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La otra orilla

Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias, 4 de mayo de 2021



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Si no se ha inventado aún, alguien debería inventar algún software que pueda reconocer canciones con sólo tarareárselas. Lo más parecido que conozco es la aplicación Shazam, que logra identificar música previamente grabada y disponible en sus bases de datos; por ejemplo, una canción que esté sonando en la radio. Es decir, compara registros fonográficos, no melodías solas. Es una lástima. A medio mundo le pasa que quiere recordar una canción de la que apenas tiene un pedacito en la oreja, una frase del estribillo, quizás la introducción instrumental. Suelen ser melodías que vienen de sectores remotos de la memoria, asociadas quizá a recuerdos difusos pero importantes, en los que parece estar cifrada una clave crucial de nuestras vidas.

Dicen que esos jirones musicales están alojados en una zona de la memoria profunda que es la última en ser atacada por el alzhéimer en su avance por el cerebro. Es una especie de búnker diseñado para resistir incluso el momento en que todo lo demás ha sido arrasado: los amores, los nombres de las cosas, las caras de los padres, los momentos felices, la voz de la abuela, el ruido de las desgracias, todo reducido a cenizas informes, salvo esa música que sigue sonando para callado en algún escondite secreto bajo los escombros.

Sería interesante saber por qué el ser humano guarda ciertas melodías bajo esas siete llaves, como si constituyeran una selección de tesoros muy íntimos o queridos, siendo que entre ellas hay muchas que uno más bien detesta o al menos jamás escucharía por puro gusto. Hace unos días me decepcionó descubrir que una melodía que estuve años tratando de recordar era "The love is blue" en la versión gelatinosa de Paul Mauriat. Me dolió haber estado tan perdido en mi búsqueda; hasta el triste hallazgo, mis tiros habían andado por los dominios de Joan Báez, de Simon & Garfunkel, incluso John Denver había entrado en la colada, y nunca se me ocurrió escarbar en la música de supermercado. Era una melodía que me venía directamente de un domingo impreciso de infancia, una mañana que se me quedó grabada como un momento trascendental de mi vida, aunque hasta la fecha no pueda decir por qué. Son recuerdos del todo anodinos, imágenes inoculadas por el televisor: una carrera de Fórmula 1, una misa castrense, un réclame de la Cooperativa Vitalicia en que aparecían unos árboles otoñales y la voz, creo, de Patricio Bañados, todo eso amarrado por una melodía que luego perseguí como si fuera mi himno vital, pero que al fin no valía ni tres chauchas.

Lo que sí me gusta mucho es el poema "La otra orilla", del mexicano José Carlos Becerra, que habla justamente de esas melodías esquivas. Me alcanza el espacio para citar su hermoso comienzo: "He querido recordar aquella canción, / aquella que no pude escuchar dentro de mí, aquella que no supe extraerle al mundo; / operación dolorosa: aquella canción que estoy tratando de escuchar, / aquella cuya ausencia reconozco en la brisa que apenas / inquieta a los almendros, / en la tranquilidad de esa brisa en estas hojas donde también yo habré de morir, / y esa calma acaricia en algún sitio de mí / la forma de esa primera mano que alargamos hacia la vida / y luego retiramos mojada y oscura".

 



 

 

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La otra orilla
Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias, 4 de mayo de 2021