dice que las águilas obligan a sus polluelos a mirar el sol y al que no es capaz de hacerlo lo echan risco abajo. Es una conducta muy nuestra: cuando el padre ve que su hijo no puede ser médico o ingeniero, hace lo mismo".

No fue su caso. Geólogo de la Universidad de Chile, tuvo la libertad de cambiar su profesión segura por un oficio incierto al cual, admite, llegó "tardíamente" (18 años):

"Pero no fue un salto brusco. Creo que no hay un divorcio tan claro entre ciencia y poesía. Ambas responden a un impulso inicial hacia lo desconocido. El problema de la ciencia es que no contempla al hombre. Además, para ser francos, no tengo dedos para el piano; la ciencia requiere mucho rigor y demasiada paciencia. La poesía también, pero de otro tipo. Una ardiente paciencia: hay que esperar con furia. No me imagino pasando mis días detrás de un microscopio para hacer pequeños hallazgos en los cuales no tengo mucho que ver ni tampoco comprendo del todo".

Aun así reconoce que en su lenguaje poético perduran, inevitablemente, elementos de su educación formal:

"No pasan en vano tantos años en la universidad; hay una jerga que se cuela y, sobre todo, imágenes. El hecho de haber tenido una formación en geología me da, por ejemplo, una visión del tiempo muy distinta a la que tienen otros. Pienso en una escala de millones de años".

"Creo seguir siendo autodidacto"

Luego de estudiar lenguas clásicas durante algún tiempo —lo cual le permitió traducir, entre otros, a Horacio, Propercio y Catulo— hoy Leonardo Sanhueza se muestra escéptico respecto de las humanidades:

"Me ha decepcionado un poco el estudio formal. La verdad, creo seguir siendo autodidacto. Soy como un vertedero: me echo encima lo que venga y se me antoje, no tengo ningún método y eso creo que me ha beneficiado, porque no soy flojo. He partido desde Gilgamesh hasta la contemporaneidad, algo que el estudio formal de las humanidades no permite. Esa rigidez me pone los pelos de punta. Yo pienso que la literatura es una sola".

De todas formas, tampoco cree en una espontaneidad absoluta:

"La poesía no sucede en la calle. Existe a cada rato, pero no es un hecho de la cotidianidad. Es una creación y surge a partir de cosas terrenales, pero no es un suceso terrenal ni está en mano de todos. Yo creo que la poesía existe por sí misma: el poema es un contacto con ella. Por eso vale la pena escribir; si no estaríamos llegando al límite del género. Mientras exista un desequilibrio en el hombre estarán las puertas abiertas. Cuando alcance su equilibrio, ahí la poesía, como decía Mahfud Massis, dejará de ser necesaria y dará lugar al canto. Entonces cantaremos y seremos totalmente líricos, según pretendía Horacio".

Por el momento, cree Sanhueza, los poetas están mucho más cercanos a la filosofía que a la lírica: "Han existido, por supuesto, ciertos intentos, todos fallidos, por alcanzar un lirismo pleno. No es posible, porque mientras exista dolor existirá una búsqueda. La poesía no es conocimiento, pero está vinculada a un deseo de conocer".

Siguiendo ese impulso, el autor se ha internado desde hace años en la obra de Vicente Huidobro, Humberto Díaz-Casanueva, Eduardo Anguita, Jorge Teillier y muchos otros. Con eclecticismo, confiesa haber aprendido algo de cada uno ("No tengo ninguna vergüenza en imitar la belleza"), pero indudablemente el que más le ha enseñado es Rosamel del Valle. Sus ensayos, recopilaciones y homenajes así lo demuestran. Este mismo respeto, sin embargo, le ha impedido caer en la tentación de imitarlo y convertirse en su epígono: "Leo a Rosamel como conversaría con un hermano. Él me enseñó a mirar por debajo de las piedras. Pero si yo no creyera que tengo algo propio que decir no escribiría poesía, me dedicaría a la investigación nada más".

Becario de la Fundación Neruda (1995) y ganador de los Juegos Florales de Vicuña (2000), Leonardo Sanhueza pertenece a una promoción de poetas nacidos en torno a 1970, con la que se siente identificado:

"Tratamos de estar lo más al día posible. La prueba está en que compartimos lecturas y se publican las traducciones que hacemos. Soy optimista. Que haya cinco poetas buenos ya es algo increíble. Pocas generaciones pueden decir lo mismo. La del veinte, tal vez, y la del cincuenta, pero de ahí en adelante todo son hitos: hay libros bellísimos, pero no movimientos. Ahora los jóvenes no tienen miedo a llenar páginas. Creo que éste es un momento privilegiado; hay un renuevo, una mirada hacia la tradición que no es rupturista ni paternalista, sino de profundo respeto".



 



 

Leonardo Sanhueza

Poema Inédito

La copa en otoño

(Carta al padre).............................................

 

Quiero ser una vez más entre los hilos cortados,
apremiar al sol con claros aullidos, enguantar la mano del viento,
empañar los espejos y escribir mi nombre, como un saludo
a la bandera insomne de las familias.
Amancebado está mi corazón con el aire que devora al animal y se apodera de su forma,
el canto fósil que luego de la cena escucha el soliloquio de los cuchillos.

Sin embargo, el leño no comprende lo que sucede adentro de la llama.
Y he tenido en mis manos el cofre lleno de sol,
he tocado el agua del pozo, hecho pasar uno a uno los rostros entre mis dedos y preguntado quién soplará sobre las bocas;
he visto el rostro de mi padre, parezco un niño.
¿Dónde dejaste olvidados mis ojos? Mi pequeño, estás viejo,
se te caen las palabras a pedazos, apenas si puedes abrazarme, volver el rostro cuando te llamo;
ya nadie se acuerda de ti, ni de tu nombre.

En una palabra, la muerte.

(Fragmento)......................................



 

 

 

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Leonardo Sanhueza: En busca del padre.
Por Pedro Pablo Guerrero,
Fuente: Revista de Libros de El Mercurio,
12 de enero de 2002.