Proyecto Patrimonio - 2005 | index | Colaboraciones | Autores |...................


UNA CHALINA PARA PLUTERCO

Por: Lenin Velarde Paredes*


Remigio Pluterco vivía en una de las pocas casas de dos pisos que había en aquel barrio de arcos de piedra y calles de arena. La construyó con cada gota de sudor, día a día, en su eterno trajinar machando piedra en la torrentera de Miraflores. La última vez que se dejó ver, parecía estar muy fuerte aún. "Nadie como él para este trabajito" dijo su compadre -Tomás Álvaro- cuando pensaron en colocar la primera piedra de la capilla, allá por mediados de los noventa. Sin embrago, Remigio Pluterco murió. Su mujer, Agraciada Pluterco, cayó en profunda tristeza cuando quedó viuda y para olvidar su vejez mezclada de soledad quiso hacer más hábiles sus manos.

Pluterco cuando joven era muy recio, su padre le había enseñado el arte de la cría del ganado, pero tenía un terrible defecto, se encariñaba tanto con sus animales que no podía venderlos después. Con ese sentimiento tan visceral y algunas papas quedó de un metro sesenta, nadie sabía porqué, si el papá Pluterco era una mulaza de uno ochenta y la madre superaba la estatura del jovencito, sin embargo nunca perdió la esperanza de que su hijo creciera. Por esa parca estatura parecía nunca enfermar y, para colmo, siempre lo habían visto en el trabajo muy saludable, sólido como una roca, por eso su compadre decía lo que decía.

Un día Pluterco se dio cuenta de que su mano no iba a ser la misma con el paso del tiempo, se le endureció tan fuerte que no la pudo mover hasta dos días después cuando se atrevió a colocarla sobre brasas ardientes a ver si sentía. Poco a poco se le fue tullendo la mano de una manera tan imperceptible que solo él lo notaba. Fueron cuarenta años que agarraba una gigantesca comba para dominar las grandes piedras y venderlas a cien soles la tarea. La cosa fue en aumento, un día también se entercó el brazo y la mitad de la espalda, no pudiendo trabajar más, entonces decidió ocultarse entre las sombras de su casa hasta cuando el cortejo fúnebre levantara en hombros el cajón que le regalaría el último paseo por las arenas del barrio que el mismo fundó.

-Mejor es así- dijo la mayor de sus hijas con las lágrimas inundando el suelo hasta que alguien le alcanzó papel. Los más cucufatos se sorprendieron ante tal afirmación y algunos asintieron mientras la consolaban. Pluterco soñaba siempre con grandezas y no reparó gastos en la educación de sus hijos, mandó a dos de los cinco a los Estados Unidos, uno era doctor, la Miriam se convirtió en profesora y la menor se casó muy joven sin fama ni fortuna, pero sus padres la querían mucho pues ella era la "única" que los atendía. Así dejó a su mujer y a su prole una buena cantidad de plata en los bancos, una casa de dos pisos y un televisor de 21 pulgadas de estreno, que reunía a toda la familia (o la que quedaba) a las ocho para la novela.

Lo velaron un par de días al cabo de los cuales abandonaron sus restos en el Pabellón F del Cementerio General. Agraciada estuvo inconsolable, a pesar de que a sus sesenta años no habían muchas lágrimas que derramar, sumida en la más profunda de las tristezas y sintiéndose totalmente inútil, veía pasar las carnes de su Dionisia por su delante trayéndole la comida todos los días, dándose un tiempo los sábados para lavarle la ropa y fielmente se aparecía tempranito con un sol de alfalfa bajo el brazo, al instante se ponía una chompa vieja y barría lo poco que su madre pudiera ensuciar. Agraciada no hallaba qué hacer en semejante casa y con tratos de reina. No pensó mucho para decidirse por las clases gratuitas de tejido que promovía la Municipalidad y al cabo de un mes sus dedos iniciaban la brega incansable del tejido, se trataba de una chalina muy ancha y bastante colorida que sería "la más bonita que nadie haya visto jamás".

Agraciada estaba segura de que don Pluterco estaría feliz en el cielo viéndola tan empeñosa como siempre, no había leído nunca la historias de Homero y el nombre de Penélope le daba la idea del más engreído de los perros. Consideraba que su marido le daría un beso desde la eternidad cuando tamaña diligencia estuviera acabada. Cuando Dionisia observó el interés de su madre por el tejido conversó en secreto con su hermana para proveerla siempre de lana y algunas revistas de tejido, cosa que copiaba algún modelito bien lindo.

Al principio no fue tan fácil, había un divorcio entre sus dedos, parece que ellos no hablaban el mismo idioma, mayores eran las puntadas holgadas y otro tanto las fuertemente apretadas y el tejido no quedaba parejo, otras veces se hincó con las duranas pero como eran del número cuatro era imposible que le hicieran daño. Llevaba el tejido a todos lados, convirtiéndose en su inseparable como los perros para algunos niños. Practicaba un poco en la combi, otro tanto cuando hacía la cola para cobrar su pensión y un poco más mientras miraba la tele. Le puso tanto empeño que al cabo de tres meses los dedos conciliaban y era una maquinaria en perfecta armonía, solo esperaba que sus dedos no se engarrotaran como los del finadito: "Dios no vaya a querer" prosiguiendo en su labor eterna, pues tejería la chalina más ancha y linda de la historia.

Una vez llevó el tejido al mercado, casi embarazosamente convenció a Dionisia para que la llevara, estaba muy aburrida en casa, a pesar del tejido y de todo lo que había avanzado con él. En el carro de vuelta subió un fulano de aire atolondrado y pensativo que sin querer atropelló la bolsa empujando las agujas contra las piernas de Agraciada, al instante ella se quejó por el dolor prorrumpiendo en insultos contra el individuo harto desconcertado por el asunto, quien pidiendo todas las disculpas del mundo buscó un asiento al fondo del vehículo, a pesar de ello Dionisia volteó para decirle sus cuantas verdades, mientras la madre se quejaba por la sangre que manaba a cántaros de su pierna y seguramente ya le había manchado y corrido la media. No era para menos tanto enojo. Llegó a casa con la ayuda de Dionisia, rengueando de tal manera que parecía la pierna era totalmente ajena a su cuerpo. Instaladas de cualquier forma, la hija corrió a curar la herida y se encontró con que no existía tal sino solamente en la imaginación de su madre, entonces el rubor subió a su rostro por todo lo que le dijo a aquel joven y sospechó herméticamente lo que sería el final de su madre.

Agraciada tejía y destejía, pues nunca estaba satisfecha con su trabajo, imaginaba que Remigio pensaría mal de ella si no le gustaba el trapito que le estaba haciendo y decidía entonces cambiar de color o de modelito o de puntada o si por acá un punto de revés, si aquí un punto de arroz y si punto de pajarita. También existían los días en que le escondían a propósito las lanas, seguramente la hallaban vieja y creían que no servía para nada, demoraba un par de horas en hallar el cestillo con sus cosas, pero si ella siempre lo dejaba en el mueble frente al televisor, seguramente el perro bajó del techo y en sus travesuras movía lo que se le venía en gana.

Agraciada llegó al colmo del descontento, muchas veces concluyó el tejido y otras tantas perdió días enteros en deshacerlo completamente. Siempre tenía una buena razón para justificar aquella actitud irreverente consigo misma, la conformidad era para los chiquillos, ella tenía que ir más allá, su vocación de tejedora le exigía perfección, pero esta perfección era imposible, imposible hasta donde podía dar su inteligencia. Cuando perdió la cuenta de las veces que había iniciado y reiniciado su trabajo se hartó. Pensó que Remigio estaba muerto y que jamás se probaría tal chalina, que era imposible que aquel cuello largo, a pesar de sus arrugas, se abrigaría con la prenda que le dio tanto afán, entonces hizo un nudo al último hilo verde y suspiró tanto aire como para hacer vivir a un muerto, pero no como el suyo que estaba bien muerto.

Decidió que no se quedaría allí sentada viendo pasar los años tras un par de palitos de tejer y lanas multicolores, optó por tomar las riendas de todo lo que manejaba su marido, era hora de enderezar el mundo a su manera. Lo primero que hizo fue asistir a la reunión que convocaba la junta directiva del barrio.

Estuvo allí muy tempranito, ocupó una de las filas delanteras. Pensó porqué la gente demoraba tanto, daba vergüenza por eso no progresaba el país. Llevó otro tejido que había comenzado recién, era un hermoso mantel celeste, lo tejía de punto calado con aplicaciones deflores pegadas con silicona. Poco a poco fue llenándose el local, todos apreciaban cuán diligente era aquella anciana que había llegado primero. Se sentaban observándola en silencio. Cuando hubo comenzado la reunión y después de las palabras de bienvenida, mientras se guardaba un minuto de silencio por las madres fallecidas pues la reunión conmemoraba el Día de las Madres, la mujer se sentó como una niña de diez años, en plena actitud de berrinche, gritando:

-¡Yo soy viuda, no tengo nadie que me mantenga!-

La gente se ahogó en un silencio atolondrador, la miraron volver a su tejido sin descansar durante toda la sesión, mientras murmuraba casi en silencio. A pesar de lo entretenida que estuvo la ceremonia ella no sonrió ni recibió nada de la comida o de los obsequios. Cuando la llamaron pues su número resultó ganador de una plancha eléctrica, dijo "¡Váyanse a la mierda!" sin levantar la vista o detenerse.

Al día siguiente, dos de sus hijos muy atentos la subían a un taxi, llevándole el desayuno en una bolsa de plástico.

-No se preocupe mamá, va estar muy bien.

 

 

* El autor codirige la revista de literatura ABLACIONES en Arequipa-Perú y colabora con diversos medios informativos y culturales de la región como del extranjero.

 

 


Proyecto Patrimonio— Año 2005 
A Página Principal
| A Archivo Colaboraciones | A Archivo de Autores |

www.letras.s5.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez S.
e-mail: osol301@yahoo.es
Una chalina para Pluterco.
Cuento
Lenin Velarde Paredes.
Arequipa - Perú.