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Roberto Castillo Udiarte entre el humo y el relato ucrónico

Por Martín Camps


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Ucronías/La complicidad del humo (Pinos Alados, 2018, 2019) son dos libros en uno, de Roberto Castillo Udiarte (1951), poeta, profesor, traductor, entre otras profesiones, que ha publicado 16 libros y es uno de los autores fundamentales de la esquina más norte de América Latina, Tijuana. Ucronías son treinta y ocho viñetas que me recuerdan las nutritivas divagaciones de Borges, los meandros de lecturas, reales o imaginarias, que componen la biblioteca de Babel, dice Castillo: “Estas breves historias no son falsedades históricas sino mentiras literarias”.

Aprendemos en sus páginas de manuscritos raros como el Voynich, textos inéditos de Edgar Allan Poe, de las impresiones del misionero Baegert en California. Aprendo que los Beatles dieron un concierto en el Cow Palace en San Francisco en 1965 y de las cartas entre Rosie Hamlin Méndez y John Lennon. El autor nos recuerda de Max Schreck, el actor vampiresco de Nosferatu, o sobre los contenidos musicales del Voyager I, que se encuentra a tempranas 19 horas luz de distancia de la tierra. Marilyn escribe un poema de amor a “Paco”, un indocumentado de Sonora que trabajó en su casa. Nos refiere que el subcomandante Marcos, o Danny, tuvo una época de surfeador de las olas sudcalifornianas. Nos habla de libros raros como el titulado Lista de precios de las putas de Venecia que se conserva en los archivos del Vaticano. O del primer impresor de las Américas, Juan Pablos, que imprime el canto de una ayudante de cocina en náhuatl del poeta Macuixóchitl.

Ucronías son textos sin tiempo o fuera del tiempo, apócrifos de pronto, pero verosímiles y que enrarecen la frontera de la realidad y la fantasía. Apostillas muy bien escritas y que demuestran la elasticidad de géneros que puede abarcar Roberto Castillo que no se queda únicamente bajo su título principal de poeta, sino también de narrador y ensayista.

El reverso del libro, La complicidad del humo (colillas de un fumador) me hizo pensar en mi relación con el cigarro. Recuerdo una anécdota familiar cuando mi padre se había ausentado por unos días por el trabajo y mi hermano, en un arranque de nostalgia, sugirió a mi madre que prendiéramos un “Raleigh” para que pareciera que estuviera mi padre de regreso. Castillo nos lanza bocanadas de experiencias diversas con el tabaco. Cito una:

Con un cigarrillo le he robado el fuego a fósforos, cerillos, encendedores, teas, fogatas, ocotes, parrillas eléctricas, estufas de gas, quinqués de petróleo, pilotos de bóilers, encendedores de mecha y a tu piel ardiente” (19).

Cada quien elige sus vicios, para Castillo es el cigarro y no tiene paciencia con los dedos inquisitorios de quien le pide apagar su cigarro mientras abren sus “cocacolotas dialitro” en una ciudad tijuanense donde mueren más personas por armas de fuego que por el humo, o la tos provocada por trabajar con productos tóxicos de las maquiladoras. El autor nos dice también que es de mala suerte encender tres cigarros con el mismo cerillo porque en las trincheras de la Primera Guerra Mundial era una manera certera de asegurar tu posición para un francotirador. Ante las peticiones de personas que le piden apagar el cigarro, el fumador revira con la condición de que la solicitante también apague sus canciones de Luis Miguel y Julio Iglesias que contaminan igual. Castillo nos muestra las cifras: 43 mil personas mueren por consumir tabaco voluntariamente, pero en el mismo año mueren involuntariamente 30 mil personas por asesinato.

La complicidad del humo es un libro que se escribe desde el libre albedrío de su hábito y gusto por el tabaco. Es un libro que me recordó mi etapa de fumador en la Universidad en la Ciudad de México, donde ya de por sí me estaba fumando involuntariamente la polución de los automóviles y para ayudarme a escribir mi disertación de licenciatura, una proeza que parecía imposible a los 21 años, me subía al techo de la Universidad a fumar cigarros “Salem” que guardaba en mi escritorio y cuando me quedaba sin más por decir, sin ánimo para teclear, entonces salía a regresarle a la ciudad un poco de su humo y regresaba para escribir al menos una página más de la tesis. El libro de Roberto Castillo nos hace pensar en nuestra relación con nuestros vicios, presentes o pasados, en cómo se van entrelazando a nuestra historia de vida y a la literatura; son reflexiones filosóficas que bien se pueden disfrutar en un bar donde ya no se puede fumar. Me viene ahora a la memoria un bar, que ya cerró en Ciudad Juárez, donde en la barra tenían cigarros delicados gratuitos que tenían un papel con sabor a menta dulce y se lo podía uno fumar adentro del bar para levantar esa neblina colectiva que encumbraba al lugar al territorio de los ensueños, claro, esto antes de la ley antitabaco que entró en vigor el primero de julio del 2009.

En resumen, Ucronías/La complicidad del humo es un libro bífido que es como leer una biblioteca secreta, me recuerda los comentarios de Roberto Calasso en Cien cartas a un desconocido, son textos breves que reverberan en la memoria y con los que puede uno dialogar por mucho tiempo, e investigar sobre algunos datos que lo llevan uno irremediablemente a otros libros. Son reflexiones de un “vato tirarollos” y poeta tijuanense que pierde su mirada en el horizonte de Playas de Tijuana, con una pluma reflexiva en una mano y un cigarro consumiéndose en la otra.



 

 

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