Proyecto Patrimonio - 2025 | index |
Marco Aurelio Rodríguez | Autores |








SELECCIÓN DE CUENTOS DE "EL AMOR ES UN GLOBO QUE SUBE"


Por Marco Aurelio Rodríguez



Tweet .. .. .. .. ..

TODAS LAS COSAS TIENEN SU LUGAR

Tenía trastorno obsesivo compulsivo, por eso el departamento estaba impecable, todos los objetos se acumulaban a distancia similar; si faltaba algo, se desmoronaría el piso entero. Nada se podía siquiera tocar, todo estaba en perfecto equilibrio.

Coleccionaba cápsulas espaciales o algo así. 

Tenía todo controlado y eso me favorecía. Yo simplemente dejaba que me acomodara en su vida. La pareja perfecta: ella necesitaba impecablemente ir bien vestida, yo necesitaba soñar. Era cosa de llegar para yo irme. Dejamos los juguetes abandonados de nuestra niñez. Las cosas no hablaban, eso sí.

Esa noche habíamos ido a una fiesta ―se calzó el traje de dos piezas dorado sobre sus pantis blancas― donde yo tomé más de la cuenta y estando acostados le pedí otro whisky. Cuando desperté ella no estaba. Bajé de la cama y aplasté su traje de fiesta en el suelo. Hice un ovillo de él y lo arrojé al placard. Caminé al freezer y saqué un espumante. ¡Quién dejará aquí estas cosas! me dije. ¡Lo que te lleva al infierno… no puede ir arriba!

Había gran alboroto en la planta baja. Me asomé al balcón y supe que alguien se había arrojado. Un plástico cubría el cuerpo; el viento viajaba a la búsqueda de reinos.

Hoy hará un buen día pensé, están brotando flores. Abrí las otras habitaciones para saber si teníamos niños. Una semejaba el piso de un hotel: pulcra, el televisor encendido en la señal de radio digital, ¡ni siquiera una arruga, una pelusa! Me acosté en la cama tal vez como un acto premeditado, puse mis manos en mi cabeza y medité, o por lo menos lo intenté. Seguía con la modorra del alcohol. Me tuve que levantar e ir por unas sales. Sentí ruidos en el otro cuarto. Abrí. El gato se me tiró encima. Alcancé a cubrirme y saltó un poco de sangre. ¡Comprendo, hijo ―le dije―, necesitas llenar tu barriga!

Tomé el saco de alimentos y dosifiqué en su plato algo que me abrió el apetito. Me eché un rasguño de pellet a la boca. Todavía estaba la gente abajo. Tuve que tomar mucha agua con sal de fruta. Le llené una taza al gato. Me di cuenta que iba con un poco de mi sangre pero que ya era casi transparente. No sé si habrá comido pero lo sentí un tanto inquieto. Ronroneaba en exceso. Iré a buscar sus juguetes pensé.

Todo es fácil porque todo tiene su lugar.

Aproveché de echarme otro trago y recordar la fiesta. Llamaré a la chica uno de estos días, me escuché decir. Y más ruido allá abajo. Debía ser una ambulancia. 

Solo eran chillidos. Me asomé por el balcón. Se había rasgado el plástico que cubría el cuerpo.

Se acercaba una sirena, llegó emergencias asentí. Entonces caí en la cuenta que mi mujer ―que tiene toc― cambió el ringtone a mi teléfono.

Me comunicaba que me dejaba por otro que sí se preocupaba de su colección de cajitas de música. ¡Ya! le dije yo.

Cuando miré nuevamente hacia abajo, estaba el veterinario acariciando a mi niño. El viento formó una ráfaga y se llenó todo de flores. Salí del departamento, con mucha precaución.

Me fui al bar.

 

 

 

DARLES MIGAS A LOS PECES

Y allí está ella, una hermosa mujer pese a su mirada.

Da la impresión que no es tu madre. No podía ser ella.

Estabas en la casa reiterada en tus sueños. Sabías que era real y eso te preocupaba.

Cuando chico te escapabas por la ventana incómoda hacia el patio de los árboles mustios. Un chaleco indecente puesto al revés era tu pijama y mirabas el manicomio de las estrellas. Ahora en cambio era el jardín con esa piedra blanca tan estúpida. Ahora todo es arena.

La reja ―el portón― no calzaba y tenías que ponerle una cadena; el candado tal vez iba oxidado. Las flores dan una apariencia de cementerio de pueblo.

La noche es extraña. No hay aire. Todo es negro excepto la casa, como si fuera exageradamente de verdad.

¿Dónde ha quedado la ampolleta ambarina que zumbaba como abeja ciega, que nos hacía parecer espectros? Los relojes escaparon también por la ventana. Y había una ventana en lo alto que no servía de nada.

Entré por el espacio frío donde velamos a mi abuelo. Luego un biombo dibujará la cama de mi hermana. ¿Quién viviría ahí ahora que la casa no existe?

No había nada en los cuartos.

Y al centro de la falsa casa estaba ella, una mujer hermosa que era más joven aún que ella misma. Me intranquilizaba; yo pensé que era mi esposa, la que fue algún día mi esposa. Era mi madre. Pero todo lo que había allí no era como debía haber sido.

Me mandaba a pedir un permiso especial, un salvoconducto que me pasarían de un camión.

Y había un niño de poco más de un año que reía y correteaba por los viejos muebles que nadie tocaba. Sonreía, era muy hermoso, vestía un pilucho con dibujos verdes y un poco de rojo y en la medida que yo me acercaba, porque debía ser tierno con él, él se alejaba, ¡o no!, se volvía más pequeño. Tenía el pelo castaño claro, casi rubio. Yo trataba de tocarlo apenas con mi pie como caricia y juego.

La casa era imposible de recordar y solo cuando estás adentro te produce la nostalgia que necesitas.

Y luego regresé al jardín. Tuve miedo de lo que pudiera pasar.

Llegó un camión tres cuartos, distribuidor de gas, y por entre las rendijas de la zona de carga un viejo muy arrugado y flojo me pasa un papel sedoso y gastado, berilio.

Había tachos de basura con ratas de juguete. Un niño de plástico salió de un tacho y desapareció.

Todo era negro como vetado por grafito.

Yo quise volver a la casa, doctor, pero no estaba.

―Y de pronto ese leve dolor de cabeza como si un aeroplano no terminara nunca de pasar.

Y el psicólogo dijo:

―La cuerda de tus sentimientos se gastó o no existe, como una piola de auto. Tú careces de embrague, crees ser automático. Un robot.

Y el psiquiatra agregó:

―Debes sufrir igual que todos. Yo no aguanto a mi madre. Ella fue la culpable que muriera mi padre pero ella no tiene por qué enterarse que yo me ahorcaré mañana.

Fue la junta médica la que me inhabilitó. Y yo me puse a caminar, incluso antes de salir de allí.

Convertirme en asesino sería fácil. Pero no.

Convertirme en víctima tampoco.

Llegué a una casa cualquiera. Trepé por los tejados. La noche sin estrellas me cubría mejor que las estrellas derramadas en tu habitación. Probablemente estaba muerto.

Los perros no se insolentaban conmigo. Ni siquiera los fantasmas.

Ubiqué la ventana. Fue difícil retomarla. Caí violentamente adentro, estaba muy oscuro, lleno de gente que ni siquiera imaginó que pensaría en ellos.

Remonté los cuerpos que dormían a pesar que era de día. Y regresé a la sala donde estaba ella. No había nada. Literalmente estaba vacía. 

Ni paredes ni muebles ni juguetes de plástico. Pero la voz del niño se escuchaba en alguna parte. Traté de buscar un espejo. Podía ser yo mismo, me obligué a pensar. Podía ser la cuerda que me falta y que debía estar tañendo canciones absurdas.

Lo único que vi fue un hombre ahorcado con su propia lengua, pero ese no era tema mío. Y entonces me fui a la cocina a tomar un café, aunque estuviera descompuesto, y encontré a mi abuela ciega y me puse a hablar. Debía encontrarme con Cecilia; esa tarde iríamos al parque a darles migas a los peces. A ella le gustaba hacerlo cuando recién terminaba de llover, porque se acordaba cuando fue la vez primera que usó un vestido y se estremeció entera. Eso me dijo pero yo no me concentro.

Mi abuela me pidió que cerrara la puerta porque estaba haciendo frío y además ―eso dijo― podía colarse una estrella fugaz y no estaba de ánimo para esas cosas.


De EL AMOR ES UN GLOBO QUE SUBE
(págs. 120-126)
[Disponible en Amazon]




. .








Proyecto Patrimonio Año 2025
A Página Principal
 |  A Archivo Marco Aurelio Rodríguez  | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
SELECCIÓN DE CUENTOS DE "EL AMOR ES UN GLOBO QUE SUBE".
Por Marco Aurelio Rodríguez.