.............................. . . . . . . MANUEL ROJAS
 










Crónica de Buenos Aires

Manuel Rojas en la Feria del Libro de Buenos Aires 1985

Por Volodia Teitelboim




(...)La noche fué colmada por el sentimiento de aproximación entre ambas literaturas. Por ello no tuvo nada de extraño que dos expositores argentinos, ambos escritores de mucho relieve, David Viñas y Bernardo Kordon, hablaran sobre un chileno que nació en Buenos Aires o un argentino que se sintió chileno de médula, Manuel Rojas. Del novelista David Viñas, que no le saca el cuerpo a la dúrisima historia de su país, había leído un retrato de Manuel Rojas en la revsita Casa de las Américas. Conversando con él en La Habana, durante el Encuentro de Intelectuales, comenté con Viñas eas páginas donde Manuel Rojas le habla de la madera, de su textura, de sus venas, como quien está hablando de un cuerpo humano querido y respetado. En aquel diálogo no se especulaba grandiosamente sobre literatura. Se conversaba sobre el material que trabaja el carpintero con su garlopa, sacándole viruta y dejando lisas las superficies de los objetos como un goce del alma. Viñas contemplaba las manos del hombre que hacía esa tarea, manos de un niño pobre nacido en un barrio marginal de Buenos Aires, a fines del siglo XIX, llevado pronto por su madre chilena, con simpatías anarquistas, hacia un suburbio santiaguino. En la literatura chilena y argentina nadie sintetiza mejor que Manuel Rojas la fusión en un solo hombre de las vertientes que caen y fluyen a ambos lados de la cordillera, como si nacieran de una fuente común.

David Viñas recuerda un paseo por Boedo, en 1954, con don Manuel. Así lo llama en honor, más que a una diferencia generacional y a su físico de campeón de peso máximo parecido a Miguel Angel Firpo, a la majestuosa lentitud de su tranco largo y a la morosidad filosófica con que le salían las palabras, que en esa ocasión trataban con cierta fruición los parecidos y diferencias entre las dos literaturas: la ausencia del mar en las letras argentinas, la abundancia del pseudónimo entre los escritores chilenos.

También Bernardo Kordon, casado con chilena, Marina, cuya obra tiene muchas páginas inspiradas en nuestro país, vuelve la mirada al autor de Hijo de Ladrón y Mejor que el vino. Para él la relectura de su obra se le transforma en un "ejercicio de fraternidad".

Me olvidaba decir que Viñas recordó en aquella noche a un amigo de Manuel Rojas, con el cual conversaba el año 69 en el barrio San Isidro de Lima, recordando al padre de David, un viejo radical argentino de la localidad de Guevara. ese interlocutor chileno de Viñas se llamaba Salvador Allende. Evocándolo, David Viñas terminó con una despedida que era una invitación al reencuentro: "Margarita, Volodia, nos veremos en la Alameda hacia septiembre". Matilde Ladrón de Guevara habla de la obra que se escribe por la libertad, corriendo todos los riesgos dentro de Chile. Mucha gente ha quedado fuera de la Sala Ricardo Rojas. Se mojan a la intemperie los escritores argentinos Héctor Yanover y Raúl Araos Anzoategui. Tratan de escuchar bajo la lluvia fuerte. Me llega un recado cuyas letras descifro semiborradas por el agua. "Los de afuera, los que oyen bajo el aguacero, están de acuerdo con que los libros y los escritores contribuyan a que en Chile se pueda escribir y leer libremente, vivir sin temor".

Cuando Josefina Delgado señala que ha llegado mi turno puntualizo que hoy día padece en Chile la semilla de Manuel Rojas. Su nieta, Estela Ortiz Rojas perdió a su padre, el historiador Fernando Ortiz, a manos de Pinochet. Fue secuestrado, asesinado, vaciado su cuerpo para que no flotara y arrojado al Pacífico. Y la semana pasada degollaron a su marido, José Manuel Parada. Manuel Rojas vivió muchos dramas personales, pero ninguna de estas tragedias de su familia. La suya es una figura que tengo presente desde mi juventud más temprana. Lo veo como un adolescente gigantesco, distante y tierno, silencioso, que avanza balanceándose como un marinero en tierra firme por los patios embaldosados de rojo brillante de la Casa Central de la Universidad de Chile, hace cincuenta años, encaminándose a la Imprenta Universitaria, que él dirigía. Manuel se había hecho obrero de imprenta en Argentina, linotipista en Córdoba o en Rosario, porque así estaba más cerca de la letra impresa.

Lo evocamos a través de la rememoración de una mujer de su edad, hermosa, vivaz, con la cual posiblemente desarrolló -sospecho- un último coqueteo, la madre de Camilo Torres, que lo encontró solitario en La Habana, entregado con pasión absorbente a escribir un libro sobre su juventud anarquizante y ardiente, que titula con un verso de José Martí: La oscura vida radiante. Tantas reminiscencias. No caben en el breve espacio de un trozo de noche en que chilenos y argentinos se aproximan, se dan la mano y están juntos para algo más que hablar de libros y escritores.

Quiero decirle a David Viñas, quien unió en la remembranza a Manuel Rojas y a Salvador Allende, que cuando el primero murió fui con el Presidente de Chile a despedirlo a su casa. Allende no sabía que seis meses más tarde él también iba a morir, para entrar no en la historia de la literatura, sino en la historia simplemente, razón por la cual su figura, su caso y su ejemplo proponen un inagotable tema a los escritores. (...)


en ARAUCARIA DE CHILE Nº 31- 1985

 






 
 

 


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