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LOS FRUTOS DE UN DEBATE EN EL PAÍS DE LA CEGUERA


Por Marco Aurelio Rodríguez
www.centroavance.cl


Hemos visto un debate político reciente donde las ideas quedaron suficientemente dosificadas. Así, la ideología sigue su rumbo. El concepto de la persona mediática funcionó a la perfección. La imagen política de las candidatas —sobre todo de Bachelet— no sufrió resquebrajamiento; todo lo contrario, ganó más coherencia precisamente porque pasó al dominio del imaginario colectivo. Este “inconsciente colectivo” sin embargo, posee las inconsistencias típicas de la teorización proselitista de los últimos tiempos, a saber: un aparataje crítico con más atención en los formatos que en los axiomas con contenido. Lo que llamaremos la era de los sentidos se hace patente fundamentalmente en lo que se considera la búsqueda del credo doctrinario y sus opciones de confianza, que no es lo mismo que hablar de la búsqueda de verdades.

McLuhan, medio siglo atrás, al creer exageradamente en los medios de comunicación como una premisa de la evolución de la sociedad (su frase programática era: “El medio es el mensaje”), estimuló una interpretación ingenua de la realidad. La historia le ha dado la razón en el sentido que el progreso se ha desbarrancado pero ha seguido adelante como un fantasma en busca de su cuerpo. Esa imagen (pues todo se ha vuelto ligereza de pasado, hechura de futuro) dio pie a todo lo reciente, desde la poesía moderna postromántica del rompimiento de los sentidos, hasta —en el otro lado del espejo— la explosión de la realidad de la física quántica. Ahora no importan las interpretaciones, sino las posibilidades de participar en ellas. En esta edad de los sentidos en desorden (como un Rimbaud digital), vivimos un ciclo hedonista, bien en la significación espiritual del término, o acaso en su alcance más material.

En el “último grito de la moda” que estudia el fenómeno, podemos situar al filósofo francés Gilles Lipovetsky (La era del vacío, El imperio de lo efímero), quien defiende lo superfluo como parte del arte de las masas. En esta hipermodernidad que tiende al restablecimiento del lujo a un nivel democrático, a la farandulización de los grandes temas, el eje del placer es la consigna. Habla del individualismo hedonista, del mercado en cuanto a globalización extrema (que rinde frutos deliciosos, que hay que degustar, según él) y de los límites impensados de la tecnología.

Ya la Galaxia Gutemberg implicó un cambio importante de conexión con la realidad. La oralidad participativa familiar es trocada por el individualismo arrogante del lector, individuo alfabeto, racional en el sentido moderno: ese ser empecinado en clasificar incluso las causas humanas menos tangibles. Los Derechos del Ciudadano son su mejor ensayo. Pero la verdad será recuperada y tendrá una nueva plática en un ámbito de la “oralidad secundaria” que para McLuhan llega con las innovaciones tecnológicas y, particularmente, con el advenimiento de la televisión. La oralidad a distancia (la imagen que, finalmente, termina por ser “mi propio yo”) me da la sensación de connivencia planetaria, de Aldea Global.

Aquí es donde la dictadura de la globalización justificó su proclama. Para ello se vale del sobre-despliegue de las nuevas tecnologías (que McLuhan no conoció, pero sí intuyó). La televisión digital e Internet nos confinan en un “mundo inteligente”, aquel que se alimenta de una economía monstruosa de gran maquinaria, y cuyo mejor referente es la realidad virtual (alteradora del sujeto) que fomenta una necesidad hedonista: unos cuerpos consumen a otros.

La leyenda la resumiremos así: Hasta la invención de la escritura el hombre estuvo como en el vientre materno, no reconoce historia. Luego llega su destino mundano. El hombre nacerá a su infancia antigua y medieval. Luego será el príncipe de primaveras racionales. Finalmente —en nuestra época— se quedará en el reino de la imaginación al estilo de la Gran Matrix. “El circuito electrónico no es en realidad la prolongación de un sentido particular, es más bien la extensión del sistema nervioso central. Todos los medios electrónicos representan una extensión de las funciones o los sentidos de nuestro cuerpo, como lo significaban las antiguas tecnologías mecánicas”. Galaxia Faraday la llaman algunos.

Por supuesto que McLuhan actúo por instinto. Veía a los medios como extensión del cuerpo humano: los libros impresos como extensiones de los ojos, la radio como la de los oídos. Creía que cada nuevo avance tecnológico modificaría y traumatizaría a la humanidad. “Nosotros moldeamos nuestras herramientas y ellas nos moldean a nosotros”. Proyectó el concepto protector de las ciudades hasta el ámbito de los sentidos humanos (“una extensión de nuestras pieles”). Pero hoy “hemos puesto todo nuestro sistema nervioso fuera de nosotros mismos”.

El mensaje se volvió táctil (digital). Ahora nosotros somos el mensaje. Nuestro cuerpo es un signo más de esta maraña. (Todo esto es mera proyección, ciencia-ficción si se quiere.) Los medios imponen maneras, fantasías que incluso perfilan mi propia forma de ser; me miro en el espejo de la pantalla y entonces acomodo el cuerpo para que el traje de turno me quede a la medida de la felicidad. Así me constituyo en la otredad de dios. Por mientras, buscamos la luz en tierra de ciegos.

La candidata es un lazarillo de ideas.


 

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Los frutos de un debate en el país de la ceguera.
Por Marco Aurelio Rodríguez.