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Bartleby o el mutismo creador

Por Miguel Antonio Chávez

 

A pesar de que comparto en algo la aseveración de Alberto Fuguet en su columna de diario El Mercurio de Chile de abril del 2005, acerca de que "el mundo literario ha abusado (y aburrido) con personajes escritores", es necesario detenernos en Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) quien desde hace dos décadas ha logrado apropiar esta temática con un tono y estilo muy personales, al punto de convertirlo en autor de culto. El argentino Rodrigo Fresán menciona que los libros de Vila-Matas (especialmente Historia abreviada de la literatura portátil) eran piezas codiciadas en los ochentas, una época en la que debido a la hiperinflación de ese país, los textos importados de España eran impagables. "Íbamos a la librería por la mañana cuando abrían, comprábamos el libro, lo leíamos hasta el fin del día para poder llevarlo de vuelta a la librería y cambiarlo por otro y así el dinero rendía para varios libros". Discípulo confeso del mexicano Sergio Pitol, este catalán Premio Herralde 2002, ha salido al paso de acusaciones de que su literatura es "libresca", a lo que él ha respondido que es como "acusar a un torero de que le gusta torear o un cocinero, cocinar(...) y lo mío es una reflexión en torno a la escritura". Por eso, la literatura insertada en la vida son su recurrente plastilina. "La literatura nos permite comprender la vida pero, precisamente por eso, nos deja fuera de ella", ha dicho.

Se puede hacer mutis en el foro. Pero irónicamente el mutismo de Bartleby da toneladas de letras para hablar. Bartleby y compañía es un ensayo disfrazado de novela o viceversa (¿una apariencia de ficción o una ficción que luego aparenta realidad?), de Enrique Vila-Matas, quien nos habla sobre aquellos "escritores del No". Es decir, autores que por diversos motivos, después de haber publicado han decidido silenciarse, así como otros que por inseguridad jamás decidieron publicar. A ese mutismo el autor lo llama Síndrome de Bartleby, término que proviene del texto de Melville: "Bartleby el escribiente".

Marcelo, el narrador personaje (un jorobado que, a pesar de no tener mujer ni amigos es feliz con su mundo de elucubraciones literarias), metáfora del oficinista melvilliano y kafkiano, se propone hacer un "cuaderno de notas a pie de página", en el que descubre que este síndrome es un tema laberíntico, pues hay tantos escritores como formas de abandonar la literatura. "Escribir es una actividad de alto riesgo", escribe. Desfilan autores tan distintos como Rulfo (y su genial excusa para no escribir, atribuida a la "muerte" de su tío Celerino, su "fuente" de historias e ideas), Kafka, Musil, Felisberto Fernández (y los cuentos que dejaba inconclusos), Salinger (el relato en que el personaje narrador se encuentra con él en un bus neoyorkino confieso que me quedó debiendo) y Pynchon. Destaco el capítulo dedicado a este último, en el que un investigador obsesionado logra arreglar una cita en la costa este de EEUU con el tan escurridizo y enigmático Pynchon (de quien se supone, no se conoce una foto oficial) y luego, años después en la costa oeste, acuerda reencontrarse con él en una irrepetible aparición pública, hasta que constata que aquel individuo no es con quién él había hablado, aunque demuestra conocer minuciosamente vida y obra de Pynchon, como el tipo anterior. Finalmente le dice al investigador que no importa quién sea el verdadero, lo mismo da... Así también lo mismo da perderse o no dejar en paz el libro o cuestionarse -como hice yo- por qué no tuvo un final más incisivo (pero, ¿lo necesitaba?). Lo cierto es que a Vila-Matas, según contó, le llovieron millares de cartas de lectores. Y entre las más curiosas, está una de Corea del Sur, en la que le explican que había olvidado a tres bartlebys coreanos. Esta es una obra para lectores y sobre todo, para aquellos que quizá tienen en sus mentes el libro que jamás publicarán, como una forma de negar al mundo y negarse a sí mismos. Es una obra que incita la curiosidad hacia la búsqueda de muchos autores. Sin embargo, me pregunto, aquellos que intentamos escribir, ¿llegaremos a decir como Wilde, "cuando no conocía la vida, escribía: ahora que conozco su significado, no tengo nada más que escribir"?

 
 

 

 

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