Desde las más exhaustivas biografías hasta un brevísimo epitafio, la existencia de una persona puede ser relatada por escrito de tantas formas que el ejercicio biográfico parece inagotable. Un mismo sujeto puede protagonizar una escueta semblanza o gruesos volúmenes. Puede tratarse de grandes personajes históricos o de tipos intrascendentes. Es más: literariamente, el género ha derivado incluso en la ficción, difuminando las fronteras entre la recreación de la existencia de personajes reales y la creación de vidas imaginarias de seres que nunca existieron, pero que a posteriori ameritan aunque sea un chispazo biográfico que atestigüe un incomprobable paso por este valle de lágrimas.

Cristián Leontic
En esa última línea de acción se instala el libro Los equilibristas. Pequeño inventario de hombres en extinción, de Cristián Leontic. El volumen, recién publicado por Ediciones Bastante, contiene veintitrés "vidas" de personajes improbables, todos hombres, de las más diversas nacionalidades, oficios y características, retratados a veces con muchos detalles, a veces con sólo unas pocas líneas: su vida entera o apenas un instante crucial.
El libro es así una galería de tipos variopintos, que comparten cierto fracaso vital, cierto sinsentido, cierta vulnerabilidad. Lo cómico y lo trágico se funden en esas vidas: son existencias que a veces parecen un chiste, pero que resultan posibles o reflejan días de hombres enfrentados dramáticamente a sus deseos frustrados, planes imposibles, lugares comunes de la masculinidad. Fanfarrones, buenos para
nada, incomprendidos, idealistas sin ton ni son y alcohólicos en aprietos se alternan con científicos infructuosos, viejos vinagres, individuos desorientados o tipejos muy seguros de sí mismos.
El hecho de que todos sean hombres es significativo. La masculinidad, sus privilegios, sus clichés, sus exigencias: todo ahí está destinado a existencias que parecen de lo más normales, pero en los hechos están siempre a punto de desbarrancarse, como suele ocurrirles a los personajes del libro. Dante Chaussier, por ejemplo, ha dedicado su vida a la
astronomía, área en la que debería ser una celebridad según sus estudios de elite y todas las oportunidades que ha tenido para desarrollarse (es titulado en el MIT y profesor emérito de La Sorbonne), pero no ha logrado ser más que un pajarraco ridículo del conocimiento, que hace lo que puede con sus teorías truchas, mientras su esposa, una verdadera eminencia de la siquiatría, brilla como él nunca lo hará.
Los protagonistas a veces son héroes de la extravagancia, como el ontólogo mexicano Jacinto Reyes, que promovía el nudismo en paracaídas, pero casi siempre son una suerte de teloneros de la vida ordinaria, como Ananías Esquivel, que luego de una compleja relación juvenil con su padre llegó a los setenta años como cualquier otro viejo decadente que, lata de cerveza en mano, regatea el precio de un CD con un kiosquero: "Ese que sale en la tapa del CD no es Leo Dan, compadrito". A lo que el kiosquero contesta: "Sí, caballero, si es, lo que pasa es que está medio cagado". De modo que Esquivel acepta la realidad: "Ya. Lo llevo".
Antihéroes y derrotados
La derrota vital es el protagonista tragicómico del libro de Leontic. Un esteta que se hizo la vida imposible por su fe ciega en los ideales de belleza del Renacimiento, un borracho consuetudinario que abandona todos sus vicios pero recae en la hípica, un escritor que duda entre el suicidio y la muerte de sus obras, un melómano que no tiene dedos para el piano: los hombres retratados en el libro nunca son muy heroicos que digamos.
Alguien que va a una entrevista de trabajo, para un puesto de lujo, se viste para la ocasión, se peina a la gomina, se afeita esmeradamente y, en fin, va lleno de esperanzas. Pero la esperanza, como pensó él muchas veces antes de esa entrevista crucial, "no es más que una cara posible de la resignación".