Proyecto Patrimonio - 2008 | index | Marco Aurelio Rodriguez | Autores |



EL AGUA OTOÑAL DEL MAR ES UNA LAGARTIJA
A propósito del poemario Las estrellas fijan su residencia en los arroyos, de Mauricio Barrientos

Por Marco Aurelio Rodríguez
(publicado en www.amante-parraguez.com)


Si suscribimos el juicio de Gastón Bachelard ―autor de La poética del espacio― de que la imagen crea la realidad, y sobre todo su premisa de que “la materia es el inconsciente de la forma”, ya los títulos de algunos libros nos disponen a una funcionalidad poética y humana decisiva, aquello que para el francés representa “la llamarada del ser en la imaginación”. Pubis angelical nos complace con imágenes de crisálida impoluta, aliento y expresión de las cosas (que eso representa la condición del aire), hálito de frescura, belleza, levedad y gracia, y cuya extrema delicadeza se condice, eso sí, con la excreción de mundo que enturbia la obra de Puig. Cartas para reinas de otras primaveras (de Jorge Teillier) es un caso de ensoñación en plena honestidad con su mundo.

Las estrellas fijan su residencia en los arroyos, rúbrica del libro del poeta chileno Mauricio Barrientos, desaviene la fluidez alusiva del agua en esa permanencia de estrellas fijas que plantea, como si la figura de felicidad que nos diera fuera estática, y doloroso y de ausencia su sentido vital. “De los cuatro elementos, sólo el agua puede acunar” ―dice Bachelard―, pero la resonancia de este símbolo puede variar, por ejemplo, de acuerdo a la vastedad o largueza de los mundos que irrumpan, afloren o escurran. Tenemos que el mar, agua inhumana que no arrulla, exacerba los sentidos. Más patente es el carácter del agua como símbolo humano del derramarse, disolverse y morir.

La “imagen privilegiada” ―esa “sustancia activa que determina la unidad y la jerarquía de la expresión” según nos alecciona Bachelard― en la poesía de Poe, y que fija los espacios inconscientes de Arthur Gordon Pymm, es el agua, pero un agua especial, densa, “una especie de sustancia de sustancia, una sustancia madre”. La imagen de la madre moribunda ―según demostración de Marie Bonaparte, antecedente de Bachelard― donde caben todas las amadas que la muerte le arrebata al poeta (Helen, Francis, Virginia), renovará la imagen primordial, al modo de una princesa encantada que se niega a resurgir ante el pobre huérfano, urdimbre (o sueño) que dará sentido literario a su vasto dolor; ensoñación de la muerte sin príncipe de redención: “Y sin embargo, alrededor de una muerta, por una muerta, todo un lugar se anima, se anima durmiéndose, en el seno de un reposo eterno”; todo un reino vital brota a su vera, nuestras vidas se yerguen, nuestro amor y sus contradicciones, nuestros mundos alrededor de la princesa descompuesta.

En los poemas de Mauricio Barrientos, similar a lo que ocurre en Poe (con la diferencia que media entre la extensa y excitable marea frente a arroyos y marismas), la ensoñación comienza ante la limpidez del agua que se abre ―en música de reflejos, “copas/ espejos/ y hielos”― a infecundas perspectivas: “El río mueve las piedras/ y ella [¿quién?] camina en la arena” → “arcilla mojada/ hacia la tarde” (“Como manantial”). La evocación de nuestro poeta es de signo evanescente: no es excepcional que se remarque ―paisaje estancado, vida infructuosa― el amasijo de agua y tierra: “amanece en los valles/ de la cerámica” (“Pomaire”). La vida no fluye; reposa, como dicta el poema inaugural del libro (“En un vaso de vino”), donde el ente poético, ebrio de la vida de los otros [¿quiénes?], resulta espectador incluso de su propia entelequia. La realidad va a la deriva (“¿Dónde estará lo que quiero?”): la forma de imaginación poética parece un fantasma que danza sobre el agua del tiempo (“Mientras crezco”): “En el patio donde me escondo/ me pierdo”. Y llegamos finalmente a la imagen de encantamiento irrevocable que lo conecta al núcleo nefando que significa la obra de Poe y su divisa de una vida especial atraída por una muerte excepcional. En el poema que da título al libro del poeta chileno, se evidencia un momento de reducción del paisaje taciturno “alrededor/ de una floresta silvestre”, delicadeza (mas no triunfo) frente a la tajante absorción de mundo que implica la evocación del agua como sueño (como señuelo) azaroso que consume a todos los Poe que pueblan lo maldito.

Hay, finalmente, en Barrientos, un artilugio que convoca al cosmos (siempre fijo) de las casualidades en una imagen elegante: Una lagartija “ciega/ en la bahía”, único desvío en que el ser humano ya no mira; es otra la visión: ahora el mundo es el que mira (¿nos mira…?) y se refleja, se extasía y se confunde en la figura móvil (de agua) de la lagartija (que no está apuntada en su función de fuego en el poema): “su único ojo (…)/ atrapando la sal”, o sea, lo que queda del mar, que es agua inhumana y conclusiva.

Permanece quieto y te mecerá la marea del universo. Eso dijo Lao Tsé, aquel que nació bajo un ciruelo.

 

 

 

Proyecto Patrimonio— Año 2008 
A Página Principal
| A Archivo Marco Aurelio Rodrguez | A Archivo de Autores |

www.letras.s5.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez S.
e-mail: osol301@yahoo.es
EL AGUA OTOÑAL DEL MAR ES UNA LAGARTIJA.
A propósito del poemario Las estrellas fijan su residencia en los arroyos,
de Mauricio Barrientos.
Por Marco Aurelio Rodríguez.