Enfermo de un cáncer terminal, el poeta registró sus últimos meses
de vida en unos cuadernos. Fueron una bitácora de esos tiempos de
dolor, pero también de creación. Su pareja, la poeta Mané Zaldívar,
se hizo cargo de publicarlos en 2007 bajo el nombre de Veneno de
escorpión azul. Sin embargo, no se dio a conocer todo el material. Hoy,
el volumen vuelve a librerías y esta vez de manera íntegra.
La noticia se la comunicaron sin
rodeos. Como un acusado frente
a su juez, Gonzalo Millán Arrate
escuchó el diagnóstico aterrador:
cáncer al pulmón en estado avanzado. Corría mayo del 2006 y el
poeta sospechó que no le quedaba demasiado tiempo de vida. Por
eso, decidió escribir. Acaso la única forma de tener control de la situación que lo aquejaba. Tal como
lo hizo Enrique Lihn en 1988, Millán llevó un diario de sus últimos
días. En estos, anotaba cómo iba el
tratamiento, reflexiones sobre la
vida, y por supuesto, poemas.
En la primera entrada, del sábado
20 de mayo, se lee: “La noticia del
cáncer lo cambia todo, antes y después de mayo 06. El lunes 22 examen de broncoscopía en el H. Del
Tórax. Fin de los exámenes y con la
biopsia por fin el diagnóstico y el
tratamiento. Hoy no resulta visita a
vidente de Puente Alto. En cambio
duermo una reparadora siesta”.

Gonzalo Millán
Al día siguiente, volvió a escribir:
“El cuerpo reacciona sin incredulidad, responde en forma natural.
La mente pone el grito en el cielo.
El contraste me produjo alergia.
Estoy cubierto de un sarpullido y
me pica todo el cuerpo. El cuerpo molestado como un avispero,
hierve de ira. El pellejo febril irritado; irritante, ardo, me quema la
radioactividad inyectada. Noto que
el tema de la muerte y la enfermedad me causan un enorme pudor
(que quizá sea puro temor, a raíz
de la impertinencia periodística)”.
De este modo, Millán —una de las
voces más relevantes de la poesía
chilena— escribió a mano una serie
de cuadernos que tituló El Lucero
1, 2 y 3, más uno Torre con motivo
Disney que no catalogó. Fueron la
dramática fotografía de un poeta
que creaba a contrarreloj.
Tras su muerte el 14 de octubre de
2006, fue su pareja, la poeta Mané
Zaldívar, la encargada de transcribir pacientemente cada uno de los
cuadernos. Con este ingente material publicó de manera póstuma
un volumen que se llamó Veneno
de escorpión azul. Este llegó a las
librerías en 2007.
Sin embargo, por avatares del
destino, en aquella edición original no se publicó todo. Hoy, 18 años
después, Veneno de escorpión azul vuelve a aparecer pero esta vez de
manera íntegra con todo el material que escribió Gonzalo Millán,
de mano de la editorial La Esporádica.
Mané Zaldívar atendió las consultas de Culto y comentó: “La incorporación de los textos inéditos que se rescataron de la primera
transcripción que hice de los cuadernos, corresponde a aproximadamente un treinta por ciento más
de lo publicado en 2007, diría que
permiten dar forma a una nueva
obra de Millán. En la primera edición quedaron fuera una serie de
poemas y toda la puesta en escena
de un teatro que Millán va fabricando hacia el final de sus días.
Los poemas y este esbozo de dramaturgia, dan un tono dialogante
a su despedida que merece ser conocido, leído y valorado”.
A pesar de los años transcurridos, Zaldívar aún recuerda con lucidez esos días de transcripción y
enfermedad. “Fueron tiempos difíciles, muy difíciles. Por un lado,
tenía el compromiso de honor con
Millán (así le gustaba que lo llamara) de transcribir sus cuadernos
y hacerme cargo de que estos se
publicaran después de su partida;
por otro lado, el dolor inmenso de
la pérdida, duelo duro luego de haber compartido intensamente diez
años juntos; y por último el difícil
y agotador trabajo de la transcripción, contra el tiempo. Sabía que,
si no lo hacía lo antes posible, ya
no podría hacerlo quizás hasta
cuándo”.
“Millán murió el 14 de octubre
de 2006, y un par de meses después empecé a mirar, a leer los
cuadernos, a hacerme a la idea
(nunca antes había leído lo que escribía, ese era el trato). Y de enero
a marzo de 2007 me puse a transcribir. No sé cómo lo hice, pero lo
hice de corrido en una especie de
trance progresivo, de complicidad
escritural y poética que duró ese
tiempo. Luego vinieron las conversaciones con Matías Rivas de
la UDP para la publicación, como
había acordado Millán, y cuando
vino el momento de armar el libro, de editar, Andrés Braithwaite fue mi compañero de ruta. Tengo
un gran recuerdo de su trabajo y
gentileza”. Aun así, Zaldívar asegura que volver a reencontrarse
con este material ha sido más llevadero de lo que pensaba.
“La lectura de sus cuadernos ha
sido después de veinte años una
gran riqueza para mí; una lectura
menos dolorosa y más lúcida. Gratitud por lo vivido, pura ganancia
y admiración”.
¿Cómo se gestó esta nueva edición? Lo cuenta el editor Ernesto
Pfeiffer: “El primer paso fue conversar con Mané Zaldívar y recibir
de parte de ella la transcripción
íntegra del diario. En el proceso de
edición fue clave poder consultar
los cuatro cuadernos originales y
descubrir los detalles que Millán
incorporaba en cada uno de ellos,
por ejemplo las portadillas con fechas y los dibujos (cruces azules,
manchas, etc.), la mayoría de esos
detalles gráficos fueron incluidos
en nuestra publicación”.
Para Mané Zaldívar, Veneno de
escorpión azul, amén de su naturaleza de escritura íntima y de registro, marca un punto aparte en la
obra de Millán. “En buen chileno
y sin pretensiones de cultismos,
diría que aquí Millán se suelta las
trenzas. Pienso que su escritura
tiene el gesto del que no necesita responder a las expectativas de
nadie y de nada; a estilos determinados o a etiquetas autoimpuestas como pueden ser la búsqueda
de la ‘objetividad’ y la perfección.
Es una creación más espontánea,
más visceral y no menos inteligente, donde las emociones fluyen sin
tanto filtro de la cabeza, porque
escribe sabiendo que esto se leerá
cuando él ya no esté. Es la creación
del que sabe que no tiene nada que
perder o ganar”.