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Año 
dos mil de Matías Ayala
Presentación 
de Felipe Cussen
1. Cuando 
tuve la oportunidad de leer Año dos mil de Matías Ayala, 
cometí el error de comentárselo sin que él me lo hubiera 
pedido, y decirle que me había gustado. Ahora resulta que estoy presentando 
su libro.
2. Cuando me pidió que presentara su libro, le pregunté 
si no le molestaría que lo hiciera mediante enumeraciones, como les gusta 
tanto a los críticos jóvenes. No le pregunté, sin embargo, 
si le molestaría 
que finalizara mi presentación como también lo hacen los críticos 
jóvenes, diciendo: “ESO”.
3. Para emprender la tarea decido huir 
en muchas direcciones a la vez, pero me quedo sólo con partidas falsas.
4. 
Creo incluso que mi presencia es prescindible, porque este libro se presenta solo: 
“AÑO DOS MIL es el segundo libro de poesía de Matías Ayala 
(1973). En estas páginas, la experiencia poética nace del cruce 
-físico, azaroso o conjetural- entre la vida privada y la pública. 
El vehículo para lograr este encuentro puede ser la literatura, la política 
y los medios; la memoria, la historia y la ciudad de Santiago; la distancia crítica, 
el descentramiento y la especulación.”
5. Vuelvo hacia la portada. 
¿Qué es? ¿Un mapa? ¿Un laberinto? ¿El marco 
de un espejo, donde el marco adornado ocupa más espacio que el rostro reflejado? 
¿O un marco de fotos al que le quitaron la foto porque no reconocía 
su imagen cuando niño?
6. Volviendo a hojear Año dos mil, 
al menos puedo dar una rápida descripción del contenido: aquí 
hay poemas narrativos, poemas inspirados en personajes, recuentos biográficos, 
traducciones, reescrituras, variaciones, epígrafes y copiosas notas al 
final del libro. Se recurre a formas tradicionales: elegías, églogas, 
écfrasis, estribillos y epitafios, todas con E.
7. También 
hay farándula intertextual: este libro es un cocktail de celebridades. 
Hay personajes ficticios, como Orfeo y Eurídice, filósofos y escritores, 
como Platón, Santo Tomás, Montaigne, Sor Juana, Calderón, 
Pound, Brecht, Vallejo, Pacheco, Hahn y Lihn, y también muchos personajes 
históricos: Colón, Robespierre, Napoleón, O'Higgins, Andrés 
Bello, Pinochet, Pinochet y Pinochet. También hay invitados más 
populares, como Los Prisioneros y Armando Manzanero, que salen de los otros medios 
de lectura a los que recurre Matías Ayala: los periódicos, las páginas 
web y la televisión.
Al escribir me pregunto: ¿cuántos 
escritores famosos estarán presentes en este lanzamiento?
8. Citas 
citables. Subrayo esos momentos en que la voz desnuda las inseguridades de la 
expresión: "Tampoco yo me atreví a mencionarlo", "Dieron 
a entender justo lo contrario", "Me refiero a eso, a exactamente eso 
/ que no puede decir, ¿entiende?", "para qué / entrar 
en detalles innecesarios".
9. ¿Cuál es el sonido de estos 
versos? Todos están muy pulidos, no hay disonancias; las repeticiones y 
variaciones estimulan la movilidad mientras que las aliteraciones y paronomasias 
aportan fluidez. Son poemas bien terminados: no se podría mover una palabra 
sin que se cayeran las otras.
10. Si tuviera que presentar este libro, elegiría 
el último poema:
“Habitación 
para turistas”
Como en un cuadro de Edward Hopper
a través 
de la ventana se divisa una pieza
y en esa pieza, apenas decorada,
se ve 
al autor pensando en los muertos.
Sentado frente a un escritorio, 
sostiene 
su cabeza en la mano izquierda
y las imágenes del televisor recién 
apagado
aún vibran en su mente.
Y escucha los golpes del segundero 
a las 2 AM.
En un mundo de cosas frías -por unos instantes-
cree 
ser un óleo sobre tela en un país extranjero.
Entonces, escribe 
un texto demasiado pequeño
para ser leído desde acá.
Se 
olvida más tarde, tarde se duerme
cuando nos encontramos ya en otra 
sala.
11. Pienso en los lectores 
como unos turistas que pasan de una página a otra sin alcanzar a leer la 
letra chica del contrato. Pero ahora me he visto obligado (con gusto) a volver. 
12. Siguiendo con el turismo, también pienso en la recurrente obsesión 
por la ciudad, que en estos poemas se recorre muchas veces de manera extrañada, 
o bien se imagina idílica o apocalíptica: es el campo abierto para 
las proyecciones. 
13. Veamos qué dice el autor. En una entrevista 
otorgada a mi diario favorito, Matías hablaba de la distancia para tratar 
el contenido biográfico:
“Quise probar la posibilidad de un sujeto 
en esos cruces temporales y sociales, y para lograrlo tuvo que haber un cierto 
distanciamiento biográfico y una mirada más bien alusiva, fría.”
A 
mí me llamó la atención, por más enmascarado que estuviera, 
cuán expuesto se encontraba el sujeto de este libro. 
Quizás 
allí haya un problema de perspectivas, porque Ayala me asegura que es “post-sujeto”. 
Yo me considero, en cambio, sujeto, aún pasmado en mi inmemorial condición 
de sujeto. Por eso me interesa la emotividad que traspasa las comillas de la palabra 
sujeto.
14. Para informarme más, leo su primer libro, Escafandra, 
editado en 1998. Allí se observa un tono más lúdico, pero 
teñido por la conciencia de la vanidad del gesto de publicar un libro. 
Al igual que en éste, los paisajes son urbanos, y recurre a la ironía 
en el juego de ocultar su identidad: 
Mi 
mundo secreto
sigue intocable
a pesar de mi nombre 
multiplicado 
en las tapas
y la aparente sinceridad
que suelo usar 
en ciertos 
momentos.
Ya antes del año 
dos mil era un “post-sujeto”.
15. Para no enredarme más, prefiero 
incluir algunos documentos testimoniales. Esto fue lo que le comenté la 
primera vez por mail:
"está interesante lo de mezclar traducciones, 
reescrituras, ejercicios de estilo, citas y las notas con poemas más "biográficos", 
todo al mismo nivel, así como la combinación de referencias cultas 
con otras más pop. También es evidente que la escritura está 
muy cuidada, y aunque no tengo una oreja muy privilegiada para esto, se nota que 
hay una preocupación rítmica. Aunque igual no me siento tan cercano 
a este tipo de escritura, en el sentido que ando con otras inquietudes en la cabeza, 
me gustaron particularmente algunos poemas (como "Fotografías", 
"La elección", "Cuento de invierno" o "Habitación 
para turistas") que, además de estar impecablemente resueltos, transmiten 
la idea de fugacidad con muchísima intensidad."
Matías 
me comentó de vuelta sobre la estrategia de incluir las traducciones y 
reescrituras, y me habla de la dificultad en estructurar el orden del libro. Le 
respondí:
"me parece una buena estrategia esa combinación 
que haces de lo original y lo más ajeno, pienso también en otros 
poetas, como Alberto Girri, que incluyen sus traducciones en sus antologías 
de poesía, igual es una opción que puede ser polémica. Creo 
que el libro se sostiene bastante bien en el tono, nunca se desvía demasiado 
(tampoco con las traducciones), quizás el orden podría haber sido 
distinto, pero me imagino que te preocupaste de que cuando habían varios 
poemas de un tipo, apareciera otro para quebrarlo, etc."
16. En muchos 
momentos de este libro se insiste en la vanidad de retórica, llegando a 
la comparación con un predicador televisivo mediante la metáfora 
de Huidobro: "ambos somos deportistas del lenguaje".
Me parece 
interesante el modo en que, a pesar de criticarlas, asume las herramientas de 
la retórica no para decir más, sino menos, quizás para ocultarse, 
quizás para apurar nuestro paso a la próxima página, o quizás 
para acentuar la sensación de fugacidad de las mismas palabras. 
Me 
pregunto cuál será el verdadero propósito de estos usos retóricos.
A 
mí también me interesa la retórica, especialmente las preguntas 
retóricas.
17. Final retórico:
Ha llegado el momento 
de volver sobre un par de versos de Escafandra, que dicen: “Como tú aprendo 
/ a callar esta tarde”.
Decido hacerle caso.
ESO.
 
 

 
 
  
    
      
        
          AÑO  DOS MIL  
          Cuando niños mis hermanos y primos
             jugábamos a este juego: si alguien
               era hallado enseñando el trasero  
                o en una posición demasiado obvia  
          (recogiendo algo del suelo, por ejemplo)
             se lo pateaba en el culo bien fuerte,
               o no tanto también, como mostrando  
                clemencia, y acto seguido se decía:
           "patada no vale hasta el año dos mil",
             endosando la venganza a un futuro
               lejano, eximiéndose, así, de alguna
               represalia. En esos veranos todos
           nos pegábamos mucho. Por esa época  
            además, me acuerdo haber pensado:
             "la cantidad de golpes que nos vamos
             a dar el año nuevo del 2000 ",  
          pero después fuimos perdiendo esta  
                      costumbre salvaje y mientras crecíamos
                                                                       y la fecha fatídica se acercaba
                                                                                                                                                                 supe que nadie se iba a acordar.
           Tampoco yo me atreví a mencionarlo.