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BEATS: EL REVOLCÓN DE LA DERROTA ESPLÉNDIDA

Por Marco Aurelio Rodríguez
www.centroavance.cl

 

 

"Si no puedes encontrarlo en ti mismo,
¿dónde irás a buscarlo?"
(verso zen)


Un desconocido heroinómano y agitador, Herbert Huncke, de Chicago, se le acercó a Kerouac allá por 1944 en Times Square, Nueva York, y le dijo: "Man, I am a Beat". O sea, "soy un golpeado (un cansado, un vencido)". Cuentan que Huncke también fue amigo de Ginsberg. Diez años más tarde, el mismo Kerouac, al entrar a la iglesia de St. Louse donde había sido bautizado, en su pueblo natal, Lowell, Massachussets, recibe una revelación: "Beat significa beatitud".

Malcolm Cowley, el crítico que en 1946 se preocupa de que Faulkner esté al alcance de una nueva generación de lectores -y que se entromete, como autor, en la llamada generación perdida norteamericana, bajo la inmensa sombra de Ernest Hemingway, Ezra Pound, F. Scott Fitzgerald y John Dos Passos- es el que como editor o como corrector de On the road (¿qué tanto Dios será mi copiloto?), conduce la novela a esa travesía ritual por la depresiva alma americana. Aventura novelada que se convertirá en un extraño -pero a la vez legible- mapa carretero: itinerario literario y fórmula del éxito de Jack Kerouac, ese bastardo cuya única fidelidad sentimental era su dedicación por las botellas de Cutty Sark.

Los beats, esa caterva.

Pasados otros cuantos años, Cowley se mostrará más festivo: "En el fondo se trataba de una pequeña banda de rebeldes, un grupo que aspiraba a expresarse a través de escritores nuevos, pero que al fin no fue otra cosa que una nueva raza de patos con un nuevo ´cuac´". Así es. Porque… ¿qué más felicidad para este grupo de bribones que hablar el lenguaje de aves de paso?

En el camino se funda en el viaje sentimental que Ginsberg traza de costa a costa a la siga de Neal Cassady, a quien visita en Denver y San Francisco. Homosexual precoz, Ginsberg no deja de ser ese niño tímido y complejo, oscurecido siempre por la sombra de una madre perturbada de comunismo, de oficio nudista y prematuramente (palabra que repetirá su deambular insensato) enloquecida.

Joan Vollmer es también otro viaje que nos lleva hacia Ninguna Parte. Sobrenombrada como Jane en Los subterráneos y En el camino, fue la primera mujer de Kerouac. En 1944 (fecha fatua de la beat generation) Burroughs, a quien rendían pleitesía boyante los concluyentes inculpados de la "generación golpeada", convive con la pareja y mantiene con Joan esporádicas y convulsas relaciones, bajo la complicidad de Jack, que bebía. La convierte en su musa encarnada. Su diva que rimará en herida para su esquiva conciencia estilada en maléfica carne. Y es que su ruindad de escritor (¡ese gran maldiciente!) nace de un episodio confuso. Dejemos que el chismorreo de Old Bull Lee -uno de los personajes de su alma de arrogancia oscurecida- declare: "Debo decir que la muerte de Joan en 1951 ha representado para mí un dolor angustiante con el que he cargado durante cuarenta años. Fue algo terrible, y sufro pensando que todavía hay quien cree que se trató de un accidente deliberado"… Lo cierto es que -en tierras mexicanas- al modo de un Guillermo Tell etílico, Burroughs, fanático desquiciado -entre otras cosas- de las armas, falla la puntería a un vaso de highball colocado en la cabeza de su rendida amante, y el tiro da en su frente.

El almuerzo desnudo
(título sugerido por Ginsberg) sirvió la mesa de la obscenidad en la mansión de la patibularia Norteamérica de 1959, que venía sacudiéndose de la Segunda Guerra y que temblaba ante las amenazas de bomba atómica, como asimismo ante las inestabilidades económicas legadas por la depresión de los decenios anteriores. La trastocada nación, a la caza de fantasmas propios, promulgará las leyes prohibitivas que, luego de ser emitidas en 1965 y 1966, saltará los sesos de la sociedad y de la intelectualidad de Estados Unidos. Esto será el detonante de una explosión mucho más poderosa que cualquier bomba atómica…

Se responderá con el derrocamiento de la censura y de su moral insípida. Nace el estilo de la "contracultura", que hermanará (a los sin familia) a los beatnicks de los 50, a los hippies de los 60, a los punks de los 70 y a los rockeros desahuciados subsiguientes. No es de extrañar que Kurt Cobain, en 1992, convocara a Burroughs para dejar registro de su transida voz en el álbum "The Priest They Called Him".

Es difícil presumir -como lo hizo Burroughs- de asesino, heroinómano y epónimo de una cultura que en adelante se poptituirá, desafiando la inconsistencia y la ruindad. No por otra cosa el beatnik (traducido de alguna manera como "derrotaducho") explorará en su literatura "una fantasía satírica improvisada" y "una técnica de collage consistente en cortar y mezclar texto" (atisbo quizá de las actuales vías virtuales) y, sobre todo, su contenido desnudo y sincero remarcará: al nuevo hombre, el común y corriente, que deambula en el camino.

¿Cuál camino?

Pensamos en Ginsberg firmando discos compactos en los 90.

Pensamos en William Burroughs publicitando a Nike en la televisión; firmando autógrafos como un escritor resignado; y muerto en 1997 a la también resignada edad de 83 años en un apacible pueblo de Kansas. Sobrevivió al Kurt Cobain resplandeciente. Y a Bukowski, que en 1994 dejaba el legado de ser el último escritor realmente maldito de la literatura norteamericana -salud por él.

Atendamos a Emanuele Bevilacqua, biografista de los beats, quien señala: "Los beatnik proclamaron a los cuatro vientos las virtudes del amor libre, pero acabaron casándose con las hermanas de sus amigos".

Un beat es un fuera de control cuyo "misticismo" llegará a infectar almas. Eran pacifistas en una época atómica; personalistas, eran "biógrafos de sí mismos".

Un beat es un sin esfuerzo, un marginal (un underground) que rechaza la sociedad y desprecia la moral del trabajo: "Róbale el pan a las palomas/ Roba palomas".

El beat valora el ocio que critica las formas de capital como una negación: un negocio que corrompe la carne del espíritu. El beat se deleita en "leer, estudiar, dormir, hacer el amor, observar reposadamente el paso de los días y de las estaciones, procrear, jugar a las cartas, tocar la guitarra, los bongós, aprender a lanzar el boomerang, navegar en canoa, dedicarse al origami o al teatro, restaurar muebles, fabricar vino o beberlo, o a las dos cosas juntas, o ingerir ginebra, ron o whisky, o lo que es peor, refrescos sin alcohol" (Guía de la generación beat, Emanuele Bevilacqua, 1994).

Loas al ocio de la derrota útil…

 


 

 

 

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Beats: El revolcón de la derrota espléndida.
Por Marco Aurelio Rodríguez.
Diciembre de 2004.