El presidente Salvador Allende
aprecia los detalles de la nave nodriza
que acaba de posarse en los jardines
de la Universidad de Concepción.
Un frío cavernario pellizca las narices,
la garúa hace extrañas volutas en el aire,
pero el futuro permanece impávido
en su demostración de poderío.
El presidente observa ese despliegue,
esas patas de arácnido, los numerosos
ojos centrífugos del porvenir,
y trata de pensar en otra cosa
revolviendo un puñado de avellanas
en un bolsillo de su abrigo.