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Trapecio, de Marina Arrate
La conciencia expuesta

Por Fernanda Moraga
Rocinante Nº63, enero de 2004

 

Marina Arrate escenifica en Trapecio (Premio Municipal 2003), una prolongación de la ciudad fantasmal que surge en Uranio (1999). Pero ahora, es territorio traslúcido a las pieles interiores de la angustia de sus personajes. La memoria (como en sus libros anteriores) es el primer indicio de movimiento. Este mirar con una memoria “propia” indica la instalación de una subjetividad que se deposita como testigo activa de lo que sucedió: “Fueron los hechos por entre los visillos”. De esta manera, la mirada se hace oblicua y marginal, por lo tanto la memoria que contempla (y recuerda) este espacio especta(o)cular, también lo es.

Sin duda, Trapecio es el escenario del espectáculo “civilizador” de la ciudad, donde los cuerpos sitiados se van exhibiendo en un doble registro: la escritura y la fotografía. Doble escenario de representación que es la intensificación de la huella de una ciudad devaluada. Corresponde a un texto corporal que entreteje una forma de expresión donde la existencia es encarnada en representaciones subjetivas múltiples, fragmentadas y desgastadas, que representan historias exiliadas de una (sola) Historia. Es un erotismo periférico que asume, por ello mismo, la forma angustiosa y ambigua de los entre-cuerpos. Manifestación subversiva, que se dilata, permanentemente, en el deseo incestuoso del hijo por la madre erótica: Salomé (“Ella es el fuego líquido, la reina de las evocaciones fantásticas...”). Salomé en Trapecio, igual que Salomé de Óscar Wilde, es el símbolo que alimenta la angustia y la ambigüedad de las existencias que habitan en los bordes de su juego erótico. Esta transgresión del deseo amoroso recorre toda la anatomía de Trapecio, hasta convertir finalmente el cuerpo en espacio suicida, en el olvido como único lugar de arraigo. Es un territorio, desde donde las fotografías de Claudia Román convocan a una mirada cultural de los cuerpos. Fotografías en luz y sombra que delatan pieles marginales que posan con el único traje que verdaderamente los viste: la mirada. Cuerpos fotografiados con sus sombras y transformados en vigilantes encerrados que cautelan el transcurso de la representación. Entre la fotografía y la escritura que se vuelve visual, los cuerpos se animan en el contraste de sus propias contorsiones, dentro del espectáculo fatal de las existencias abandonadas.

Trapecio como lugar de vértigo es, también, la puesta en escena del despojo. Las voces hablantes del texto son residuos de una memoria que se resquebraja y vuelve a caer, incluso desde el “espacio inconmensurable”. Un territorio escritural-visual que despliega la tragedia del “circo del mundo” o del “teatro de la crueldad” en el sentido de vida, como señalara Artaud, para representar la inscripción del mundo central en la vida de los cuerpos cercados. Lo que aquí se inscribe es el registro del cuerpo de una ciudad jerarquizada, que altera la carne en oscuro espacio hilarante en y con sus intencionados “juegos de la fatalidad”. Captura corporal que se dice en las cicatrices de la existencia, en el tiempo vertiginoso de una sobrevivencia des-centrada y (en)cerrada en un territorio simbólico, doblemente movedizo: el trapecio y la carpa. Sin embargo, esta lengua visual tejida desde la angustia y la marginalidad es también un modo de subversión lúcido en donde la vida y la muerte se instalan sobre el cuerpo memorial.

A cada instante temporal, espacial y corporal de Trapecio, los cuerpos se desplazan para hacer descifrable un empalme escritural y visual encargado de expresar lo ob-sceno, lo que en realidad está más allá de la escena circense que inscribe el espectáculo social. Pero más acá y más allá de la parodia de las existencias, se descubre un nudo corporal que se desata por una ansiedad en el “espectáculo de la crueldad” y que delata el trayecto del “exilio” de la subjetividad. Se descubre así el sentido de la crueldad como la necesidad de sobrevivencia de los cuerpos y la angustia como el gesto individual que horada en la exclusión, el extravío, la pérdida y/o la muerte. Es el recorrido del laberinto del exilio incierto, donde el centro es el vacío y/o la muerte de los cuerpos que buscan y se buscan.

Así, Trapecio afirma que hablar(se) el cuerpo es exiliarlo de un cuerpo identificado con un yo y, en consecuencia, es otorgarle una existencia ambigua, borrando toda referencia a una identidad corporal nombrada. La obra de Arrate, como poesía de la (re)presentación no es, entonces, puro juego poético ni una manifestación del inconsciente, sino casi lo contrario: la crueldad, la vida, los cuerpos periféricos son la intención de la conciencia expuesta. Es un texto fascinantemente complejo desde sí mismo, porque es la abertura de una grieta a re-construir en el imaginario del lector y la lectora y también del espectador y la espectadora, quienes debemos convocar nuestras propias hendiduras para depositar allí el gesto visual de la lectura.

Trapecio
LOM Ediciones, 2002
Marina Arrate

 

 

 

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Marina Arrate: Trapecio: La conciencia expuesta,
por Fernanda Moraga,
Fuente: Rocinante Nº63, enero de 2004.